Los mejillones, los gusanos de seda y los ornitorrincos viven.
O quizá sería mejor decir que existencian.
Nosotros, como seres humanos, se supone que deberíamos aspirar a algo mucho más
profundo: entendernos y aceptarnos, saber qué lugar ocupamos en la vida y qué
conclusiones podemos extraer de ese conocimiento. En su magnífica novela Fin de temporada, Ignacio Martínez de
Pisón despliega para nosotros las peripecias a las que se ven sometidos varios
personajes de inolvidable factura, que no dejan de interrogarse sobre su
sentido vital, sobre la esencia de su respiración. Y digo bien: peripecias.
Porque Rosa, Iván o Mabel viven curvas que, de súbito, cambian de trayectoria y
los obligan a reinventarse, pero encuentran espacios de reposo para preguntarse
por qué, y cómo, y hasta cuándo.
Rosa se quedó embarazada cuando era una jovencita inexperta y
se subió en su coche con su novio para poner fin a la gestación en Portugal,
lejos de las miradas y los reproches de su entorno. Iván, muchos años después,
descubre que el triste accidente automovilístico que sufrieron sus padres
impidió que se consumara el aborto e hizo posible que él naciera. Mabel, tras
una amarga experiencia conyugal, termina encontrándose con ellos dos y decide
continuar a su lado. Pero en ocasiones (lo decía al principio) no basta con
existir, ni con querer existir: hay que disponerse a lanzar preguntas… y también
estar preparado para recibir las respuestas. ¿Qué ciénagas quedan aún vivas del
pasado? ¿Qué odios, qué llantos y qué recriminaciones quedan por llover sobre
los protagonistas? Pese a la razonable estabilidad de su presente, Iván querrá
descubrir quién pudo ser, y para saberlo no tendrá más remedio que acudir hacia
el pueblo de sus padres, donde quedan personas de la familia que pueden
aclarárselo. Pero todo tiene un precio. Y en ocasiones, éste es altísimo. “Saber
nos hace diferentes, nos convierte en otras personas”, leemos en la página 228.
Y quizá en esa frase se encuentre uno de los pilares de esta espléndida
narración.
Magistral en la creación de atmósferas y caracteres, Ignacio Martínez de Pisón vuelve a convencer con una novela inteligente, amarga y dura, que podría estar protagonizada por cualquiera de nosotros.