martes, 28 de febrero de 2023

En la otra habitación

 


Una madre y una hija, frente a frente. Son (y se saben) muy distintas. La madre, Paula, es una mujer que ha saltado los cuarenta, es profesora de Arte Dramático y sigue siendo muy atractiva. La hija, Amanda, tiene exceso de peso, viste de una forma desaliñada y exhibe la hurañía de quien no es feliz, porque se minusvalora. Existen entre ellas viejas cuentas sin resolver, que la situación dramática de En la otra habitación pone de manifiesto desde sus primeras páginas: cuando Paula le confiesa a su hija que está esperando a un amante (el primero con el que piensa engañar a su esposo), Amanda mostrará su rechazo, su perplejidad y su ira, que se acrecienta cuando se entera de la identidad del chico: un alumno de tercero de Dirección. ¿Cómo es posible que su madre esté dispuesta a arriesgar la estabilidad de su matrimonio… por un gilipollas (es el sustantivo que la joven emplea)? En el diálogo, tenso, cortante, ofensivo, que se desarrolla entre ellas descubriremos los traumas de infancia de Amanda, su actual bulimia, el desprecio que siente por esos hombres que no ven más allá de lo físico; y también descubriremos cómo Paula ha ido tramando su relación con Mario, cómo se ha ido endureciendo desde el punto de vista personal y profesional para alcanzar el éxito en un mundo de hombres dominantes… Y en medio, como una bisagra, la presencia de Mario, que las vincula de un modo mucho más directo de lo que Paula podía imaginar al principio de la conversación.

Paloma Pedrero consigue, no solamente dibujar a la perfección dos maneras de enfrentarse a la existencia, sino dos temperamentos que, nutridos por la misma sangre, pero distintos (y distantes) en todo lo demás, se ven abocados al choque.

Absorbente y desasosegante.

domingo, 26 de febrero de 2023

La caída

 


Una amalgama de relatos de Thomas Mann conforma el volumen titulado La caída, que leo en la traducción de J. A. Bravo y J. Fontcuberta, publicada por Luis de Caralt (Barcelona, 1978). Y utilizo con plena conciencia el sustantivo “amalgama”, para aludir a la condición heterogénea de estas narraciones, que oscilan entre la solidez más embriagadora y la inanidad más desconcertante. Se me podrá argüir que tal desequilibro no resulta extraño en muchos tomos de este formato, y no seré yo quien lo desmienta; pero me permitiré recordar que nos encontramos ante un premio Nobel (1929) y que la diferencia entre las primeras y las segundas resulta demasiado aparatosa.

Me ceñiré, por una elemental cortesía (Mann se ganó mi respeto hace años y no lo van a erosionar algunas páginas fallidas), a aquellas producciones que se me antojan más logradas. Me refiero a “La caída” (donde se nos habla de un fervoroso enamoramiento, que termina estrellándose contra la grosería nauseabunda del sexo venal), “La muerte” (inquietante historia protagonizada por un conde viudo que se obsesiona con la certidumbre de que la muerte lo golpeará, sin falta y con exactitud, el 12 de octubre), “Voluntad de vivir” (la terca resistencia que un joven ofrece a las asechanzas de la enfermedad, porque dispone de un motivo amoroso y vengativo que lo sustenta), “Tobías Mindernickel” (que sorprende por su densa textura psicológica) o “Luisita” (donde sentimos una profunda lástima por el elefantiásico abogado Jacoby, al que su mujer veja de un modo inicuo, pese a la ternura constante de su amor).

Alejada de efusiones sentimentales y de adjetivaciones vistosas, la prosa de Mann despliega en estos relatos un alto poder de sugestión, que te lleva de la mano hasta su delta. Admirable.

viernes, 24 de febrero de 2023

Las Meninas

 


