jueves, 31 de agosto de 2023

¡Adiós, Martínez!

 


Reconozco sin vergüenza y con alegría que ignoraba la existencia de esta obra de Almudena Grandes. Sin vergüenza, porque no pertenezco a esa estirpe soberbia de lectores y críticos que pretenden “saberlo todo”: mis lagunas son enormes. Y con alegría porque eso me ha permitido acercarme a una faceta ignorada de aquel diamante narrativo al que tanta devoción profeso desde hace años. Este relato se titula ¡Adiós, Martínez!, fue ilustrado por Sylvia Vivanco Extramiana y lo publicó el sello Alfaguara en colaboración con el diario El País en 2014.

Sus dos protagonistas principales son Casilda y Martín. Ella es una niña recién llegada al colegio, acomplejada por su timidez y por sus kilos de más; él, un niño solitario y con una ortodoncia algo aparatosa que, convencido de su inexistente atractivo físico y de sus nulas habilidades en el deporte, ha inventado a Martínez, un alter ego que es alto, guapo y juega de cine al baloncesto. Pronto, se unirán sus soledades y se irán fundiendo en una deliciosa relación de amistad, que los liberará a ambos de sus traumas y de sus ideas negativas.

Un texto indispensable para que nuestros hijos e hijas comprendan que solamente los idiotas se fijan y ceban en los “defectos” exteriores de los demás, perdiéndose así todas las luces que se encuentran en su interior.

Búsquenlo, para seguir recordando a Almudena Grandes.

martes, 29 de agosto de 2023

Todo ese fuego

 


En la casa parroquial de Haworth “todo era felizmente aburrido y normal” (p.18): tanto la sirvienta como las tres hermanas que se encuentran en su interior están realizando las tareas domésticas después del desayuno: planchan sábanas y camisas, hornean el pan, alisan con cuidado las camas, friegan las tazas del desayuno… En apariencia, nada de esta escena costumbrista parece incorporar matices que la hagan diferente de otra vivienda cualquiera del siglo XIX; pero uno de ellos sí que resulta bastante significativo: no, desde luego, que la vieja criada se llame Tabby, pero sí que las tres hermanas se apelliden Brontë. En efecto, la magnífica escritora Ángeles Caso (Gijón, 1959) coloca ante nuestros ojos el ambiente familiar de una casa que carece de matriarca (murió de cáncer, dejando seis hijos desamparados y convirtiendo en viudo al reverendo) y en la que la tía Elizabeth, soltera, ha decidido renunciar a todas las comodidades de su vida para desplazarse hasta allí y cuidarlos a todos.

Las vidas de Charlotte, Emily y Anne son tan grises como las de todas las mujeres de la época, quienes están destinadas a convertirse en sumisas esposas, madres continuas o institutrices de niñas tan grises e indistintas como ellas mismas; pero en las almas de estas tres jóvenes alienta un afán especial: el de publicar sus obras. Primero, las poéticas; después, las novelísticas. ¿Por qué no puede ser posible convertir en tinta sus fantasías? ¿Por qué no pueden soñar con hacerse famosas?

De momento, han de ganarse pequeños honorarios como pueden, porque los gastos de la familia y el escaso sueldo del progenitor las obligan a ello. Charlotte, por ejemplo, tuvo que emplearse como institutriz, “soportando a niños malcriados, padres groseros y madres estiradas y estúpidas como peces nadando en una pecera de agua tibia, que la miraban por encima del hombro y la trataban con displicencia porque era más pobre que ellas” (p.66). Obligadas a la discreción victoriana, viven en “la cárcel invisible de la vida femenina” (p.137), la cual les resulta tan castrante como insatisfactoria. Pero logran mantenerse firmes gracias a su humildad exterior y al fogoso cultivo de la literatura, que las ocupa en el silencio fértil de las tardes y las ha convertido (así lo piensa su padre) en mujeres “apasionadas y pensativas y aisladas y excéntricas” (p.104).

Mucho más constantes que su hermano Branwell (que malbarata su talento por los caminos de la vagancia, el alcohol y el láudano), se lanzarán a la aventura de publicar sus primeros poemas con seudónimos masculinos; y, posteriormente, entregarán al mundo sus asombrosas novelas: Jane Eyre (Charlotte), Cumbres borrascosas (Emily) y Agnes Grey (Anne). Esas obras nos permiten comprender que, además de ser “temblorosas como gorriones perdidos en el invierno y, al mismo tiempo, inmensas como aves gigantescas que pudieran sobrevolar el mundo y abarcarlo amorosas entre sus alas” (p.201), fueron también espléndidas narradoras, que se han incorporado por derecho propio a la historia de la literatura universal.

