martes, 30 de julio de 2024

Himmelweg

 


Lo dice Gottfried, casi al terminar la pieza, mientras se dirige a sus compañeros de infortunio: “Sé que podéis hacerlo. Tampoco será la primera vez. En el trabajo, en la familia, ¿quién no ha tenido que fingir alguna vez?”. El problema es que el fingimiento que se les pide es tan singular como inexplicable: deben actuar como si estuvieran en un lugar idílico, con un vendedor de globos, una niña que juega con su muñequito, una pareja de novios que planifica el futuro… pero lo inquietante es que se encuentran dentro de un campo de concentración nazi, y que toda esta parafernalia ha sido planificada desde Berlín (y coordinada por el comandante del lugar). El objetivo es admitir visitas de instituciones que donan ropa o medicamentos, pero que desean comprobar si las atrocidades que circulan como rumor sobre los campos son ciertas. Los “actores” están asustados, porque de madrugada escuchan trenes, pero las indicaciones que se les facilitan por parte del comandante son inflexibles: “Concentraos en las palabras y en los gestos y no oiréis los trenes”. Mientras actúen, todos estarán a salvo. Quienes se nieguen o se salgan del papel resultarán “prescindibles”. Y los trenes dejarán de ser un simple sonido de pesadilla para convertirse en preámbulo de muerte.

Ese entramado de emociones sofocantes y de órdenes crudas es el que sirve como soporte para que Juan Mayorga elabore su pieza teatral Himmelweg, que ahora publica el sello Cátedra en edición de Emilio Peral Vega. Y el resultado no puede ser más perturbador. Los prisioneros, teniendo que llevar una máscara de dicha y de normalidad sobre sus rostros devastados por el pánico, se convierten en una atroz metáfora del mundo incivil del nazismo y, por extensión, de nuestro propio mundo. Porque el cuadro que nos dibuja Mayorga admite múltiples lecturas, y una de las más inquietantes es el modo en que nos implica a todos: ¿somos algo más que actores que, desde el nacimiento, nos colocamos sucesivas máscaras para transitar por las veredas del mundo y ofrecer una imagen determinada a los demás? ¿Qué miedos, qué tristezas, qué verdades se esconden detrás de esas máscaras y (quizá) nunca son revelados?

Una nueva muestra del talento dramático del madrileño, a quien se define en el prólogo de la obra como “el dramaturgo español más relevante de los últimos veinte años”.

domingo, 28 de julio de 2024

Háblame de ti

 


Un anciano que ha entrado en la décima década de su existencia decide dictar (sus ojos ya no le permiten escribir por sí mismo) una larga carta dirigida a su bisnieta Matilda. En ella, le resume su vida con la voluntad tierna de que cuando sea adulta (y él ya no exista) lo conozca mejor. Y Carlos Mayor traduce la obra del italiano, para que quienes ignoramos esa lengua la podamos leer.

Le explica el anciano, por ejemplo, que a los diez años estaba fascinado con la figura de Mussolini; pero que después “poco a poco, empecé a hacerme comunista en pleno régimen fascista” (p.25), ideología que ha mantenido siempre, a pesar del desconsuelo que le produjo descubrir “el daño y el horror provocados por el comunismo estaliniano” (p.53). Le explica que ha sido siempre una persona terca y hasta cierto punto lenguaraz, lo que le deparó no pocos disgustos (“Sentirme sometido a una disciplina cualquiera, quedarme callado cuando tenía algo que decir o no rebelarme ante lo que me parecía un sistema erróneo eran cosas que me resultaban imposibles, no formaban parte de mi naturaleza”, p.44). Le explica que el día de su boda, por culpa de un exabrupto que le dirigió a su pareja, esta le propinó la primera y última bofetada de su vida, causando una carcajada general entre todos los asistentes a la ceremonia. Le explica que disfrutaba mucho cuando sus nietas se metían debajo de la mesa de su despacho y no lo dejaban trabajar (“Tú no eres escritor, tú eres corresponsal de guerra”, p.71). Le explica su tristeza por haber asistido al “fracaso, o el fracaso relativo, de la Unión Europea” (p.96). Le explica, en fin, que estuvo a punto de morir en una balacera organizada por la mafia… Y después, para finalizar su carta, el nonagenario le pide a su bisnieta que viva con honestidad su propia vida, que se refugie siempre en la valentía y en la verdad, y que tenga ideales que la sostengan.

