sábado, 31 de agosto de 2019

La letra pequeña




La literatura tiene un viejo truco que suele funcionar bastante bien: contar de la mejor forma la historia que tienes entre manos. El problema suele venir a la hora de estipular cómo se hace eso de “contar de la mejor forma”, pero ahí se acaban las definiciones y entran el oído, el talento, la intuición de la persona que coloca sus dedos sobre el teclado o aferra el bolígrafo. Unas veces, elegirá una estructura compleja o innovadora; otras, la linealidad clásica; otras, la primera o la tercera personas; otras, la sinuosa segunda… Son muchas las posibilidades, pero no en todas anidará la magia. Hay que optar. Y jugársela.
Andrés Pérez Domínguez, que sabe de buenas historias porque ya nos ha dado algunas en forma de cuento o de novela, repite éxito con La letra pequeña, una colección de relatos donde el gran tema es la infidelidad, tanto masculina como femenina. Leeremos sobre maridos que están a punto de ser abandonados por su esposa (“Dibujos animados”), sobre adúlteros que reciben llamadas de teléfono en el momento menos oportuno (“Luna de miel”) o sobre hombres de negocios que eligen disculpar su asistencia a citas con su amante mediante la entrega de regalos (“Flores para Amanda”). Leeremos también sobre escritoras que van a informar a su marido acerca de su infidelidad (“El tiempo detenido”), sobre mujeres que provocan la desesperación de su pareja al alejarse de ellos (“Ojos tristes”), sobre maridos que esperan llamadas imposibles en el día de su aniversario (“El cumpleaños”) o sobre chicas que optan por acostarse con su jefe, para medrar o por aburrimiento (“Duarte”).
Si me aceptan una sugerencia anómala, yo les diría que ignorasen el índice editorial de este fabuloso tomo y que comenzasen leyendo las páginas de “El cumpleaños” (tercer relato). Les aseguro que después desearán sumergirse en todas las demás del volumen.

viernes, 30 de agosto de 2019

Galería de enormidades




Leo por primera vez un libro del barcelonés Pedro Zarraluki. Se titula Galería de enormidades y me ha parecido un poco irregular. He encontrado textos que me han parecido prescindibles y otros que encuentro meritorios. Los tres cuentos que integran este último bloque son “El espectro galante” (donde se nos habla de un fantasma que asalta sexualmente a las mujeres del pueblo y que, al fin, acaba por acometer también al sacerdote de la localidad); “Una representación escandalosa” (la decisión de una diva que, en el colmo de la popularidad, decide dar a luz en el Liceo, vendiendo entradas para asistir al espectáculo: atrocidad que, al paso que vamos, se le terminará ocurriendo a alguien); y “Suite oriental” (cuyo protagonista no es una persona, sino un gas; el cual, inhalado por una persona, la vuelve cleptómana).
¿Repetiré con Zarraluki? Yo creo que sí. Será cuestión de tiempo.

jueves, 29 de agosto de 2019

La cena secreta




Recordemos aquella novela en la que un religioso mataba con saña para que otras personas no tuvieran acceso a un libro antiguo, que podía provocar un vuelco en el pensamiento humano. En efecto, se trata de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Recordemos también una novela en la que, bebiendo de El enigma sagrado, se plantease la posibilidad de que Leonardo camuflara en su cuadro “La Última Cena” algunas inquietantes claves heréticas relacionadas con María Magdalena, Juan el Bautista y una antigua fe cristiana que quedó sepultada por las versiones oficiales de la Iglesia de Roma. En efecto, se trata de El código Da Vinci, de Dan Brown.
Si mezclamos ambos veneros narrativos sale a la luz La cena secreta, de Javier Sierra, una amena mixtura sin más trascendencia en la que se tiene la sensación de que estás leyendo detalles que ya conoces por las dos obras antes citadas (o por sus versiones en cine), pero que resulta innegablemente entretenida.
En todo caso, entiendo que estas obras tengan éxito comercial; o que incluso un público “exquisito” pueda recurrir a ellas cuando solamente desee distraer un par de tardes de lectura. Es tan legítimo como respetable. Emitir juicios desdeñosos sobre este tipo de novelas resulta tan innecesario como risible porque, entre otras cosas, supone pregonar que nos hallamos en posesión de la “verdad”. Y, para mí, nada resulta más dudoso en el mundo del arte. ¿Quién está en disposición de establecer qué será olvidado o qué será recordado dentro de cincuenta, cien, doscientos años? No dejemos que la pedantería o la soberbia nos cieguen.
A los libros de Javier Sierra se los puede mirar con “desprecio intelectual”, pero no es razonable motejarlos de aburridos, porque no lo son. Proporcionan, en el peor de los casos, un distraído fin de semana. Solamente por eso, a mí se me antojan respetables y dignos de admiración.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Traidor, inconfeso y mártir




Para introducir algo “antiguo” entre mis lecturas “modernas”, me voy hasta las páginas de Traidor, inconfeso y mártir, de José Zorrilla, fabuloso ejercicio teatral que mezcla una historia fascinante con una versificación musical, ágil y atinada.
El protagonista no es, desde luego, un simple “pastelero de Madrigal”, sino el desaparecido rey portugués don Sebastián, tan llorado, tan esperado por nuestros vecinos lusos. José Zorrilla, con la brillante habilidad que siempre desplegó en sus páginas, nos deja evidentes muestras (majestad en el porte, tono en que habla, modales que despliega) de que Gabriel Espinosa no es quien afirma ser, sino que es la personalidad fingida tras la que se esconde el monarca que falleció en la batalla de Alcazarquivir, pero al que algunos rumores populares consideraban vivo. (Recordemos que en el archivo de Simancas se conservaban los papeles del llamado “Proceso del Pastelero de Madrigal”, que fue declarado secreto de Estado por el duque de Lerma y que no pudo ser estudiado hasta mediados del siglo XIX, lo que sirvió para afianzar la leyenda).
He disfrutado muchísimo con su lectura, con la alteza de sus parlamentos y con la tensión de su tráfago de personajes. Y, como colofón, añadiré que tanto Gabriel Espinosa (el pastelero-rey) como Aurora (su “hija”) están dibujados con un primor psicológico de tal calibre que los vuelve personas.
Formidable texto, sin duda.

