Leo un testimonio más estremecedor que exacto, por
lo que indican las notas de los traductores (Anacleto Ferrer y Txaro Santoro):
el volumen Vida, poesía y locura de
Friedrich Hölderlin, de Wilhelm Waiblinger. Parece ser que este joven
escritor visitó algunas veces al poeta de Lauffen y que fue dejando notas no
muy rigurosas sobre éste (fallos de cronología, algunos errores, etc). Pero
salvando estos escollos eruditos descubrimos en este volumen impagable una
amalgama de detalles sobre Hölderlin que enriquecen nuestro conocimiento sobre
él: que tuvo que sufrir en Tubinga a unos profesores lamentables, que agriaron
su juventud estudiantil; que mostró algunos comportamientos huraños durante su
etapa universitaria; que estaba totalmente desprovisto de sentido del humor, el
cual habría servido, a juicio de Waiblinger, como “contrapeso a la disposición
que inevitablemente le conducía a la ruina” (p.18); que sus amores por Susette
Gontard fueron interrumpidos por el marido de la dama, que los descubrió y
separó; que durante los años que pasó en casa del carpintero Ernst Zimmer,
aquejado por la locura, engalanaba a sus visitantes con los títulos más
estrafalarios (“Vuesa Majestad”, “Reverendo Padre”, etc); que llevaba las uñas
terriblemente largas (“Se las deja cortar con sumo disgusto y para convencerle
son necesarias un sin fin de artimañas”, p.35); que a veces se queda tumbado en
la cama durante días, para manifestar su disgusto por haber sido contrariado;
que se fue quedando cada vez más delgado durante sus años finales; que su mayor
angustia es que se mostraba incapaz de hilvanar las ideas con fluidez,
perdiéndose en un cenagal de imágenes inconexas o embrolladas; y que, en fin,
durante sus últimos años tocaba compulsivamente el piano, sin mucho sentido.
En todo caso, lo más importante de Hölderlin
también lo advirtió Waiblinger, y lo dejó anotado en su diario con fecha 9 de
agosto de 1822: “El Hiperión merece
tanta inmortalidad como Werther”. Así
es, sin duda.