Dicen que el
amor no tiene edad, pero seguramente lo que no tiene edad es la tristeza que
provoca el aislamiento. Eugenio, periodista soltero y jubilado, vive en un
pequeño pueblo de Castilla, cuidando de su huerto, atendido por una sirvienta
entrada en años, relacionándose con pocas personas de su entorno… Y un día, en
la consulta del médico, descubre en una revista de contactos la existencia de
Rocío, una sevillana diez años más joven que él, animosa y con ganas de
relacionarse con un hombre de sus características. Sin dudarlo, corta la hoja y
le escribe.
Comienza
entonces una relación epistolar muy hermosa, en la que Eugenio le habla de su
salud (le indica que solamente tiene “alifafes, las goteras propias de la edad”),
del modo en que vivió su infancia como huérfano, de sus diversos trabajos hasta
recalar en el periódico El Correo de
Castilla, de sus hermanas Rafaela y Eloína (ya muertas)… Con el paso de las
semanas, se permite llamar a Rocío “amor” y comienza a deslizarle confidencias
de tono más íntimo (“Creo que ya es hora de decirte que, pese a mis sesenta y
cinco años, no he conocido mujer en sentido bíblico”), a la vez que avanza en
su deseo de conocerla por fin en persona: la foto que ella le ha mandado lo ha
entusiasmado.
A ratos, el
protagonista produce una inevitable irritación, por el modo invasivo en que
actúa con respecto a Rocío, a la que va asfixiando poco a poco con sus
imposiciones, ideas gastronómicas, explicaciones agrícolas o caprichos varios;
otras veces, imaginarlo en la soledad de su pueblecito castellano nos impele a
sentir lástima por él, hombre cercano a la consunción y que no quiere morir sin
haber merodeado el amor de una mujer antes de que lo reclame la Parca.
La penúltima
carta del volumen, cuyo desarrollo y sentido no desvelaré, es una de las más
hermosas, emocionantes y tristes que pueden leerse.
Miguel Delibes, maestro entre los maestros,
consigue dibujar ante los ojos de los lectores dos figuras impresionantemente
densas y perfiladas: las de Eugenio y Rocío (las misivas de ella no se
reproducen, pero el jubilado, respondiendo a sus frases, nos permite conocerlas
en esencia), a quienes no deja acomodarse en el tópico, enriqueciéndolas con
mil matices sorprendentes y llenándolas de humor y humanidad. Y lo hace con una
de las prosas más elegantes, ricas y musicales que ha conocido el siglo XX
español. Gloria por siempre a Miguel Delibes.