“Y ahora háblame de ti”: con esas palabras termina la carta, cuyo autor (se me ha olvidado comentarlo antes) es el famosísimo Andrea Camilleri.

sábado, 27 de julio de 2024

Una letra femenina azul pálido

 


Nadie podría levantar la mano si se pidiera que la alzara quien no acumule errores en su pasado, porque todos (y todas) hemos protagonizado algún hecho que nos avergüenza recordar o hemos tomado decisiones que, pareciéndonos entonces las más adecuadas, ahora nos provocan lágrimas o bochorno: proteste quien se crea libre de esa ciénaga interior. En esa lista ominosa queda incluido, cómo no, el importante funcionario Leónidas, quien a sus cincuenta años es jefe de sección en el Ministerio de Educación y Cultura, en Viena. Con unos orígenes pobres (no empezó a levantar el vuelo hasta que heredó un elegante traje, propiedad de un amigo judío que se suicidó en plena juventud), Leónidas logró enamorar a una integrante de la familia Paradini (“esa familia de millonarios snobs y presumidos”, p.36), la hermosa Amelie, doce años menor que él. Pero tal vínculo de amor e interés no ha terminado de hacerlo feliz (“El hecho de que contra viento y marea se empeñara en casarse con el funcionario subalterno que yo era por entonces, no fue sino la extravagancia de una joven mimadísima cuyos deseos debían cumplirse a rajatabla. El que tiene, obtiene. Y es indudable que yo he pasado a ser propiedad de Amelie”, p.38).

Justo ahora, cuando acaba de cumplir el medio siglo de vida, recibe una enorme cantidad de cartas de felicitación, pero entre ellas destaca una, que está escrita con una letra femenina de color azul; y el notable ciudadano palidece, porque sabe que la autora de la misma es Vera Wormser, con la que engañó a su esposa al año de haberse casado y de la que se distanció, por cobardía o desinterés, seis semanas más tarde. Y después de leerla vuelve a palidecer, porque parece deducirse de sus líneas que ella le habla del presunto hijo que concibieron en aquel espacio de días apasionados y fugaces. Descubrimos en ese instante que el amantísimo esposo y respetado gestor público se ha permitido demasiadas liviandades durante su etapa de casado (él declara, con cinismo machista, que “fuera del apasionado episodio con Vera sólo podía reprocharse entre nueve y once aventurillas irrelevantes perpetradas durante su matrimonio”, p.28); y descubrimos también las maniobras que ejecutará para, en secreto, verse con la antigua amante y aclarar el asunto.

Espléndido retrato sobre la sociedad antisemita de la época (en Alemania se está incubando el huevo atroz del nazismo, mientras que en Viena procuran mirar con disimulo hacia otro lado) y espléndido retrato sobre las galerías más miserables del interior del ser humano, esta novela de Franz Werfel no puede ser tildada sino de extraordinaria. Búsquenla.

miércoles, 24 de julio de 2024

El cielo es azul, la tierra blanca

 


Tendríamos que situarnos en la página 77 de esta novela para descubrir qué nos dice exactamente la canción de invierno de la que se extrae el título de la obra; pero, en realidad, qué importa. Baste con la delicada eufonía de sus siete palabras. Por otra parte, como información anexa sobre el tema, añadiré que en los créditos del libro se nos indica que el título original es “Sensei no Kaban”, que según los traductores de Internet equivale a “El maletín del profesor”. Tampoco hubiera sido mal título, teniendo en cuenta el papel de dicho objeto en el desarrollo de la trama y, sobre todo, en su final. Sea como fuere, y gracias a la labor traductora de Marina Bornas Montaña y a la labor editorial del sello Alfaguara, El cielo es azul, la tierra blanca se ha convertido en una de las historias de amor más dulces, tiernas y bellamente literarias que he leído en mucho tiempo, lo cual tampoco me ha producido extrañeza, porque Hiromi Kawakami siempre me ha fascinado, desde que comencé a leerla en 2015.

