domingo, 22 de febrero de 2009

El mapa de un crimen





Hacía falta ser un lector con poca vista para no darse cuenta de que el talento narrativo de Paco López Mengual (Molina de Segura, 1962) terminaría por ser reconocido fuera de Murcia, más pronto que tarde. Y el gozoso suceso acaba de cristalizar en la editorial Maeva, que ha tenido el fino olfato literario de hacerse con los derechos de la novela El mapa de un crimen.
Asistimos en sus páginas al desarrollo paulatino de una historia compleja, pero contada con singular maestría... Joaquín Maqueda es un antiguo republicano que volvió de la URSS (donde estaba trabajando en unos laboratorios) a bordo de un avión Mosca con un objetivo trascendente, que no se nos revela hasta bien avanzada la novela. Ahora, represaliado por los franquistas, regenta una farmacia y su fortuna es notoria. Isabel Coy, una jovencita de gran belleza, es su prometida. El Garra, un violento muchacho de la localidad que formó parte de la División Azul y que ahora arrastra su pobreza humillada y la turbiedad de su origen por las calles, está también enamorado de la joven. Neviscas, el padre de Isabel, lo rechazó como pretendiente para su hija de un modo inusitadamente violento. Michelle fue la esposa de Joaquín Maqueda mientras estuvo en la URSS, aunque desde que vino a España para luchar por sus ideas ha perdido todo contacto con ella. El tuerto Illán tiene como misión vigilar a Joaquín, para que no quebrante la orden política de permanecer en el pueblo durante varios años. Ernesto Zancajo es un antiguo amigo de Joaquín, que a veces aparece por su farmacia con misteriosos maletines. Federico Meroño es un cartero franquista que, sin embargo, comparte amistad con Joaquín, hasta el punto de que un día le traerá una importantísima carta. Leopoldo es el hermano gemelo de Joaquín, un abogado que lo visita periódicamente y que muestras unas evidentes tendencias homosexuales. Adolfo es el bobo del pueblo, un pobre infeliz que pasea por las calles con un plano donde va apuntando todos los sucesos que se le antojan significativos de la localidad... Y por fin un crimen, un derramamiento de sangre brutal, inesperado, que rompe la monotonía y la calma de los lugareños. Años después, un singular narrador, que supo del incidente y que no termina de encajar en su cabeza todas las piezas que lo componen, comienza a investigar para esclarecer el suceso.

No resulta exagerado decir que El mapa de un crimen supera en habilidad constructiva a la mayor parte de novelas de nuestro tiempo, y se equipara con piezas antológicas, como la célebre Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, a la que supera en cuanto a la profusión de sus hilos. Léala quien lo dude y se convencerá de que estamos ante una de las voces más completas e interesantes del panorama novelístico español actual.

viernes, 20 de febrero de 2009

Asuntos propios




Una de las virtudes que tiene la editorial Anagrama, y tiene muchas, es que patrocina uno de los premios de novela más aparentemente limpios y creíbles de España. Así que, cada vez que se emite el veredicto del jurado, todos los lectores estamos pendientes del nombre de la obra ganadora y de la finalista, porque seguro que merecen ser leídas. Este año, para completar este soberbio panorama, la editorial ha lanzado otros tres volúmenes (los iré reseñando en semanas próximas) que llegaron a la recta final de las votaciones y que constituyen valerosas apuestas del sello catalán.
La primera es Asuntos propios, de José Morella, que tiene de principales protagonistas a tres personajes perfiladísimos y complementarios: Roberto, un viejo traductor jubilado que sigue trabajado en casa, rodeado de café, diccionarios, disciplina y un profundo amor a los libros; Jacinta, una inmigrante africana que comienza a limpiar la casa de Roberto cuando a la anterior asistenta le sobreviene un grave conflicto de salud; e Isabel, la hija de Roberto, a quien los vecinos del inmueble advierten de la peligrosa relación que se está fraguando entre su padre y la limpiadora. Se ponen entonces en funcionamiento las reglas no escritas, que «son los cimientos invisibles de nuestra ciudad» (pág.41); y que determinan que un hombre mayor no puede enamorarse de una mujer mucho más joven y de otra raza, porque sin duda ella está engatusándolo para quedarse con su pensión, lograr estabilidad en el país de acogida o resolver sus problemas sociales. Dolida por este maremágnum de insidias, ofuscaciones y prejuicios, Jacinta llega a la conclusión de que «la libertad es como una selva virgen al lado de tu pueblo. Se sabe que está, pero no se la explora. No se entra en ella. La tienes, nadie te la niega, y nadie te dice que no puedes explorarla. Pero si la exploras te castigan» (pág.131). Y Roberto, más perplejo por la intransigencia de su hija que por cualquier otra consideración, se obstina en demostrar que su amor por Jacinta es mutuo y noble; y que no ensucia su textura ningún interés espurio.

