Cuando
nos encontramos ya nel mezzo del cammin (para decirlo con el verso de
Alighieri) o incluso cercanos al arrabal de senectud (dejando que nos
guíe el sintagma de Jorge Manrique) advertimos nuestra condición funesta. Pero
no “funesta” en el sentido negativo, sino en el borgiano: nos convertimos en
fieles seguidores del atribulado Funes, en acólitos de la religión de la
memoria. Y es que la memoria constituye, en buena medida, nuestro tesoro
particular: las sonrisas que recordamos, los rostros de nuestros padres, los
lugares entrañables en los que vimos anochecer, el cachorro con el que
jugábamos cuando éramos niños, la faz imborrable de aquellos amigos a los que
la vida borró, los libros que lograron emocionarnos, los labios que quisieron
bendecirnos con su dulzura.
Con la
serenidad de quien saborea colores y rostros y los convierte en tinta inmortal,
María Teresa Cervantes nos entrega en las páginas de ¿En qué estás pensando?
(MurciaLibro) su particular resumen de vida, su crisol de tiempos y espacios,
que fulguran en su corazón. Y ahora en el nuestro. “Vivimos al azar en el vasto
misterio del universo”, nos dice en un lugar del libro. “Es -soy- como un árbol
que ha ido creciendo al interior de mí misma, sin que apenas lo advirtiera y
del que apenas he acabado de aspirar el aroma de sus hojas”, nos dice después.
“Somos, lo queramos o no, soledad”, concluye. Pero su soledad es una soledad
sonora, una soledad acompañada y llena de libros, músicas predilectas, paisajes
añorados, amaneceres en Cartagena, cafeterías donde se reúne con unas pocas
personas cercanísimas, rememoraciones de la casa de sus abuelos y tímidos
amores de juventud que dejaron huella en su fino espíritu.
Un libro tenue, delicado y delicioso, por el que conviene caminar con lentitud, con silencio y con respeto: una gran dama nos está invitando a conocer su pasado y el fondo de sus ojos. Y ese privilegio hay que agradecerlo puestos en pie.