sábado, 31 de agosto de 2024

Los camaradas

 


Axel y Bertha conforman un matrimonio de pintores que mantienen una relación peculiar (“Nos hemos puesto de acuerdo como camaradas, sabes, ¡la amistad es más alta y más duradera que el amor!”, I), en un equilibrio que comenzará a tensarse cuando ambos compitan para ser admitidos en un célebre Salón de pintura. Esa competencia artística no parece hacerle demasiada gracia a Axel, porque se considera mejor artista que Bertha… y porque ella es mujer (“Es como si quisierais ocupar nuestro terreno, venir a merodear donde nosotros habíamos peleado mientras vosotras estabais sentadas junto al fuego”, I). Bertha, zalamera, declarando que no quiere ser mantenida por su esposo, lo convence para que hable en su beneficio ante los jurados (“Si no se es un poco intrigante no se llega a ningún sitio”, I). Lo que Axel no sabe es que su propia candidatura ha sido rechazada; aun así, Bertha sueña con la posibilidad de ser admitida, adoptando incluso un cierto tono de venganza de género (“En el salón no cabemos todos, y con tantas mujeres como rechazan la verdad es que no sé por qué motivo no va a sentir algún que otro hombre a qué sabe eso”, I). Y cuando se confirma el triunfo y observa la actitud resentida de su esposo dejará que el rencor aflore (“He tenido un éxito, pero si vivo atada a una persona que no se alegra de mi suerte, no sé cómo voy yo a sentir pena de su desgracia”, I). Él rechina los dientes (“Nos hemos vuelto enemigos ahora”, I), porque entiende que comienza una época de humillación, en la que le tocará “hacer el papel de león vencido, uncido al carro triunfal”, I).

Es fácil comprender por dónde van los tiros que August Strindberg nos propone en Los camaradas, la agria y tensa pieza teatral que traduce Jesús Pardo: no sólo en la envidia, la rivalidad o el vanidoso espíritu de los creadores, sino también (y sobre todo) en la ancestral incomprensión que implica a hombres y mujeres desde que el mundo es mundo, en ese territorio áspero en el cual los roles sociales están férreamente establecidos (“¡El poder no se puede compartir! O se obedece o se manda”, IV). Escéptico, visceral y polémico, el dramaturgo nos obliga a seguir pensando y repensando la condición humana.

jueves, 29 de agosto de 2024

¡Adiós, Borbón!

 


Suele decirse que ciertas verdades solamente pueden ser expuestas con nitidez y franqueza cuando la voz que las desgrana proviene de alguien diferente, como un borracho, un niño… o un bufón. Por eso, el ajetreo de infidelidades, negocios turbios, hijos secretos y anonadantes componendas políticas que los Borbones han protagonizado en el trono de España desde el siglo XIX tenían que ser narradas por alguien como Francés de Zúñiga, cronista burlesco de la corte de Carlos V, que aparece anacrónicamente en este drama ambientado alrededor de Alfonso XIII. Con la intervención de Francesillo, que dialoga con distintos personajes de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, vamos conociendo los hilos de un tapiz mostrenco, en el que participan reinas con más retranca que majestad, braguetas tan débiles como rápidas, actrices propensas a los genitales monárquicos, hemofilias devastadoras, toreros astutos, reyes que invierten en acciones del Metro, periódicos intervencionistas y un variado elenco de personajes (Ortega y Gasset, Franco, el torero Sánchez Mejías, el actual rey Felipe VI) que, en primera o segunda línea, conformaron España durante unas décadas cruciales.

Pero, sobre todo, asistimos a la vivisección que Ignacio Amestoy realiza sobre la aventura erótica que el rey Alfonso XIII vivió con la actriz madrileña Carmen Ruiz Moragas, casada con el torero Rodolfo Gaona y posteriormente también amante del escritor Juan Chabás. Una espléndida lección de Historia, pero contemplada desde el lado turbio del espejo, allí donde la verdad no admite camuflajes y donde se nos deslizan preguntas cuya respuesta atora la saliva en la garganta y nos introduce por las veredas de la sospecha y el asombro (por ejemplo, por qué fue degollado Francisco Javier Vales Failde, confesor de la familia real, el Viernes Santo de 1923. ¿Qué se estaba intentando silenciar con su muerte?).

¡Adiós, Borbón! (Las reinas de Alfonso XIII) forma parte de la valiente tetralogía “Todo por la Corona”, documentadísima en sus fuentes (la densidad de fechas, anécdotas, rumores y datos históricos no se consigue consultando la Wikipedia), que la editorial Cátedra ha trasladado a los lectores con unas impagables páginas introductorias de Fernando Doménech Rico.

martes, 27 de agosto de 2024

El último amor en Constantinopla

 