martes, 27 de agosto de 2019

La casa y el ladrillo




Aunque la poesía no sea el género preferente que abordo en este Librario íntimo (basta consultar el listado de autores para comprobarlo), sí que me gusta volver a ciertos autores que, en el mundo del verso, me emocionan y conmocionan: de Neruda a Lope, de García Lorca a Aleixandre. O, como ocurre en esta ocasión, un libro de Mario Benedetti, que no es otro que La casa y el ladrillo (Visor, 1993).
Del uruguayo me traspasa el lenguaje, la facilidad de su música imposible, el ritmo agramatical de sus renglones. Tiene limpidez de barroco y oscuridades de luz, el cabronazo. Sabe estar siempre poeta. Y lo realmente chocante del asunto: ni sus más extremadas opiniones políticas (con las que no siempre estoy de acuerdo) consiguen enturbiar sus líneas o rebajarlas en su condición áurea de Belleza. No es suceso frecuente. El poema “Bodas de perlas”, dedicado a su mujer, es uno de los más bellos textos de amor que he leído jamás.
Como siempre ocurre con él, subrayo en rojo líneas y líneas en el libro. Dejaré aquí apuntadas algunas: “Segundas patrias siempre fueron buenas”. “Tengo ganas de besar pero los labios / complementarios faltan sin aviso”. “Estábamos estamos estaremos juntos / pero cómo ha cambiado el alrededor”. “Soy el único especialista en mí”. “Debe haber pocas cosas en el mundo / con menos osadía que un espejo”. “Cada viviente es un sobreviviente”. “Todo es según el dolor con que se mira”.

lunes, 26 de agosto de 2019

El día de gloria




Cierro la última página de la obra teatral El día de gloria, escrita por Francisco Ors (Ediciones MK, 1983), que tiene un tema muy interesante (el modo en que una mujer se libera de las opresiones que la limitan), aunque su formulación argumental me parece forzadísima. Está bien que Ors quiera mostrarnos el grado humillante de postración de un ama de casa, pero el modo en que carga las tintas en el dibujo de su entorno aproxima la historia a los taludes de la hipérbole (y casi de la inverosimilitud): un marido déspota y violento, que en el ámbito sexual ya ha dejado de ser un aliciente; una hija guapísima, que ha convertido en deporte olímpico el sexo con todo tipo de parejas; una hija fea, que ha optado por irse a vivir con un antiguo presidiario; una hija independiente y egoísta, que le deja siempre a su niña, para que sea la abuela quien la críe y cuide; un hijo homosexual que se va a vivir con un amigo de la familia (que tiene la edad suficiente como para poder ser su padre); etc.
Esa acumulación de circunstancias asfixiantes me ha parecido excesiva, con lo que la eficacia de la pieza teatral se resiente. Me cuesta creerme ese mundo, tan esperpénticamente trazado. De ahí que no haya conseguido sentirme tocado por la catarsis, ni siquiera cuando la protagonista decide mandarlo todo al cuerno con una acción liberadora.
Si ves en una fiesta a una mujer con el cuello sepultado de collares, pendientes aparatosos, anillos en todos los dedos, tres pulseras en cada muñeca, una diadema de oro, etc, no puedes estar seguro de si es realmente hermosa. Algo así me ha pasado con El día de gloria: su exageración la mata.

domingo, 25 de agosto de 2019

Retórica para zurdos




Prepárese a bucear en un océano de dudas quien trate de definir Retórica para zurdos, de José María Cumbreño (Editora Regional de Extremadura, 2010). ¿Un libro de aforismos? ¿Una colección de poemas en prosa? ¿Un tratado poético sui géneris? ¿Miniensayos que se mueven entre la filosofía y lo lírico? De todo podrá encontrar cumplida muestra el lector atento, quien terminará aceptando con una sonrisa que todas las etiquetas queden invalidadas después de cada página. Y es que este volumen es tan proteico como mercúrico (en el doble sentido: clásico y científico).
A veces, el autor se aproxima a Ramón Gómez de la Serna (afirma que una pregunta retórica es aquella “que no sabe lo que quiere”; o que todo epitafio es un “poema dedicado a la única persona que no podrá leerlo”) y en otras pareciera que sea el heredero estético de Ambrose Bierce (por ejemplo, cuando define el encabalgamiento como “enfermedad endémica de los poetas que les lleva a pensar que lo que tienen que decir es tan importante como para tener que seguir diciéndolo en el verso siguiente” o cuando explica que una galerada es la “prueba de composición de un autor que se entrega al autor con la esperanza de que se dé cuenta de hasta qué punto la vanidad lo había cegado y comprenda que lo más sensato es tirar todo aquello al fuego”).
Pero, por encima de esos homenajes, lo que impregna y aureola este volumen es la lucidez intelectual de un poeta capaz de hacer literatura mientras reflexiona sobre la literatura y que nos deja textos como el que aparece entre las páginas 114 y 115 (“Fe de erratas”), merecedor de figurar en mil antologías a partir de ahora.
Muy recomendable.

sábado, 24 de agosto de 2019

Los volátiles del Beato Angélico





Termino, un poco decepcionado, el breve volumen que lleva por título Los volátiles del Beato Angélico, de Antonio Tabucchi, que traducen Javier González y Carlos Gumpert para el sello Anagrama.
Estimo que la confección del tomo es muy precaria, y que los relatos en él reunidos tienen valores literarios demasiado dispares, lo que desequilibra y resta cohesión a la obra. Yo creo que son interesantes y dignos “El amor de don Pedro” (donde se nos recuerda la preciosa historia de amor entre el rey portugués y doña Inés de Castro, la orensana que fue su amante y que murió asesinada en la Quinta das Lágrimas), “La traducción” (un original cuento, muy bien planteado, en el que se describe un cuadro a una persona ciega) y, sobre todo, “Una jornada en Olimpia” (quizá el mejor del tomo, y donde se nos refiere el sueño de Píndaro, que se imagina vencedor en unas pruebas olímpicas).
El resto, en mi opinión, niebla mercantil y chatarrería surrealista.

