Un día, de modo azaroso,
cayó en mis manos la novela La
larga marcha, de Rafael Chirbes, y recuerdo que la abrí sin demasiadas expectativas (que quizá sea la manera más adecuada de enfrentarse a un libro cuyo autor no conocemos). A las pocas páginas, la elegancia estilística del escritor de Tabernes de Valldigna ya me había conquistado; y me interesé por acudir a sus demás obras. Fue, desde luego, un descubrimiento: las devoré con pasmo creciente y con éxtasis literario. A partir de entonces jamás me dio Chirbes un disgusto, hasta el 16 de agosto de 2015, cuando leí en la prensa que había fallecido el día anterior. Ahora, como un hermoso tributo a su memoria, la editorial Anagrama acaba de publicar su novela Paris-Austerlitz, de una contenida emoción y de una delicada textura.
Lo que nos relata en sus
páginas es, ciertamente, una historia muy común, que podría haber quedado
malbaratada en las manos imperitas de cualquier artesano mediocre: un muchacho
madrileño que aún no ha cumplido los treinta y que desea triunfar en el mundo
de la pintura se desplaza a París, donde se instala en la casa, pequeña y sin
apenas iluminación, de un obrero llamado Michel. Desde el primer día, ambos
viven una aventura pasional muy intensa, en la que la posesión y el deseo
mutuos se encienden constante y explosivamente. Al cabo de unos meses, al
narrador comienza a asfixiarle la atmósfera opresiva de este vínculo, del que
quiere apartarse para centrar su atención en la pintura, que tiene bastante
abandonada. Así, busca una vivienda que se encuentra a pocos metros de la de
Michel, pero que dispone de mejor luz y, sobre todo, de un margen más dilatado
de libertad… Cuando el narrador, en primera persona, nos está contando su
historia advertimos que ha pasado ya un tiempo y que Michel, que se abandonó
durante los meses posteriores a la separación a un sexo imprudente y dislocado,
se encuentra en el hospital, al borde de la muerte. Nos habla de “plaga”, nos
habla de una enfermedad vergonzosa, nos habla del sarcoma de Kaposi, y no necesitamos
más datos para ponerle un nombre terrible a la dolencia que lo mantiene
postrado: el SIDA.
Rememorando los meses de
su relación y el modo en que fue evolucionando desde el amor hasta la frialdad,
desde la navegación hasta el naufragio, vamos conociendo con todo detalle el
huracán de sexo, alcohol, miradas, pintura y fingimientos familiares que los
protagonistas acometen en sus páginas. Pero, fundamentalmente, Rafael Chirbes
nos traslada una mirada melancólica sobre el amor que se erosiona y al fin se
extingue, sin que sirva de nada apuntalarlo con los inestables arbotantes del
disimulo. Una hermosa y terrible novela.