Me regala Marta, mi mujer, un libro extrañísimo de Milorad Pav que se titula El último amor en Constantinopla (traduce Dragana Jelenić para el sello Akal). Lo leo, por supuesto, con todo el cariño que me merecen siempre los regalos. Pero resulta forzoso reconocer que el libro es más raro que un yogur de cebolla y que me ha dejado en el cerebro una sensación de “¿Y esto qué es?”. Dice el texto de la contraportada que, después de haber ensayado la novela-léxico, la novela-crucigrama y la novela-clepsidra, el escritor serbio se aventura aquí por los senderos de la novela-tarot (de hecho, al final del volumen hay unas cartas policromadas, en cartoné, que pueden ser separadas del tomo y usadas para la adivinación). Vale. No soy de esos lectores rígidos que, a priori, rechazan ningún experimento literario, pero reconozco haberme quedado bastante frío con estas páginas, porque no he terminado de entender a dónde querían llevarme. Hay un buen número de escenas sexuales, de escenas oníricas, de escenas dialogadas y, por encima, cubriéndolo todo, una melaza lírica quizá demasiado densa, quizá demasiado espesa. Pongamos un ejemplo, para resumirlo mejor: el teniente Opujić está charlando con una mujer que dice ser La Virgen de la Luna y, cuando ella sugiere que el teniente no se conoce a sí mismo, él replica: “Soy ese al que otros escupen en la palma de la mano mientras trabaja y en el plato mientras come. Tragador de cuchillos y de tinieblas, salto de una piedra de la locura a otra, mientras mi pie izquierdo no se fía del derecho. En un bolsillo me crece trigo, en el otro hierba; llevo el alma en la nariz, y me enseñan a estornudar. Mi padre me despeja y nubla, en mi cuenco llueve, en mi cama nieva. Soy el que se peina con un tenedor, el que siembra los cuchillos y ceba los dientes, porque las cucharas no crecen mientras como” (pp.30-31). Ese lirismo sofocante, continuo, no me ha dejado entender la historia que estaba leyendo.

Sí he subrayado muchas frases que me han parecido inteligentes o hermosas (“El futuro es el establo del que sale el miedo”, “En sueños, todos entendemos todas las lenguas”, “El dolor es el pensamiento del cuerpo”), pero la experiencia no me ha resultado tan convincente como para aventurarme en otro libro del autor.

domingo, 25 de agosto de 2024

Cándido

 


Desengáñense los ingenuos: el ser humano no es un animal especialmente admirable, como bien demuestran la Historia o su simple proximidad. Voltaire, que era un magnífico observador y analista de su entorno, sabía de sobra que sus congéneres eran “embusteros, cautelosos, pérfidos, ingratos, salteadores, débiles, inconstantes, viles, envidiosos, tragones, borrachos, avarientos, ambiciosos, crueles, calumniadores, disipados, fanáticos, hipócritas y tontos” (la secuencia, tan escalofriante como lúcida, puede leerse en el capítulo XXI de este volumen). De ahí que la lectura de Cándido se convierta en un espejo terrible, en el que nos vemos reflejados, como especie, con escalofriante exactitud.

Al principio, nos encontramos en el castillo de un barón en Westfalia. Allí vive nuestro protagonista, embelesado con las doctrinas filosóficas de su maestro Pangloss (quien considera que este es el mejor de los mundos posibles, y que todo en él sucede de la manera más sensata y recta) y enamorado como un tierno adolescente de la sin par Cunegunda, hija del barón. Por desgracia, la noble familia no parece muy dispuesta a consentir los devaneos sentimentales de su heredera con un plebeyo ayuno de títulos y fortuna; y Cándido, cómo no, termina expulsado de manera ignominiosa del castillo. Desde ese momento, sufrirá mil y un reveses por los caminos del mundo: será reclutado con engaño para que luche en la guerra en las filas del rey de Bulgaria (el capítulo III es un excelente resumen de lo que Voltaire pensaba sobre el militarismo); sufrirá palizas y naufragios; cruzará el Atlántico y se topará en América con las mismas lacras que azotan Europa (hipocresía, latrocinios, abusos jesuíticos, venganzas); conocerá el reino de El Dorado (el único lugar del mundo donde sí que parece existir la justicia: la pena es que sea ficticio); y, al fin, después de atravesar todo el orbe, asistir con asombro a varias anagnórisis y sufrir reveses sin cuento, comprende que la única manera sensata de ser feliz consiste en plantar un huerto y vivir de tu trabajo, sin depender de riquezas u honores que vengan de otros seres humanos. Entre el optimismo absoluto de Pangloss y el pesimismo absoluto de Martín, Cándido tendrá que encontrar el punto de equilibrio, si es que existe.

Concebida como una parodia de las novelas de aventuras (personajes que actúan como clichés, viajes constantes, estructura circular), Voltaire consigue en esta narración divertida y cáustica un retrato durísimo sobre el mundo que nos rodea, ese pantano en el que nadie se preocupa por nadie, todos estamos expuestos a sufrir abusos y raramente muestra la luz de la bondad o la justicia.

viernes, 23 de agosto de 2024

Respóndeme

 


Es posible que los seres humanos nos parezcamos, más de lo que nos gustaría (al fin y al cabo, la vanidad nos puede), a ese barquito de papel sobre el que compuso una canción Joan Manuel Serrat: pequeños artefactos sin brújula, movidos por el viento y sometidos al vaivén azaroso de las aguas. Miramos a nuestro alrededor y no entendemos; miramos hacia el cielo y no entendemos; miramos nuestras manos y, con un estremecimiento, tampoco entendemos. Somos árboles de un bosque inabarcable, células de un organismo demasiado vasto, luces perdidas en una oscuridad impenetrable.

