viernes, 31 de enero de 2020

Tu voz, que ahora importa




Los grandes novelistas suelen hacer mucho ruido con sus libros, al igual que los grandes ensayistas: los reclaman desde las pantallas de la televisión, les dedican la zona preferente de los suplementos literarios y procuran incorporarlos a su elenco de charlistas las universidades veraniegas. Pero es privilegio de los grandes poetas hacer mucho sonido cuando nos entregan una nueva obra. Quizá no trepen como Edmund Hillary por el Everest de los bestsellers, mas su huella se instala en el corazón de los lectores de un modo quizá más duradero.
Pedro Antonio Martínez Robles, después de haber obtenido en diciembre de 2018 el máximo galardón en la XXII Bienal de Poesía Provincia de León, ve ahora cómo su exquisito trabajo Tu voz, que ahora importa sale a la luz y puede ser disfrutado por los amantes del verso.
En sus finísimas páginas, de una musicalidad tenue, descubrimos al padre que mira en silencio la cabellera vertical de las llamas; y a la madre, que arropa en la cama a su hijo para preservarlo de los helores del invierno; y descubrimos también la mesa donde el poeta escribe, que quizá será tocada por otras manos (¿cuáles?) en un futuro en el que él ya no exista; y sentimos cómo los rayos del sol acarician los visillos de la ventana y nos hacen pensar en la fugacidad del tiempo y en el avance inexorable de la extinción; y leemos las emociones que impregnan al autor cuando retorna a la vieja casa de su infancia y nota sus perfumes nunca olvidados.
Todo en este volumen es tiempo, reflexión y delicadeza. Todo es silencio lánguido de quien recorre con sus ojos los paisajes de la infancia. Todo es recuerdo melancólico de lo que fue, disfrute emocionado de lo que es (el amor, la amistad, la luz) y aceptación estoica de lo que vendrá. Todo es sabiduría. Y todo es, sobre todo, poesía.

jueves, 30 de enero de 2020

Polifonía




En el año 2000, la dramaturga Diana de Paco mereció el título de finalista en el premio Calderón de la Barca con Polifonía, una obra en la que cuatro mujeres de la mitología griega (Penélope, Medea, Fedra y Clitemnestra), cada una con sus torturas y demonios personales, se encuentran reunidas en una habitación (que a veces es llamada “cárcel” y a veces “muerte”). Cada una de ellas, usando sutiles mecanismos psicológicos, intenta descifrar el misterio de las otras; descubrir por qué se encuentran allí. “Todas queremos saber lo que les ha ocurrido a las demás, pero ninguna quiere que se conozca su tragedia” (p.106b).
Sabemos que Fedra ha sido enérgicamente desamada por Hipólito (hijo de su esposo Teseo); sabemos que Medea ha administrado la muerte a los hijos que ha tenido con Jasón; sabemos que Clitemnestra vengó a Ifigenia acabando con la vida de su esposo Agamenón, a quien acusaba de pasividad en la muerte de la hija común… Pero, ¿qué ocurre con Penélope? ¿Qué secreto se oculta tras sus pupilas, para compartir infierno con estas mujeres terribles; ella, la dulce, la paciente esposa? En un momento de debilidad, ésta reconoce: “Yo no deseo que Ulises vuelva” (p.115a). Y las demás, formando un tribunal eficacísimo, consiguen cercarla y rendirla hasta que la tejedora abre los labios y deja escapar su secreto.
Experta en el mundo mitológico griego y experta en la construcción de estructuras dramáticas de primera magnitud, Diana de Paco consigue aquí una pieza de enorme interés para el lector, consiguiendo que horade en su corazón y se quede en su memoria.

miércoles, 29 de enero de 2020

¿Dónde está el Sr. Spock?