Estamos ante una novela fascinante, fluida y escrita con calmosa sencillez, donde Morella demuestra un buen dominio de las situaciones tensas (las páginas donde nos describe el tiempo que Isabel tiene secuestrado a su padre, para evitar que «esa puta negra» (pág.87) lo desplume, son antológicas) y una notable lucidez para reflexionar sobre los males que afectan a nuestra sociedad, zarandeada entre la tolerancia y el extremismo, entre la hipocresía y la crudeza, incapaz de permitir que miremos con ojos inocentes las relaciones amorosas y humanas entre personas disímiles. Un extraordinario ejercicio de análisis que, además, está redactado con una prosa lograda y efectiva.

sábado, 14 de febrero de 2009

Los domingos de Jean Dézert



Uno de los atributos más loables de un editor consiste en saber descubrir dónde están las obras realmente dignas, publicarlas con esmero y con elegancia, y darles la adecuada difusión. Es lo que Enrique Redel, máximo timonel del fino sello Impedimenta, está diciendo en los últimos tiempos con loable constancia. Y una de sus últimas apuestas es la que traigo hoy a esta página: la curiosa novelita que lleva por título Los domingos de Jean Dézert, de Jean de la Ville de Mirmont, un estilista sorprendente al que la Primera Guerra Mundial clausuró la respiración en 1914, después de una carrera literaria tan corta como prodigiosa.
El protagonista es un gris funcionario de veintisiete años que trabaja en el Ministerio de Estímulo al Bien. Carece de ilusiones, escribe la palabra “Nada” en muchas páginas de su Diario, se aferra a su trabajo con una lánguida indolencia y cobija ideas tan extenuadas como malheridas por el desánimo («Jean Dézert hace suya una gran virtud: él sabe esperar. Durante toda la semana espera el domingo. En su ministerio, espera el ascenso, mientras espera la jubilación. Una vez jubilado esperará la muerte. Él considera la vida una sala de espera para viajeros de tercera clase», páginas 25-26). Su única relación amistosa es la que establece con Léon Duborjal, con quien coincide a la hora de la cena en el local de madame Chênedoit, y con quien charla de temas neutros y banales. Pero un día la vida del rutinario empleado Dézert sufre un vuelco cuando conoce en el Jardin des Plantes a Elvire Barrochet, una hermosa muchacha que, con su atropellada anarquía vital y su jovialidad pizpireta, llenará sus horas de novedades. Esta ‘intromisión’ descabala el régimen de vida que hasta ese momento ha respetado con escrúpulo, e imprime un cierto aire de novedad y hasta de humor a su vida (diálogos como el que nutre la página 88 parecen escritos por el propio Miguel Mihura). El padre de Elvire, que es distribuidor de coronas funerarias, tenía otros planes («Yo había soñado con dar a mi hija a un marmolista y así asociar mis intereses a los de mi yerno», páginas 95-96); pero acepta al muchacho con liberalidad. Y en entonces cuando se produce la gran sorpresa: planificada ya la boda, Elvire Barrochet se echa súbitamente atrás, con el peregrino argumento de que su novio tiene la cara muy larga (página 105). Y Dézert, como no podía ser de otro modo, decide suicidarse. Elige, eso sí, hacerlo un domingo, para no perturbar el ritmo de su trabajo...
La fineza de esta prosa, sus diálogos deliciosos, la pintura de personajes, la delicada ambientación... Todo contribuye para que consideremos Los domingos de Jean Dézert una de las obras más exquisitas que nos ha deparado el panorama editorial español en los últimos tiempos. Impedimenta sabe lo que se hace, sin duda alguna.

