Una
madre y una hija, frente a frente. Son (y se saben) muy distintas. La madre,
Paula, es una mujer que ha saltado los cuarenta, es profesora de Arte Dramático
y sigue siendo muy atractiva. La hija, Amanda, tiene exceso de peso, viste de
una forma desaliñada y exhibe la hurañía de quien no es feliz, porque se
minusvalora. Existen entre ellas viejas cuentas sin resolver, que la situación
dramática de En la otra habitación pone de manifiesto desde sus primeras
páginas: cuando Paula le confiesa a su hija que está esperando a un amante (el
primero con el que piensa engañar a su esposo), Amanda mostrará su rechazo, su
perplejidad y su ira, que se acrecienta cuando se entera de la identidad del
chico: un alumno de tercero de Dirección. ¿Cómo es posible que su madre esté
dispuesta a arriesgar la estabilidad de su matrimonio… por un gilipollas (es el
sustantivo que la joven emplea)? En el diálogo, tenso, cortante, ofensivo, que
se desarrolla entre ellas descubriremos los traumas de infancia de Amanda, su
actual bulimia, el desprecio que siente por esos hombres que no ven más allá de
lo físico; y también descubriremos cómo Paula ha ido tramando su relación con
Mario, cómo se ha ido endureciendo desde el punto de vista personal y
profesional para alcanzar el éxito en un mundo de hombres dominantes… Y en medio,
como una bisagra, la presencia de Mario, que las vincula de un modo mucho más
directo de lo que Paula podía imaginar al principio de la conversación.
Paloma
Pedrero consigue, no solamente dibujar a la perfección dos maneras de
enfrentarse a la existencia, sino dos temperamentos que, nutridos por la misma
sangre, pero distintos (y distantes) en todo lo demás, se ven abocados al
choque.
Absorbente y desasosegante.