miércoles, 28 de enero de 2009

Obra completa en verso



José Antonio Muñoz Rojas (Antequera, 1909) es un poeta hondo, sabio, de palabras meditadísimas, que ha ido asperjando sus versos con emoción sacra. Desde que publicara sus Versos del retorno al cumplir los veinte años, sus poemas han ido decantándose con belleza lenta de miel o de estalactita. Ahora, cuando esa obra parece definitivamente cerrada, en su plenitud, la editorial Pre-Textos acaba de lanzar un volumen donde recopila todos sus versos, en un volumen de más de cuatrocientas páginas, manejable y hermoso.
Ahí podemos encontrar sus homenajes iniciales a Aleixandre, García Lorca o Antonio Machado («Lo que importa únicamente, caminante, es caminar», p.38); aquellas otras líneas donde el amor se nos presenta como fuerza impulsora, con visos de asignatura doble, táctil y verbal («La geografía la estudiaremos en tu cuerpo, y la geometría en tus palabras», p.71); esos deliciosos sonetos, tan bien construidos y de tanta gracia flexible, como los que se cobijan bajo los títulos de A tus manos o El cristo de Velázquez; o esa maravilla poética que son los cantos dedicados a Rosa (que experimentaron ampliaciones y refundiciones a lo largo del tiempo, siempre para mejorar).
Enamorado de los ambientes rurales, José Antonio Muñoz Rojas nos habla con éxtasis de los caseríos, de los pastores, de las flores, de los aldeanos, de las fuentes, de los chopos, de los olivos y de los amaneceres, que se funden en una atmósfera serena, luminosa, plácida, para que el poeta puede seguir notando en su interior la música del alma y el aliento de Dios. De ahí que, exaltado, nos susurre al oído: «Qué hermoso nacer para esto que nacemos» (p.103). En ese punto podemos advertir la condición del poeta, que se aleja de todo tipo de barroquismos y de infatuaciones para refugiarse en la sencillez de la contemplación pura: la del paisaje que lo rodea, estímulo suficiente para que se inflame su vena poética. Eso no le impide, como es lógico, seguir cantando a sus autores predilectos (ahí están para demostrarlo sus retratos de Miguel Hernández, Leopoldo Panero o Dámaso Alonso). Y tampoco le impide mostrarse arriesgado desde el punto de vista formal, en poemas tan valerosos como ese Homenaje que figura en la página 362, donde los encabalgamientos tienen un brío desacostumbrado.
Un volumen, por tanto, donde se nos muestra una trayectoria poética de gran magnitud, tan enérgica como valiosa, que se completa con un ameno Glosario del mundo del campo y unas Notas, que ayudan a situar al poeta en su espacio y en su tiempo. La editorial Pre-Textos, nuevamente, ha hecho un trabajo primoroso, y los aficionados a la buena poesía nos sentimos felices de aplaudirlo.

