Durante
varios meses (es el libro cuya lectura más he ralentizado y dosificado en mi
vida), he ido avanzando por las páginas de El cuaderno gris, de Josep
Pla (traducción de Gloria de Ros y su esposo Dionisio Ridruejo), que me ha dejado
una hondísima impresión. No me consigo explicar cómo es posible que se pueda
escribir así (y me refiero a la fluidez, a la naturalidad, al vocabulario, a la
capacidad de observación y a la profundidad psicológica) con veintiún años. Me
parece un auténtico prodigio, no parangonable con ningún otro volumen que yo
conozca.
El
8 de marzo de 1918, justo el día de su cumpleaños, el escritor de Palafrugell
abre un cuaderno y anota: “Decido empezar este dietario. Escribiré lo justo
para pasar el rato, a la buena de Dios” (p.14). Y a partir de ese instante,
como un río tumultuoso, Pla observa y anota: desde retratos personales hasta
detalladísimos paisajes, sin obviar la política, el nacionalismo, la religión,
el sexo o la enseñanza universitaria. El resultado es un fresco abrumador,
oceánico, insuperable, en el que Pla no solamente coloca adjetivos después de
los sustantivos, como tan socarronamente pregonaba, sino que muestra la
gestación de un estilo realmente inconfundible, donde la sencillez brilla de
hermosura. Aquí nos habla, como es natural, de sí mismo: de su vértigo
(“Siempre me ha resultado insoportable. Soy un animal de tierras llanas o, como
mucho, ligeramente onduladas: un animal horizontal”, p.20); de su fervorosa
adicción al café y al tabaco; de sus preferencias amistosas (“Me ha gustado
siempre convivir con personas de más edad de la que reza en mi fe de bautismo.
Los jóvenes de mi edad me han aburrido siempre”, p.127); de las mujeres (“A mí,
siempre me ha parecido que las mujeres hacen perder mucho tiempo. Me debo haber
equivocado. Siempre me ha gustado más perder el tiempo vagando o escuchando o
leyendo”, p.618); o de la pomposidad (“Desconfiad de las cosas vagas que se
escriban con mayúscula. Son trampas para bobos”, p.307). Pero también nos deja
reflexiones interesantes sobre D’Ors, el catalanismo, las flaquezas de los
varones (“Los hombres quieren ser escuchados. Es lo que les gusta más. Les
gusta más que el dinero, que las mujeres y que comer y beber bien. Un hombre
escuchado se convierte en un presuntuoso absolutamente feliz”, p.46), la
importancia de las obras literarias menores (“Los que se dejan influir por los
grandes maestros demuestran tener una personalidad insignificante. Las
influencias de obras más pequeñas, de radio mucho más corto, puede ser, sobre
una personalidad adecuada, sumadas y bien digeridas, mucho mejores”, p.86), la
etapa de la primera juventud (“La adolescencia es la época más triste y
menesterosa de la vida porque es el período de las ilusiones continuadas sin
tener ningún medio de realizarlas y, por lo tanto, sometidas a seguidas,
pequeñas o grandes catástrofes”, p.593) o los gestores de la res pública
(“No he comprendido nunca el interés que entre la gente suscitan los políticos,
lo que se suele llamar el valor humano de los políticos. En cualquier otro
estamento hay gente más valiosa”, p.293).
La
aducción de citas podría eternizarse. Pla es un arrecife lleno de ostras
perlíferas, donde la vista nunca cesa de recibir brillos. Podrían recordarse
sus descripciones paisajísticas del Ampurdán o del mundo rancio de la
universidad catalana, llena de estudiantes gamberros y de profesores ridículos
(inevitable recordar El árbol de la ciencia, de Pío Baroja); la forma en
que nos habla de las pensiones pobretonas donde hubo de hospedarse; e incluso
del modo en el que el joven Josep Pla evitó un suicidio (creo que merece la
pena copiar aquí esas líneas, sobre todo por la forma en que las cierra:
“Conxita, la hija mayor de la patrona, se ha querido suicidar hoy, tirándose
por la ventana del patio. Pasaba justamente por el pasillo, cuando he oído que
alguien abría aquella ventana. Me he vuelto y he visto a Conxita con medio
cuerpo asomado a la barandilla… He corrido y he tenido tiempo de cogerla por
las piernas y meterla dentro. Poca práctica de tirarse por las ventanas. Se
hace de otra manera”, p.441).
Chispeante, lúcido,
madurísimo, laborioso, inteligente y panorámico, Josep Pla me deja boquiabierto
con este libro. Qué absoluta maravilla. La obra de un gigante de las letras. Y
con veintiún años. Qué cabrón.