Nos situamos a mitades del siglo XVII, en la ciudad de Madrid. Una parte de la Corte de Felipe IV se encuentra agitada y molesta con don Diego Velázquez, pintor amado y protegido por el monarca, quien acaricia la idea de pintar un lienzo que muchos juzgan provocador, en el que una infanta quedará retratada junto a sus sirvientas, sus enanos (Mari Bárbola y Nicolasillo) y un perro. Los reyes, qué osadía, apenas serán visibles en la imagen borrosa de un espejo. Y el propio Velázquez quedará inmortalizado como figura notoria del cuadro. Para impedir esa indigna falta de respeto y esa evidente soberbia se movilizan todo tipo de figuras: pintores rivales que envidian su talento y su posición en la Corte (Angelo Nardi), familiares que buscan su descrédito para medrar (José Nieto), religiosos que no dudan en recordar su afición por pintar mujeres desnudas (un dominico) y hasta algunos nobles que lo consideran inadecuadamente cercano al rey (el marqués). Frente a todas esas asechanzas virulentas y codiciosas, don Diego apenas cuenta con el apoyo de la infanta María Teresa (que lo admira, pero que poco puede alzar la voz frente a la ceguera de su padre) y a la balbuciente fe de su esposa Juana (que lo quiere, pero que se encuentra zarandeada por la sospecha de que Diego le fue infiel en Italia con alguna de sus bellas modelos). Lo que está en juego es la creación (o prohibición) del futuro cuadro “Las Meninas”.

Con esta excepcional obra dramática, Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916) nos ofrece una visión profunda y descarnada de aquella España podrida, en la cual el rey se dedicaba al ejercicio de la caza y a engendrar hijos bastardos; sus consejeros desviaban o despilfarraban los caudales públicos para mantener una farsa de prosperidad; el pueblo moría de hambre, atosigado por crecientes impuestos, sin que le resultase permitida ni siquiera la protesta; los dignatarios eclesiásticos se solazaban en la impunidad y en el control de la vida moral del país; y el resto de Europa, descubiertas las fisuras del otrora gigante hispánico, comenzaban a tomar posiciones para suplantarlo en su lugar hegemónico. Pero también nos pasea por el alma y por los ojos de un pintor único, mostrándonos sus inquietudes, sus firmezas, sus temores, sus búsquedas estéticas (cuando Nardi le recrimina que una parte de sus retratos sea nítida y detallista, mientras que el resto queda un poco difuminado, Velázquez responde con una aguda precisión artística y oftalmológica: “Vos creéis que hay que pintar las cosas. Yo pinto el ver”).

Pintor y dibujante en sus inicios (y de notable técnica), Buero Vallejo realiza una brillante inmersión en el espíritu de Velázquez y nos regala un drama de altísimo valor, lleno de ternura y tragedia, que figura entre sus obras más notables.

miércoles, 22 de febrero de 2023

El lector del tren de las 6.27

 


Guibrando Viñol es un muchacho de 36 años que lleva toda la vida bajo la losa de su nombre ridículo, que se presta a todo tipo de deformaciones y juegos tontos de palabras. Habita en una pequeña vivienda, con la única compañía de un pez rojo (al que alimenta con cariño y al que le cuenta los detalles de su día a día). Trabaja en una fábrica y se ocupa de activar y mantener en funcionamiento una horrenda máquina Zerstor 500, que destruye libros con una eficacia y una voracidad aterradoras. Sus dos únicos amigos son Giuseppe (que perdió sus piernas en un grave accidente dentro de la Zerstor) e Yvon Grimbert (que recita siempre versos dodecasílabos, de alta sonoridad). Y su única distracción consiste en leer en voz alta, en el vagón de cercanías que utiliza para ir a la fábrica, las pobres páginas que consiste rescatar del interior de la Zerstor, milagrosamente intactas. Así es la vida de Guibrando: monótona, insatisfactoria, solitaria y mentirosa (su madre cree que trabaja en una imprenta, como auxiliar de publicaciones).

Pero basta un pendrive, un simple pendrive encontrado en el vagón de manera fortuita, para que la vida de Guibrando experimente un vuelco, porque la persona que lo ha perdido (que se identifica como Julie) ha almacenado en esa memoria USB setenta y dos archivos de texto donde consigna anécdotas de su vida como limpiadora de lavabos en unos grandes almacenes. Tras leerlos varias veces, el tímido Guibrando comienza a obsesionarse con esa chica, a la que le gustaría conocer: su amigo Giuseppe, postrado en una silla de ruedas y obsesionado a su vez con la adquisición de todos los ejemplares que existan del libro Jardines y huertos de antaño, de Jean-Eude Freyssinet (la razón tendrá que averiguarla quien lea la novela, y les aseguro que es fascinante y conmovedora), se dispone a ayudarlo en esa búsqueda.