domingo, 25 de enero de 2009

Blaze



Cuenta la mitología que Midas fue un rey de Frigia que, por su elevada hospitalidad con Sileno, obtuvo del dios Dioniso un singular don: transformar en oro todo lo que tocaba. Desde entonces, su nombre se ha convertido en sinónimo de “creación de riqueza”, y se aplica a aquellos que logran triunfar y que generan ganancias espectaculares en su actividad profesional. Stephen King es, desde luego, un Midas de la literatura. Nadie lo puede discutir. Sus novelas se venden por millones de ejemplares y de ellas se realizan adaptaciones cinematográficas que alcanzan el más arrollador de los éxitos (es imposible olvidarse de “El resplandor”, insuperablemente protagonizado por Jack Nicholson; o de “La milla verde”, con el no menos eficaz Tom Hanks). Pero lo que no sabe todo el mundo es que, durante unos años, Stephen King escribió novelas con varios seudónimos más o menos ingeniosos, porque sus editores entendían que estaba saturando el mercado y era necesario “descongestionarlo”. Así aparecieron las obras de Richard Bachman.
Ahora, el sello editorial Plaza & Janés ha publicado en España, gracias a la traducción de Javier Martos Angulo, la novela Blaze, de Bachman/King. En ella nos encontramos con un gigantón gordo y retrasado (Clayton Blaisdell) que lleva a cabo un secuestro: el del bebé del millonario Joseph Gerard III, por el cual solicita un rescate de un millón de dólares. El plan, en su origen, no ha salido de su cabeza, sino que ha sido concebido por George Rackley, un compinche que durante años ha acompañado como mentor a Blaisdell (a quienes todos llaman Blaze). El problema es que, fallecido Rackley, el pobre Blaze ha de ir improvisando sobre la marcha las directrices del plan... auxiliado por la voz de ultratumba de su amigo, al que cree seguir escuchando día tras día, con sus recriminaciones, insultos y consejos. Como es natural, la impericia descerebrada de Blaze irá provocando continuos desastres, que sembrará de fisuras el secuestro, hasta permitir que el FBI tome cartas en el asunto y precipite un final lleno de sangre y adrenalina.
La obra, contra lo que puedan pensar los amantes de los clichés, no es en absoluto mala: los personajes tienen un notable grado de complejidad biográfica y emocional; la acción está graduada con elegancia (aceleraciones y frenazos que el autor introduce con la sabiduría que da el oficio); la estructura narrativa del tomo es realmente buena (el manejo del flash-back es prodigioso); y el final, tal vez lo mejor de la novela, acelera el ritmo cardíaco de los lectores en cada línea, en cada párrafo, en cada página, hasta ponerlos al borde del colapso.
Que no busquen terror barato los lectores comodones, porque en este libro no lo hay. Y que quienes no frecuentan las novelas de Stephen King, por creerlo un mero escultor de truculencias, tengan la curiosidad de meterse en Blaze. Es muy probable que se lleven una agradable sorpresa.

domingo, 18 de enero de 2009

La profecía del Louvre



Los best-sellers literarios generan a su alrededor una serie de filias y de fobias que, en la mayor parte de los casos, no deja razonar con claridad: unos los vituperan por el mero hecho de estar concebidos para vender; y otros los ensalzan y deifican hasta el punto de manifestar que, salvo ese tipo de obras, nada se les antoja apetecible en el mundo de los libros actuales. No andaba muy equivocado Ernest Hemingway cuando escribió aquello de que todo el que generaliza procede de forma injusta (aunque su propio juicio fuera tautológico).
Ahora, la escocesa Theresa Breslin acaba de lanzar su voluminosa novela La profecía del Louvre con el sello Almuzara (traducción de Eugenia Arrés), y la polémica se reactiva, porque uno de los personajes más importantes de la obra es el famoso profeta Michel de Nostradamus, quien en el último tercio del siglo XVI experimenta una revelación sobre el futuro del mundo y la consigna por escrito, depositándola en manos de Mélisande, la hija de un juglar, para que la ponga a salvo. Esta muchacha, que ha visto morir a su hermana Chantelle por culpa del conde de Ferignay y que sufre el dolor de ver cómo su padre es retenido contra su voluntad en la corte, ha de salir a los caminos de Francia con el objeto de huir del citado conde y proteger a toda costa su secreto. Durante su vagabundeo (salpicado de peligros, asechanzas, reveses y disfraces de todo tipo) conocerá a un atractivo joven llamado Melchior, dueño de un leopardo; aprenderá el arte de la confección de medicamentos, ungüentos y todo tipo de remedios curativos al lado de Giorgio; tendrá que fingir ser un muchacho y esconder su mandolina, para que no la asocien con la juglaresa fugitiva; conocerá el afecto y el amor en la persona de Thierry, un señor feudal que la trata con ternura; y tendrá que vérselas con la traición, la perfidia y el rencor de los personajes más insospechados, hasta que finalmente consigue entender cuál es el papel que debe desempeñar en la profecía que Nostradamus ha puesto en sus manos.La historia (cuyo final no dejará insatisfechos a los lectores) está narrada con elogiable fluidez, y se construye sobre una documentación minuciosa, donde el mundo europeo del siglo XVI, con sus conflictos religiosos y sus luchas de poder, está retratado con conocimiento de causa. Y, salvo el lapsus de decir que el profeta “había desecho las sábanas” (pág.188), el error terminológico de indicar que una hembra de leopardo está “embarazada” (pág. 391) y la presencia del espurio verbo “inflingir” (que se repite en las páginas 127, 337 y 442), todo lo demás de esta obra está tan suculentamente concebido como brillantemente expuesto. Disfrutarán con sus aventuras todos los amantes de la acción, de la novela histórica y de los misterios proféticos. No es un caudal pequeño, ni desdeñable, de usuarios.