Ángeles Caso, moviéndose con habilidad y con brillantez entre los terrenos de la veracidad y de la fantasía (es historiadora y es novelista), nos regala un volumen fascinante, meticuloso en el dibujo de los paisajes, finísimo en la penetración psicológica de sus retratos y muy elegante en su plasmación literaria.

domingo, 27 de agosto de 2023

Palabras que son átomos de un gas venenoso

 


A veces, el éxito de un libro (y pongo en cursiva la palabra “éxito” para que todo el mundo entienda que me refiero a una noción comercial alejada de todos los estándares literarios: número de ventas, repercusión en los medios de comunicación, etc.) depende de circunstancias que nada tienen que ver con la calidad intrínseca del texto. Tomaré como ejemplo el volumen Palabras que son átomos de un gas venenoso, publicado por el sello Liliputienses y firmado por Los KFGC, que vio la luz en España pocas semanas antes de que explotase (ay) la nefasta pandemia del coronavirus, que con toda seguridad frenó muchas de las posibilidades del tomo. Son 331 páginas de pura explosión creativa, en las que un colectivo burbujeante, innovador, joven, aguerrido y atrevido, formado por varios autores (los textos de presentación están firmados por Ánuar Zúñiga, Gerardo Ocejo, Rodrigo Román, Andrei Vásquez y Jorge Sosa, pero se invocan igualmente los nombres de otros componentes, como Jorge Alberto, Jorge Armando u Oliver Ayrí), juega con las palabras, con el surrealismo, con la música, con las imágenes, con el humor, con el sexo, con las nociones sacrosantas (familia, patria, religión) y con todo lo habido y por haber. No parecen existir límites para su ebullición de verso y prosa, para sus proclamas de vida y rebeldía (“No hagas caso a los maestros, / las únicas opciones / son ser ninja o burócrata”), para sus viñetas líricas y visuales (“Dormir enredado en las sábanas de un hotel sin saber que la mujer que duerme junto a ti está muerta”), para sus metáforas tristes (“En la esquina un hombrecito verde y luminoso me avisa que tengo doce segundos para cruzar la calle. Lo miro caminar cada vez más rápido dentro de su círculo negro, no sabe que nunca llegará a sitio alguno. Quedan siete segundos, camino junto al hombrecito verde. Si todo sale bien, caminaré junto a él dos veces al día durante los próximos treinta y cuatro años, hasta que me retire. Tampoco llegaré a ningún lado”) o para sus escenas familiares reinterpretadas (“Cada año, después de soplar las velas, / cuando aprietas el cuchillo, / la gente canta más alto / para que no escuches / la voz en tu cabeza / gritando que el pastel eres tú”).

Este libro, que reúne varios años de investigación poética y de roturación de caminos, lo tiene todo para convertirse en un hito editorial no solamente en España, sino en el ámbito hispanoamericano. Y “cuando me toque devolver el carbono” (copio un verso de la página 147) sé que me sentiré muy feliz de haberlo paladeado, porque (y ahora copio otro de la página 35) “provocó una explosión de astillas en mi sangre”.

ESPECTACULAR.

viernes, 25 de agosto de 2023

Rescate en el tiempo (1999-1357)

 


Que yo recuerde, solamente tengo una máxima literaria, que procuro respetar de forma escrupulosa: no prejuzgar. Ni de forma positiva, ni de forma negativa. Ese autor al que etiquetan de nefasto o risible no recibirá esos dicterios de mí hasta que no recorra un par de libros suyos y me muestre conforme con el juicio de otros lectores. Ese autor al que asperjan con agua bendita no la recibirá de mi hisopo hasta que yo mismo devore sus obras y coincida con el juicio general. Me parece un criterio bastante razonable, que aplico tanto a poetas minoritarios como a novelistas superventas. En este caso, me he decidido a sumergirme en una larga narración de Michael Crichton, que se titula Rescate en el tiempo (1999-1357) y que me ha fascinado. Sus detractores argüirán que carece de los primores literarios de más encumbrados novelistas (yo qué sé: Kundera, García Márquez o James), o que resulta evidente su intención de atrapar a los lectores con el puro magnetismo de su trama. Pero mi respuesta sería igual de tajante: ¿y qué? Resulta evidente que Crichton se plantea esta obra como un ejercicio de seducción, como un artefacto para atrapar, casi cinematográficamente, a sus lectores; y a fe que lo consigue. Era lo que me ofrecía y es lo que acepto. El pacto narrativo es nítido: yo le pido que me convenza y Crichton lo hace. Resultado: un libro espléndido (a mi juicio).

