domingo, 16 de agosto de 2020

El malentendido



Marta y su madre regentan un albergue solitario al que acaba de llegar un nuevo inquilino. Al tratarse de un hombre solitario, harán con él lo mismo que ya han hecho con otros anteriormente: matarlo y desvalijarlo. El sueño es conseguir el dinero que precisan para irse lejos y vivir junto al mar. Pese a su condición de asesinas, procuran que la víctima no sufra ni el más mínimo dolor, así que llegan a considerar que lo que hacen “casi no es un crimen: sólo una intervención, un empujoncito a vidas que desconocemos”. Lo que no saben es que el recién llegado, que se identifica como Karl Hasek, de Bohemia, no es en realidad quien dice ser, sino Jan, el hermano de Marta que se fue del continente veinte años atrás y que ahora, casado y rico, vuelve para reconciliarse con su familia.
En esta pieza teatral, Albert Camus, sabiendo que “hay palabras que queman la boca”, deja que su protagonista se acerque a su hermana y su madre de una forma equivocada: intentando que sean ellas quienes descubran su identidad. Que vean en el rostro del viajero las señales que lo identifiquen. Ahora, Jan es feliz en su matrimonio con María, pero a la vez ha llegado a la conclusión de que “un hombre necesita felicidad, es cierto, pero también necesita encontrar su definición”. ¿Quién es él desde que las abandonó, dos décadas atrás? ¿Cómo han cambiado ellas? ¿Es aún posible acompasar los corazones, pedir disculpas y borrar el pasado? Dominado por un quebradizo optimismo, que no olvida la inmediatez del rencor (“Es más cómodo encontrar las palabras de rechazo que dar con las que unen”), se convertirá en una víctima tan inocente como propicia para las dos mujeres, que consideran este crimen el último que realizarán, antes de retirarse hacia la costa.
En la página que cierra el drama, Marta se enfrentará a María y le susurrará una frase terrible, donde fatalismo, existencialismo y desolación se dan la mano: “Ruegue a su dios que la haga semejante a la piedra. Es la felicidad que él se asigna, la única felicidad verdadera. Haga como él, vuélvase sorda a todos los gritos, sea como la piedra mientras hay tiempo”.
Durante mi etapa universitaria me enamoré del teatro de Albert Camus. Ahora compruebo que la relectura me sigue entusiasmando.

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