Centremos la mirada en Tsukiko Omachi, una mujer que aún no ha cumplido los cuarenta años. Permanece soltera. No ha tenido una vida sentimental demasiado boyante. Su familia apenas importa y sus amigos son escasos. Suele dejarse caer por una taberna que hay frente a la estación, donde bebe con languidez, pero también con fruición. Vive sola. Se siente sola. Centremos ahora la mirada en la otra figura que está sentada muy cerca: es el anciano Harutsuna Matsumoto, que fue profesor suyo en el instituto. Les separan treinta años. Vive solo, desde que su esposa falleció (más tarde descubriremos tristes matices sobre el asunto). Se observan, se reconocen, hablan, beben juntos. Los diálogos son tenues como la brisa y breves como los haikus. Se encuentran (como La Maga y Horacio) sin un plan previo: simplemente confluyen, se tropiezan por las calles, se miran. Y de forma silenciosa o susurrante aparece esa electricidad a la que podríamos llamar “amor”, aunque al maestro (ella siempre lo llama Maestro) la aceptación de ese vínculo le parezca imposible: él es un anciano, ella es joven.

Permítanme que no siga, porque me emocionaré. Pero, por favor, lean este libro. Es de una belleza dulce y melancólica, arrebatadora y elusiva, inolvidable. Se les quedará dentro.

lunes, 22 de julio de 2024

Niños

 


Niños, esos locos bajitos de los que hablaba Joan Manuel Serrat. Niños, esas criaturas inocentes y adorables por las que los adultos nos tenemos que sacrificar. Niños, esos seres que necesitan protección para desarrollarse. Ellos son los protagonistas de esta colección de relatos que el barcelonés David Roas publicó en 2022 con el sello Páginas de Espuma. Y les puedo asegurar que van a quedar impresionados (gratamente impresionados) si deciden acercarse a sus propuestas, que conforman un abanico temático exuberante y seductor: terribles carcajadas nocturnas, que brotan de un lugar inesperado y que nos ponen los pelos de punta (“Vinieron de dentro de”); una joven pareja que se ve impulsada, por presiones familiares y amistosas, a tener un niño, que se convierte pronto en causa de insomnios y desequilibrios (“La agonía del salmón”); un treintañero que descubre, con perplejidad y terror, que tuvo un gemelo que murió en sus primeros meses y que ahora se le aparece de manera fantasmagórica (“Reunión familiar”); niños que acometen experiencias sádicas con una mantis religiosa (“Ecos de familia”); terroríficos dibujos que tratan de reflejar al Chupacabras (“Terrores nocturnos”); sorteos de apariencia inofensiva, pero que esconden un premio turbador, ya prefigurado en la Babilonia de Jorge Luis Borges (“La (otra) lotería”); o experiencias traumáticas de una familia que se recluye en un sótano oscuro tras la invasión de la ciudad por “bestias” que podrían ser zombis (“Subsistencia”). Muchas de ellas (quizá todas) remueven emociones oscuras, de las que habitualmente no nos sentimos cómodos hablando con los amigos.