En el café de la juventud perdida



En literatura los excesos son, aparte de enojosos, innecesarios. El francés Marcel Proust, que no compartía esa opinión, infligió a los lectores varios miles de páginas para contarles que iba en busca del tiempo perdido, y se enzarzó en charlas prolijas, descripciones interminables de salones y rostros, y magdalenas húmedas que le traían aromas de otras épocas. Ahora, otro escritor francés, llamado Patrick Modiano, ha sabido capturar, condensar y bruñir el mismo mensaje, con no menor belleza, en un breve texto novelístico de 130 páginas que, con el rótulo de En el café de la juventud perdida, acaba de publicar en España el sello Anagrama, gracias a la traducción de María Teresa Gallego Urrutia.
En él seguiremos el rastro de la enigmática Louki (cuyo auténtico nombre es Jacqueline Delanque), una mujer que anda buscándose por las calles y los cafés de París, perdida en un maremoto de contradicciones, silencios y orfandades, en el que chapotea con la esperanza de hallar finalmente un camino («No tengo más recuerdos buenos que los de huida o evasión», página 84). El café de Le Condé es su primer refugio, y en él se encuentra con bohemios que, como ella, derivan como náufragos: beben, fuman, se embarcan en proyectos disparatados y pelean contra la grisura. Como dijo Julio Cortázar en una de sus obras más conocidas: se saben a salvo del absurdo porque se lanzan directamente contra él. Así, la panoplia de personajes adquiere tintes disparatados o cercanos al delirio: un estudiante de la Escuela Superior de Minas; un detective privado que anda buscando a Jacqueline por encargo de su marido (Jean-Pierre Choureau); un espiritista llamado Guy de Vere, que pronuncia frases tan profundas y tan sabias como la que aparece en la página 122: «Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella»; etc. Auténticos vagabundos del espíritu, que no saben encontrar su senda y que empapan de alcohol los calendarios, mientras llegan (o no llegan) las respuestas a sus preguntas. Con un estilo de elegante sencillez, Patrick Modiano consigue capturar el ambiente de una época (los años 60), en la que muchos braceaban contra la inercia del sinsentido. Y va dejando que todas esas voces, tan plurales, tan variadas, tomen la palabra de forma sucesiva: hablará el estudiante (que entiende la bohemia del café Le Condé como «un refugio contra todo lo que preveía que traería la grisura de la vida», página 26); hablará el detective contratado por el marido de Jacqueline, quien acaba seducido por la imagen de la muchacha; hablará Roland, que vive con ella un tiempo de fulgurantes búsquedas... Muchas gargantas y muchos corazones, que Modiano sabe ir ensamblando con orquestal pericia para dejar, entre las breves páginas de este volumen, el aroma del desasosiego.

domingo, 11 de enero de 2009

El archivero de la Lubianka



El escritor y académico francés Jean Dutourd lo escribió en su voluminosa novela Los horrores del amor: “Hay que ser vigilante, hay que estar persuadido de que las cosas no se adquieren nunca para siempre, hay que tener miedo sin cesar”. Igual certidumbre atenaza a Pável Vasílievich, un antiguo profesor de literatura de la academia Kírov que, por avatares de la dictadura stalinista, se halla durante el año 1939 trabajando en la Lubianka, cuartel general de la KGB soviética. Allí le han encomendado la misión de ordenar y archivar los documentos literarios que se requisan a escritores de primer y segundo orden en Moscú, sospechosos de no ser demasiado afectos al nuevo régimen comunista. Y la acción de esta obra se inicia justo cuando está a punto de entrevistarse con uno de los escritores a los que siempre ha admirado: Isaak Bábel. Sus cuentos (que le parecen tan hermosos y tan admirables) están siendo puestos en cuestión por el nuevo sistema gubernamental, que los juzga obscenos, provocadores y antirrevolucionarios. Pero Pável, sensible a la belleza de su literatura, se niega a admitir ese juicio.
Al mismo tiempo, el funcionario de la Lubianka está viviendo un continuo calvario, que se desarrolla en varios frentes: de un lado, su mujer, Elena, a la que adoraba, ha muerto hace pocos meses en un atentado que hizo descarrilar el tren donde viajaba, y el papeleo para recuperar sus cenizas y sus pertenencias se está convirtiendo en una auténtica odisea administrativa, casi kafkiana; de otro lado, su propia madre está comenzando a experimentar graves fallos de memoria, que serán absolutos en apenas poco tiempo; y de un tercer lado, no puede dejar de observar que algunos de sus mejores amigos, como el profesor Semión o el constructor Víktor, van siendo represaliados con lentitud imparable, sin que nadie pregunte y sin que nadie trate de impedirlo. Los dos únicos consuelos que a Pável le quedan son la literatura y el sexo lánguido que le ofrece su vecina Natalia, una mujer a la que la vida también ha golpeado con la muerte de sus hijas y el alejamiento de su marido.
Entristecido, amargado y noble, Pável decide rescatar algunos cuentos de Isaak Bábel y esconderlo en el sótano de su casa, hasta que a finales de 1939 se da cuenta de que pronto van a venir a por él también, para depurarlo de su cargo. La mejor noticia para la serenidad de su espíritu es que, en noviembre de 1939, ignoraba que Bábel sería fusilado por la NKVD soviética a finales de enero de 1940. El archivero de la Lubianka es una obra muy bien escrita, de gran espesor humano y de excelente ambientación espacial e histórica, que nos permite acercarnos al lado oscuro (el único que tuvieron) de los servicios secretos de Stalin, sin que la novela derive hacia el panfleto o peque de sensiblería. Francamente recomendable.