La escritora Susanna Tamaro nos propone en Respóndeme un tríptico narrativo sobre esas zozobras, que nos llevan hacia cuevas demasiado tenebrosas. En el primero de los relatos (“Respóndeme”), una chica llamada Rosa, que solamente ha conocido el envés de la vida, se adentra por un sendero de autodestrucción, que incluye el sexo alcoholizado, el robo y la iconoclastia, hasta llegar a un punto sin retorno. En el segundo (“El infierno no existe”), una viuda reconstruye para nosotros su experiencia matrimonial, erosionada por la desdicha y craquelada por las rudezas de un marido maltratador, que odió desde el nacimiento a su hijo Michele, al que consideró débil y quizá bastardo. Y en el tercero (“El bosque en llamas”) advertimos con horror creciente cómo los celos conducen a un esposo hacia conductas tan deplorables como sangrientas.

Pero la sustancia de estos relatos, insistiré en ello, no se reduce a los pormenores argumentales, sino que proviene de la reflexión lúcida, filosófica, desgarrada, sobre las tristezas desorientadas del ser humano, que es incapaz de descubrir el camino de la felicidad y que, ahogado en un cuenco de lágrimas, manotea con una desesperación creciente mientras ansía la luz.

Ya dije, en una de mis primeras reseñas de la autora italiana (https://rubencastillo.blogspot.com/2021/12/para-una-voz-sola.html), que sus obras me parecían irregulares, pero que no desdeñaba la posibilidad de cambiar de idea si mis siguientes lecturas resultaban más satisfactorias. Pues bien: lo son. Susanna Tamaro cada vez me convence más y me interesa más. Seguiré con ella.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Esperando al diluvio

 


Los libros de Dolores Redondo se han convertido, durante la última década, en piezas de éxito constante, que el público ha sancionado con su aplauso: bastaría con recordar su premio Planeta del año 2016 (Todo esto te daré) o la celebérrima Trilogía de Baztán. Como en mi blog y en mi experiencia lectora quiero explorar la mayor cantidad de caminos posibles, he querido saber si su literatura llamaba mi atención; y he elegido Esperando al diluvio, que me ha parecido un trabajo muy interesante. Para una persona no especialmente enamorada de la novela negra, como es mi caso, afrontar un volumen de casi quinientas páginas con esa temática constituía una prueba de fuego de notable envergadura, y reconozco que la autora ha superado con nota la prueba. El punto de partida (un asesino múltiple, que acaba con la vida de mujeres por culpa de un trauma infantil) no resulta desde luego fascinante, porque el mecanismo empieza a ser más viejo que las pirámides de Egipto, pero la forma en que la escritora donostiarra va dotando de densidad y de credibilidad a sus escenas sí que me ha parecido muy notable. Me he creído al “perseguidor” Noah Scott Sherrington, cuyas flaquezas anímicas y cuya salud quebrantada le otorgan una dosis de humanidad muy atractiva; me he creído al joven ertzaina Mikel Lizarso, tan idealista y a la vez tan maduro; me he creído a Rafa, el chico con parálisis cerebral que aroma de ternura el último tercio de la novela; me he creído la historia de amor de Maite, golpeada por la vida pero accesible a los nuevos rayos del sol; me he creído la redención última de Kintxo, porque todos podemos equivocarnos y, a la vez, alcanzar al fin la dignidad; me he creído hasta las figuras secundarias, como la dueña de la pensión donde se hospeda Noah, o la sagaz psiquiatra Elizondo, o el hierático capitán Lester Finnegan. En todos ellos ha puesto Dolores Redondo un exquisito cuidado compositivo, extensible a las ambientaciones escénicas (tanto del brumoso Glasgow como del más cercano Bilbao, con su guerra de banderas, sus rutas de txikiteo y su idiosincrasia norteña), el lenguaje de los diferentes protagonistas e, incluso, las circunstancias médicas que rodean al inspector irlandés. Quizá lo más impresionante ha sido constatar cómo los numerosos hilos de la historia, lejos de trenzarse en unos casos y quedar libres en otros (lo cual habría sido también legítimo, porque la vida presenta muchas veces esa estructura), se anudan al fin de un modo cartesiano, para que la obra no presente flecos prescindibles o meros adornos espurios. Y, desde luego, aplaudo la forma en que describe la terrible tormenta que se abatió sobre Bilbao en agosto de 1983, que sirve como decorado (y casi como personaje) para el final de la obra, que adquiere con sus millones de litros de agua un tono apocalíptico.

En suma, una novela muy bien construida, vigorosa en su trazo, tensa cuando tiene que serlo, tierna cuando lo pide la historia y que me ha revelado a una escritora a la que volveré a visitar dentro de poco.

lunes, 19 de agosto de 2024

Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar

 


Que una gaviota vuele por el firmamento con sus compañeras, buscando un lugar donde instalar e incubar sus huevos, no es suceso prodigioso. Que una gaviota, por culpa de un despiste, se vea impregnada por una ola de petróleo y comprenda que sus horas están contadas, tampoco es (por desgracia) suceso prodigioso. Pero que dicha ave consiga llegar hasta un balcón, aterrice allí de forma abrupta y convenza a un gato que vive en la casa para que cuide a su futuro polluelo y lo enseñe a volar, ya pertenece, gloriosamente, al ámbito de la maravilla. Ese es el juego narrativo que nos propone el chileno Luis Sepúlveda en el libro Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, que edita el sello Tusquets y está adornado con ilustraciones de Miles Hyman.