Un relato dulce y bronco a la vez, ilusionado y amargo, El lector del tren de las 6.27 (que traduce Adolfo García Ortega para Seix Barral) es una obra que te lleva de la sonrisa a las lágrimas, de la emoción al desconcierto, y que al final se tiñe de ternura, en un tirabuzón quizá algo candoroso, pero de alta eficacia.

Léanla.

lunes, 20 de febrero de 2023

Las flores radiactivas

 


A mí, los libros de Agustín Fernández Paz me gustan mucho. Vaya esa declaración (tan aclaratoria como rotunda) por delante. Tres de ellos los he reseñado en mi blog: Tres pasos por el misterio (2009), Mi nombre es Skywalker (2020) y Las fronteras del miedo (también en 2020). Y algunos más pasaron por mis ojos antes de que dispusiera de este lugar en el que anoto mis comentarios. Así que cuando cayó por mis manos hace unos días la novela juvenil Las flores radiactivas no me lo pensé ni un minuto: tenía que leerla. Y así lo he hecho.

El problema es que, ay, me ha defraudado. Quizá porque se trataba (lo he descubierto después) de su primera publicación; quizá porque mis expectativas eran demasiado altas; quizá porque su ñoñería me ha resultado chirriante. No lo sabría precisar. Tal vez se trate de una mezcla de factores. La idea de partida era, para qué decir otra cosa, muy buena: la aparición de una extraña fosforescencia que llama la atención de las autoridades en una zona de alta mar donde, durante años, se han vertido centenares de bidones de productos radiactivos. ¿Acaso se han roto algunos de esos bidones y se ha producido un escape contaminante? ¿Es peligrosa esa luz que abrillanta el mar y es visible desde centenares de metros de distancia? Pescadores, ecologistas y hasta militares se encuentran nerviosos y se empeñan en descubrir (cada grupo a su manera) el origen y el alcance de esa inquietante fosforescencia, sobre la que se formulan todo tipo de suposiciones.

Hasta ahí, bien.

El problema es que el autor resuelve el enigma por la vía más absurda, indicando que se trata de una gran acumulación de flores, que absorben y neutralizan la radioactividad, pero que emiten un aroma embriagador, que produce un extraño cambio en quienes lo aspiran. En ese punto, la narración se le va de las manos a Fernández Paz, que se desliza hacia una fantasía adolescente de pocos quilates. Agradable, sí, pero de un candor que raya en la idiocia y de un maniqueísmo casi insultante: todos los militares son malos, perversos, retorcidos, crueles, sádicos y pretenden destrozar el mundo, mientras que todos los ecologistas son ángeles de bondad inmarcesible, honestos, inmaculados y rectísimos. El resultado es burdo, sobre todo porque la presunta justificación de que la novela está dirigida a un público de edad reducida no redime ni mejora un planteamiento simplista que, siendo a veces disculpable, peca aquí de excesivo.

sábado, 18 de febrero de 2023

Los ojos de la noche

 


A veces, cuando la desesperación alcanza su máxima altura dentro de nosotros y las lágrimas son tan abundantes y espesas que ni siquiera se deslizan por nuestra cara, elegimos un sendero turbulento o irreversible en el que adentrarnos; un camino que, a pesar de su condición ríspida, se nos figura el único viable. En esos instantes, nada tienen que decir el cerebro, la sensatez o la cordura, porque es el desgarro el que se apropia de la voluntad, es la desesperación la que enarbola sus banderas.

Una mujer madura y con buena posición económica, infeliz en su matrimonio y huérfana de afectos, ha decidido contratar a un muchacho ciego y se lo ha llevado a la habitación de un hotel. No busca la animalidad primaria del sexo, no quiere deslizarse por el grotesco tobogán del engaño. Quiere algo más: ser escuchada. Que un ser sin ojos, pero con oídos, se convierta en el recipiente sobre el que verter su frustración, su soledad, su desconcierto. Pero la ceremonia no va a celebrarse del modo en que ella previó, porque el muchacho, refractario a su condición pasiva o ancilar, le formulará preguntas, la obligará a explicarse, la observará. Así que el aterrador propósito que ella acariciaba en secreto para el final del día (y que descubrimos en las páginas postreras) sufrirá una mutación imprevista.

