lunes, 3 de agosto de 2020

Kafka y la muñeca viajera




La historia la contó Dora, última amada de Franz Kafka, en sus memorias: en 1923, el escritor checo acudía habitualmente al parque Steglitz, en Berlín, para oxigenar sus maltrechos pulmones (la tuberculosis acabaría con él en junio de 1924). Y un día se encontró allí con una niña que lloraba por haber perdido su muñeca. Compadecido, Franz improvisó un consuelo: la muñeca no se había perdido, sino que había partido de viaje. Logrado el estupor de la chiquilla, le dijo que él era cartero de muñecas y que, posiblemente, la suya le enviaría una carta para explicarle los motivos de su acelerado adiós. Durante varias semanas, Franz Kafka sacó fuerzas para irle escribiendo y entregando cartas manuscritas, que la niña se llevaba con ilusión. Jamás se supo la identidad de la muchacha (a pesar de que el investigador Klaus Wagenbach la buscó por todos los medios en los años posteriores), ni se han recuperado aquellas páginas, que constituyen un delicioso misterio.
El prolífico escritor barcelonés Jordi Sierra i Fabra recreó esa historia real en su novela Kafka y la muñeca viajera (Siruela, 2006), un libro enriquecido con las ilustraciones de Pep Monserrat y que consigue mantener el interés de los lectores más jóvenes gracias a su sabia mezcla de amenidad, reflexiones sobre la vida, datos biográficos e inteligentes observaciones sobre el candor infantil y sobre la importancia de las ilusiones. En apenas dos semanas, y gracias al despliegue imaginativo que Sierra i Fabra pone en la pluma de Kafka, “Brígida había cruzado el extenso desierto del Sahara en una caravana de camellos, explorado la India, recorrido la gran muralla china, nadado en el mar Muerto, escalado las altas cumbres del Himalaya, volado en globo… Brígida había estado en Pekín, en Tokyo, en Nueva York, en Bogotá, en México, en La Habana, en Hong Kong… Brígida era famosa. Saltaba de un continente a otro en un abrir y cerrar de ojos. Ya no importaba ninguna lógica”. Y, atrapados por esa magia incandescente y celérica, los lectores se suman al juego con espíritu infantil.
Con tipografía generosa y una bella presentación editorial, el volumen nos ofrece sobre todo dos atractivos, que se añaden al gran atractivo de la historia en sí: la creación de esas cartas enigmáticas (¿qué pudo decir en ellas Franz?) y el final mágico que Sierra i Fabra idea para redondear su narración (creando la figura del aventurero Gustav, en Tanzania).
Muy notable.

2 comentarios:

Conchita dijo...

Siempre me atrajo esta historia. Pensaba en la suerte que tuvo la miña de encontrarse con Kafka. Lo leeré,seguro. Gracias por comentarlo en tu blog.

Dorotea Hyde dijo...

Hola:
Cuando lo leí me pareció delicioso, con una historia que desprende ternura por todas partes y que atrapa hasta el final.
Un saludo
DH