Cómo no sentir compasión por la pobre gaviota Kengah, víctima de los crímenes contaminadores del ser humano, que vive inmerso en la ceguera de convertir los mares en su basurero. Cómo no experimentar simpatía por el entrañable gato Zorbas, que se ha quedado solo en casa después de que sus dueños salgan para unas vacaciones que durarán un mes. Cómo no sonreír una y otra vez con las divertidas ocurrencias de los gatos Sabelotodo, Secretario y Colonello (o con las maldiciones rocambolescas de Barlovento, el gato marino). Cómo no sucumbir a la tentación de pensar que el Poeta que ayuda a los gatos (y que lee a Bernardo Atxaga) no es otro que el propio Sepúlveda.

Al final, enternecidos por la historia y embriagados por su tratamiento literario, llegamos a la página 136 y, cuando apenas faltan diez líneas para terminar el libro, escuchamos que “sólo vuela el que se atreve a hacerlo”. Volemos, pues.

sábado, 17 de agosto de 2024

El jardín quemado


 

El sanatorio psiquiátrico que dirige el doctor Garay presenta características de lo más peculiares: no se administra a los pacientes ningún tipo de medicación; las visitas, sin estar prohibidas, se autorizan con cuentagotas; y el patio (el “jardín”, en palabras de Garay) presenta un aspecto desolado, cubierto por ceniza. Pero esa situación será cuestionada por la joven doctora Benet, quien teóricamente está realizando en el centro sus prácticas de licenciatura, aunque su objetivo es otro: aclarar qué ocurrió allí en mayo de 1939. En aquella fecha fatídica, un grupo de soldados fascistas victoriosos irrumpió en el lugar, sembraron el terror, se bebieron el vino que Garay les ofreció para tranquilizarlos y congraciarse con ellos y, al fin, el capitán del grupo pronunció diez palabras fatídicas: “Por lo menos debe de haber doce rojos ahí fuera”. Para que el furor homicida de aquellos malnacidos no alcanzase dimensiones más terribles, alguien tenía que señalar a las víctimas que iban a ser fusiladas. Y se hizo. Ahora, la doctora Benet está convencida de que uno de los ajusticiados fue el poeta Blas Ferrater, cuya última obra se perdió. Es el momento de interrogar a todos los presentes, para decidir quién pronunció los nombres y aplicarle el castigo judicial adecuado (“La democracia va a levantar muchas máscaras”, sentencia Benet). La gran pregunta es si será posible, si los miembros de aquella comunidad están preparados para hablar; y, mucho peor, si están preparados para asumir que la guerra ha terminado y que son libres para abandonar los muros de aquel centro. Garay no lo tiene muy claro (“¿Quién los está esperando? ¿Qué hay para ellos ahí fuera? No podrían reconocer ese país al otro lado del muro. Estos hombres fueron vencidos. No pueden volver a un país que no fue posible. Fuera del jardín, enfermarían”), pero deja que Benet formule sus preguntas. Otra cosa será que consiga encajar las respuestas.

Una obra sinuosa, densa y llena de símbolos terribles, que demuestra la maestría teatral de Juan Mayorga, quien consigue enfrentarnos con los peores fantasmas de nuestro ayer y de nuestro interior.

jueves, 15 de agosto de 2024

La noche de San Silvestre

 


Existe una estirpe de libros que, aparte de sus bondades literarias, instalan en nuestra mente una semilla (o muchas semillas) de reflexión, de inquietud, de melancolía, porque la persona que los ha compuesto ha pretendido ir más allá de la mera corteza formal de las historias. En esos casos, la sensatez pide que avancemos con lentitud por sus páginas, deteniéndonos en cada frase para no dejar que se pierda la música emocional que la sustenta. El último ejemplo que me ha sido dado descubrir es el volumen de relatos La noche de san Silvestre, que ha publicado la editorial Balduque y cuyo autor es el madrileño Luis Bravo. Allí me he encontrado con declinaciones personales y literarias de melancólica textura (“Final”); con relaciones amorosas donde el fervor unilateral no resulta suficiente como para mantener viva la llama de la pasión y del compromiso (“Kolonak”); con casas rurales en las que burbujean historias antiguas que quizá merezcan ser llevadas al papel por medio de la literatura (“Compendio de lirios”); con vueltas al hogar de la niñez, ahora malheridas por el musgo, la hiedra y las viejas rencillas entre hermanas (“Negra ingratitud”); o con la diminuta y exquisita aventura editorial que emprendió el narrador con su amigo Valentín, que declaraba con rotundidad que no tenía “intención de llegar a los treinta” (“El naufragio dulce”).

