La
historia la contó Dora, última amada de Franz Kafka, en sus memorias: en 1923,
el escritor checo acudía habitualmente al parque Steglitz, en Berlín, para
oxigenar sus maltrechos pulmones (la tuberculosis acabaría con él en junio de
1924). Y un día se encontró allí con una niña que lloraba por haber perdido su
muñeca. Compadecido, Franz improvisó un consuelo: la muñeca no se había perdido,
sino que había partido de viaje. Logrado el estupor de la chiquilla, le dijo
que él era cartero de muñecas y que, posiblemente, la suya le enviaría una
carta para explicarle los motivos de su acelerado adiós. Durante varias
semanas, Franz Kafka sacó fuerzas para irle escribiendo y entregando cartas
manuscritas, que la niña se llevaba con ilusión. Jamás se supo la identidad de
la muchacha (a pesar de que el investigador Klaus Wagenbach la buscó por todos
los medios en los años posteriores), ni se han recuperado aquellas páginas, que
constituyen un delicioso misterio.
El
prolífico escritor barcelonés Jordi Sierra i Fabra recreó esa historia real en
su novela Kafka y la muñeca viajera
(Siruela, 2006), un libro enriquecido con las ilustraciones de Pep Monserrat y
que consigue mantener el interés de los lectores más jóvenes gracias a su sabia
mezcla de amenidad, reflexiones sobre la vida, datos biográficos e inteligentes
observaciones sobre el candor infantil y sobre la importancia de las ilusiones.
En apenas dos semanas, y gracias al despliegue imaginativo que Sierra i Fabra
pone en la pluma de Kafka, “Brígida había cruzado el extenso desierto del
Sahara en una caravana de camellos, explorado la India, recorrido la gran
muralla china, nadado en el mar Muerto, escalado las altas cumbres del
Himalaya, volado en globo… Brígida había estado en Pekín, en Tokyo, en Nueva
York, en Bogotá, en México, en La Habana, en Hong Kong… Brígida era famosa.
Saltaba de un continente a otro en un abrir y cerrar de ojos. Ya no importaba
ninguna lógica”. Y, atrapados por esa magia incandescente y celérica, los
lectores se suman al juego con espíritu infantil.
Con
tipografía generosa y una bella presentación editorial, el volumen nos ofrece
sobre todo dos atractivos, que se añaden al gran atractivo de la historia en
sí: la creación de esas cartas enigmáticas (¿qué pudo decir en ellas Franz?) y
el final mágico que Sierra i Fabra idea para redondear su narración (creando la
figura del aventurero Gustav, en Tanzania).
Muy
notable.
2 comentarios:
Siempre me atrajo esta historia. Pensaba en la suerte que tuvo la miña de encontrarse con Kafka. Lo leeré,seguro. Gracias por comentarlo en tu blog.
Hola:
Cuando lo leí me pareció delicioso, con una historia que desprende ternura por todas partes y que atrapa hasta el final.
Un saludo
DH
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