domingo, 2 de agosto de 2020

El mandarín




Teodoro es un oscuro funcionario que trabaja en el Ministerio de la Gobernación en Portugal. Lleva una vida rutinaria, de hombre soltero que vive en una pensión y que no tiene más horizonte que colocarse todos los días los manguitos que le permitan realizar sus tareas como amanuense. Come de manera frugal, no se le conocen amores, ni tampoco amistades notables. Pero un día, leyendo un libro, descubre una extraña frase que le llama la atención: se sugiere que si es atrevido y toca una campanilla, inmediatamente morirá en la lejana China un viejo mandarín, cuya ingente fortuna irá a parar a sus manos. Teodoro carece de todo tipo de fe (considera que la religión es un “ficticio consuelo controlado por los poderosos para aplacar a quienes nada poseen”), pero se deja seducir por las tentaciones de un personaje (¿satánico?) que le impele a tañer la campanita, cosa que finalmente hace.
No tarda muchos días en descubrir que, en efecto, ha muerto súbitamente en China el venerable Ti Chin-Fu; y que él acaba de heredar ciento seis mil millones. A partir de ese momento, “embrutecido en un deleite de Nabab”, se introduce en una espiral de gastos suntuosos: comidas estrafalarias, bebidas exclusivas, puros de primera calidad, prostitutas inabordables para los bolsillos medios… Durante un tiempo vive esa “existencia animal, grandiosa e impúdica”, hasta que calibra la conveniencia de viajar a China y conocer a la familia del mandarín fallecido.
Magnífica novela corta impregnada de amor al mundo oriental (sedas, abanicos, vestimentas bordadas con primor, pagodas, braseros aromáticos), pero donde no se esconden tampoco los ángulos menos admirables de ese mismo mundo: la mugre de sus calles, los perros hambrientos, el fatalismo de sus habitantes, la asfixiante burocracia… Y donde advertimos, sobre todo, la espléndida elegancia literaria de José María Eça de Queirós, quizá el más grande de los realistas portugueses, que nos termina sorprendiendo al final de la obra con una decisión chocantísima de su protagonista.

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