Dueña de una capacidad casi hipnótica para introducirse en el alma de sus personajes y desnudarlos ante nosotros (y ante sí mismos), la dramaturga madrileña Paloma Pedrero nos ofrece en esta intensa pieza una dura reflexión sobre el modo triste (y quizá inexorable) en que las ilusiones se marchitan y nos dejan como único regalo su niebla pegajosa. La mujer (quien simbólicamente se llama Lucía) ya no disfruta de un cuerpo terso y juvenil; y ha perdido, además, toda lujuria con respecto a su esposo, figura que adopta líneas de paisaje. Pero el muchacho (quien simbólicamente se llama Ángel) es capaz de atravesarla con sus ojos vacíos y revelarle pliegues escondidos y emociones larvadas que ella, sin saberlo, portaba en el alma. Es difícil escenificar con más brillantez el encuentro (combate y caricia) entre dos corazones.

Paloma Pedrero, siempre lúcida y memorable.

jueves, 16 de febrero de 2023

La traición

 


Finn, Sara, Anne y Miguel son unos jóvenes que viven en la isla Alegría, en pleno Trópico, desde que esta propiedad fue puesta en sus manos por el capitán Mandayville. Y la gran alteración de sus vidas se produce cuando a la costa llega un náufrago moribundo, cuyas últimas palabras aluden a un halcón de oro y piedras preciosas que perteneció al emperador Carlos V, que permanece desde hace décadas en paradero desconocido y que ahora puede ser recuperado. Como se puede observar, un planteamiento muy sugerente que sirve como arranque para esta novela juvenil que, con el título de La traición, firma Paul Thiès, traduce Ana Mª Navarrete Curberlo y publica Edelvives. Y ahí, me temo, se acaban los primores de la obra, porque el resto está desdibujado, resulta confuso, incurre en lo inverosímil o provoca el enarcado de cejas de los lectores. ¿Un muchachito que fue rescatado de su condición de esclavo y que ahora recita largos fragmentos poéticos de John Donne (p.22), prepara banquetes “dignos de Lúculo” (p.41) y cuando ve a la chica amada siente que “Shakespeare, Ronsard o Petrarca hablan en mi lugar” (p.83)? ¿Un muchachito que se fuga de un campamento de esclavos porque consiguió ocultar belladona en polvo entre su pelo, preparó un veneno para distraer a sus captores y luego encontró un oportuno objeto metálico en pleno manglar, con el que fabricó una sierra para separarse de sus cadenas? Se podrían aducir más ejemplos, pero estimo que incurriría en la saña.

Creo que la existencia de ese halcón legendario, ahora escondido en un lugar que dos manuscritos protegen, daba para más (para mucho más) de lo que Thiès logra en sus páginas, en las que se frena y se acelera sin medida, en las que todos sus personajes varían de textura emocional como dando brincos y en la que incluso el descubrimiento de la joya provoca bostezos en el lector, por la forma grisácea y desmañada con la que describe su recuperación. Es como si las películas de Indiana Jones las hubiera rodado Ed Wood.

No la olvidaré pronto: ya lo he hecho.

martes, 14 de febrero de 2023

Huye de mí, rubio

 


