miércoles, 5 de agosto de 2020

A modo de esperanza




Situémonos en 1954. España comienza a recibir armas desde Estados Unidos (país en el que graba su primer disco un chico llamado Elvis Presley), se gestiona el retorno de prisioneros de la División Azul, se inaugura el embalse de El Vado y, al otro lado del Atlántico, nace Sócrates (filósofo del fútbol). De repente, como quien no quiere la cosa, llega un joven de 25 años, nacido en Orense, y termina un libro de poemas que decide titular A modo de esperanza, con el que consigue el premio Adonais. Se llama José Ángel Valente.
El prometedor vate nos dice que “tenía entre mis manos / una materia oscura” y nos dice también que “ha sido emplazado a vivir”. Con esas convicciones, nos va regalando versos escuetos, sinópticos, donde emociones y pensamientos cruzan sus vectores para inundarnos corazón y cerebro. Poco a poco, va reuniendo poemas terribles como “El adiós”, delicadas ternuras como “Epitafio” o elevadas reflexiones sobre la patria, “cuyo nombre no sé” (“Oh patria y patria / y patria en pie / de vida, en pie / sobre la mutilada / blancura de la nieve, / ¿quién tiene tu verdad?”). Y se alza con firmeza una Voz, que iría desarrollándose en los años siguientes por senderos variados. Muchos son los temas hacia los que se aproxima el vate: la muerte, la soledad, la vida, el amor… y hasta textos simbólicos que lo tienen como protagonista (“Hoy he amanecido / como siempre, pero / con un cuchillo / en el pecho. Ignoro / quién ha sido, / y también los posibles / móviles del delito”).
El joven maduro (“Tengo miedo a morir”); el joven que mira y recuerda (“Te he olvidado / tanto y he podido / olvidarte tan poco”); el joven pensador (“Nada / muere, porque nada / tiene fe suficiente / para poder morir”); el joven que piensa en la trascendencia (“Murió; es decir, supo / la verdad”); todos los jóvenes que era Valente comenzaban a expresarse en estas páginas inaugurales.

No hay comentarios: