Recuerdo la escena final de una película que vi
durante mi niñez o quizá durante mi adolescencia. Un hombre se adentraba por un
pasillo en cuyas paredes había incrustados cristales y cuchillas. A su espalda,
alguien azuzaba contra él unos perros, creo que de raza dóberman, y luego
apagaba la luz, para que el pánico lo obligara a salir corriendo. Esta
secuencia televisiva, que aún me provoca escalofríos, me vino a la cabeza nada
más leer la sinopsis de este trabajo de Alfonso Galindo y Enrique Ujaldón,
porque el espíritu que los anima para confeccionar este ensayo no puede ser más
ambicioso ni más polémico: analizar y cuestionar una decena de mitos que
aletean en todas las sociedades democráticas. Recordé también, cómo no, al
caravaqueño Miguel Espinosa, quien en sus obras Asklepios y Escuela de
mandarines esmaltó la idea de que siempre se debía “enjuiciar desde
principios y concluir implacablemente”. Me dije que si la sentencia era válida
para el novelista también lo era para estos dos ensayistas.
Conscientes de que se estaban metiendo en un
auténtico berenjenal, pero también conscientes de que “ver el mito como mito es
una manera de desactivarlo; esto es, de interrumpir su conversión en dogma”,
Ujaldón y Galindo han puesto todo su empeño intelectual en aproximarse a un
ramillete de tótems mineralizados, para luego desmontarlos en estas páginas, observarlos
por dentro y emitir un dictamen sobre su validez o su mendacidad.
En esa línea de trabajo, los dos filósofos no dudan
en acuñar frases que puedan generar rechazo, como cuando indican (por ejemplo) que
las manifestaciones viales son una “secularización de rituales litúrgicos de
impetración a Dios” o que constituyen, si se las examina con cierta
objetividad, “más un folclor que un pilar de la democracia”. O cuando expresan
su opinión de que los derechos humanos surgieron como fruto de una convención y
que, por tanto, no pueden verse sometidos a una “cristalización dogmática”,
sino que son susceptibles de revisión. O cuando lamentan, en el panorama
político español, la pervivencia de las manidas etiquetas de
“derecha-izquierda”, una dualidad maniquea que jibariza la multiplicidad del
pensamiento y sus matices.
Este volumen admite, desde luego, la etiqueta de
“provocador”, pero lo hace sin carácter sentencioso y sin asomo de dogmatismo.
Los autores saben, obviamente, que sus ideas resultan incómodas en el panorama
ensayístico actual, pues circulan a contracorriente. Pero se muestran en todo
momento abiertos a la posibilidad de discutir o contrastar sus tesis con las
esgrimidas por sus oponentes intelectuales. Porque, en el fondo, este libro
trata de eso: de fijar unas posiciones ideológicas y de mostrarse dispuestos a
discutir racionalmente sobre ellas, sin visceralidad y sin aprioris.
Una democracia sana y vigorosa es la que analiza,
pondera, discute y mejora. Ya comprobaremos qué tipo de debates genera este
ensayo.