Sus padres (un ingeniero teutón que trabaja para una multinacional y una mujer snob que vive pendiente del lujo) están separados, pero los vínculos que Ismael mantiene con ellos no son, en ninguno de los dos casos, afectuosos. El padre es un hombre rígido que no le prodiga más que órdenes; la madre, distraída por la gastronomía y los amantes, lo hace sentirse un estorbo. A sus quince años, Ismael es un chico desnortado y huérfano de calor, que se refugia en el único sitio donde se siente libre y a salvo: su libreta, donde va dibujando y componiendo poemas. Pero una estancia con su padre, que está trabajando en la construcción de una presa en la República de Sierramagna (Centroamérica), dará un vuelco a su vida: tras algunas experiencias desagradables en forma de robos y agresiones, el chico será secuestrado por la guerrilla y se verá, tras un viaje infernal a través de la selva (a pie, maniatado, comido por los insectos y torturado por el hambre y la sed), en el interior de un campamento lleno de personas furibundas, que lo odian por la blancura de su piel y su condición de hijo de capitalista. Mantenerse vivo y que su familia acceda a pagar el rescate son las únicas fuerzas que le permiten seguir en pie, aunque las atrocidades que irá viendo a su alrededor vayan minando su alma.

Con esta novela dura y firme, Óscar Esquivias aborda temas aparentemente poco adecuados para un público juvenil (la obra se dirige a lectores a partir de catorce años), pero lo hace con tanta inteligencia y con tan buen tino que sin duda logra su objetivo: la brutalidad de ciertas ideas revolucionarias, la violencia de quienes en apariencia nada tienen que perder, la degradación y la venalidad de algunos periodistas, la crudeza de las políticas represivas… Conseguir que una novela en la que se producen fusilamientos, cortes con machetes, manos amputadas o ingesta de drogas resulte educativa y catártica es toda una proeza, así que les recomiendo que no se pierdan esta obra. Y no se pierdan tampoco, por favor, el giro inesperado que se produce en el párrafo final, que cambia un buen número de ideas preconcebidas que pudiéramos tener sobre las emociones que asaltan al protagonista.

Óscar Esquivias es un auténtico maestro. Escribiendo para adultos y escribiendo para jóvenes. Punto.

domingo, 12 de febrero de 2023

En el túnel un pájaro

 


Enrique Urdiales, un autor dramático de éxito que ahora se encuentra en una residencia de ancianos aquejado por un cáncer terminal, recibe la noticia de que su hermana Ambrosia (de la que no ha sabido nada desde que los separaron en la primerísima infancia) ha logrado dar con él a través de un programa televisivo y pretende el reencuentro. Furibundo, desconfiado y huraño, se niega al principio a mantener ese contacto, pero cuando finalmente sucumbe a la reunión descubre que entre ambos se ha establecido una extraña corriente íntima que los vincula. La sigue llamando “vieja” y fingiéndose loco, porque su orgullo es tan grande como su susceptibilidad, aunque comprende que la necesita a su lado; sobre todo, desde que ha decidido incluirla en la última obra teatral que quiere componer, antes de que la muerte lo neutralice. Margarita, la enfermera que cuida de él, le sugiere el título de En el túnel un pájaro, habida cuenta del amor que siempre ha sentido Enrique Urdiales por la figura de san Juan de la Cruz, el gran pájaro solitario. El problema es que no logra escribir el acto final que le dé sentido a la tragedia. Lo encontrará, no obstante, cuando Ambrosia llegue un día con un frasquito de licor muy especial y con unas palabras que susurra en el oído de Enrique: “Ahora se te pasará todo, todo lo malo. Lo he preparado yo para ti”. Luego, abrazándolo, dejará que él se duerma para siempre. Que vuele alto. Como el pájaro solitario.

Reflexión impresionante sobre la vejez, la decrepitud, la consunción, el dolor y la muerte, esta pieza de Paloma Pedrero (Madrid, 1957) mezcla con extrema eficacia el humor y la crueldad, el sexo y el sarcasmo, la compasión y la esperanza, y nos enfrenta con uno de los temas más duros de afrontar para el espíritu humano: la eutanasia por amor.

viernes, 10 de febrero de 2023

Las cosas de la vida

 


Acabo de leer el delicioso volumen Las cosas de la vida. Guía para perplejos, de Andrés Amorós (Fórcola, 2022). Y, contraviniendo mi costumbre de “devorar” las obras que consiguen capturar mi atención, he empleado en hacerlo todo un mes. La explicación es sencilla: tras deleitarme con los dos primeros capítulos, donde se nos habla de la culpa, del arrepentimiento y de la dificultad de conocerse a sí mismo, me di cuenta de que la textura del libro requería una lectura pausada, espaciada, lenta y reflexiva. No se trataba de recorrer el tomo, sino de permitir que él me recorriera a mí. De tal modo que opté por imponerme el freno de abordar cada jornada, solamente, un capítulo: ni más, ni menos. Leerlo con calma, sin ruidos ambientales, a ser posible de noche; y extraer de él toda su sabia savia. Valorar las innumerables citas que Andrés Amorós incorpora en cada uno de ellos y entender la conexión entre ellas y la oportunidad de su aducción.

