En un prólogo que preparó José Emilio Pacheco para
cierta antología poética de Amado Nervo escribió: “¡Oh, erudición
desmitificadora!”. Y es una gran verdad. La luz, habitualmente, disipa las
tinieblas. Y cuando las tinieblas son tan densas, tan opacas, tan rodeadas de
misterio como las que han envuelto durante décadas a J.D.Salinger, esa luz nos
revelará perfiles insospechados, sorprendentes, anonadantes. David Shields y
Shane Salerno acaban de ver publicado en España, con el sello barcelonés Seix
Barral, su volumen Salinger,
traducido por Javier Calvo. 734 páginas construidas con infinidad de teselas,
como un mosaico bizantino: amigos de juventud, compañeros del ejército, vecinos
de Cornish, editores, familiares, críticos, exparejas, escritores… Un aluvión
de focos luminosos parciales que, uniéndose, despejan grandes incógnitas sobre
el mítico autor de la mítica novela El
guardián entre el centeno.
Y utilizo a conciencia la doble adjetivación porque
ambos (escritor y obra) estaban velados por tales aureolas de misterio que
parecía imposible despejar esos cendales y exponer la verdad desnuda ante los
ojos de los lectores: un antiguo soldado, Jerry Salinger, obsesionado con la
idea de publicar en la revista New Yorker
y conseguir el éxito que, de súbito, lo encuentra con su primera producción
novelística. Por sorpresa, cuando la oleada de ese triunfo es más ostensible y
comienza a adquirir dimensiones arrolladoras de tsunami, Salinger se retrae, se
aturde, reniega del éxito y se compra una casa aislada en Cornish, New
Hampshire, donde se vuelve invisible hasta su fallecimiento en 2010. No concede
entrevistas. No se deja fotografiar. No vuelve a publicar nada. Hasta ahí, la
enigmática, sugerente versión oficial.
Pero conforme se recopilan datos y se van uniendo
entre sí como las piezas de un puzle emerge un panorama distinto, menos
idealizado y mucho más neurótico: un hombre con secuelas psíquicas derivadas
del estrés post-traumático bélico, que se casó con su primera esposa (sin saber
que ella había colaborado con los nazis) tras ser abandonado por su novia, que
acabó unida a Charles Chaplin; un hombre capaz de romper con un amigo de
décadas por no impedir que le modificaran el título de un cuento; un hombre que
se interesó siempre por adolescentes, con las que mantuvo relaciones no sólo
platónicas; un hombre que dejaba a su mujer e hijos en casa mientras se
instalaba en un búnker (un búnker, tal cual) para escribir sin ser molestado,
durante horas o días; un hombre que, tras escuchar la petición de que firmara
un cheque para caridad, amenazó a sus visitantes con una escopeta y luego les
arrojó el cheque por una ventana; o, en fin, el hombre que de vez en cuando
llamaba por teléfono a periodistas o aceptaba hablar con ellos, en instantes
estratégicos de su vida.
Y luego está la religión hinduista vedanta.
Interesado por las patochadas supuestamente profundas de tal línea de
pensamiento, Jerry Salinger comenzó a desayunar guisantes congelados, se
sentaba a meditar durante horas con la mirada perdida, renunció a las
relaciones sexuales con su mujer y otra porción de extravagancias, en teoría
sanadoras, que gobernaron sus últimos años.
Un trabajo descomunal, poliédrico y muy
interesante, en el que los investigadores David Shields y Shane Salerno nos
ayudan a comprender mejor los laberintos interiores de un escritor que,
deseando en teoría ocultarse, se situó para siempre en el ojo del huracán.