domingo, 4 de enero de 2009

Lenguas vivas



Lola López Mondéjar nos ha facilitado a los lectores, durante el año 2008, un par de sorpresas literarias. La primera fue El pensamiento mudo de los peces, un notable volumen de cuentos que publicó en la editorial Páginas de Espuma, donde demostraba que también se mueve con elegancia y solidez en las distancias narrativas cortas; la segunda ha sido la novela que hoy comentaré: Lenguas vivas, que unos inquietos editores de Caravaca han puesto en las mesas de novedades de las librerías hace pocas semanas.
Dos colecciones lleva en marcha la editorial Gollarín: la primera se llama Bigornia, y en ella han publicado a Luis Leante, Miguel Sánchez Robles, Gregorio Javier y Josune Intxauspe (la discreción me impide revelar el nombre de otro autor que se guardan en la recámara, y que supondrá un auténtico bombazo, si cuajan las negociaciones para editarlo); la segunda colección se llama Adarme y se abre con esta novela de Lola.
Sin duda, lo más ilusionante del volumen es descubrir que Lola ha liberado su pluma hacia el humor, hacia la flexibilidad temática, hacia el coloquialismo expresivo. Y me parece que es una maravillosa noticia. Las anteriores producciones de esta escritora murciana, siendo estupendas (he dejado fe de mi admiración en reseñas anteriores), resultaban demasiado “serias”, demasiado “psicoanalíticas”. Y un importante sector del público podía quedarse fuera de ellas por su densidad orgánica (terminológica y argumental). Ahora, gozosamente, no es así. Lola ha realizado un admirable esfuerzo para ser directa y clara, para ponerse en la piel y en la voz de su personaje (un ama de casa que, por avatares de la vida, se ha visto abocada al ejercicio de la prostitución) y para construir con él una historia donde combina seriedad, humor, tragedia y emociones humanas con eficaz soltura. Así, nos hablará de sus clientes (un catedrático de universidad, un profesor de árabe, un ejecutivo inmobiliario, un ex-dominico libidinoso e iconoclasta... o Enrique, que “tiene la cuca más pequeña del mundo”, como dice en la página 119), pero también nos introducirá reflexiones sobre la existencia (“Todo está relacionado en esta vida, todo, lo que pasa es que no vivimos lo suficiente para encontrar la relación entre las cosas”, pág.88) o sobre la pedagogía (“Los que no tienen hijos dicen cosas preciosas sobre cómo hay que educar a los hijos. Ellos, si se dan cuenta, se sitúan todavía del lado de los hijos, son reivindicativos. En el fondo les están pasando factura a sus propios padres”, pág.134). Añadan a eso los abundantes juegos de palabras que este volumen atesora (por ejemplo, esa consideración de que la palabra “envergadura” es la más erótica de nuestra lengua, como dice en la página 51), la densidad sexual de algunas de sus descripciones (el número lésbico entre la protagonista y Zaida quizá sea el mejor) y la frescura de sus párrafos, y deducirán que Lenguas vivas es un libro para que el lector sonría, disfrute y goce. En todos los sentidos.