viernes, 23 de agosto de 2019

Diccionario para pobres




Sigo con Paco Umbral, tercamente empecinado, amorosamente empecinado, en leer o releer toda su producción, traguito a traguito. Hoy he concluido su raro Diccionario para pobres (Sedmay Ediciones, 1977), con una cubierta fotográfica de su mujer, María España.
¿Me he divertido leyendo? Sí. ¿Hay en este volumen imágenes de alta calidad literaria? Sin duda. ¿Se trata de un libro recomendable? Por supuesto. Pero (ay, los peros) he tenido la molesta sensación de haber visto al alemán Albert Einstein resolviendo una simple ecuación de segundo grado; o de haber contemplado a Emilio Butragueño jugando un partido de futbolín. Es decir: genios haciendo cosas “chiquititas”.
A Paco Umbral, a fuerza de admirarlo tanto literariamente, tengo que exigirle más, mucho más que este libro ameno y divertido. A los superdotados hay que pedirles sudor, y no sólo maña. Cuando se tiene la habilidad suprema de hilvanar el lenguaje español con el hilo de oro de las metáforas, no se les debe aplaudir que redacten prosa correcta, con leves diamantitos brilladores.
Una frase para la sonrisa: “Los ricos no se prestan las cigalas ni los calzoncillos, pero siempre se están prestando libros, para no gastar dinero y tenernos a los intelectuales en la miseria”.

jueves, 22 de agosto de 2019

Tierras de cristal




Retorno a Alessandro Baricco, con su novela Tierras de cristal, que traducen al alimón Carlos Gumpert y Xavier González Rovira (Anagrama, 1998).
Para comenzar con una anécdota chocante diré que los traductores cometen un error de orden matemático al apuntar, en la página 148, lo siguiente: “Cinco palabras: «Patente Andersson de las Cristalerías Rail»”. Salvada esa fruslería diré que el aliento lírico que Baricco ha sabido imprimir a este pueblo es fantástico (no sé por qué, me ha recordado algunas secuencias de Bohumil Hrabal). Me he sentido conmovido por las existencias del estrafalario inventor Pekisch, de su filosófico ayudante Pehnt, del ilusionado señor Rail (que alcanza a vislumbrar en el ferrocarril las luces inequívocas de la modernidad y el progreso humano), de Jun (pseudo-madame Bovary) y del resto de seres que pueblan este relato.
En esta novela he sentido como si Baricco hubiera extraído una botella con formol de la memoria, y en ese recipiente acristalado vivieran sombras, ilusiones, proyectos, sueños dormidos y vidas aletargadas. Un delicioso experimento que rescata el pasado con suavidad y con mimo. Alessandro Baricco tiene ojos de poeta.

miércoles, 21 de agosto de 2019

El príncipe destronado




Quico era el menor hasta que nació Cristina. Y en una familia con seis retoños, un padre, una madre y dos sirvientas (Vito, joven, lozana y bienhumorada; Domi, vieja y huraña), la situación no es nada fácil para él; por lo cual no deja de llamar la atención de todas las formas posibles, para recuperar su erosionado protagonismo: pregona a los cuatro vientos que no se ha hecho pipí en la cama; suelta la retahíla “Mierda, cagao, culo” a una señora que, en la tienda, lo confunde con una niña; se pelea por un chupachups con su hermano; solicita una mano para dormir; o, colmo de la zozobra, afirma haberse tragado un clavo, con lo que pone en jaque a su pobre madre, que tiene que salir disparada en busca de un médico… La tía Cuqui, que es una mujer dulce y encantadora, explica a Merche (mamá de Quico) que el pobre sufre ahora el síndrome del príncipe destronado, y que requiere paciencia, mimo y comprensión.
Pero el maravilloso Miguel Delibes, vallisoletano de oro de las letras, no se pliega en esta novela a un relato simplemente humorístico o salpicado de anécdotas infantiles, sino que amplía el arco temático y emocional para hablarnos de ciertos problemas sociales (el hecho de que al novio de Vito lo envíen a cumplir el servicio militar en África, destino que otros más pudientes lograban evitar), políticos (el padre de Quico es un fascista irredento, que define la guerra civil de 1936 como “causa santa” y que le llega a espetar a su mujer, a quien cree sospechosa de influir antipatrióticamente en sus hijos: “Esto no ocurriría si a tu padre le hubiéramos cerrado la boca a tiempo, en lugar de andar con tantas contemplaciones”) e incluso amorosos (se entrevé que Merche tiene un amante, con el que habla por teléfono).
Como siempre, leer a Miguel Delibes constituye una delicia y un regalo para la inteligencia.

martes, 20 de agosto de 2019

La cifra




Vuelvo a la Argentina de Jorge Luis Borges para leer el volumen La cifra, un tomo poético bien notable. Leído así, degustado en traguitos modosos, los poemas de Borges saben a gloria, pero cuando he intentado abalanzarme sobre muchos seguidos he acabado por experimentar los estertores del ahogo. Borges, de tan borgiano, fatiga. En cada verso está burbujeando Virgilio, y resuenan espadas mitológicas, y se escuchan los cuentos embrujados y sherezádicos del Oriente. Habrá quien lo atribuya a deslumbramiento intelectual de Borges y quien lo considere impostación falsaria. Sea como fuere, creo que el maestro argentino era consciente de haber construido un mundo aparte, cuyas claves (o llaves) eran innúmeras, y casi todas procedían de los libros. Los lectores que quieren entrar en sus versos deben aceptar desde el principio esa propuesta, para no incurrir en equívocos o lamentaciones. Borges es así. O lo tomas o lo dejas. Él fabricó un universo específico, hecho de libros, heterodoxias, simbolismos y paradojas, que pide el esfuerzo intelectual de quien se acerquen a sus páginas. Quien desee otra cosa, que busque a otro poeta.
Lo único que no le “perdono” de este libro (por lo inconsecuente de la declaración, y porque sabía que estaba mintiendo de una forma descarada) es que afirme ser “un poeta menor del hemisferio austral”. Por ahí, no. La modestia es el atributo de los soberbios enmascarados.
Tres citas, que he subrayado con fervor: “La fama, que no merece nadie”. “La longevidad es un insomnio que se mide por décadas”. “El sueño, ese pregusto de la muerte”.