Habilidoso y directo en la construcción de sus narraciones, David Roas logra que nos adentremos en cada relato con la curiosidad de quien intuye que va a sumergirse en unas aguas que, como insinuaba Jean-Paul Sartre, son siempre negras en la profundidad, pese al engañoso azul o verde de su superficie.

domingo, 21 de julio de 2024

Yo, Rubén Darío

 


Dentro de las prerrogativas del creador literario se encuentra, obviamente (y en primer término), la libertad. Es decir, la potestad que lo autoriza para crear mundos, esculpir personajes y diseñar la acción de la obra, sin más limitaciones que las que sugiera su sentido común o tolere su albedrío. Pero cuando aborda un relato que quiere ser una biografía la situación admite menos maniobras: por ejemplo, es dudoso que ese mismo creador esté autorizado para poner en boca del protagonista lo que él cree o intuye que pudo ser su pensamiento. Resulta admisible, claro está, la suposición, pero no la afirmación tajante y espuria, que no se antoja pertinente. Aportaré un ejemplo. Es bien conocida la tendencia a los desafueros verbales y físicos que Rubén Darío desplegaba sobre su pareja y la hija común (Francisca y María). De hecho, Gibson lo corrobora en primera persona en la página 220 de este libro: “Tenían que escuchar los peores insultos, e incluso, a veces, padecer mis agresiones”. ¿En qué medida es entonces lícito que, a título “deductivo” o higiénico, Darío reconozca que se equivocó, y declare que las mujeres son iguales a los hombres, y que deben ser siempre respetadas? ¿No implica ese ejercicio de ventriloquía un exceso difícilmente asumible? Si estuviera modulado por la duda (“quizá no supe ver… tal vez erré… es posible que no me diera cuenta de…”), el procedimiento resultaría menos artificial y hasta más verosímil. Pero la línea que sigue Gibson consiste en un blanqueamiento de todas las zonas oscuras del vate (traiciones a amigos, violencia misógina, alcoholismo, infidelidad, escritura de versos de exaltación para el dictador Estrada Cabrera) mediante un “arrepentimiento” del nicaragüense, quien habla con la voz de Ian Gibson. Supongo que me estoy explicando.

Al margen de esa crítica (que no me privo de manifestar, pese a mi admiración absoluta por ambos, Darío y Gibson), el libro es magnífico y nos permite conocer detalles muy interesantes sobre la vida de uno de los reyes de la poesía: que su primera maestra se llamaba Jacoba Tellería; que Juan Ramón Jiménez siempre insistió para que Rubén abandonase la bebida; que durante su vida mantuvo contactos con Marcelino Menéndez y Pelayo (“Fue para mí un enorme estímulo”), con Emilio Castelar (“Conocerle fue uno de los grandes privilegios de mi vida”), con José Zorrilla (“Estaba en presencia de un mito”), con Verlaine (“Pocas veces había nacido de vientre de mujer un ser que llevara sobre sus hombros igual peso de dolor. Pocas veces había mordido cerebro humano con más furia y ponzoña la serpiente del Sexo. El deseo le tenía aprisionado, encarcelado, esclavizado. ¿Hijo de Pan? ¡Era Pan mismo!”), con Valle-Inclán (“Sus libros solían tener una sólida base en la realidad, realidad transformada por el poder de la imaginación. Sólo quien tiene el deus puede hacer eso. Y, más que tenerlo, Valle-Inclán vivía poseído por él”), con Emilia Pardo Bazán (“Sin duda alguna la mujer más culta de España”), con Alejandro Sawa, con los hermanos Machado y con otros importantes escritores y políticos; o que experimentó en los años últimos de su vida un gran interés por el espiritismo y los fenómenos extrasensoriales. Este último detalle sirve a Ian Gibson para desplegar un simpático recurso. En cierta ocasión, el célebre ocultista Papus predijo a Rubén Darío que ambos iban a morir el mismo año y que, desde el Más Allá, el nicaragüense dictaría sus memorias a un discípulo. Por supuesto (la sonrisa pícara de Gibson es evidente), se trata de este libro.