lunes, 9 de febrero de 2009

Lo que el aire mueve





Si hubiera que elegir una virtud, solamente una, de la obra Lo que el aire mueve, con la que Manuel Hidalgo ha obtenido el I premio Logroño de novela, yo no dudaría demasiado en afirmar que se trata de la exactitud con la que retrata el habla urbana actual. Con oído atento, el escritor pamplonés ha llenado páginas y páginas con los diálogos ágiles, chispeantes, cercanísimos y frescos de un grupo de personajes que se ven sorprendidos por las mil trampas que la vida les tiende. En primer lugar tenemos a Javi, un dependiente de 20 años que trabaja en una tienda de ultramarinos y que se ve acosado/usado sexualmente por la insaciable dueña del negocio, una cincuentona frustrada y medio ninfómana; en segundo lugar tenemos a Tere, la hermana de Javi, una chica sin suerte que trabaja en una línea erótica telefónica y que, poco a poco, se ve complicada en el mundo de la prostitución, del que no ve el modo de salir, porque sus proxenetas le exigen una elevada cantidad de dinero para liberarla de su vínculo; en tercer lugar aparece Jose, atolondrado y no muy listo, que vive pendiente de su padre (que tiene que someterse a diálisis) y de Tere, de la que anda enamorado; y en cuarto lugar aparece Merche, la hermosa novia de Javi, que ignora sus encuentros sexuales con la patrona, así como el duro trance por el que está pasando su “cuñada” Tere.
Y de pronto, con la misma rapidez con la que se mueve la luz, en la cabeza de Jose brota una idea absurda: robar un banco para conseguir los seis mil euros que liberen a Tere de la sevicia mercantil a la que están sometiéndola sus chulos. El hermano, Javi, se rebela contra semejante imbecilidad; pero acaba aceptando que, por más vueltas que le den, no hay otro modo de conseguir una suma tan alta de dinero. El humor de la situación, así como su esperpéntica puesta en escena, acaba con un inesperado derramamiento de sangre.

Manuel Hidalgo borda, zolesca o ferlosianamente (el primer Ferlosio), el arte del diálogo. No se busquen preciosismos en dichas páginas, pero sí la exactitud casi fonética de sus transcripciones, lo que tampoco es tarea fácil. Así que podría juzgarse que el primer valor de esta novela es el antropológico. Pero esto no quita para que nos encontremos ante una pieza de general elegancia y de sólida textura, en la que el humor, el fatalismo, la investigación profunda en las redes familiares o el análisis de la amistad alcancen cotas de notable brío. Dos errores mayúsculos se podrían limar, eso sí, para una próxima edición: en la página 125 indica que Javi “inspira hondo y expira lento”; y en la página 247 nos abofetea a los lectores no laístas la secuencia “Javi la reñiría”. Lo demás, narración amena y elogiable.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Vida de Manolo