De forma muy sintética, su tronco argumental se basa en una idea en apariencia descabellada: que la ciencia, apoyándose en criterios de la mecánica cuántica, es capaz de hacer posibles los viajes en el tiempo. Y un multimillonario excéntrico emplea todo su ingente capital en una empresa tecnológica que se mueve en esa línea y que lo logra. Desde entonces, comienzan los problemas, porque quienes se embarcan en esos experimentos se arriesgan a sufrir los riesgos que acechan a todos los pioneros. Entre ellos, el de quedarse atrapados en el pasado, cuando las máquinas transportadoras se estropeen. Es lo que le ocurre al profesor Johnson, que se desplaza hasta 1357 y que, por un error de navegación, necesita que un equipo de rescate acuda en su auxilio. A partir de entonces, resulta fácil imaginar el corpus central de la novela, que se desarrolla en dos planos: la actualidad (los esfuerzos del equipo científico para reparar las máquinas y conseguir que los aventureros temporales retornen al presente) y el pasado (donde la peste negra, los caballeros sanguinarios, los castillos inexpugnables, el idioma arcaico y el estado perpetuo de guerra los pondrán continuamente al límite de la muerte). Es fácil comprender que la adrenalina correrá por las venas del lector durante las casi seiscientas páginas del libro.

Y un último (y no pequeño) detalle: Crichton no se limita en este volumen a realizar un descomunal esfuerzo de documentación, como es habitual en este tipo de libros, sino que ese despliegue se desdobla en dos líneas igual de intensas, porque tiene que hacernos creíble el experimento, utilizando terminología y conceptos tecnológicos de primera línea, sin incurrir en inexactitudes, pero también debe ambientarnos con detalle en los usos culinarios, políticos, arquitectónicos o militares de la Edad Media. Asombra ese doble y espectacular tarea, que Michael Crichton resuelve con eficacia.

A mí me ha convencido el trabajo del autor. Repetiré.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Angelina o el honor de un brigadier

 


Una vez más (y las que quedan, espero) retorno a la literatura de Enrique Jardiel Poncela, uno de mis humoristas favoritos. Y lo hago en esta ocasión con su obra paródica Angelina o El honor de un brigadier, donde la incisiva pluma del autor nos invita a adentrarnos en un ambiente de 1880. Allí nos encontraremos con una serie de personajes que, bajo su aparente capa de seriedad, honorabilidad y status, resultan hilarantes en las manos del madrileño. De un lado, tenemos a don Marcial, el brigadier, un hombre campanudo, al que rodean dos mujeres más bien problemáticas: su esposa (que le está siendo infiel con el atildado Germán) y su hija Angelina (que está a punto de casarse con el ridículo petimetre Rodolfo). El problema se enturbiará cuando el amante de la madre… decida concentrarse en la hija. La muchacha, tan coqueta como inestable, admitirá el acoso del galán y se fugará con él; pero pronto comprenderá que las promesas escuchadas no tienen visos de cumplirse. Y, veleidosa, le formula la orden de devolverla a sus padres, para retomar la relación con Rodolfo, a quien intentará convencer de que fue raptada. Esa columna argumental, llena de vigor, situaciones equívocas, chistes ingeniosos y dobles sentidos, alcanzará su cumbre cuando el brigadier, decidido a defender el honor de su hija, rete a duelo al desahogado muchacho; porque todos los indicios le hacen descubrir que también ha sido el amante de su esposa.

Este drama de textura cenagosa y difíciles rumbos (¿cómo se perdona a quien te ha traicionado? ¿Con qué ojos se mira al ofensor, sin que la sangre hierva y las lágrimas inunden los ojos?) es conducido por Enrique Jardiel con mano sabia y humor saltarín. Eso lo libera de la típica pesadez calderoniana y, por instantes (hay burbujas psicológicas de muy notable calado, sobre todo cuando don Marcial reflexiona sobre la temperatura de su corazón), obliga a los lectores a sonreír, aunque el tema sea tan serio y tan amargo.

No voy a descubrir ahora (lo hice hace años) que Jardiel era un excelente escritor humorístico; pero lo que sí descubro en esta obra en verso es la aparentemente inagotable versatilidad de sus recursos. Y seguiré explorando otros libros suyos. Lo tengo muy claro.

lunes, 21 de agosto de 2023

El cupón falso

 


Algunos actos de nuestra vida acaecen sin generar consecuencias, pero no ocurre así, de ninguna manera, con el cupón que falsifica Mitia por consejo de un amigo. El muchacho necesita dinero para pagar una deuda, su padre es un hombre estricto que no quiere adelantarle esa cantidad… y la tentación que le pone ante los ojos su amigo Majin es muy poderosa: con una pluma, añade un 1 delante del 2’5 del cupón y aumenta así diez rublos de su valor. Una pequeña gamberrada de jóvenes, si se quiere, pero que tendrá consecuencias apocalípticas en manos de Lev Tolstói, quien usa este arranque argumental para urdir la historia de El cupón falso, que traduce Víctor Gallego e ilustra Ana Pez (Nórdica Libros).