Historias barnizadas de melancolía, porque quizá la lucidez consiste en ver que ese sentimiento es la base (o la conclusión) de todo cuanto acaece. Luis Bravo, pese a su juventud (1994), ya parece haber iniciado su recorrido por ese sendero.

martes, 13 de agosto de 2024

Los complementarios

 


Confesaré desde el principio una inclinación personal que, quizá, resulte un poco chirriante para algunas de las personas que me lean: a mí no me interesan casi nada las reflexiones filosóficas de Antonio Machado. Lo adoro como poeta, desde hace cuarenta años; pero jamás he sentido demasiada admiración por sus páginas más “intelectuales”. Primero, porque mi preparación terminológica en el ámbito de la filosofía es muy reducida; y segundo, porque de los autores a quienes dedica sus más frecuentes aproximaciones (Hegel, Kant, Leibniz) tampoco atesoro demasiados conocimientos. Se me indicará entonces que el problema está en mí, y no en el poeta sevillano. Bien: concedido. Pero recuérdese que yo he dicho que sus páginas filosóficas no me interesan, no que sean malas o despreciables.

Partiendo de ese punto, añadiré que, en este volumen, amorosamente ordenado y anotado por Guillermo de Torre, he podido encontrarme con notables líneas, que he subrayado con admiración, y con documentos de primera importancia para entender al poeta de Campos de Castilla. Adentrarme en esta colección de textos juveniles y de madurez, dispersos por revistas o inéditos, ha sido como mirar en los cajones de su mesa de despacho, como acceder a sus carpetas menos famosas, como hojear y ojear algunos de sus borradores. Y me he enterado de su opinión sobre los proyectos literarios (“En arte no salva la intención; el arte es el reino de las realizaciones”); sobre el uso de determinados recursos literarios (“Los buenos poetas son parcos en el empleo de metáforas”) o moldes estróficos (“Todavía se encuentran algunos buenos sonetos en los poetas portugueses. En España son bellísimos los de Manuel Machado. Rubén Darío no hizo ninguno digno de mención”); sobre su desprecio por la cultura clasista (“Arriba, los hombres capaces de conocer el sánscrito y el cálculo infinitesimal; abajo, una turba de gañanes que adore al sabio como a un animal sagrado”); sobre los políticos que rigen la vida de un país (“Si el auriga sabe su oficio, sigamos con él y paguémosle puntualmente su salario. Si guía mal habrá que despedirlo. Porque dentro de su coche vamos todos”); sobre sus admirados Pío Baroja o Miguel de Unamuno (las cartas que intercambió con el vasco son de lectura memorable); sobre las obras de los autores rusos, que le parecen lo más prometedor del panorama europeo; e incluso algunas sentencias de su inefable Juan de Mairena (“De cada diez novedades que pretenden descubrirnos, nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva”). Si a esto le añadimos el texto entrañable, aunque sin terminar, que proyectó para ser pronunciado ante la Real Academia Española a la hora de ocupar su sillón, se advierte que muchas de las páginas de este tomo son realmente aprovechables.

domingo, 11 de agosto de 2024

Malinche

 


Pocas figuras podrán encontrarse en la historia del continente americano tan polémicas, tan denostadas, tan glosadas, como la de Malinche, aquella joven indígena que se convirtió en la traductora (y después en la amante) de Hernán Cortés, que le auxilió a la hora de comunicarse con Moctezuma y que lo protegió de la muerte revelándose la existencia de complots destinados a acabar con su vida. La arpía, la traidora, la Gran Chingada. O quizá la joven deslumbrada por la condición divina del hombre con barba que, subido en un caballo, parecía ser un enviado (o la reencarnación) del dios Quetzalcóatl. ¿Y por qué no las dos cosas, si aceptamos que los seres humanos somos poliédricos y estamos llenos de luces, sombras, fervores y contradicciones? Laura Esquivel nos propone en esta novela una interpretación muy hermosa de los pensamientos, las lágrimas, las zozobras, las orfandades, los desgarros y las fidelidades de una mujer que, desde la infancia, estuvo sometida al dolor y la soledad: su madre la abandonó siendo una niña, porque deseaba disfrutar de su nueva pareja; la crio su abuela Citli, que era invidente; nunca pudo mantener contacto con su hermano… Descubrir a Cortés supuso para Malinalli (era su verdadero nombre) la posibilidad de un cambio de vida, porque creyó entender que los españoles eran enviados del dios Quetzalcóatl (“Sólo si ellos venían a instaurar de nuevo la época de gloria de sus antepasados, era que Malinalli tenía salvación. Si no, seguiría siendo una simple esclava a disposición de sus dueños y señores. El fin del horror debía de estar cerca. Así quería creerlo”, p.27). Así que se esforzó para aprender su idioma y, adornada con ese atributo, convertirse en la “lengua” de Hernán Cortés, en la bisagra que podía unir dos culturas.