En el año 1999 fue publicada en la editorial Everest una valiosa incursión de Pura Azorín en el mundo de la narrativa para jóvenes, que la hizo merecedora del premio “Leer es vivir”. Se trata de ¿Dónde está el Sr. Spock?, un hermoso texto que se desarrolla en la localidad de Puebla (sobran todos los comentarios que se pudieran hacer con la similitud fonética con la Yecla natal de la escritora).
Allí nos encontramos con Miguel, un chico de 15 años que acaba de hacerse un piercing en la oreja, tiene una hermana de 8 años llamada Anita, está rodeado por unos amigos normales, su padre falleció hace tiempo y su madre, además de ocuparse de su trabajo como enfermera, tiene que llevar adelante el conjunto de la casa. Un día aparece en clase Alicia (una muchacha aficionada a la escritura y que tiene un hermano con síndrome de Down), y ese hecho trastornará la vida de Miguel y le permitirá sentir un buen caudal de emociones nuevas. Pero el chico, a pesar de lo que siente por Alicia (y permítaseme la broma), no vive en el país de las maravillas, sino en el país de las normalidades adolescentes (primer amor, cuidado de su hermana pequeña, trabajo de su madre fuera de casa, alzheimer del abuelo, la pandilla que comienza a dar señales de separación, etc); y Pura Azorín lo relata con eficacia, con soltura y con atractivo.
Hay diálogos estupendos y fluidos en esta novela, escenas muy logradas (esa invocación a un espíritu entre las páginas 56 y 60) y un final sin duda excelente. Los divertidos y originales cuentos que Alicia va interpolando en la narración, al modo cervantino, son igualmente soberbios.

lunes, 27 de enero de 2020

Pampanitos verdes




Un buen narrador tiene que ser, ante todo, un mago. Es decir, una persona capaz de contarnos una historia lejana a nosotros (o cercana, pero contemplada desde un ángulo imprevisto) y conseguir que nos embelesemos con ella, que parpadeemos lo menos posible mientras transitamos por sus líneas, porque nos embarga la emoción y queremos contemplar el prodigio de su fluir y el milagro de su delta. Con Óscar Esquivias esas sensaciones están garantizadas.
Me sumerjo en las páginas de Pampanitos verdes (Ediciones del Viento, 2010) y recupero el deslumbramiento infinito que ya me habían deparado otras obras suyas, como Andarás perdido por el mundo, La marca de Creta o Inquietud en el paraíso. Intuyo, además, que la sensación se extenderá a cuantos volúmenes firmados por él me lleve la vida, porque la textura de su narrativa me resulta muy seductora. Pocos autores me han convencido siempre, de principio a fin: él es uno de ellos.
En este tomo me lleva de la mano para que conozca a Miguel, un joven estudiante de Filología y repartidor ocasional de flores que disfrutará una inesperada sesión de sexo; a un estudiante salmantino que tendrá que convertirse en cómplice involuntario de las aventuras extramatrimoniales de su progenitor; al pintor en trámites de divorcio que vivirá una experiencia erótica menos idílica de lo que en principio sospechaba; a un virginal estudiante de medicina que notará la explosión de las lágrimas cuando, tras la muerte de su hermano, escuche los conocidos versos de un villancico; al cartero que tendrá que representar a España en una competición deportiva en Chicago, y que allí se encontrará con varias sorpresas; al niño que vive una bochornosa profanación pedófila por parte del practicante que le administra su medicación; al padre que acompaña a su hijo pequeño a buscar huellas de dinosaurio en un día de lluvia…
Magias absolutas que Óscar Esquivias regala, espléndido, a sus lectores y que nos provocan aplausos de gratitud. Bendito sea.