Moviéndose de mano en mano, ese cupón falso genera un efecto “bola de nieve” absolutamente abrumador: personas que se sienten engañadas y que optan por engañar a otros, personas que se abalanzan por el camino oscuro y cometen crímenes, personas que pierden toda confianza en el ser humano y se dedicarán a sembrar el mal por donde vayan… Pero también (porque al efecto “bola de nieve” sucede el efecto boomerang) personas que descubrirán la luz de la fe (sobre todo a través de la lectura de la Biblia) y que enmendarán los yerros de su existencia para adentrarse por un sendero distinto. Tolstói nos invita así a que lo acompañemos por un viaje circular, que se inicia con el desaprensivo adolescente Mitia y que culmina años más tarde con el ingeniero Mitia. Un viaje que, obviamente, presenta inequívocos tintes morales y nos obliga a reflexionar sobre la condición humana y sobre los efectos de nuestras acciones, por nimias que nos parezcan a simple vista.

Es curioso. Pasan los años, cambian los gustos, sufren una evolución drástica los intereses de los lectores; pero los genios (Tolstói lo fue) permanecen con su brillo intacto. A esa eternidad la llamamos Gloria.

sábado, 19 de agosto de 2023

El hotel de los cuentos

 


Tras una experiencia no del todo satisfactoria con Carme Riera (leí y reseñé aquí su obra El verano del inglés, que me pareció un volumen para pasar el rato y poco más), he decidido volver a intentarlo con El hotel de los cuentos. Para mi alegría, he descubierto bastantes relatos que me han dejado buen sabor de boca, bien por sus toques de humor, por su construcción narrativa, por su final espléndido o por la elegancia con la que la escritora crea y conduce a sus personajes. Me siento muy feliz de este giro positivo. Suelo conceder una segunda oportunidad a todo aquel escritor al que, habiendo leído elogios sobre su obra y habiéndome adentrado en ella, no he terminado de encontrarle la brillantez en la primera aproximación. Siempre pienso que la culpa puede ser mía o de las circunstancias de esa lectura inicial.

En El hotel de los cuentos (Alfaguara) he conocido a una mujer que se excita con la voz telefónica de un hombre desconocido (“As you like, darling”); he escuchado la historia del escritor que, sabiéndose limitado, decide casarse con una autora famosa para ser “famoso consorte” y que, no consiguiendo su objetivo, opta por otra solución más drástica y divertida (“La seducción del genio”); he avanzado con una sonrisa, y finalmente con los ojos muy abiertos, por las cartas de amor de una adolescente (“Querido Thomas”); he sentido ternura por la ingenuidad casi delibesiana de un anciano que responde con todo el candor del mundo a las cartas comerciales que recibe (“Letra de ángel”); no he podido evitar un gesto de desdén ante el tipo (putero e imbécil) que protagoniza “La novela experimental”; he aplaudido en cada párrafo de “Que mueve el sol y las altas estrellas”, por su fina textura psicológica y su elegante cierre; y me he mostrado conforme con el espíritu que preside el relato “El alma de Moncho”, uno de los últimos del tomo.

El hotel de los cuentos y otros relatos de neuróticos me ha deparado dos jornadas preciosas de literatura; y eso me hace feliz. Seguramente mi primera incursión en la prosa de Carme Riera empezó por el lugar equivocado. Nunca es tarde para rectificar.

jueves, 17 de agosto de 2023

El triunfo de la belleza

 


Vuelvo a la narrativa de Joseph Roth, quien en esta ocasión me entrega un relato que, traducido por Berta Vias Mahou, publica el sello Acantilado con el título de El triunfo de la belleza. En sus páginas encontramos la rotunda narración que el doctor Skowronnek, un afamado ginecólogo, expone ante una persona sin nombre, a la que exhorta en voz baja: “Escríbala algún día”. El protagonista de los hechos fue un amigo suyo, joven atractivo, de buena posición económica y reverencial discreción (“El plebeyo es ambicioso. El hombre verdaderamente noble es anónimo”), quien se enamoró de una hermosa joven llamada Gwendolin, con la que contrajo matrimonio al poco tiempo. Aunque todo parecía idílico en ese enlace, pronto las cosas comenzaron a enrarecerse cuando Skowronnek descubrió de forma accidental que la dama le estaba siendo infiel a su marido. ¿Cuál debía ser su actitud ante esta infamia? ¿Mantenerse en silencio, para proteger la inocencia y la felicidad de su amigo? ¿Descubrirle aquella atrocidad y exponerse a su dolor o su despecho? Posteriores infidelidades de Gwendolin fueron agravando el sentimiento de incertidumbre del doctor.

