Marta y
su madre regentan un albergue solitario al que acaba de llegar un nuevo
inquilino. Al tratarse de un hombre solitario, harán con él lo mismo que ya han
hecho con otros anteriormente: matarlo y desvalijarlo. El sueño es conseguir el
dinero que precisan para irse lejos y vivir junto al mar. Pese a su condición
de asesinas, procuran que la víctima no sufra ni el más mínimo dolor, así que
llegan a considerar que lo que hacen “casi no es un crimen: sólo una
intervención, un empujoncito a vidas que desconocemos”. Lo que no saben es que
el recién llegado, que se identifica como Karl Hasek, de Bohemia, no es en
realidad quien dice ser, sino Jan, el hermano de Marta que se fue del
continente veinte años atrás y que ahora, casado y rico, vuelve para reconciliarse
con su familia.
En esta
pieza teatral, Albert Camus, sabiendo que “hay palabras que queman la boca”,
deja que su protagonista se acerque a su hermana y su madre de una forma
equivocada: intentando que sean ellas quienes descubran su identidad. Que vean
en el rostro del viajero las señales que lo identifiquen. Ahora, Jan es feliz
en su matrimonio con María, pero a la vez ha llegado a la conclusión de que “un
hombre necesita felicidad, es cierto, pero también necesita encontrar su
definición”. ¿Quién es él desde que las abandonó, dos décadas atrás? ¿Cómo han
cambiado ellas? ¿Es aún posible acompasar los corazones, pedir disculpas y
borrar el pasado? Dominado por un quebradizo optimismo, que no olvida la
inmediatez del rencor (“Es más cómodo encontrar las palabras de rechazo que dar
con las que unen”), se convertirá en una víctima tan inocente como propicia
para las dos mujeres, que consideran este crimen el último que realizarán,
antes de retirarse hacia la costa.
En la
página que cierra el drama, Marta se enfrentará a María y le susurrará una
frase terrible, donde fatalismo, existencialismo y desolación se dan la mano:
“Ruegue a su dios que la haga semejante a la piedra. Es la felicidad que él se
asigna, la única felicidad verdadera. Haga como él, vuélvase sorda a todos los
gritos, sea como la piedra mientras hay tiempo”.
Durante mi etapa
universitaria me enamoré del teatro de Albert Camus. Ahora compruebo que la
relectura me sigue entusiasmando.
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