A pesar del error de enfoque que me parece advertir en ese “blanqueamiento” que he explicado al empezar la reseña, me ha gustado muchísimo leer esta obra: he aprendido, he recordado poemas de Darío y me he podido reencontrar con uno de los hispanistas más reputados del mundo. Chapeau.

sábado, 20 de julio de 2024

Vida nueva

 


Conocido es el asunto que Dante Alighieri aborda en esta obra, titulada Vida nueva: los pormenores de cómo conoció a su amada Beatriz y los fingimientos que desplegó para proteger debidamente de la curiosidad ajena el secreto de tal pasión. Recordemos algunos de esos detalles. Nos dice que se cruzó con ella por la calle cuando ambos rondaban los nueve años (él, recién cumplidos; ella, aún no). Y que desde entonces utilizó las figuras de varias mujeres de la ciudad para, fingiendo amor por ellas, camuflar con el velo de la cortesía la identidad auténtica de la destinataria de sus versos. Esto supuso que, en alguna ocasión, Beatriz se sintiese celosa (“Un día, al encontrarnos por casualidad, llegó a negarme su dulce saludo, lo que entonces era cifra de mi única felicidad”). Uno tras otro, Dante va enhebrando los sonetos, canciones y baladas que sus amorosos sentimientos le van procurando, hasta que llega a sus oídos una triste noticia: “No pasó mucho tiempo sin que la suprema voluntad del Altísimo, que a sí mismo no quiso evitarse el trance de la muerte, dispusiera de la vida del hombre que tuvo la dicha de ser el padre de tan encantador ser como era mi adorada Beatriz”. Eso le hace comprender que también ella morirá algún día y eso le provoca un “delirio frenético” que afecta a su salud. Finalmente, ella abandonó la vida (“pasó a pertenecer a los ciudadanos que habitan la vida eterna”) un día 9, dejando a su amado en la más desolada de las tristezas.

Una obra de textura autobiográfica, que abusa notoriamente de un mecanismo tedioso: vi a mi amada y escribí este poema; luego observé a unas damas y escribí este poema; después me sentí triste y escribí este poema; por fin, me sentí alborozado y escribí este poema… Un centenar de páginas geminando ese recurso hace que el libro (no nos engañemos) resulte bastante repetitivo y genere, en la actualidad, más de un bostezo.

viernes, 19 de julio de 2024

Bonsái

 


Resulta difícil resumir “de qué va” (usaré, aunque la odio profundamente, esa fórmula tan habitual) este libro, porque su estructura de abismo o de tirabuzón requeriría una exégesis más larga que la propia obra, que destruiría la magia de su espíritu narrativo. Me arriesgaré a apuntar algunos datos. Tenemos a la extraña pareja formada por Julio y Emilia, que inician una relación sexual durante su etapa universitaria. Ella (que muere al cumplir los 30 años, dejando desnortado a Julio) tiene una amiga llamada Anita, casada un tiempo más tarde con Andrés: dos hijos y mucho tedio, que terminaron en separación. De pronto, descubrimos que Emilia está en Madrid, demacrada, conviviendo con una pareja de gays y quizá adicta a algún tipo de droga. Julio, por su parte, sobrevive con trabajos esporádicos. El escritor Gazmuri, de hecho, le ofrece pagarle por transcribir a ordenador una novela que acaba de terminar; pero no cierran el trato, porque consigue a otra persona que le cobra menos. La semilla de su argumento (un hombre que pierde a la mujer que ama) da pie a Julio para que comience a escribir la obra Bonsái.

Me detengo en ese punto: hay una serie de conexiones entre la novela de Zambra y la novela de Julio que ustedes deberán descubrir en soledad y que enriquecen hasta el vértigo las escasas setenta páginas de esta intensa novela corta.

Asombrosa en su densidad, Bonsái constituye un ejercicio deslumbrante de estilo narrativo, de construcción novelesca, de personajes que son autores y son a la vez protagonistas, de lenguaje recortado y exacto. Me ha embriagado.