jueves, 1 de enero de 2009

88 Mill Lane



Impera en el mundo de la crítica literaria una injusticia que, muchas veces, se antoja amarga: la que estipula que un libro deja de ser ‘novedad’ cuando apenas ha transcurrido un año desde su aparición en los escaparates. Y todos los críticos que han de acatar por motivos profesionales ese dictamen se encuentran con que, de los cien libros que querrían leer y reseñar cada año para el periódico donde escriben, han de seleccionar un tercio y olvidarse de los demás porque el mercado impone sus normas y su ritmo.
Pero hoy vulneraré ese código de manera alegre y consciente para hablar de un libro magnífico que ha caído en mis manos y que se titula 88 Mill Lane. Su autor es Juan Jacinto Muñoz Rengel, uno de los escritores más galardonados y brillantes de nuestras letras, y fue editado por el sello granadino Alhulia en 2005.
Se nos ofrecen en ese volumen diez relatos donde la fantasía, el humor y una deslumbrante capacidad para dar vida a personajes y argumentos se mezclan con una prosa impecable, en la que el sueño adquiere protagonismo convirtiéndose en el centro y eje de la mayor parte de los relatos: los sueños ilusorios de un escritor que cree inventar las existencias de otros, pero que al fin descubre que todo funciona al revés de cómo él piensa (“Los habituales de La Brioche”); las fantasías oníricas de unos seres enigmáticos y terribles, que juegan a invadir el descanso de otros y que terminan pagando su culpa (“La Sociedad Secreta del Sueño”); el sueño de una viuda lúbrica, que recibe el don solicitado de la inmortalidad y que desde entonces padece un bochorno de arrugas y una mengua progresiva de su tamaño, hasta límites inauditos (“La Marquesa de Siete Iglesias”); la capacidad que atesora un hombre para que sus sueños alcancen cumplimiento (“El ojo en la mano”); las imágenes anonadantes que atenazan a Juan, encargado de un zoo de la ciudad de Londres, que ha vislumbrado un mundo atroz y que prefiere atribuirlo al pegajoso mundo de las pesadillas (“Bestiario secreto en el London Zoo”); etc. Juan Jacinto Muñoz Rengel, además, incorpora a esta nómina de cuentos desasosegantes varios posibles homenajes a Jorge Luis Borges, como ese duelo de cuchillas que preside el relato Las dos navajas, o esa historia de ojos y perlas que contienen universos en su interior, como alephs diminutos (“La perla, el ojo, las esferas”).Nada importa que este libro se editase hace tres años. Es un volumen feliz que conviene leer y conservar, porque el autor demuestra en sus páginas que domina a la perfección los difíciles y variados resortes del cuento, y que es capaz de entregarnos historias memorables para que disfrutemos y pensemos. Muchos de los lectores que abran 88 Mill Lane se convertirán en seguidores y admiradores de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Yo me he incorporado a esa nómina.

La llave de Sarah



La memoria es una herramienta que puede llegar a ser una auténtica bendición, pero también un doloroso estigma. Y cuando esa memoria se permite la avilantez de recordarnos que una vez fuimos insoportablemente cobardes o indignos tratamos de desecharla, de cubrirla con toneladas de amnesia. Pero esa actitud no es sólo individual, sino también colectiva: no hay nación en el mundo que no esté mancillada por alguna culpa infame de la que quisiera desembarazarse o renegar.
En julio de 1942, las autoridades políticas y policiales francesas acataron la orden emanada de Berlín para que todos los judíos de la capital del Sena fueran expulsados y conducidos a Auschwitz, donde se procedería a su exterminio. Es lo que se conoce como la gran redada del Velódromo de Invierno. Y ese monstruoso suceso (documentado históricamente) sirve de base a Tatiana de Rosnay para construir su novela La llave de Sarah, editada por Punto de Lectura gracias a la traducción de José Miguel Pallarés. El argumento no puede ser más sobrecogedor: una familia de judíos franceses (los Starzynski) son apresados por los gendarmes en su propio hogar; y para evitar que su hermanito Michel sufra este atropello Sarah lo oculta en un armario camuflado en la pared, lo encierra con llave y se lleva esa llave, bien protegida, para volver unas cuantas horas más tarde a rescatarlo. Lo que la pobre niña no puede imaginarse es que la retención durará días, y luego más días, y luego semanas. Y cuando logra volver tras mil penurias y peripecias, aparte de encontrársela ya ocupada por una familia parisina no judía (que ha aprovechado la ausencia de los legítimos propietarios para adueñarse de ella), se encontrará en el armario un triste cuerpecito fallecido y en estado de descomposición. El hambre y la sed han podido con la criatura, que ha muerto acurrucada.
Sesenta años después, una periodista llamada Julia Jarmond recibe de sus jefes el encargo de elaborar un extenso reportaje sobre la redada del Velódromo de Invierno... y se encontrará horrorizada con esta historia. Pero las sorpresas no han hecho más que comenzar: pronto se entera de que la familia de su esposo, Bertrand Tézac, está implicada en aquellos horrendos sucesos del pasado. Y se embarcará en una búsqueda agonizante, desgarrada, firme y justiciera. Quiere descubrir qué es lo que pasó realmente con Sarah. ¿Consiguió sobreponerse a aquel mazazo cruel que el destino le infligió? ¿Sigue aún viva, en Francia o en otro sitio?
Con una prosa excelente, con muchísimas emociones (que evitan siempre la sensiblería) y con un argumento tan seductor como impactante, Tatiana de Rosnay consigue una de las mejores, mejor construidas y más humanas novelas de la temporada. Debe ser leída: agita el alma y enriquece el corazón.