Comienza así un choque, bellamente descrito por Laura Esquivel, entre formas muy distintas de entender la religión, la vida, la naturaleza y al ser humano: de un lado, el lirismo complacido de Moctezuma o Malinalli, que aspiran a entender la luz, los aromas, los sonidos y las fuerzas del mundo telúrico; del otro, el pragmatismo reseco de Cortés y el resto de españoles, que solamente ansían descubrir tesoros y riquezas. Esa confrontación se observa en todos los detalles de la relación entre las dos figuras protagonistas de la obra. Por ejemplo, el conquistador utiliza a Malinalli como intérprete por motivos políticos; pero ella lo percibe de otro modo y lo expresa así: “Ser ‘la lengua’ implicaba un gran compromiso espiritual, era poner todo su ser al servicio de los dioses para que su lengua fuera parte del aparato sonoro de la divinidad, para que su voz esparciera por el cosmos el sentido mismo de la existencia” (p.71). Poco a poco, ella va reflexionando sobre el poder que le otorga ser la traductora oficial del enviado de Quetzalcóatl, y lo ilustra (no me resisto a copiarla) con una hermosa metáfora sobre lo masculino y lo femenino: “La boca, como principio femenino, como espacio vacío, como cavidad, era el mejor lugar para que las palabras se generaran y la lengua, principio masculino, puntiaguda, afilada, fálica, era la indicada para introducir la palabra creada, ese universo de información, en otras mentes, para que ahí fecundara” (p.72).

Al final, después de acercamientos y separaciones, la mujer es repudiada por el brusco Hernán Cortés, que la entrega a su lugarteniente Jaramillo, sin saber que les está regalando a ambos la mayor de las felicidades.

Con este tipo de figuras, a mitad de camino entre lo real y lo legendario, se tiende siempre a los extremos: estigmatizar o endulzar (es decir, recurrir al color negro o al color blanco). Laura Esquivel, inteligentemente, soslaya ambas tentaciones y trata de entender a Malinalli, de ponerse bajo su piel y sumergirse en su pensamiento, para que los lectores podamos acompañarla en el viaje y avanzar por los senderos mentales de la lengua de Cortés, que quizá no fue totalmente traidora ni totalmente heroína, sino una simple mujer intentando adaptarse a un mundo nuevo, en el que debía sobrevivir.

Si ahora le suman las docenas de frases bellas que adornan la obra (“La saliva es agua sagrada que el corazón crea. La saliva no debe gastarse en palabras inútiles” (p.25); “La paciencia era la ciencia del silencio” (p.178); etc.), comprenderán que haya salido encantado de esta lectura, que les aconsejo.

sábado, 10 de agosto de 2024

En el corazón del bosque

 


Desde el año 2009, cuando reseñé aquí mi primera lectura del gallego Agustín Fernández Paz (https://rubencastillo.blogspot.com/2009/05/tres-pasos-por-el-misterio.html), siento por ese autor una admiración enorme. Desde anoche, ese cariño lo comparte también mi hijo Jorge, que me ha escuchado leerle la obra En el corazón del bosque. En ella, una niña llamada Raquel descubre, al volver de una excursión escolar, que en su mochila se ha colado un trasgo, el cual ha tomado la decisión de conocer la ciudad y pasar en ella el invierno. La niña, con ese tesoro mágico en sus manos, tendrá que mantener oculta a la simpática criatura, para que su hermano pequeño, la gata y, sobre todo, sus padres, no la descubran. Se inicia así una aventura con algunos tintes taquicárdicos, con mucho sentido del humor y con algunas lágrimas, en la que la protectora y el protegido verán sus vidas alteradas (y mejoradas) por la convivencia, hasta que se produce el emotivo instante de la separación, cuando Derdrín deba volver a su hábitat natural para la continuación de su vida.

Libro muy hermoso, de exaltación de la naturaleza y la amistad, enriquecido con unas ilustraciones espléndidas de Miguelanxo Prado. Imagino que todos los pequeños lo escucharán con la misma cara de fascinación que mi hijo. Grande.

jueves, 8 de agosto de 2024

La catedral

 


La religión (y en parte la filosofía) han dedicado buena parte de sus esfuerzos a introducir en nuestras mentes la dicotomía Bien/Mal, la zona de luz y la zona de sombra, el ámbito alegre y el ámbito siniestro. Y el desarrollo de los siglos ha ido nutriendo esa polaridad con millones de matices, que han convertido esos dos espacios en un incansable conflicto bélico: el Bien y el Mal luchan entre sí, bien en el territorio anímico, bien en la realidad social o espiritual. Por muy leve número de ejemplos que quisiéramos aportar sofocaríamos esta reseña.

El novelista César Mallorquí, que nos ha facilitado obras prodigiosas basándose en la narración de esa pugna, lo hace también en La catedral, una excelente pieza que obtuvo el premio Gran Angular en el año 1999 y que nos sitúa en plena Edad Media, en el mundo de los maestros canteros, de las desigualdades sociales, de los miedos atávicos y de las órdenes militares. Su protagonista es Telmo Yáñez, un adolescente de catorce años que ha conseguido alcanzar un notable dominio en las técnicas escultóricas y que, pese a su timidez e inseguridad, es convocado hasta Kerloc´h, en plena Bretaña, donde está construyendo una enigmática catedral, alejada de todas las rutas de peregrinos y subvencionada por la también enigmática Orden del Águila de San Juan, que acudió a Tierra Santa para pelear por la fe y volvió convertida en una institución riquísima. Los problemas surgen cuando empiezan a acumularse las anomalías durante las obras: trazado poco convencional de su planta, ornamentación extraña, personajes que aparecen muertos o que directamente desaparecen… ¿Qué está ocurriendo, en realidad? ¿Cuál es la cenagosa explicación de estos inquietantes detalles?