Otro de los autores a los que tengo que explorar con más ahínco.

jueves, 18 de julio de 2024

La condesa Catalina

 


El matrimonio formado por Shemus y María (que comparten choza con su hijo Teigue) no puede vivir momentos peores, sujetos a una atroz hambruna que está devastando a todos los habitantes de la zona, quienes se debaten entre la consunción y la mendicidad. Su único recurso para aliviar, aunque sea modestamente, el rugir de tripas pasaría por sacrificar la única gallina que les queda (cómo no recordar aquí el gallo del coronel de García Márquez). El Destino, no obstante, les tiene reservada una sorpresa, que cobra cuerpo cuando dos enigmáticos mercaderes llegan a su vivienda y les ofrecen un buen dinero por cenar. A Shemus se le ocurre que es la ocasión propicia para dar muerte a la gallina, pero cambiará de idea cuando los visitantes expliquen quiénes son, en realidad: dos enviados del Demonio que están dispuestos a pagar una buena bolsa por sus almas.

María, escandalizada, se niega a aceptar esa transacción; pero el marido y el hijo, hartos de pasar hambre ("Qué sacó Dios de su bolsa sino hambre. Satanás da dinero"), acceden a convertirse no solamente en vendedores, sino también en propagandistas de la oferta entre sus convecinos. Estos, erosionados por la necesidad, van sucumbiendo a la tentadora proposición.

La única fuerza que puede oponerse a este triunfo del Mal es la condesa Catalina, quien vende todas sus propiedades para repartir el beneficio entre los necesitados y que no se vean abocados a la condenación eterna.

Con este texto teatral, William Butler Yeats nos plantea una reflexión muy honda y muy desgarradora, no solamente sobre las nociones del Bien y del Mal, sino también sobre el sacrificio generoso de un alma noble y sobre las limitaciones que, a la hora de elegir, tienen habitualmente los más desfavorecidos.

Interesante.

miércoles, 17 de julio de 2024

Reinar después de morir

 


Cuando descubrí el teatro de Lope de Vega, allá por 1986, quedé inmediatamente subyugado por la sonoridad de sus versos, por la fluidez de sus diálogos, por la tersura y firmeza de sus personajes, por sus historias conmovedoras y fértiles. Hoy, a mediados de 2024, me aproximo hasta su coetáneo y seguidor Luis Vélez de Guevara, del que he podido disfrutar la pieza dramática Reinar después de morir, donde se escenifica el amor infausto que experimentó el infante don Pedro de Portugal por la hermosa doña Inés de Castro, quien le terminó dando dos hijos, pese a la condición de hombre casado del infante. Ese amor puro y dramático se precipita hacia su final cuando la infanta de Navarra, que aspira a ser la pareja legítima de don Pedro y no puede soportar que él haya entregado su corazón a otra mujer, mueve los hilos políticos necesarios para que la ingenua doña Inés sea ejecutada por dos lacayos del rey.

Como puede imaginarse, todo en esta obra se encuentra impregnado por la pasión y por la fatalidad, aunque el dramaturgo sevillano no descuida tampoco la parte humorística en algunos instantes. Por ejemplo, cuando el gracioso Brito se queja del caballo sobre el que ha efectuado un viaje; el cual, a fuerza de nervioso y de trotón, “me trae sin tripas, que todas / se me han subido a la nuez / a hacer gárgaras con ellas”. O la secuencia en que el mismo personaje, consciente de que su parlamento ha abusado de cierta palabra, ironiza sobre su pobreza expresiva: “Allí puedes esperar / a que luego allí te diga / lo que allí ha pasado allí; / que has dicho una retahíla / de allíes, para cansar / con allíes a una tía”.

Reflexionando sobre la desequilibrada pugna entre el amor verdadero y las conveniencias palaciegas, Vélez de Guevara esculpe una obra hermosa, de bella sonoridad, que ha resistido espléndidamente el paso del tiempo, el cual no ha logrado avejentar sus líneas.

martes, 16 de julio de 2024

Mañas de Lagarto

 


Mamamoud Touré salió hace bastantes años de Gorom-Gorom, en Burkina Faso, para buscar en Europa una vida mejor. Atrás quedaron sus raíces, su familia, su lengua, sus costumbres, su espíritu. Desde entonces, ha tenido que ir dando tumbos de un sitio a otro, por España y por fuera de España. Ahora, viniendo del País Vasco, ha recalado en Las Palmas de Gran Canaria, en lo que constituye el décimo volumen con la entrega de sus aventuras. Se titula Mañas de Lagarto y su autor, quién lo ignora, es Jon Arretxe.