Camus (A contracorriente)



Albert Camus fue uno de los intelectuales más influyentes y poderosos del siglo XX. Pero el periodista Jean Daniel, que fue compañero y amigo suyo durante muchos años, sigue preguntándose hoy en día por qué la obra de este pensador incómodo, antisistema, iconoclasta y deliciosamente literario (Jean-Paul Sartre se permitió el lujo de criticarle lo bien que escribía) se ha convertido en un auténtico icono de nuestro tiempo. Y en su libro Avec Camus. Comment résister à l’air du temps, que ahora traduce José Luis Gil Aristu para el Círculo de Lectores – Galaxia Gutenberg con el título de Camus (A contracorriente), se dedica a analizar sus recuerdos del autor argelino, su labor como periodista, el rigor indesmayable de su ortodoxia y, sobre todo, el «heroísmo de la contradicción» (p. 29) del que siempre hizo gala y bandera.
El hombre que tuvo como madre a una menorquina analfabeta y medio sorda, y como padre a un trabajador vinícola; que estudió y leyó desde muy niño, en condiciones durísimas (una tuberculosis a los trece años); y que se convirtió en el pensador más honesto de Europa (por encima de Sartre, que no tuvo reparos en apoyar o disimular atrocidades soviéticas, conociendo su existencia); sigue siendo hoy un gran desconocido, a pesar de los centenares de trabajos que se tributaron a su pensamiento y su figura. Este «puritano agnóstico» (p.46), como lúcidamente lo bautiza Jean Daniel, descubrió muy pronto que quería contar muchas cosas, y que el tiempo era escaso. Por eso se afanó en escribir filosofía, literatura y periodismo a partes iguales, con idéntico fervor, llevando sobre sus hombros aquel mítico diario llamado Combat, en el que se vanagloriaba de no haber mentido nunca en ninguna de sus colaboraciones. Enemigo furibundo de cualquier forma de posesión, amigo de los seres desvalidos, partidario constante del diálogo y de la tolerancia, Camus se convierte en un escritor fácilmente asimilable por parte del gran público, que puede llegar a confundir su mensaje por la vía de la simplificación («Era tratado unas veces como un agradable escritor que filosofaba por encima de sus medios, y otras como un pastor que balaba al servicio de la burguesía», p.115).Pero fue ante todo una persona que portaba un mensaje complicado, lleno de agudeza, que el ensayista Jean Daniel, autor de este volumen, resume en una fórmula tan breve como enjundiosa: «Camus proclamaba que, para realizar nuestra tarea de hombres, necesitamos ser Sísifos felices» (p.181). Fijémonos en la brillantez de la sentencia y tratemos de reflexionar sobre la misma. No se ha pedido mayor sacrificio moral desde el inicio de los tiempos. Ser Sísifos felices supone constituirnos en orgullosos portaestandartes de la dignidad, en vanguardistas de la justicia, sin esperar jamás ningún tipo de recompensa. Lo más honroso y lo más complicado del mundo.