La gran virtud de un biógrafo (la más sabia y hermosa virtud de un biógrafo) consiste en situarse ante su protagonista... y dejarlo hablar. No conducir sus respuestas, no frenar sus digresiones, no limitar su tiempo, no sugerirle ningún tipo de contestación: dejarlo hablar. Así de fácil y así de difícil. En ese sentido, podríamos afirmar que el mejor biógrafo es siempre un auditor; es decir, alguien que escucha lo que el aire tiene que decir y lo que hace con la cometa, cómo la mueve, hacia dónde la conduce. El biógrafo y el entrevistador son observadores, oyentes (o espectadores, para decirlo con la fórmula de Ortega y Gasset). Por eso Fernando Sánchez Dragó es tan penoso entrevistando, y en cambio Joaquín Soler Serrano fue un auténtico e irrepetible maestro.
Josep Pla, aquel genio que nació en Palafrugell, publicó hace ocho décadas un libro biográfico sobre el artista Manuel Hugué que está considerado una de las piezas más exquisitas del género. Y ahora la editorial Libros del Asteroide lo vuelve a publicar (traducido por Jordi Amat) con la finura a la que ya nos tiene acostumbrados este sello barcelonés.
Pla escuchó y Hugué habló. Habló sin cesar y sin cortapisas. Y de esa charla surgió un torrente de palabras, de opiniones, de vivencias, que nos permite acercarnos no sólo a la existencia, sino al alma misma de Manolo Hugué, aquel ser que comenzó siendo «un pinta absoluto» (pág.14), capaz de retratarse como «un hombre triste, de una tristeza que nunca se acaba» (pág.39), manirroto (pág.57) y frecuentador de la bohemia más estílica y disparatada. Pero que fue también un inteligente analista del ser humano, como se puede observar en algunos de sus juicios: «Cuando se encuentra gente interesada en hacer agradable la vida de los demás es que realmente se ha entrado en un país civilizado» (pág.48), «Lo primero que me interesa de un hombre es saber si ha sido probado. Creo que lo más grande que puede hacer un hombre en este mundo es aguantar los golpes de la vida en nombre de una idea abstracta, de un ideal si quieres» (pág.63), «Todo el mundo intenta, para decirlo en una palabra, contar a los demás lo extraordinario que es» (pág.98), «Los intelectuales pueden demostrarlo todo. Esta habilidad les da la posibilidad abyecta de poder demostrar que lo blanco es negro» (pág.121)...
Frases como éstas abundan aquí y allá en Vida de Manolo, y constituyen uno de los alicientes de la obra de Josep Pla. El otro, obviamente, es el estilo; pero sobre él no podemos hablar. Hay que degustarlo, dejar que nos acaricie los ojos y la mente, permitir que nos inunde y sorprenda. Gracias a Libros del Asteroide, puede afirmarse que una de las mejores obras del genial Josep Pla está, por fin, al alcance de todos en una cuidadísima edición.

lunes, 2 de febrero de 2009

Crepúsculo



Se suele decir que algo tendrá el agua, cuando la bendicen. En el mundo de los libros tal afirmación no siempre resulta reconfortante, porque hay volúmenes a los que la millonaria adhesión de sus adeptos no inyecta ningún tipo de calidad, y pasan de la cúspide de la fama al ocaso otoñal de las ediciones de bolsillo, saldadas en los chiringuitos más infames, sin más repercusión que el abultado número de ceros que depositan en las cuentas bancarias de sus autores. No ocurre así con la novela Crepúsculo, de Stephenie Meyer. Es verdad que ha vendido millones de ejemplares, que ha cautivado al público (adolescente y no adolescente) de medio mundo, que la adaptación al cine recaudó 70 millones de dólares en su primera semana de exhibición en Estados Unidos... Todo eso es cierto. Son datos objetivos. Pero hay otra verdad que flota sobre este libro, y es que está redactado con gran elegancia, con fina precisión argumental, con inteligente sentido de la psicología y con un lenguaje que, lejos de acomodarse a un nivel medio o bajo, propone retos a sus usuarios. Su protagonista femenina es Isabella Swan (Bella), una jovencita que mide un metro sesenta, de piel muy blanca, que “no sintonizaba bien con la gente” (pág. 18) y que ostenta unas aficiones singulares, como leer a William Shakespeare o Jane Austen (pág. 153). Desde su llegada al pequeño pueblecito de Forks (donde vive su padre, que es jefe de policía) descubre a una extraña familia: los Cullen, que impresionan por su belleza física, por su silencio constante y por el aislamiento frente a los demás moradores del pueblo. Son (Bella lo descubrirá poco a poco, con una lentitud excelentemente graduada por la autora) vampiros. Y por uno de ellos, llamado Edward, comenzará a sentir curiosidad, interés y finalmente amor. El joven vampiro trata de resistirse a ese impulso, que también experimenta, porque sabe que no puede mezclarse con una humana. Pero lo que ambos sienten es tan intenso, tan subyugador, tan imparable, que se acaban convirtiendo en pareja. Así, Bella descubrirá a la familia de Edward, conocerá múltiples detalles sobre los vampiros (pueden resistir la luz; no se espantan de los crucifijos; y además adoran el béisbol, según se dice en la pág. 352) y terminará escuchando de labios de Edward las dos palabras que más anhelaba: “Te quiero” (pag. 371). Lo que sucede es que ese amor tan desigual, tan extraño, tendrá que someterse a una durísima prueba, y ésta vendrá cuando otro clan de vampiros se presente en Forks y ponga en peligro la estabilidad de la pareja. La editorial Alfaguara acaba de presentar la decimocuarta edición del primer volumen de la serie (hay tres novelas más, cada cual más abultada que la anterior), traducido por José Miguel Pallarés, quien ha hecho un notable esfuerzo para verterla al español con una prosa atrayente y sin concesiones. Sólo un lunar, ínfimo, figura en la pág. 441, cuando utiliza la palabra “metereológica”, pero no empaña la espléndida música que imprime al resto del volumen. Tienen razón los lectores de Stephenie Meyer, y carecen de ella quienes critican esta obra por la mera particularidad de que se haya convertido en todo un bestseller o que tenga encandilados a los alumnos de nuestros institutos. Leer las páginas de Crepúsculo garantiza días de auténtico entusiasmo, días de volver a enamorarse de una historia bien contada. Y eso merece la pena aplaudirlo. Incluso mi hija María, que sólo tiene diez años, está enganchada con esta novela. Algo tiene el agua, definitivamente, cuando la bendicen.