No obstante, el marido termina por recibir la noticia y su reacción, tras la ira inicial, resulta sorprendente: decide consagrarse en cuerpo y alma a su esposa (que además ha sufrido una reacción psicosomática y se ha convertido en una enferma perpetua), para recuperar su corazón. Se inicia así un período de servidumbre bastante bochornosa, que terminará de forma abrupta cuando el pobre marido descubra que ella repite la actitud infiel con un enfermero. Convencido de la promiscuidad sensual de las mujeres, el doctor Skowronnek no se priva de rematar su historia con un párrafo de agria misoginia: “Sonreíd, pensé. Sonreíd. ¡Girad, meceos, compraos sombreritos, medias, baratijas! La vejez se os aproxima a toda velocidad. Un añito más o dos, y ningún cirujano del mundo podrá ayudaros, ningún fabricante de pelucas. Deformes, resentidas, amargadas, no tardaréis en iros a la tumba. Y más abajo aún, al infierno. Sonreíd. ¡Sonreíd!”.

Una historia ciertamente dura, que no se pierde en sutilezas, y donde la mujer no sale muy bien parada. Tan interesante como polémica.


miércoles, 16 de agosto de 2023

El valor desconocido

 


Me aproximo a mi primera novela de Hermann Broch, que se titula El valor desconocido y que traduce Isabel García Adánez para Sexto Piso. Es un libro bello y frío, cerebral y redondo, silencioso y lleno de estruendos. Me resulta difícil adherirle una etiqueta que pueda resumir lo que sobre él me gustaría indicar. Es como acariciar una esfera de acero.

De un lado, tenemos a los tres hermanos principales que protagonizan la acción: Richard (profesor de matemáticas, especializado en la teoría de grupos, que espera su hueco en el escalafón universitario, mientras sueña con realizar algún descubrimiento que haga avanzar la ciencia y sirva para explicar el mundo), Otto (pintor frustrado que se siente desplazado, en una sociedad en la que no termina de encontrar su sitio) y Susanne (fervorosa creyente, que tiene como objetivo más elevado el de ingresar en un convento). Del otro lado, tenemos a los personajes que rodean a esta tríada y que actúan como electrones que giran a su alrededor: la madre, viuda, que sigue buscando de forma inconsciente un amor que la haga sentir viva; el compañero docente que, llevado por el cinismo, ve en la ciencia un simple modo de trabajar; una becaria que se ilusiona con la proximidad erótica a Richard… Pero creo que lo más importante del volumen es el esfuerzo intelectual que Hermann Broch pone a la hora de codificar con un lenguaje necesariamente limitado el cosmos, poliédrico y confuso, de sus protagonistas. Y lo hace con una prosa que no es mediterránea, sino cerebral. Sin duda, me estoy explicando de un modo defectuoso; pero es que no me siento capacitado para decirlo de otra manera. Las reflexiones íntimas de los personajes, sus emociones, su modo de encarar la realidad o el amor, son frías, muy frías. No quiero decir desagradables o absurdas. En absoluto. Digo frías. Parece (y espero que se note mi admiración narrativa) como si por sus venas circulase mercurio, en lugar de sangre. De ahí que haya que estar tan atento para entender lo que se nos está queriendo decir sobre la fe, el desconcierto existencial, las ilusiones, el amor entendido como sorpresa y sobresalto o las ilusiones perdidas.

Un libro para leer con lentitud. Y para pensar.

lunes, 14 de agosto de 2023

Las cosas

 


Aprovecho el silencio de un par de noches de verano para disfrutar de mi primer libro de Georges Perec, titulado Las cosas y publicado por Anagrama gracias a la traducción de Josep Escué. Fue también, según leo en la pestaña biográfica del inicio, la primera novela de Perec; y fue galardonada con el premio Renaudot. Los protagonistas son Sylvie y Jérôme, dos veinteañeros que trabajan como encuestadores para diferentes empresas de publicidad y que, mientras viven en pareja en un ambiente de mediano confort, sueñan con un futuro de lujos exquisitos. “París era una perpetua tentación” (p.22) y ellos anhelan un horizonte donde restaurantes, mobiliario, ropa, licores y vacaciones llenen de colores la anchura de sus deseos. El consumismo en el que chapotean se fragua sobre dos pilares básicos: su entorno (“En el mundo en que vivían, era casi de rigor desear siempre más de lo que se podía adquirir”, p.52) y su propia inmadurez insaciable, que los impele a codiciar sin, por otro lado, estar dispuestos a asumir unos trabajos exigentes que les otorguen más sueldo (la lotería, una quiniela, una herencia inesperada e incluso, cómicamente, el robo, se les antojan mejores opciones que aceptar puestos de ejecutivos o de funcionarios). Esa línea, de forma inevitable, los mantiene eternamente insatisfechos o frustrados hasta que llegan a los treinta años y deciden trasladarse a Sfax, en Túnez.