Al fin, todos los cristalitos de colores forman una vidriera excepcional, donde los nombres egregios de Cervantes, Montaigne, Pascal, Shakespeare, san Agustín o Antonio Machado son invocados con inteligencia, permitiéndonos acceder a una crestomatía plural, densa y fértil, que nos adentra no solamente en el corazón de la sabiduría, sino también en el corazón mismo del autor. Porque la gran lección de este libro consiste en descubrir que Amorós ha necesitado toda su vida para recopilar, reflexionar y relacionar estas citas, que no actúan aquí como exhibiciones pedantes, ni como aforismos de relumbrón, sino como destilaciones lentas, cuyo objetivo es invitarnos a pensar y sentir la paz y el saber profundos de sus palabras. En cada una de las habitaciones de este castillo interior aprendemos algo sobre la vanidad, la memoria, la experiencia, el trabajo, el respeto, la excelencia, el orgullo o las afinidades electivas; y cuando todas las teselas nos han sido mostradas, el mosaico deslumbra.

Si me permiten el consejo, léanlo de la misma forma que yo: disfruten de cada página. No se apresuren. El alambique-Amorós se ha esforzado para entregarnos un licor deleitoso, que conviene paladear. Pruébenlo con los ojos abiertos; luego ciérrenlos y reflexionen. Verán qué maravilla.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Oficios que no valen la pena

 


La primera vez que cayó en mis manos (o en mis ojos) un escrito de Enrique Gallud Jardiel fue en 2018: el estupendo prólogo que le puso a Gacetilla rimada, de su abuelo Enrique Jardiel Poncela. A partir de él conocí la labor extensa y polifacética de este valenciano, del que ahora me leo el volumen Oficios que no valen la pena, editado con el sello Dokusou, donde se nos habla de un buen número de profesiones sobre las cuales pende la sombra del descrédito, la mala fama y otras penalidades: los letrineros, los mercenarios, los inquisidores, los adivinos, los sexadores de pollos, los cineastas españoles o los carceleros. Y para abordar esas aproximaciones recurre tanto al verso como a la prosa, incluyendo en este último bloque unas divertidas secuencias teatrales cuyos protagonistas son personajes tan heterogéneos como Galileo Galilei, el Cid Campeador o el conde Olinos.

El peligro que suelen correr los autores que pretenden hacerse los graciosos no afecta ni de lejos, créanme, a Enrique Gallud, porque él sí que es chispeante, ingenioso, inteligente y versátil. Domina los registros del humor y los baraja con brillantez, pero igualmente es admirable a la hora de combinarlos con instantes donde prima la seriedad (léanse, por ejemplo, su feroz posición antitaurina; o su desdén indignado por las personas que eligen la caza como distracción; o su tristeza cuando constata el modo en que la televisión y el resto de medios nos manipulan para que permanezcamos en la peor de las ignorancias). Y qué quieren que les diga: a mí un libro que me hace sonreír y, a la vez, me hace pensar, ¿cómo no va a gustarme?

Una obra para pasar buenos ratos (en los labios y en el cerebro) y que satisface tener en la estantería para abrirla de vez en cuando, al azar, y dejar que nos vuelva su aroma.

lunes, 6 de febrero de 2023

Vuelo hacia dentro

 