lunes, 19 de agosto de 2019

Los justos




Vuelvo a Albert Camus, uno es mis autores más admirados. Y lo hago con una pieza teatral que se titula Los justos y que tienen la bondad de traducirme entre Aurora Bernárdez y Guillermo de Torre (Alianza Editorial, 1996).
Es un texto hermoso y convulso, donde asisto a las hondas visceralidades de unos revolucionarios que se disponen a matar en un atentado al gran duque Sergio de Rusia, y que finalmente lo hacen. Pero lo más desgarrador acontece después de ese crimen, cuando irrumpe entre ellos el remordimiento, con la durísima prueba que un crimen de esa magnitud va a provocar en las conciencias e inteligencias sensibles de algunos de ellos. ¿Es necesario matar para que deje de haber muertes en el futuro? ¿Se cercena la injusticia siendo injusto en pequeñas dosis, como profilaxis? Son interrogantes que no pueden ser contestados con facilidad. Y en esos momentos es cuando van a tener que vérselas con las respuestas.
Sigo pensando que Camus es un autor magistral, muy superior a Sartre. No me lo pareció así en mi juventud (Jean-Paul vencía a Albert), pero sí ahora. Quizá los años, limando los impulsos adolescentes, te conducen hacia una sabiduría más serena, más calmada, más reflexiva.
Tres frases de la obra quiero recordar aquí: “Matar niños es contrario al honor”. “No somos de este mundo, somos justos”. “¿Qué es una sentencia? Es una palabra que puede discutirse noches enteras”.

domingo, 18 de agosto de 2019

El enigma y el espejo




Hoy me enredo con un libro infantil (que no mareen con pedagogías filosóficas: esto es un libro infantil) de Jostein Gaarder, que traducen Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo (Círculo de Lectores, 1997).
Cuenta la historia de la niña Cecilia Skotbu, que se encuentra en cama por una grave enfermedad y que recibe la visita de un ángel de la guarda durante algunos días, hasta que le sobreviene la muerte. Fin del argumento.
Una patatita melancólica, con menos gracia literaria que un bombardeo.
Me gusta, eso sí, cuando define la vida como “un lento incendio”. Lo demás, para hacer cucuruchos y envolver castañas asadas en invierno.

sábado, 17 de agosto de 2019

La imagen desnuda




Me leo los “afolirismos” del sueco Artur Lundkvist, traducidos por René Vázquez Díaz y completados con unos dibujos feísimos de Antonio Saura (Devenir, 1987).
Todo lo que encuentro en este volumen me parece un admirable intento de llegar a la greguería, pero sin que la mayor parte de las veces se consiga un resultado que se pueda calificar de bueno. Hay indicios y leves rastros de luz, pero nada que no pueda resumirse en diez o doce frases. Todo lo demás es relleno prescindible. Ahora bien, seamos justos: esas diez o doce frases son estupendas y me alegro de haberlas leído.
“Las palabras contagian más que los microbios”. “La realidad está a punto de abolir la parodia”. “El perro ladra para que no ladre su dueño”. “Dios tiene un apetito enorme. Por eso tantos curas son gordos”. “Los caminos rectos conducen demasiado pronto a la meta; ¿y después qué?”. “Si oyes que golpean fuertemente a tu puerta, no abras. Podría ser la verdad”. “El que se para a hablar con todos, nada tiene que decir”. “Las leyes sirven para evitar que la justicia se renueve”. “La duda es la fe más resistente”. “Cualquier obrero vale más que su sueldo”. “Ama a tu prójimo como a ti mismo, pero desármalo primero”.

viernes, 16 de agosto de 2019

Personajes en un paisaje de infancia




Me acerco hasta el checo Bohumil Hrabal y leo su novela Personajes en un paisaje de infancia, en la traducción de Monika Zgustová (Destino, Barcelona, 1981). La verdad es que me asaltan con ella pulsiones de muy difícil explicación, por su heterogeneidad. Hay pasajes que me encantan, sobre todo por la forma literaria en que Hrabal los ha resuelto (la matanza del cerdo en el capítulo 2 o las líricas rememoraciones sobre la infancia del protagonista en el capítulo 7); pero luego hay otros episodios en los que, francamente, no consigo “entrar”. Es como si me estuviera explicando la vida en otra galaxia. En ese orden, diré que no entiendo a Pepin, ni entiendo el sentido de muchos de los diálogos que entre él y Maryska se cruzan. Parecen extraterrestres que, recién llegados a nuestro planeta, hubieran aprendido glíglico para comunicarse.
Me ha encantado el símbolo del cabello cortado: lo veo como una clave de acceso al futuro. Un futuro anodino, gris y conformista, pero buscado con la parsimonia lánguida de quien se siente ingresando en la edad adulta.
“Yo soy joven, y por eso mismo por encima del bien y del mal”, nos dice uno de los personajes.