Leo en la contraportada del volumen que “Las cosas es una aguda e irónica radiografía de la sociedad de consumo y, en particular, de la mistificación del confort y de los goces ofrecidos por un mundo cuya reconfortante banalidad propone múltiples espejismos de quimeras inasequibles”. Es un análisis brillante, pero sin duda sesgado, porque omite la evidencia de que los protagonistas, a mitad de camino entre lo infantiloide y lo snob, entre lo avaricioso y lo irreflexivo, desean, ansían, ambicionan o codician una burbuja superficial llena de lujos, PERO pretenden obtenerla casi por ensalmo, sin renunciar a su bohemia ni a su sacrosanta libertad. Son cátaros que sueñan con ser duques.

Con brillantez visual e intelectual (una técnica que me ha recordado en algunos momentos a Miguel Espinosa), Perec retrata muy notablemente el mundo en el que ahora vivimos, donde renunciar puede ser la única clave de la dicha.

Muy interesante.

domingo, 13 de agosto de 2023

La mansión Dax

 


Cada libro que leo del barcelonés César Mallorquí me produce la misma sensación: sé que va a fascinarme, pero me intriga saber cómo va a hacerlo. Por eso, claro, vuelvo una y otra vez a sus páginas: pocos autores me seducen tanto. Ahora me invita a que viaje hasta el último quindenio del siglo XIX y conozca allí al huérfano Alejo Zarza, que va a convertirse en protagonista (y narrador) de unos hechos trepidantes, que incluyen asesinatos sangrientos, robos de secretos de Estado, anomalías psíquicas, amores impetuosos, venganzas crudelísimas, amistades férreas y falsas identidades. Además, la historia utilizará con acierto varios mecanismos de analepsis y prolepsis, amén de una documentación exhaustiva (vestimentas, política, transportes, ciencia), que Mallorquí usa sin abuso y que impregna la novela sin otorgarle escandalosos brillos de charol.

Moviéndose con igual elegancia en el salón de baile de unos marqueses que en las lóbregas dependencias de un orfanato; dibujando con análoga precisión a un mayordomo dipsómano o a un periodista inescrupuloso; reproduciendo con idéntico rigor tanto el lenguaje de una envarada institutriz como el de un raterillo de poca monta; César Mallorquí vuelve a demostrar que es el rey de la novela juvenil española. Y lo hace con una narración compleja, tentacular y poliédrica, en la que nunca cae en simplismos (ni lingüísticos ni formales) para adular al lector indolente. Sirva como ejemplo la manera sinuosa pero eficacísima de la que se sirve para dibujarnos el alma de Sebastián Dax, cuyos meandros nos irán sorprendiendo, página tras página, hasta el final de la obra.

Eso es quizá lo que más me gusta de sus propuestas: que no trata de forma paternalista a su público, juzgándolo limitado en léxico o en psicología. Sus historias, siempre magistrales en su desarrollo y en su construcción narrativa, son musculosas, densas, esféricas. Y nosotros, desde el otro lado, las escuchamos embobados. Como tiene que ser.

Lo dicho: el Rey.

viernes, 11 de agosto de 2023

El cuaderno gris

 


Durante varios meses (es el libro cuya lectura más he ralentizado y dosificado en mi vida), he ido avanzando por las páginas de El cuaderno gris, de Josep Pla (traducción de Gloria de Ros y su esposo Dionisio Ridruejo), que me ha dejado una hondísima impresión. No me consigo explicar cómo es posible que se pueda escribir así (y me refiero a la fluidez, a la naturalidad, al vocabulario, a la capacidad de observación y a la profundidad psicológica) con veintiún años. Me parece un auténtico prodigio, no parangonable con ningún otro volumen que yo conozca.