Ahora el núcleo hay que situarlo en el mundo de las peleas amañadas, en el que Touré se ve involucrado por un personaje conocido con el nombre de Lagarto de Escaleritas, quien lo convence para que actúe como su pareja en este tipo de combates y, así, gane un dinero fácil. Con los bolsillos llenos de telarañas, Touré acepta y se ve inmerso en un mundillo de empresarios pedófilos, matones sin escrúpulos, sicarios de gatillo rápido, un secuestro anómalo, policías aficionados a quedarse con el dinero que requisan en las peleas clandestinas y, como guinda, algunos incendios provocados, ajustes de cuentas y denuncias sobre la forma en que los inmigrantes son tratados por los mercaderes de carne humana.

Ágil a la hora de componer la trama, resolutivo en la construcción de las peleas y persecuciones, simpático y eficaz en el manejo de coloquialismos (manda huevos, pifostio, me la suda, dar matarile, pimplar, darse el piro), Jon Arretxe (Basauri, 1963) vuelve a resultar absolutamente convincente y digno de aplauso en esta nueva entrega de la saga, que cumple su primera decena de títulos y que, a tenor de lo expuesto (o más bien lo insinuado) en las dos páginas finales, promete una interesante continuación. Estaremos atentos.

domingo, 14 de julio de 2024

Trece minutos después de medianoche

 


El comisario Luc Lucas, que se repone de las secuelas que le ha dejado una herida de bala, se desplaza junto a su esposa Doris y sus dos hijos, Nati y Martin, hasta una granja de caballos que acaban de heredar. Pero si cobijaban la esperanza de que los próximos días fueran a ser de descanso se equivocan gravemente. Nada más instalarse allí comienzan a observar el extraño comportamiento de la anciana señora Zetschke, que se muestra atemorizada, oculta cosas en su jardín y miente de modo descarado.

Al principio, Lucas no desea involucrarse en ningún asunto que lo desvíe de su principal tarea (que es la de recuperar la salud), pero una llamada lo hace cambiar inmediatamente de opinión: la atribulada anciana le explica que recibe amenazas por teléfono, y que no sabe qué hacer frente a ellas. Lucas, a partir de ese instante, toma partido por la lugareña y comienza a descubrir oscuros manejos tenebrosos, que incluyen la extorsión, el secuestro y la especulación inmobiliaria, hasta llegar a un final más que sorprendente.

Una lectura interesante, que sin duda funcionará con tus hijos pequeños.

viernes, 12 de julio de 2024

La pieza invisible

 


A veces, la crónica de una lectura es tan sorprendente que puede rozar las fronteras de lo increíble. Me arriesgaré a contar la de esta novela, asegurando su condición fidedigna… La compré en 2020, el año del coronavirus, y la leí con absoluta avidez, porque la anterior obra del autor, Donde lloran los demonios (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/01/donde-lloran-los-demonios.html), me había gustado muchísimo. Como siempre, subrayé frases en el tomo, tomé notas en unas hojitas y las metí en su interior. Acabada la locura de las mascarillas, las distancias de seguridad, las vacunas, las hipótesis y los miedos, seguí leyendo otros libros, otras novelas, otros volúmenes de relatos, otros poemarios, otras piezas teatrales. Y el año pasado, mientras actualizaba el blog con una nueva pestaña de búsqueda (los países de procedencia de los autores), caí en la cuenta de que no había elaborado la reseña de La pieza invisible. Me quedé con la boca abierta, porque no entendía la razón: el libro me había gustado mucho, disponía de tiempo en abundancia cuando la leí (lo que más teníamos en la pandemia eran horas libres) y suelo ser bastante meticuloso con estos temas. Me desconcertó, pero tenía fácil remedio: coger el libro, extraer las hojas con anotaciones y poner por escrito mi comentario… Pero el libro no estaba en la estantería de la M (“Martí”). Pensé entonces que quizá me había despistado y la había puesto en la P (“Parker”); y no, tampoco. Por fin, la semana pasada se aclaró el misterio cuando pasamos unos días de descanso en la casa playera de mis suegros: ¡allí estaba el libro! Total, y para no hacerme pesado: que lo he vuelto a leer (para refrescarlo) y que, ahora sí, lo reseño.