jueves, 15 de agosto de 2019

Llegada para mí la hora del olvido




Franco parece siempre agotado como tema, pero no es infrecuente que cada cierto tiempo afloren en las librerías nuevos tomos (de orden histórico o literario) donde se nos muestran nuevos datos u opiniones sobre su figura humana o política. Es el caso de la novela Llegada para mí la hora del olvido, de Tomás Val, que trata de explicarnos las ideas y los sentimientos de Francisco Franco desde dentro del personaje.
Un editor (al que sin problemas identificamos con José Manuel Lara) le pide que escriba sus memorias, y este borrador inconcluso e imposible es el que Tomás Val deposita en nuestras manos. ¿Resultado histórico? La condena de Carmen Polo como mujer horrenda, frígida y sanguinaria, que todo lo trastocó y lo enmierdó. ¿Resultado literario? Una pieza bonita, donde las indagaciones psicológicas, aunque estén adobadas de “dictadorismo hispanoamericano”, se presentan robustas y bien trazadas. Todo suena en estas páginas a lo “ya sabido”, pero se lee con cierto interés.
Tres frases quiero extraer del volumen, para dejarlas aquí: “La verdad no es jamás necesaria en política”. “¿Dónde iríamos a parar si se tuviesen en cuenta todas las opiniones? ¿Qué bandazos habría dado la historia si se hubieran escuchado todas las voces disonantes?”. “Siempre nos equivocamos con los muertos”.

miércoles, 14 de agosto de 2019

La Mitología contada a los niños




Me sorprenden varias cosas en este volumen titulado La Mitología contada a los niños, de Cecilia Böhl de Faber (que firmaba como Fernán Caballero), que publica el sello Irreverentes. La primera es el tono (léxico, ideológico) del que se vale la escritora decimonónica (nacida en Suiza y muerta en Sevilla) para dirigirse a los presuntos receptores de la obra. Dudo que exista niño en la actualidad (o que lo hubiese en su tiempo) capaz de comprender el elevado registro manejado en sus páginas. El segundo detalle que llama mi atención es el desdén continuo que la escritora manifiesta por el mundo cultural que representa la mitología, en nombre de un torticero uso de sus ideas religiosas: todo lo que aparece en los mitos clásicos son falsedades, absurdos e insensateces… cuando los compara con la rutilante religión católica. Así, nos habla de los griegos como “espíritus extraviados” (p.16), que cultivaron una religión “disparatada, descompuesta y hasta criminal” (p.16), “que carecía de todo destello divino” (p.31), llena de “ridículas divinidades” (p.37) y que constituía un “falso, ridículo y degradante paganismo” (p.91). ¿Para qué molestarse entonces en explicar estos episodios y los hechos de estos personajes legendarios, sabiendo que los niños quedarán contaminados por la inmundicia del error teológico?
Por suerte, hay también detalles que salvan el esfuerzo de la lectura, bien sea por algunos detalles humorísticos (nos dice que Saturno se engullía a cada uno de sus hijos varones “como si fuera un merengue”, p.19) o por los ribetes esperpénticos de su pudor (hablando de Príapo, elude toda mención a sus ostensibles atributos genitales y lo despacha diciendo que presentaba “una fealdad espantosa”, p.59).
Pero en conjunto, seamos sinceros, esto no pasa de ser una obrita de tercera fila, tanto desde el punto de vista erudito como desde un enfoque literario.

martes, 13 de agosto de 2019

La biblioteca de agua




Una calle. Simplemente una calle. Un entorno, un barrio, las gentes que viven o sobreviven en él. El fluir del tiempo. Y, por supuesto, una mirada (externa e interna a la vez) que sepa descubrir los hilos secretos, diacrónicos, líricos que lo unen todo. Es el gran experimento narrativo que la argentina Clara Obligado ha ido componiendo con un mimo artesanal durante varios volúmenes y que ahora encuentra su conclusión en La biblioteca de agua (Páginas de espuma), libro de excepcionales textura y belleza donde lo mismo nos encontramos en un convento, reunidas, a las hijas de Cervantes y Lope de Vega, como se nos invita a presenciar un duelo tremebundo en pleno siglo XIX, o acompañamos a un viejo molinillo de café en su viaje desde la guerra civil de 1936 hasta la actualidad, o escuchamos los barritos de un animal prehistórico (hembra) que se apresta a la extinción, o nos sumamos a la perplejidad de una mujer que descubre, escondidos por su marido en lo alto de un armario, unos juguetes eróticos y unos zapatos rojos de aspecto lúbrico o festivo.
Maravillosamente, todas esas visiones, todos esos detalles se van cruzando y relacionando a lo largo del tiempo, y esa mixtura entre relatos y novela (porque la fluctuación entre ambos territorios es tan deliberada como sugerente) adorna el tomo con unos brillos continuos, burbujeantes, asombrosos, que provocan la emoción y el aplauso de los lectores.
Clara Obligado tuvo que marcharse de Argentina, huyendo de las atrocidades de una dictadura militar, hace cuarenta años. Y desde entonces está entre nosotros, habitando el mismo paisaje madrileño que ahora (d)escribe con sensibles pupilas de entomóloga. Ella también es un híbrido de fronteras, calendarios y corazones, que nos habla de mujeres fuertes, espíritus heridos, supervivientes heroicos (del cuerpo y del alma), sexualidades alborotadas y perros que acompañan a fareros tristes... La literatura en español es mucho más rica gracias a sus páginas. España también es mejor con ella dentro. No dejen de comprobarlo.