El 8 de marzo de 1918, justo el día de su cumpleaños, el escritor de Palafrugell abre un cuaderno y anota: “Decido empezar este dietario. Escribiré lo justo para pasar el rato, a la buena de Dios” (p.14). Y a partir de ese instante, como un río tumultuoso, Pla observa y anota: desde retratos personales hasta detalladísimos paisajes, sin obviar la política, el nacionalismo, la religión, el sexo o la enseñanza universitaria. El resultado es un fresco abrumador, oceánico, insuperable, en el que Pla no solamente coloca adjetivos después de los sustantivos, como tan socarronamente pregonaba, sino que muestra la gestación de un estilo realmente inconfundible, donde la sencillez brilla de hermosura. Aquí nos habla, como es natural, de sí mismo: de su vértigo (“Siempre me ha resultado insoportable. Soy un animal de tierras llanas o, como mucho, ligeramente onduladas: un animal horizontal”, p.20); de su fervorosa adicción al café y al tabaco; de sus preferencias amistosas (“Me ha gustado siempre convivir con personas de más edad de la que reza en mi fe de bautismo. Los jóvenes de mi edad me han aburrido siempre”, p.127); de las mujeres (“A mí, siempre me ha parecido que las mujeres hacen perder mucho tiempo. Me debo haber equivocado. Siempre me ha gustado más perder el tiempo vagando o escuchando o leyendo”, p.618); o de la pomposidad (“Desconfiad de las cosas vagas que se escriban con mayúscula. Son trampas para bobos”, p.307). Pero también nos deja reflexiones interesantes sobre D’Ors, el catalanismo, las flaquezas de los varones (“Los hombres quieren ser escuchados. Es lo que les gusta más. Les gusta más que el dinero, que las mujeres y que comer y beber bien. Un hombre escuchado se convierte en un presuntuoso absolutamente feliz”, p.46), la importancia de las obras literarias menores (“Los que se dejan influir por los grandes maestros demuestran tener una personalidad insignificante. Las influencias de obras más pequeñas, de radio mucho más corto, puede ser, sobre una personalidad adecuada, sumadas y bien digeridas, mucho mejores”, p.86), la etapa de la primera juventud (“La adolescencia es la época más triste y menesterosa de la vida porque es el período de las ilusiones continuadas sin tener ningún medio de realizarlas y, por lo tanto, sometidas a seguidas, pequeñas o grandes catástrofes”, p.593) o los gestores de la res pública (“No he comprendido nunca el interés que entre la gente suscitan los políticos, lo que se suele llamar el valor humano de los políticos. En cualquier otro estamento hay gente más valiosa”, p.293).

La aducción de citas podría eternizarse. Pla es un arrecife lleno de ostras perlíferas, donde la vista nunca cesa de recibir brillos. Podrían recordarse sus descripciones paisajísticas del Ampurdán o del mundo rancio de la universidad catalana, llena de estudiantes gamberros y de profesores ridículos (inevitable recordar El árbol de la ciencia, de Pío Baroja); la forma en que nos habla de las pensiones pobretonas donde hubo de hospedarse; e incluso del modo en el que el joven Josep Pla evitó un suicidio (creo que merece la pena copiar aquí esas líneas, sobre todo por la forma en que las cierra: “Conxita, la hija mayor de la patrona, se ha querido suicidar hoy, tirándose por la ventana del patio. Pasaba justamente por el pasillo, cuando he oído que alguien abría aquella ventana. Me he vuelto y he visto a Conxita con medio cuerpo asomado a la barandilla… He corrido y he tenido tiempo de cogerla por las piernas y meterla dentro. Poca práctica de tirarse por las ventanas. Se hace de otra manera”, p.441).

Chispeante, lúcido, madurísimo, laborioso, inteligente y panorámico, Josep Pla me deja boquiabierto con este libro. Qué absoluta maravilla. La obra de un gigante de las letras. Y con veintiún años. Qué cabrón.

viernes, 4 de agosto de 2023

Con lo puesto

 


Maurice Ransome es un abogado británico que cuida mucho la pureza de su vocabulario, viste con elegancia profesional, adora la música de Mozart y habita con placidez en un hogar sereno, equilibrado y elegante junto a su diligente esposa Rosemary, amoldada a los gustos y rarezas de su marido. Hace muchos años, estuvieron a punto de tener un bebé (Donald), que no llegó a nacer. Esa vida burguesa, apolínea y más bien fría sufrirá un vuelco cuando, al regresar de la ópera, descubran que su casa ha sido desvalijada. Pero la gran sorpresa es que los ladrones no se han llevado tan sólo los objetos valiosos (televisor, cadena musical, etc), sino, rigurosamente, todo: desde las sillas hasta la cubertería, desde las cortinas hasta el papel higiénico, desde los cuadros hasta el asado que estaba dorándose en el horno. Todo está cubierto por el seguro, así que desde el punto de vista económico no van a experimentar agobios de ningún tipo; no obstante, en el proceso de “reconstrucción” de su hogar, Mrs. Ransome empieza a darse cuenta de hasta qué extremo se encuentra vacía. En su matrimonio nunca ha habido buen sexo, ni ternura, ni afectos expresados (“Nunca nos hemos abrazado, Maurice”), así que el vacío interior de la casa robada es también una imagen del vacío interior de su espíritu yermo.