domingo, 1 de febrero de 2009

Corona gótica



Don Diego de Saavedra Fajardo es, a no dudarlo, una de las glorias de la literatura política murciana. Quizá la más alta de todos los tiempos. Y ahora que se acaba de celebrar el Año Saavedra Fajardo, una feliz iniciativa aparece en las mesas de novedades de nuestras librerías: una serie de libros firmados por el eximio algezareño que, bajo la dirección de José Luis Villacañas Berlanga, saca al mercado Ediciones Tres Fronteras, con la colaboración del ayuntamiento de Murcia y la Obra Social de la CAM. El segundo tomo de esta interesante colección es el titulado Corona gótica, donde el diplomático murciano va dando cuenta de los treinta y cinco reyes godos que gobernaron en España, dejando constancia muy detallada de sus vidas, amores, devenires políticos y un no desdeñable caudal de anécdotas simpáticas o terribles.
Es interesante constatar la prolijidad de los detalles aportados por Diego de Saavedra Fajardo: el amor o desamor que sentían estos monarcas godos por sus esposas, las amantes más o menos estables que tuvieron, el modo en que educaron a sus hijos, las campañas militares en que participaron, los milagros que se obraron mientras ellos estaban en el cargo... Gusta don Diego, como cronista escrupuloso que fue, de la más intachable precisión (“Reinó Sisebuto ocho años, seis meses y seis días”, página 394); y cuando le es imposible determinar la exactitud de un suceso echa mano de las diferentes versiones que sobre el mismo circulan, para no dejar que la verdad escape de sus anotaciones (“Halló la muerte a Recesvinto en Gericos, lugar dos leguas de Valladolid, aunque el obispo Iulián dice que era del territorio de Salamanca, y Vaseo del de Palencia”, página 463). No obstante la habitual prudencia con la que narra los hechos, hay que indicar también que nuestro autor se acelera a veces de ira, como cuando relata la actitud de la reina Gosvinda quien, tras tomar de forma inadecuada la comunión (fingía ser católica por intereses políticos), la escupía secretamente (“Impía maldad, que tiembla de referirla la pluma”, anota en la página 325).
Muy destacables son también las notas al pie, en idioma latino, cuya atenta supervisión ha corrido a cargo del especialista José Antonio Molina Gómez, que suministran al tomo un hálito erudito añadido, de incalculable importancia.
Sabemos por la Historia que el proyecto original de don Diego era escribir la cronología completa de los monarcas godos, castellanos y austríacos, pero que la inmisericordia de la muerte rebajó el proyecto hasta dejarlo inconcluso (murió el diplomático en agosto de 1648, a medio componer el libro). Alonso Núñez de Castro se encargó, treinta y tres años más tarde, de culminar el ambicioso proyecto.
Bienvenida sea esta Corona gótica, y bienvenida la admirable idea de ofrecer a la cultura murciana, limpias y editadas con pulcritud, las obras de este autor barroco por parte de Ediciones Tres Fronteras.