Resulta difícil imaginar que pueda llegarse a la senectud (vital y literaria) con una majestad superior a la que despliega entre nosotros Dionisia García. Cada libro suyo es un pequeño diamante, bruñido y espléndido, que los lectores tenemos la inmensa suerte de disfrutar y conservar en nuestras estanterías. Da igual que sea en prosa o en verso; da igual que sean estrofas o máximas. Su palabra es siempre luz y agua fresca, sabiduría y novedad, columna jónica. Esta evidencia vuelve a quedar de manifiesto en Vuelo hacia dentro (Libros del Aire, 2022), volumen de aforismos que, como todos los suyos, procede de una larga acumulación y una larga decantación (las reflexiones que aquí se alinean comenzaron a fraguarse en marzo de 1999 y se prolongan hasta noviembre de 2018). Aquí se habla del ser humano, de Dios, de la libertad, de la muerte, de la necesidad de amar a nuestros semejantes, de los encuentros gozosos con poetas queridos, de voces que alegran desde el otro lado del teléfono, de la terca insensatez de las guerras, de la memoria, de Gutenberg y Steinbeck, de Borges y Montaigne, de música y de política, de la mentira y la verdad. La mirada ecuménica de Dionisia García planea sobre todo lo humano y lo divino, extrayendo para nosotros su gota pura de opinión o de saber, que deposita en nuestras pupilas.

Condensarlo es inútil, además de imposible, porque ningún color es más importante que otro en el arco iris. Pero no me resisto a dejar anotadas algunas de sus líneas, para que ustedes se hagan una idea de lo que encontrarán a raudales en este volumen mayestático: “Lo inquebrantable puede hacerse añicos”. “Vivimos de milagro y nos parece poco”. “Ruego: Quien sepa qué está pasando que ponga precio a su verdad”. “El no entender por qué estamos aquí es una penitencia de por vida”. “Quienes van a morir, buscan una mirada que los acoja”. “El lado triste de nuestra existencia lo vendemos, y tiene muchos compradores”. “Los poetas no mueren, se relevan”. “Para un ratito que estamos en este planeta, vaya revuelo que armamos”. “Los eminentes están arrinconados por tanto ruido”. “Cervantes, a la luz de una vela, creó un mundo perdurable. Quizá en esta época sobren resplandores”. “Cada noche me despido de mí, por si acaso”. “El último día no lo podremos contar…”.

sábado, 4 de febrero de 2023

El Goya del Titanic

 


No incurro en ninguna vileza ni en ningún spoiler (perdóneseme la palabra, tan usada últimamente en nuestro mundo de series televisivas) si adelanto algunos elementos argumentales que ya vienen insinuados en el título mismo de esta novela: Francisco de Goya, el sordo de Fuendetodos, pintó un retrato de Godoy, por encargo del ayuntamiento de Murcia, en los primeros años del siglo XIX. Y esa obra, por una serie de avatares asombrosos, casi rocambolescos, terminó en el camarote del capitán del Titanic, Edward John Smith; y, por tanto, se halla en el fondo del océano Atlántico desde el mes de abril de 1912. ¿Cómo se las organiza Santiago Delgado para introducir en esta trama seductora al conde de Floridablanca, a Antonete Gálvez, al marqués lorquino Pedro Rossique, al artista caravaqueño Rafael Tegeo, al duque de Wellington, al multimillonario John Jacob Astor IV (el hombre más rico del mundo en su día), al banquero Rothschild y a otros singulares personajes franceses, ingleses y norteamericanos entre 1800 y la actualidad? Pues oigan, se las organiza. Y lo hace (ningún asombro causará tal afirmación entre quienes conocen sus libros) con una desenvoltura y unos conocimientos históricos y artísticos que anonadan. Todos los detalles están milimétricamente calculados, todas las acciones se articulan de modo coherente, todos los emplazamientos resultan creíbles, todos los razonamientos (políticos, militares, económicos) se antojan impecables. El resultado es una novela de gran intensidad y marcado poder magnético, que la editorial MurciaLibro ha tenido la inteligencia de publicar y que nos ratifica algo que ya estaba clarísimo desde hace muchos años: que Santiago es uno de los creadores más firmes y poliédricos con los que cuenta la historia de la Región de Murcia.