domingo, 26 de enero de 2020

Al envejecer, los hombres lloran




En ocasiones, un libro acierta a plasmar una escena que, en la mente del lector, se transmuta en inolvidable. Eso no significa, lógicamente, que la obra quede en modo alguno reducida a esa secuencia; sino que su poder visual o emocional se alza hasta el territorio del olvido imposible. A mí me gusta encontrarme con esas páginas, porque siento que cuando paso por encima de ellas una bocanada de aire fresco me inunda los pulmones. Por ejemplo, la tía Tula colocándose el bebé en su pecho vacío y pidiendo a Dios un milagro secreto; por ejemplo, el silencio terrible, espeso, casi gelatinoso, que rodea la muerte de Rocamadour; por ejemplo, aquel personaje que volvió a su pueblo afligido, sabiendo que fue durante unas horas el dueño de un secreto y que lo malbarató. Tres ejemplos entre cien.
Ahora, en la novela Al envejecer, los hombres lloran, de Jean-Luc Seigle (que leo gracias a la traducción de Adolfo García Ortega para el sello Seix Barral), acabo de disfrutar con dos de estas escenas, que quedan ya fijadas en mi álbum de eternidades. La primera acaece cuando uno de los protagonistas, el obrero Albert Chassaing, lava con delicadeza, ternura y pudor a su madre, desbaratada por el alzheimer; la segunda, cuando el maestro jubilado Antoine explica el paso del tiempo de una forma maravillosa: mostrando sus manos e indicando que fueron acariciadas por las de su abuelo, las cuales fueron acariciadas por las del suyo: una cadena de cuidados y amor que se aroma con el perfume de la eternidad.
En esta novela descubrimos que Albert Chassaing trabaja en la empresa Michelin, pero en su corazón palpitan tristezas acumuladas: haber renunciado a su alma de campesino; estar casado con una mujer que, aún hermosa y joven, le es infiel; tener un hijo destinado como soldado en el extranjero, donde podría encontrar la muerte si las circunstancias se torcieran; el desmoronamiento mental y físico de su madre, que apenas lo reconoce desde su burbuja ensimismada; y la vocación literaria de su hijo pequeño Gilles, al que pone en manos del señor Antoine para que encauce su aprendizaje y lo lleve a buen puerto… Sí, al aproximarse al final del camino los hombres lloran. Todos los mundos que se erosionan quedan, si se los sabe observar y reflejar bien, nimbados de una luz de ceniza. Y después, sólo el silencio.
Jean-Luc Seigle ha sabido plasmarlo con infinita languidez, sin histrionismos y con una literatura admirable. Compruébenlo.

sábado, 25 de enero de 2020

Mis paraísos artificiales




Se repite más que la cebolla, inútil sería negarlo, en algunas páginas (la descripción de su pelo, la lírica exaltación de su biblioteca, etc), pero me da por entero igual. El cabrón éste escribe como le sale de los cojones, y no hay quien le eche la pata en cuanto a calidad, ternura y preciosismo. Estoy hablando, como es lógico, de Francisco Umbral, de quien acabo de releer Mis paraísos artificiales (Argos, Barcelona, 1976). No me canso de acudir a sus obras.
Lo único discutible del tomo, tampoco lo voy a ocultar, son las poesías que incluye en él: no lo quiso el cielo para rimador, y lo dejó en poeta. Qué disparate de perfección, coño. En cada línea consigue alcanzar este hombre (por barrunto intuitivo) el adjetivo esencial, el ritmo mágico e insustituible, la prestancia sólida del verbo, la fluidez del alma hecha palabras. Te puedes morir después de leerlo, porque ya está dicho todo cuando acaba. Cervantes y Quevedo (el primero, por la prosa; el segundo, por la poesía implícita) estarían muy orgullosos de su descendiente.
No me resisto a copiar algunas de las frases que, sonriente o serio, he subrayado en el tomo: “Las mujeres quedan mejor descalzas. Más líricas. Un señor descalzo siempre queda un poco tío guarro”. “Ya que la literatura no da para ponerse las botas, al menos hay que morir con ellas puestas”. “La vejez es la chapuza final que la vida hace sobre todos sus bocetos anteriores”. “El título es medio libro. Escribimos casi siempre para llenar un título”. “La juventud es tan independiente y tan díscola que está llena de influencias”. “Para crear, es más fértil la memoria que la fantasía”. “Estamos con la cabeza en el futuro y con el corazón en el pasado”. “No se muere de una vez, sino que se va muriendo por edades, y llega una edad en que uno es un cónclave de difuntos”. “Más que los amigos importantes buscamos ya la importancia de los amigos”.

jueves, 23 de enero de 2020

Koundara




El mundo se ha tornado (si en realidad no lo ha sido siempre) quebradizo, turbio e inestable. Nada a nuestro alrededor parece sólido. Y el habitante del mundo se encuentra desorientado en esa modernidad líquida, para protegerse de la cual apenas localiza asideros, porque son invisibles o se divierten ocultándose. André Breton afirmaba que la belleza del futuro sería convulsa o no sería; quizá podría haber dicho lo mismo de la vida.
David Pérez Vega, en su volumen de relatos Koundara (Baile del Sol, 2016), nos pone ante los ojos a una serie de criaturas narrativas que, zarandeadas por ese oleaje, intentan encontrar un sentido a sus existencias: la chica que viaja a África para no centrar su pensamiento en el abandono que acaba de sufrir; la gestora inmobiliaria que, en medio de la crisis, descubre que se ha quedado embarazada; el muchacho de Maqueda que emigra a Londres, intentando encontrar allí una estabilidad y unos horizontes distintos a los que tenía en el bar de su padre; el joven maestro que encuentra trabajo en un centro de enseñanza privada y que deberá elegir entre la dignidad o la sumisión; la madre que centra sus mejores esfuerzos en reconducir la desastrosa marcha escolar de su hijo con TDA… Seres anónimos pero perfectamente identificables, porque nos rodean desde hace años. Seres que toman café, pasean por la ciudad, se aventuran a practicar sexo con desconocidos o ayudan a otros a mudarse de vivienda. Seres que retratan, desde su universo de tinta, la realidad de carne y lágrimas de miles de otros seres. 
El autor madrileño, a pesar de las dificultades que suponía colocarse frente a tantos escenarios y psicologías, ni incurre en el simplismo ni en los clichés: al contrario, sale victorioso en cada relato y en cada página, gracias a una prosa excelente, a un envidiable sentido del ritmo y a la conmovedora eficacia con que consigue que nos sintamos en todo momento próximos a sus criaturas.
Sin duda, muy recomendable.

miércoles, 22 de enero de 2020

Nacimiento de los fantasmas




Termino Nacimiento de los fantasmas, la segunda novela de la francesa Marie Darrieussecq, que traduce María Teresa Gallego Urrutia (Anagrama, 1999). Tras su obra Marranadas, quería corroborar si merecía la pena seguir leyendo a esta escritora o quizá no tanto.
En esta segunda entrega nos informa sobre la aburrida historia de una mujer que ha sido abandonada por su marido y que dedica todo su tiempo a darle vueltas a la cabeza, calibrando cómo habrá de ser su vida desde ese instante. Y me apresuro a explicar que el adjetivo “aburrida” no se lo adjudico a la materia narrativa en sí (el abandono siempre es una circunstancia triste y dolorosa), sino al tratamiento literario que la narradora gala despliega sobre el asunto. Porque ahí, me parece, no anda muy fina. Las reacciones, frases e ideas de la protagonista me suenan siempre a falsas, a sentencias seudointelectuales que no consiguen trasladar al lector la derrota, el desierto interior, la tortura o las lágrimas que esta mujer debe de sentir en esos momentos.
Sigo, pues, con mis dudas sobre el talento literario de Darrieussecq; pero no sé si me animaré con una tercera producción, habiendo tantos otros autores que a la primera o a la segunda me han convencido. El tiempo lo dirá.

lunes, 20 de enero de 2020

Criaturas del aire




Acabo Criaturas del aire, del filósofo y ensayista Fernando Savater, un tomo en el cual el pensador vasco repasa —dejándoles voz y permitiendo que sean ellos mismos quienes se expongan ante los ojos del lector— la vida o ideas de algunos de sus personajes literarios favoritos.
Es fácil deducir que, con esa temática y con la capacidad seductora que tiene la pluma de Savater, nos encontramos ante un libro ameno, bellamente escrito, entusiasta y bastante galvanizador. Si tuviera que aupar algunos de los monólogos a un “peldaño” superior al resto, yo me decantaría por los de Desdémona (4), Dulcinea (8), Phileas Fogg (11), Peter Pan (17), Justina (23) o El Hombre Invisible (26). Sin que ninguno de los que cobija el volumen sea desdeñable, creo que éstos son especialmente sugerentes. Y el último, dedicado a sí mismo (31), es fantástico.
Anoto aquí dos frases, por su sentido del humor. En la primera, Savater aplaude las especias demoníacas que alegran nuestra existencia (“Hasta Dios bostezaría sobre nuestras vidas si Satán no colaborase en el argumento que representamos con su dosis de picante”); en la segunda, aventura una hipótesis simpática, que dará que pensar a más de uno (“No entiendo por qué se supone que cada cual tenemos nuestro ángel de la guarda y no en cambio nuestro también individual demonio de la predicción”).