JODIDA MARAVILLA. Empecemos con esas dos palabras, para ahorrar tiempo a quienes deseen saber si el libro merece la pena. La merece. Es un auténtico monumento del género negro, una novela impecable en su construcción, excelente en su desarrollo y magistral en sus páginas últimas. Pedro Martí mima cada secuencia y mima la conexión entre ellas, de tal modo que con unas figuras densas y bien perfiladas (el atormentado César Giralt, su superior Enric Dávila, su compañera Dalia Torres, su joven sobrina Silvia), nos va engolosinando y nos va conduciendo por un laberinto que se vuelve tenebroso conforme nuestros pasos avanzan por él: policías corruptos, jefes irritables, peluqueras que en realidad esconden una identidad miedosa, rusos de mirada glacial, ancianas que esperan la muerte con nombre fingido, carpetas azules que no aparecen por ningún sitio, direcciones tachadas, un local de alterne… Permítanme que no sea más explícito, porque le quitaría una parte de su atracción a un libro que tiene muchísimas y no se merecen la frialdad del resumen o la avilantez del espóiler. Me limitaré a dar un punto de arranque: el ruso Venelin se ha suicidado y el policía Marcos Vidal desconfía de esa muerte. Poco después, él mismo aparece muerto por un aparente suicidio; y su esposa Celia, que ha pedido ayuda a César Giralt, termina también suicidándose. Partan de ese arranque misterioso y, se lo aseguro, se adentrarán en una novela espectacular, redonda, llena de giros y ciénagas, que cumplirá todas sus expectativas y que incluye, por ejemplo, la muerte más impresionante de una anciana que yo recuerdo haber leído en mi vida. No les digo más. Ahora es su turno de acercarse a la obra.

miércoles, 10 de julio de 2024

Los mellizos y el misterio del tesoro escondido

 


Llevo más de veinte años leyendo a mis hijos por las noches. Comencé con María (nacida en 1998), seguí con Rubén (2001), continué con Álvaro (2011) y ahora lo hago con Jorge (2014). Por la forma en que me piden que lea “un poco más” o por sus “Noooo” decepcionados cuando les digo que es hora de dormir sé si la obra les está gustando y en qué medida lo hace. Por mis labios (y por sus oídos) han pasado piratas Garrapata, hormigas Miga, Arcanus, Futbolísimos y un sinfín de Matildas, Rodaris, Kikas Superbrujas, Babares, Calzaslargas, Narnias, Principitos y Stiltons. En ese largo y bellísimo viaje en tren, que está a punto de terminar (porque mi pequeño ha cumplido ya los diez años, y pronto renegará de mi voz nocturna, para sumergirse por sí mismo en puertas de tres cerrojos, aventuras de Los Cinco y quién sabe qué otros volúmenes), ayer terminamos un fiasco que se titula Los mellizos y el misterio del tesoro escondido, de Concha López Narváez, y que se nos ha hecho pesado hasta lo indecible: una aventurilla estirada y muy rimbombante de vocabulario, que Jorge ha acogido con gesto de indiferencia y que yo (para qué voy a decir otra cosa) estaba deseando terminar. Una pena, porque la autora, que siempre me ha parecido estupenda, no ha andado fina en estas páginas.

En todo caso, seguiremos probando libros, mientras mi hijo no me diga que esa parte de su infancia (y de mi madurez) se ha terminado. Crucemos los dedos.