Con este argumento, lleno de sorpresas, heroicidades, erotismo, argucias y viajes, un guionista avispado vertebraría una serie (hablaba de series al comienzo de mi comentario y quiero acabarla del mismo modo) de éxito asegurado. Lean ustedes la novela y seguro que me dan la razón.

jueves, 2 de febrero de 2023

La isla de los Pavos Reales

 


Con los detalles que el narrador va diseminando como pétalos tristes por esta novela podemos reconstruir, en parte, esa flor ahora tronchada que se llamó, en vida, Achternach. Trabajaba como experimentado fiscal en la Audiencia situada en la Witzlebenstrasse; y un día, para sorpresa de compañeros y familia, decidió defender a un acusado. A partir de entonces, malherido por una extraña melancolía, su temperamento se fue volviendo taciturno, silente, huraño. Se refugiaba de forma perpetua en el desván de la casa de su suegro, Fehrenmark, donde vivía con su esposa Gerda; y se volvió un hombre impenetrable y arisco. Lentamente, con la reiteración obstinada de su encierro, fue colmando la paciencia del octogenario Fehrenmark, quien llegó a pronunciar ante él unas terribles palabras (“El honor del nihilista, herr Achternach, consiste todavía en el suicidio”, p.87), las cuales no sirvieron más que para perfeccionar su abatimiento y su misantropía, hasta límites patológicos (“El desgarro existencial es incurable”, p.99). Un buen número de somníferos, disueltos en el café que le sirve su esposa, actuarán como drástica puerta de salida para su situación.

Pero su muerte acarrea para Gerda un trauma irresoluble, que la mujer mitiga por la vía más inesperada: actuando como si Achternach continuase vivo junto a ella. Así, le pone su plato y su copa a la hora de comer, habla en voz alta como si conversase con su esposo, mira el vacío como si él estuviera a su lado en la sala… Preocupado por la salud mental de su hija, Fehrenmark invita a la casa al médico Merten, antiguo amigo de Achternach y antiguo pretendiente de Gerda, con el objetivo de que la ayude en su recuperación emocional, quizá incluso casándose con ella. Pero la convivencia no va a resultar sencilla para ninguno de los tres. O de los cuatro.

La isla de los Pavos Reales, la novela de Hartmut Lange que Ana María de la Fuente tradujo y que fue publicada en 1988 por el sello Seix Barral, es un texto lánguido, donde la fatiga vital, el cansancio espiritual y unos paisajes moderados por la bruma consiguen aunarse para conformar un libro muy hermoso.

miércoles, 1 de febrero de 2023

Literatura mínima

 


Por influencia de la publicidad (o por otras razones que me imagino que serán tan variadas como respetables), hay ciertas personas que buscan sus lecturas entre los autores emergentes de Milwaukee, los fiordos escandinavos o la costa de Namibia. Yo, que soy más de andar por casa, suelo fijarme en escritores que tengo más cercanos: en Murcia, en Moratalla, en Alcantarilla, en Cartagena, en Molina de Segura, en Santomera. Imagino que no es ni mejor ni peor: es mi forma de ver las cosas. Y hoy, siguiendo esa línea, vuelvo a un interesante narrador de Mula al que conocí literariamente leyendo su volumen Atropia, que ya dejé anotado en este Librario íntimo. Mi nueva aproximación se ha centrado en la colección de cuentos titulada Literatura mínima, que el sello DobleCé Ediciones puso en circulación en 2022.

En estas nueve fabulaciones, Manuel Susarte Román nos deja pequeñas gotas melancólicas en la voz de un anciano (“Besos de membrillo”); historias que nos dejan sorprendidos en sus instantes últimos, con trallazos que nos hacen abrir los ojos (“Buscando el equilibrio” o “El monstruo”); regalos cuánticos sorprendentes que se instalan en el corazón y no lo abandonan nunca (“De cajas y gatos”); duras críticas a un mundillo literario que se basa en la mendacidad de unos y el candor de otros (“Incógnito”); e historias que traspasan la frontera de “lo real” para conducirnos a un territorio cenagoso y oscuro donde el espanto puede erizarnos la piel como se la eriza a los protagonistas (“Sombras”, “Campanas en la lluvia” o “Fotografías”).

En cada uno de estos viajes narrativos, Manuel Susarte resulta convincente y eficaz. Sabe perfectamente lo que está haciendo y, por eso, dispone sus materiales con alto sentido sobre las páginas. El resultado son nueve pequeñas maquinarias de gran belleza, sin fisuras, muy agradables de leer.