Poco tendrá que rascar el lector atento para advertir o intuir que el esposo no ha logrado mayor dicha: entumecido por su educación puritana, sus represiones sexuales las vive en un secreto culpable (unas fotos y unas grabaciones obscenas que guarda camufladas en una estantería), y resulta evidente que tampoco él ha alcanzado la felicidad que buscaba.

Alan Bennett nos entrega una historia falsamente humorística (traducida por Jaime Zulaika para el sello Anagrama), en la que el protagonismo recae sobre dos soledades adheridas, dos silencios incomunicados, que habrían alcanzado el nirvana anestésico de no haber mediado este robo, que les revela la desnudez de su fracaso.

miércoles, 2 de agosto de 2023

El gaucho insufrible

 


Mi relación con el chileno Roberto Bolaño es extraña e irregular, y ya la he explicado en este Librario con casi idénticas palabras: leo en revistas o escucho en Internet entrevistas que le hicieron a ambos lados del Atlántico y me fascinan su verbo, su inteligencia, su humor; y después, cuando, impulsado por esa seducción, me decido a recorrer otro libro suyo, experimento la sensación (para mí descorazonadora) de que su escritura me atrae solamente un poco. La prosa es impoluta, claro que sí, pero las tramas, los personajes, la fluidez narrativa se me van entre los dedos. Acabo un relato y me pregunto: “¿Y?”. Es triste, porque querría que me gustara más; pero no puedo mentir acerca de mis impresiones.

En las páginas de El gaucho insufrible se ha repetido la ceremonia. Leo el relato “Jim” y de inmediato me sorprendo en la línea final, interrogándome por el sentido de la historia; leo “El gaucho insufrible” y me atrapan las palabras, pero de ninguna manera la narración; luego mejora el volumen con “El viaje de Álvaro Rousselot”; pero más tarde vuelve a rechinar con dos textos que parecen (y dicen ser) conferencias sui géneris, que no termino de explicarme qué función cumplen en el tomo, salvo la de rellenar páginas. El resultado global es una especie de montaña rusa cuyos engranajes hacen demasiado ruido. Y sé que experiencias como esta moderan, tristemente, mi afán por leer a Bolaño, pero también sé que tarde o temprano acabo volviendo a él. Ya veremos qué colores tiñen mi siguiente aproximación. Que la habrá. Creo.

martes, 1 de agosto de 2023

Las demoras

 


Existe una poesía sin duda interesante, pero quizá demasiado aparatosa, en la que todo (o casi todo) se cifra en el estruendo y en la obnubilación del lector: vocabulario, erudiciones, ambientación deliberadamente exótica, citas en varios idiomas, metafísicas inextricables... Pero a mí siempre me ha atraído más la poesía honda, sencilla, comunicativa, cercana; la poesía en la que siento la voz de la persona que escribe, cuyo mensaje me llega sin estridencias y sin trajes nuevos del emperador. Quizá por eso me gustan tanto los versos de autores como José Alcaraz, en cuyo reciente libro Las demoras, publicado por La Veleta (dirigida por Andrés Trapiello), vuelvo a encontrarme con todos los primores temáticos y estilísticos que ya tuve el placer de descubrir en Edición anotada de la tristeza, en Vino para los náufragos y en El mar en las cenizas.

Dueño desde el principio de un manejo muy acertado de la palabra poética, el paso de los años actúa sobre sus versos como una brisa o como un oleaje manso y paciente: los pule, los abrillanta, los redondea. José Alcaraz se refugia en la humildad (la composición con la que se abre el libro se titula, significativamente, “Bosquejos”), pero su mirada y su verbo se elevan muy alto para hablar del cabello de la amada, de un día de agosto adentrándose en el mar, de la casa de sus padres (donde aún permanece un buen porcentaje de su biblioteca juvenil), de la voz de Walt Whitman, de una pinada, del vino que se derrama sobre un mantel o de las peluquerías de caballeros. Y, asaltados por la luz continua de sus palabras, queda en nosotros resonando la magia de poemas como “Mi regalo”, “Clase vacía” o el delicioso “Casi un poema a mi hijo”.

¿Cómo lo consigue? Pues no tengo ni idea, pero siempre ha sido privilegio de los mejores magos dejarnos con la boca abierta, mientras de sus chisteras negras y aparentemente simples extraían todo tipo de palomas, pañuelos de colores, conejos blancos o explosiones de confeti. José Alcaraz es un mago único, del que siempre espero el esplendor; y a fe que ha vuelto a dármelo.