lunes, 12 de agosto de 2019

El sueño de Tántalo




No voy a decir quién es mi hermano Antonio Parra Sanz. Quienes me conocéis a mí lo conocéis a él, porque siempre he traído aquí sus libros con entusiasmo, fervor y rapidez. Ahora, aprovechando las vacaciones, vuelvo a una de las obras que publicó antes de que yo inaugurase este Librario íntimo: El sueño de Tántalo, una colección de cuatro relatos que apareció en “La biblioteca del tranvía”.
Allí podíamos paladear la prosa increíble de su autor, su inteligencia para idear tramas y su infinita sabiduría a la hora de esculpir personajes.
El primero de estos cuentos, “Tras las cortinas”, está planteado en forma de carta amorosa, y nos depara algunas sorpresas, que poco a poco asaltan al lector con la lentitud con que embriaga un buen vino. El segundo, “Ícaro”, nos entrega como protagonista a Lajos Imrenhagy, un tragafuegos del que se enamora Sonia de Grandes y que se ve envuelto en un oscuro episodio en el que resulta muerto un hombre. “Delicatessen” es, como su propio nombre indica, una auténtica delicia para la inteligencia, no sólo por la maravillosa forma de su escritura sino también por ese humor macabro que destila el cuento en sus líneas finales. Y “El sueño de Tántalo”, que cierra el volumen y le da título, nos permite conocer a Arturo, un antiguo boxeador que, enamorado de una prostituta conocida como La Karenina, no teme encarar el ridículo y se embarca en un propósito tan dulce como anacrónico, que ella moderará cuando menos lo esperemos.
Cuatro demostraciones de que Antonio Parra Sanz ya era, hace diez años, un autor de cuentos muy valioso. Léanlo y se convencerán.

domingo, 11 de agosto de 2019

Las españolas




Termino hoy otra de mis incursiones en el vasto territorio literario de Francisco Umbral: Las españolas (Planeta, 1974).
El libro está atravesado por una creatividad metafórica y visual muy llamativa, pero que obedece al patrón que ya he degustado cien veces en las páginas de este escritor: buenas greguerías, comparaciones atinadísimas, adjetivos como trallazos y un dominio de vocabulario que roza la perfección. Ya no leo a Umbral para dar mi veredicto. Ya leo a Umbral por el puro gusto de seguirme nutriendo con su venero de preciosidades literarias. Forma parte (esto resulta evidente) de mi particular Olimpo de elegidos, de esos escritores y escritoras que conforman el paisaje predilecto de mis ojos. Seguiré ensanchando mis lecturas con más libros suyos.
He subrayado en el tomo algunas frases, que reproduzco aquí para tenerlas más a mano: “La carne, al fin y al cabo, es más sensata que el alma”. “El matrimonio, sesión continua del amor”. “(Marcel Proust) Quizás el escritor más grande que ha existido”. “El escote es la playa de la mujer, junto al mar de su cuerpo”. “El triunfo es una cosa en huecograbado y sonrisas, es como vivir en un perpetuo domingo, y eso entontece”.

sábado, 10 de agosto de 2019

Las avispas




Los usos cómicos para señalar ciertos males sociales y lograr con esa crítica que los espectadores adviertan los absurdos del mundo en que viven. Un viejo y eficaz procedimiento del que se vale magistralmente Aristófanes en Las avispas, una pieza protagonizada por un padre y un hijo de temperamentos e ideas muy diferentes. El primero es iracundo, solemne, severo y se aplica con fervor a su actividad favorita: formar parte de tribunales de justicia. El segundo es mucho menos extremado y bastante más reflexivo, de tal manera que ordena a todos sus sirvientes que vigilen al progenitor, para que no pueda escaparse de casa y ejercer tan obsesiva tarea.
Cuando se produce al fin el enfrentamiento dialéctico entre ambos, el hijo razona ante su padre que, en realidad, su tarea como juez es una migaja que los realmente poderosos (políticos y burócratas) le arrojan con sonrisa disimulada (“Quieren que seas pobre, y te diré la razón: para que, reconociéndoles por tus bienhechores, estés dispuesto a la menor instigación a lanzarte como un perro furioso sobre cualquiera de sus enemigos”). Con lentitud y eficacia, logra convencer al padre de su condición ancilar y le explica que los griegos siempre han sido como avispas: tranquilos y pacíficos hasta que se les obliga (como hicieron los persas) a sacar su aguijón. Y que lo peor del asunto son los zánganos, que viven de los demás sin disponer de aguijón y que “se comen sin trabajar el fruto de nuestros afanes”.
En suma, un interesante análisis sobre la estructura de la sociedad, organizada desde arriba de tal modo que los de abajo se mantengan siempre ignorantes, pobres e incluso agradecidos.
Me apunto una frase sobre los poetas innovadores: “En lo por venir, mis buenos amigos, sed más amables, más graciosos con esos poetas que realizan un esfuerzo por hallar algo nuevo que deciros”.

viernes, 9 de agosto de 2019

Aquí y ahora




Leo y termino Aquí y ahora, de Miguel Ángel Hernández, sin llegar a entender muy bien la insistencia que varios críticos han desarrollado en torno a la palabra “híbrido” para definirlo. La vida es híbrida, como híbrido es el arte, híbrida es la amistad, híbrida es la escritura e híbrida es la lectura: no podía responder a otro espíritu un volumen donde esos cinco elementos se funden y complementan a lo largo del tiempo. O, dicho de un modo más simplificado: si la vida es híbrida, el diario tenía que ser híbrido.
Pero si lo leemos etimológicamente, como la hybris griega, tampoco esta obra podía funcionar de otro modo. Desmesura. Ansiedad. Límites. Voracidad a la hora de escribir, de abrazar a los amigos, de beber, de acometer tareas como crítico de arte, de viajar, de absorber lecturas. Aquí y ahora se erige en crónica de muchas actividades, intelectuales y emocionales: desde las visitas al Yeguas hasta las reflexiones sobre Mieke Bal o Marcel Duchamp (“el más grande de todos los artistas del siglo XX”, p.210), desde su amistad con Leo o Sergio del Molino hasta sus visitas esporádicas al gimnasio, desde sus cervezas interminables y su vermut granizado hasta el jägermeister (que raramente le sienta bien), desde su vesícula empedrada hasta sus masturbaciones viendo porno gay, desde sus fotos vestido de escocés hasta su viaje a China, desde su relación ambivalente con las redes sociales hasta el poliamor… Todo queda registrado en estas páginas, como en una bitácora del corazón, del cerebro, del estómago y del hígado.
Y por debajo, como un poderoso río, el proceso de creación de El dolor de los demás, su novela más desgarradora, testimonial, tortuosa e íntima. Una novela arrancada, más que escrita. Una novela llorada, más que redactada. Durante estas 268 páginas asistimos a su gestación y moldeado, a sus vacilaciones, a sus enmiendas, a sus crisis, a los rodeos para encontrar un tono, una voz, incluso un título (que finalmente le sugiere Vicente Luis Mora), a sus inquietudes por el impacto que pueda tener esta narración en las personas de su entorno y de su pasado; y, después del mazazo inicial que recibe tras la lectura por parte de sus agentes (“La novela no funciona, dicen. Todo es malo. Ni un solo halago. No va a ninguna parte”, anota abatido en la página 229), por fin la publicación en el sello Anagrama y el despliegue de las repercusiones.
Arte, literatura (escrita y leída), docencia, bares, exposiciones, sexo y partidos de fútbol. Cómo resistirse a ese panóptico narrativo.