Un antiguo altar de sacrificios celta, un judío que se convierte en espía del Papa, una cripta oculta, un loco que parece poseer la clave del enigma y una inscripción impresa con sangre en una pared se suman al ambiente general de misterio, en el que casi nada es lo que parece y que se termina resolviendo de forma prodigiosa. O sea, puro César Mallorquí, el Gran Maestre de la novela juvenil española.

martes, 6 de agosto de 2024

Magnífica desolación

 


En el relato “Pentimento”, con el que se abre el libro, encontramos a un hombre que, tras haberse separado de su pareja, se instala para pasar unos días en una solitaria cabaña en lo alto de un monte. Allí descubre una caña de pescar y una escopeta. En el relato “El cielo de Madrid”, con el que se cierra el libro, encontramos a un hombre que, tras haber sido abandonado por su pareja, accede en el mundo virtual de AltLife a una solitaria cabaña. Y también aparecen en esa recreación del algoritmo una caña de pescar y una escopeta. Queda en manos de los lectores establecer los posibles nexos entre los dos extremos de esta brillante cuerda narrativa que lleva por título Magnífica desolación y que, trenzada por Javier Moreno, vio la luz con el sello Candaya. Sus cuatro propuestas nos invitan a participar en búsquedas, que tienen que ver con el misterio y con la infelicidad humana, y requieren de toda nuestra concentración.

“Pentimento” nos muestra a un escritor que ha decidido aislarse durante unos días en un refugio de montaña con dos obsesiones clavadas en la mente: la triste separación de T y la constatación de que la novela que ha publicado (y que todos celebran como un éxito editorial) presenta notorias grietas, que se agrandan conforme medita sobre la textura y acciones de sus personajes.

“Los reinos de lo irreal” nos invita a seguir por la ciudad de Chicago los rastros de Henry Darger (“un pintor y escritor que era conserje de hospital que escribió la novela más larga de la historia con el título más largo de la historia”) y Vivian Maier (“una fotógrafa que era en realidad niñera y que dejó cien mil negativos sin revelar”). Dos seres extremos y marginales que se conocieron y a quienes el porvenir ha tratado de forma desigual.

“Magreb” es una deliciosa sucesión de fotogramas o cortometrajes que plantean un intrigante ejercicio de variantes (la misma escena, constantemente retocada o ampliada o matizada), que solamente al final desvelarán su truco narrativo.

“El cielo de Madrid”, espectacular novela corta, nos sitúa frente a un espejo duro y revelador: la forma en que vivimos existencias paralelas, reacios a tomar unas decisiones que puedan herirnos o herir a otras personas, el modo en que buscamos las ilusiones perdidas (o su sucedáneo) en cualquier arcón donde sospechemos que puedan estar guardadas.

Estilísticamente, el tomo es soberbio, como siempre ocurre con la prosa de Javier Moreno. Y permítanme un paradójico detalle final, antes de invitarles a que se animen a leer la obra: creo que lo mejor de este espléndido volumen de relatos es la sensación que te queda, como lector(a), cuando, terminadas las páginas de cada narración, tragas saliva y aceptas la posibilidad de haber entendido mal o de forma incompleta el espíritu de la misma. Esa seria posibilidad, que admites con un cabeceo laudatorio, sugiero complementarla con una segunda lectura de cada relato, antes de avanzar al siguiente. Creo que me agradecerán el consejo.

domingo, 4 de agosto de 2024

Fiesta en la madriguera

 


En la literatura, como en cualquier otra faceta de la vida, el azar alcanza unas dimensiones que, por su imposible medición, tendemos a relegar con una sonrisa incómoda. No es, desde luego, mi caso: yo soy perfectamente consciente de que la casualidad, el albur o el sino me ha deparado experiencias literarias de altísima belleza; y por eso siempre le estaré agradecido. Hace apenas dos meses, sin que mi voluntad mediase en la elección, puso en mi camino la obra Peluquería y letras, del mexicano Juan Pablo Villalobos, que reseñé en el blog con felicidad (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/06/peluqueria-y-letras.html) y que provocó que la profesora Rocío Pintado Navarro me sugiriese adentrarme después en las páginas de Fiesta en la madriguera, cosa que acabo de hacer con tanto asombro como aplauso.

¿Qué resumen se puede hacer del libro? Ninguno, vive Dios: le quitaría parte de su gracia al volumen. Solamente situaré a los posibles lectores en el ámbito de la narración y en sus personajes principales… Imaginen un palacio de fastuosas dimensiones, propiedad del narcotraficante mexicano Yocault. En él se encuentra su hijo Tochtli­, un muchacho que nos va relatando lo que ve a su alrededor: un profesor particular que odia el mundo capitalista (Mazatzin), una prostituta silenciosa que acude semanalmente a ver a su progenitor (Quecholli), unos mercenarios que torturan o asesinan sin ningún tipo de emoción, un gobernador que acude a la casa porque colabora con los negocios de cocaína dirigidos por el padre; y, sobre todo, el entorno palaciego, lleno de lujos (jarrones chinos, tigres, cajas fuertes, ostentación de joyas), que rodea su vida. Y, de pronto, un capricho se suma a la larga lista de los que ha ido formulando durante años: ahora Tochtli quiere poseer un hipopótamo enano de Liberia, tarea imposible de asumir para cualquiera que no sea Yocault, “que siempre puede”.

