Un
singular y desgarrado “Monólogo espasmódico en tres tiempos”, que el poeta
Miguel Sánchez Robles publicó con el título de Como la noche que nunca amaneciese, concentrará todas las visiones
negativas y nihilistas (tan frecuentes en este autor) en un personaje con
nombre y apellido: Lola López.
En el
primero de los tres tiempos mencionados, la mujer se dirige al personaje
bíblico de Job y le habla largamente de su cansancio. Le dice que se encuentra
“carcomida en los bordes. Arrodillada en la desesperanza” (p.13); que la vida
se le antoja una gris “grieta pútrida” (p.16) que el tiempo se ha entretenido
en abrir en su carne; y que la domina constantemente el “ansia de escapar”
(p.29). Pero de inmediato surgen las preguntas terribles: ¿escapar hacia dónde?
¿Escapar para encontrar qué? El resumen vital que Lola López se plantea es desgarrador:
“No soy: huyo” (p.34).
En el
segundo tiempo comienza a alborear una solución para sus cuitas, aunque los
matices impresionan: “Es más dulce el suicidio / que esta diaria gangrena”,
p.47). Pero Job ni siquiera se digna contestar, pues ha adoptado una actitud de
silencio a ultranza, de silencio divino. La mujer, desesperada, se descubre con
una interrogación en los labios, dirigida a la vida: “¿Por qué me dueles
tanto?” (p.66).
Y en el
tercer tiempo descubrimos que no hay tregua posible para quien se pregunta por
el sentido de las cosas. No hay luz. Todo es “como la noche que nunca
amaneciese” (p.69), como una lepra del alma que nos sume sin rastro de
misericordia “en una especie de letargo ebrio” (p.81).
La
conclusión no puede ser más contundente, ni más amarga. El autor cierra el
libro con estos dos versos, marcados en negrita: “Después de tanto hastío /
nunca hubo nada” (p.89).