jueves, 8 de agosto de 2019

Amores malsanos




Determinadas pasiones pueden transformarse, si las circunstancias coadyuvan, en patologías. Hasta ahí, supongo que todos estamos de acuerdo. En lo que se producirá la primera discusión será en el rango negativo o positivo de dichas patologías. ¿Todas son desdeñables? ¿Todas son merecedoras de respeto? ¿En qué punto se traza la frontera entre territorios tan nebulosos?
La poeta Teresa Vicente nos ofrece en su primer libro de relatos (que se titula Amores malsanos y que lanza a los lectores La Fea Burguesía) un vistoso abanico de personajes y emociones que dibujan su ballet a ambos lados de esa frontera, para que juzguemos qué opinión nos merecen sus filias y fobias, sus actitudes vitales, sus aspiraciones y renuncias.
Tenemos al joven y hermoso carnicero que entiende el placer sexual como una dádiva que ha de tributarse a quienes la requieran; la adolescente millonaria que incurre en el incesto y malbarata el futuro de sus calendarios; el hombre que descubre la infidelidad de su esposa pero que se siente incapaz de abandonarla, porque la juzga la mujer de su vida; el pervertido que encuentra el disfrute erótico en una fantasía inquietantemente dañina; los jóvenes estudiantes de Cambridge que se inician con delicadeza en el amor homosexual; o la lírica crónica que tiene como protagonistas a los siete durmientes de Éfeso, que buscan la muerte tras negarse a reconocer la deidad del nuevo emperador.
Una docena de historias que garantizan buenos ratos de lectura y más de un motivo para reflexionar y emocionarse.

miércoles, 7 de agosto de 2019

La mala entraña




Otra sorpresa agradable para empezar el mes de agosto: los magníficos relatos que forman La mala entraña, de Elena Alonso Frayle, publicados por la editorial isleña Baile del Sol, donde se analizan con escrupulosa exactitud y con encomiable belleza literaria multitud de emociones del ser humano.
Aquí nos encontramos con chicos aburridos y malévolos, que no dejan de planear y ejecutar gamberradas (telefónicas y personales), hasta que su líder pergeña una que incluso a ellos les provoca un escalofrío (“La mala entraña”); o descubrimos la inquietante electricidad sexual que se genera entre una madre lactante y su joven vecino discapacitado (“Misericordia”); o contemplamos qué siente y cómo se comporta la hija de un etarra cuando su progenitor se encuentra en los últimos días de una enfermedad terminal (“La buena hija”); o nos desasosiega el corazón el modo en que una mujer madura aprovecha el fin de semana en que sus hijos y su marido se encuentran fuera para recuperar la relación con un viejo amante parisino de su juventud (“La calle de Mary Quant”); o nos subimos en avión con una madre amargada, triste e iracunda, que viaja a Nueva York para acompañar a su hija antes de que sea tarde (“Amados hijos muertos”); o nos enfurecemos con la crueldad sádica de una sirvienta, que atormenta a una niña rica con imágenes perturbadoras (“El ojo de Dios”).
El volumen, elegante y airoso, no decae en ningún momento, y demuestra que la autora (varias veces finalista del premio Setenil, además de ganadora de premios como el Alandar o el Ala Delta) es un valor firme de la narrativa actual, con un impresionante futuro. Conviene estar pendiente de sus libros: nunca defraudan.

martes, 6 de agosto de 2019

Conversaciones con Juan Ramón




Termino el curioso volumen Conversaciones con Juan Ramón, de Ricardo Gullón (Taurus, 1958). Se trata de un libro difícil de etiquetar, porque oscila entre el ensayo, la poesía y la ficción biográfica. Pretende respetar el esquema de unas “charlas” mantenidas entre los dos autores; pero, en realidad, Gullón habla muy poco, e introduce demasiadas digresiones “líricas”. Es decir, que lo se planteó al principio como “crónicas conversacionales” se queda en monólogos (dignos de interés, eso sí) y en páginas poéticas de Gullón, que nos describe el paisaje que ve (contagio del poeta que tenía al lado, supongo).
Al final, aprendo una enorme cantidad de datos sobre la sensibilidad de JRJ… y llego al desconcierto, comparando la imagen ofrecida en este libro con la que yo tenía, fruto de mis lecturas de epistolarios del 27, donde el escritor de Moguer era presentado como un auténtico monstruo solipsista y egocéntrico. ¿Dónde está la verdad? Ni lo sé ni creo que pueda llegar a saberlo jamás con certeza.
Anoto algunos de mis subrayados del libro: “Borges (asegura Juan Ramón) es el escritor hispanoamericano más importante”. “La poesía pierde por la arquitectura; por el empeño de darle una forma determinada, una construcción. Así ocurre en Góngora”. “La exigencia del lector actual es tremenda. Unamuno tiene esparcida por su obra mayor cantidad de calidad que cualquier poeta clásico”.