Les sugiero que se adentren en este libro y verán cómo les atrapa desde las líneas iniciales el tono que emplea el narrador, mezcla de crueldad aséptica, de candor infantil y de humor negro, delirante y surrealista, tan espeluznante desde el punto de vista humano como irresistible desde el literario. A través de su discurso se nos invita a reflexionar sobre la ambición, sobre la frialdad, sobre las traiciones, sobre las carencias emocionales y sobre el poder del dinero.

Yo no sé si México es un país nefasto, patético, sórdido o fulminante, pero qué inmensa alegría que haya producido para la literatura un narrador como Juan Pablo Villalobos. Ya lo cantaban los integrantes del grupo Molotov hace unos años: “Viva México, cabrones”.

sábado, 3 de agosto de 2024

La cabeza y el sombrero

 


Pronto comenzaremos a vivir (si no lo estamos haciendo ya) en un mundo extraño, distópico y manipulador, en el que dejaremos que desde multitud de pantallas nos arrebaten nuestras ilusiones, nuestra libertad y nuestra capacidad de pensamiento. Como contrapartida, recibiremos (incluso con alborozo) una calderilla engañosa integrada por algoritmos que detecten o dictaminen nuestros gustos, teléfonos móviles que nos controlen posicional, comercial y mentalmente, redes sociales que nos entretengan en nuestro tiempo “libre” (George Orwell debe de estar carcajeándose) y modas rapidísimas e imbéciles, que sirvan al Poder para moldear nuestras reacciones: es decir, un buen caudal de idioteces recubiertas de purpurina, que nos acorcharán de estupidez y que no nos dejarán advertir la grave alienación a la que seremos (o estamos ya siendo) sometidos. En las páginas de La cabeza y el sombrero, que publica el sello Balduque, el escritor Óscar Fajardo nos invita a reflexionar en sus relatos sobre esa situación, que nos mantiene embobados con sus engañifas cibernéticas y su carrusel de vaciedades.

Para que abramos los ojos, nos muestra un barrio invadido por el estruendo etílico de las terrazas (“Coto privado”); un juez que tiene que dictar sentencia en un caso tan moderno como desconcertante (“Perder el juicio”); un complejo tecnológico que se asoma al borde del colapso cuando se detiene el sector H-25 (“El movimiento infinito”); una extraña tienda de complementos, donde se entra por impulso, se compra por sugestión y, al final, eres tú quien se amolda a las características de lo adquirido (“La cabeza y el sombrero”); el miedo irreflexivo que zarandea a una pareja que, desde su ventana, contempla todas las noches a dos personas que se mueven en la oscuridad (“Las nueve y media”); o esa agria y estremecedora metáfora sobre el futuro del planeta, en la que un hombre, por avaricia, gula y locura, se labra (y labra para el resto del mundo) un destino aciago (“Bon appétit”).

Con unas historias de respiración sofocante, Óscar Fajardo nos dibuja un mundo en el que, posible y comprensiblemente, no queremos fijar la mirada, pero que tiene todas las trazas de ser el que nos espera a la vuelta de pocos años. Lean este libro si quieren formar parte de la Resistencia. Absténganse los integrados.

jueves, 1 de agosto de 2024

Luz brillante

 


Todos escondemos secretos que, por vergüenza, decepción u otras emociones marmóreas, mantenemos a salvo de las miradas ajenas. Y Shoko, traductora de italiano en Japón, también lo hace. Su inestabilidad psíquica podría constituir su gran secreto, pero no lo es. Su desmedida dependencia del alcohol igualmente podría serlo, pero tampoco lo es. Su auténtico secreto es que Mutsuki, el médico encantador con el que acaba de contraer matrimonio y con el que comparte una relación de apariencia idílica, es en realidad homosexual; y ella conoce, tolera y aun fomenta su vínculo erótico y sexual con Kon. El equilibrio (tan sutil como complejo) sufre los embates de sus suegros y de sus padres, que parecen haberse aliado en el afán de pedirles un nieto. No será preciso detallar la marejada de dolor que golpea a diario a la joven Shoko. Y ese dolor y esa perplejidad crecerán cuando conozca personalmente a Kon y cuando su esposo, usando a una amiga común como intermediaria, intente que su mujer mantenga citas con su antiguo novio, puesto que él “no estaba a la altura de un marido para satisfacer las necesidades de una esposa” (p.129).

Asistimos en Luz brillante, de la japonesa Kaori Ekuni (que leo en la traducción de Juan Francisco González Sánchez para el sello Funambulista), a un elegante y hondo despliegue de análisis psicológicos, perfectamente engastados en una bella narración, donde escuchamos diversas voces (diversas perspectivas), que nos van ayudando a penetrar en los matices anímicos de los protagonistas: sus miedos, sus esperanzas, sus lágrimas, sus ilusiones, sus zozobras, sus culpas. Con tres figuras poderosas (la esposa depresiva, el esposo gay, el amante jovial), Ekuni es capaz de vertebrar una acción de gran fuerza lírica y de tremendo vigor narrativo, que se resuelve en un final apoteósico, del que no les desvelaré ni el menor de los detalles.

Busquen el libro, prepárense un té y, rodeados del mayor silencio que les sea posible conseguir, lean la obra. Es oro puro.