En el otoño de 1874, una descomunal
tormenta estaba azotando las calles de París, pero eso no impidió que una mujer
huyera a toda velocidad sobre los adoquines, portando a un bebé en sus brazos.
Unos hombres la perseguían con la intención de dar muerte al bebé. La
atribulada mujer era la doncella del marqués de Saint-Foix, el bebé era la hija
recién nacida del marqués, y los perseguidores eran criados al servicio de ese
mismo noble. Por fortuna, antes de ser alcanzada y asesinada sin piedad, la
pobre doncella consiguió depositar a la criatura en manos de dos singulares
personajes: un gigantón fortísimo aquejado de un grave retraso mental (Totó) y
un enano gruñón y de gran inteligencia (Petit Ours). Ellos tendrían a partir de
entonces la misión de proteger a la criatura.
Éste es el
punto de arranque de la novela Génesis
(El ritual rosacruz), que el alhameño Patrick Ericson acaba de publicar en
la editorial madrileña Nowtilus y que, aderezada con mil peripecias, se
prolonga durante casi cuatrocientas páginas. En ella encontramos a personajes
históricos, como el enciclopedista Diderot o el ocultista Alessandro di
Cagliostro; a seres tan emblemáticos y misteriosos como el conde de
Saint-Germain; y, en fin, a un extenso cúmulo de prostitutas, agentes de
policía, miembros de la nobleza, criados, matronas, herreros y campesinos, que
se van mezclando en una trama compleja, rica y llena de meandros de la que, sin
embargo, el novelista no pierde nunca el control. Y es que la obra (conviene
decirlo cuanto antes) no es la típica historia llena de fuegos de artificio, en
la cual se sumerge a los lectores en un marasmo de sandeces, persecuciones
absurdas o rituales sin pies ni cabeza, sino una narración excelente, bien
concebida, bien trabada y donde todos sus elementos contribuyen a convertirla
en un volumen memorable: un argumento ingenioso (y que se completa al final con
un colofón inaudito, donde el famoso secreto de Rennes-le-Château adquiere
dimensiones sorprendentes); unos personajes sólidamente construidos (la dulzura
de Papilión, el aura magnética de Saint-Germain, la ira creciente de Gustave
Marais, los matices sentimentales y aun físicos de Beaumont); una documentación
histórica realmente fascinante (que le permite describirnos calles, tabernas,
palacios y prostíbulos con la densidad de un fotógrafo); un vocabulario extenso
y lleno de matices (que hará las delicias de todo aquel que no haya renunciado
a la dimensión estética del lenguaje, tan vapuleada por buena parte de los
novelistas de hoy en día); y, en fin, una gran capacidad para descubrir siempre
la mejor música de la frase, que adquiere cadencias finísimas en muchos
capítulos de la obra.
El único
elemento negativo (pues no sería justo dejar de anotarlo) es la tendencia que
se observa en la obra a colocar la tilde a la palabra “aun” cuando desempeña
funciones conjuntivas, y no adverbiales. Esta utilización desafortunada puede
observarse (y la enumeración no será exhaustiva, ya lo advierto) en las páginas
19, 26, 39, 51, 109, 151, 226, 230, 235, 252, 277, 332, 348 y 372. El detalle
de referirse a las “pupilas azul turquesa” de Papilión (página 186) también
incurre en la inepcia (las pupilas siempre son negras), pero tiene la disculpa
romántica de ser heredero de Gustavo Adolfo Bécquer, inductor de esa prolongada
equivocación cromática. Génesis (El
ritual rosacruz) es, por encima de todo, una novela de acción, pero que
incluye reflexiones muy sugerentes sobre la condición humana y un buen caudal
de páginas que podrían figurar en más de una antología, sobre todo en sus
tramos descriptivos. Patrick Ericson demuestra con esta obra que atesora un
buen dominio de la intriga y de la narración. Es probable que aún nos reserve
sorpresas para los próximos años. Las esperaremos con auténtico interés.