lunes, 5 de agosto de 2019

La escafandra y la mariposa




Libro impresionante, tanto por su génesis como por su contenido: La escafandra y la mariposa, de Jean-Dominique Bauby, que traduce Rosa Alapont (Plaza & Janés, 1997). Este francés, director de una famosa revista femenina, quedó imposibilitado en cama, pudiendo tan sólo comunicarse mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. Y con esta pequeñísima muleta consiguió ir dictando este libro letra a letra. Tan fácil decirlo como laborioso, casi imposible, hacerlo.
La escafandra de su cuerpo mudo, pesado, roqueño, es vencida por el remontarse etéreo y alígero de su mente, mariposa libre. Todo un ejemplo de tenacidad, de superación y de vitales ganas de comunicarse.
Yo pensaba, sinceramente, que iba a encontrarme con un tomo “testimonial”, y punto. Pero la sorpresa es que he detectado en él líneas, párrafos y páginas de auténtico vigor literario. Sin caer en sentimentalismos. Sin caer en patetismos. Con belleza de recia estirpe.

domingo, 4 de agosto de 2019

Especies en extinción




Cuando se tiene ante los ojos un buen libro de cuentos se nota enseguida. Es un pálpito que te recorre el cerebro nada más terminar el primero o el segundo de los relatos. Adviertes la maestría y la solidez en el manejo del lenguaje, de la estructura, del tempo; y desde ahí te dedicas a disfrutar anticipadamente con las sorpresas que te depararán las siguientes narraciones. Es una delicia. Frente a la ingente cantidad de morralla desdeñable que se publica, estos libros funcionan como oasis o como reconciliación. Y se les tributa una gratitud imborrable.
Me ha ocurrido con Especies en extinción, de Faustino Lara Ibáñez, un volumen que obtuvo el premio XXI Concurso de Cuentos – Manuel Llano y que publica Tantín Ediciones. Sabiamente dirigido por el autor he asistido a escenas terribles que se desarrollaban bajo las botas nazis (“El autocar de los cobardes”), a relatos vampíricos de llamativo final (“Aniversario”), a ajustes de cuentas entorpecidos por el azar (“El rencor”), a ilusiones filiales que se adivinan melancólicamente condenadas al fracaso (“Bajo la discreta luz del McDonald’s de Aldock Place”), a distopías inquietantes (“La liturgia de los aprendices”), a largas paciencias que se nutren del rencor (“La venganza”) o a amores salpicados por el desequilibrio y la angustia (“La lógica del amor”).
Ceremonias narrativas de una espléndida ejecución, en las que no habría venido mal eliminar los abundantes laísmos y loísmos que afean el libro. Salvado ese escollo lingüístico, el resto es para ponerle un marco y aplaudir.

sábado, 3 de agosto de 2019

El ombligo de los limbos




Como aún no había leído nada del infinitas veces citado Antonin Artaud, opto por sumergirme en las páginas de El ombligo de los limbos, traducido por Antonio López Crespo (Aquarius, 1975).
Y veo que, para hacer verdad una de sus petulantes frases iniciales (“Yo quisiera hacer un Libro que trastorne a los hombres”), Artaud ha puesto en la tarea todo su atolondrado y opiáceo empeño.
Que Dios se lo perdone. Si puede.

viernes, 2 de agosto de 2019

Cosmoagonías




Concluyo un libro que comencé hace tres o cuatro meses y que dejé a medias por otras lecturas. Se trata de Cosmoagonías, de la uruguaya Cristina Peri Rossi (Laia, 1989), cuyo magnífico título esconde algunos relatos buenos, y también otros relatos que se me antojan menos notables. No sé. No termino de “ver” este libro como una obra cuajada. Se aprecian maneras, destellos, apuntes, pero falta algo que le dé cohesión y organismo al conjunto; hay (o yo percibo) demasiadas fisuras, en un tomo que debería haber quedado esférico, habida cuenta de la brillantez de su autora.
Me parecen muy conseguidos “El club de los amnésicos”, “Te adoro” y “El centinela”, así como párrafos sueltos de los demás relatos. Suficiente como para seguir insistiendo con esta narradora.
Cómo no insistir en los libros de alguien que habla así del amor (“Un amnésico enamorado no reconoce, sino que cada vez debe empezar por conocer. Todos los días se asombra de las mismas cosas, ya que las olvidó, y el color de la piel de la mujer que ama es una incógnita sostenida por su imaginación (es decir, por su memoria) que las diferentes luces del día y de la noche descubren cada vez, para hundir, luego, en el pozo abismal de la amnesia”), del lenguaje (“El lenguaje es de los que mandan”) o de los milagros (“Las revelaciones deben merecerse”).

jueves, 1 de agosto de 2019

Otra Fedra, si gustáis




Deliciosa me ha parecido la obra teatral Otra Fedra, si gustáis, de Salvador Espriu, escrita originalmente en catalán y traducida por él mismo al castellano (Península, 1979). Tiene, sí, todo el encanto del viejo mito griego, pero es que además Espriu le rebaja el dramatismo por la irónica vía del humor. Pero, ojo, no conviene perder de vista que sigue latiendo por debajo la angustia casi existencial de Fedra, con todos los matices y toda la hondura de su sufrir.
Que Teseo juegue al perdón y que Hipólito vuelva solemne su casta gallardía no diluye el desgarro de la mujer, enamorada (como en el cuento) de un ayer reflejado por la engañosa lámina del espejo.
Es llamativo que me gusten tanto las revisiones modernas de los autores grecolatinos: Cortázar y sus reyes; Giraudoux y su Anfitrión; Sastre y su otro Anfitrión; las reflexiones teóricas de Diana de Paco Serrano… ¿Será verdad que todo está dicho ya, y que lo único que hacemos es repetirnos?
Me emociona el modo en que Espriu se define (“Veu les coses amb escéptica fredor” / “Ve las cosas con escéptica frialdad”) y el modo elegante y sobrio en que defiende la lengua catalana (“Parlada per pocs, però no petita” / “Hablada por pocos, pero no pequeña”).