domingo, 19 de enero de 2020

El secreto de la baronesa




Doña Eulalia, a quien todos en el pueblo llaman “la baronesa” pese a que el título corresponde en realidad a su hermano, que vive en Madrid, es la mujer más poderosa y respetada de la localidad. Desde su juventud mantiene una imagen impoluta de dama chapada a la antigua, huérfana de modernidades, temerosa de que el pecado entre en ella, amiga del obispo y de las fuerzas vivas y casada con un hombre licencioso, que desde su desaparición no ha dejado más huella que la hija común: Marina. Es, también, la protectora del hijo de un labriego, el joven Sebastián, para quien la baronesa ansía la condición áurea de sacerdote. Todo el rancio equilibrio de esta escena se quebrará estrepitosamente cuando la dama descubra que su hija está embarazada, y que el padre no es otro que su protegido Sebastián. ¿Cómo afrontar la indignidad que, en opinión de la baronesa, comporta ese embarazo?
Muchos años después, cuando doña Eulalia se encuentre ya en su lecho mortuorio y esté a punto de entregar su alma a Dios, Marina querrá saber qué sucedió con su hijo, que le fue arrebatado desde el mismo instante del nacimiento. Y escuchará de labios de su madre una verdad que la estremece.
Novela de aroma galdosiano (imposible no recordar a doña Perfecta), El secreto de la baronesa se ofrece como una narración atractiva, en la que la intensidad del enigma se va dilatando de forma bien pautada y en la que el final conmociona al lector con su sorpresa. Otra muestra del oficio de Blasco Ibáñez, siempre eficaz en sus novelas cortas.

sábado, 18 de enero de 2020

Rondó veneziano




En 1985, a la escritora Juana J. Marín Saura le nació entre los dedos un nuevo libro, que le publicó el ayuntamiento de Alcantarilla. Se trata de Rondó veneziano. En él se diluye la rima y se relaja ostensiblemente la métrica, adquiriendo las metáforas e imágenes que burbujean en sus páginas una densidad pasmosa. Los adjetivos se vuelven mucho más creativos (“plazas sonrientes”, p.40; “la lectura soleada del periódico”, p.43); e incluso alcanza la suficiente confianza poética como para jugar más arriesgadamente, utilizando algunos sustantivos como elementos adjetivadores (“manos golondrina”, p.23; “calendarios luciérnaga”, p.60).
Pero lo que más llama la atención es la cantidad de vocabulario que guarda relación con el mundo de la música, circunstancia nada extraña si tenemos en cuenta los estudios que la poeta realizó en el Conservatorio: pentagramas, acorde, Stradivarius, acordeones, compás, Albinoni, Mahler, claves de sol y de fa, flauta dulce, orquesta, adagio, sitar, clavicordio, concierto, diapasón, violín, notas o sinfonía son algunas de ellas.
Temáticamente, nos sigue hablando del dolor (“mi queja de pájaro exiliado”, p.17), del hondo desgarro que le procuró la separación de la persona amada (“Te dije adiós y las madrugadas se volvieron infinitas”, p.20) y de la constante memoria que esa persona le sugiere (“Y te aguardo, preguntando a las hojas de mis libros / por el paradero de tu suerte, / y te aguardo todos los segundos de mi vida, / todas las gotas de sangre que me forman, / todas las angustias que me oprimen, / y te aguardo como el perro fiel aguarda / la señal segura de su amo”, p.58).

viernes, 17 de enero de 2020

Mortales




Algunas personas, aficionadas a la física aplicada o al cachondeo irreverente, afirman que los 21 gramos que pierde el cuerpo humano al morir corroboran la existencia (y el abandono) del alma, que vendría de ese modo a pesar lo mismo que unas tijeras escolares o que la yema de un huevo. Pero el escritor lorquino Antonio J. Ruiz Munuera adopta ese mismo número con intenciones, aunque igual de mortuorias, menos irónicas: ofrecernos esa cantidad de relatos breves en un tomo que, editado por el sello MurciaLibro, ha quedado bautizado con el rótulo de Mortales (21 relatos de viaje al otro barrio).
Bastará considerar el título para intuir que su condición primera es el humor; y así es, en efecto. Un humor constante, variopinto y eficaz, que suprime toda la negritud del tema para dejarnos siempre una sonrisa instalada en el rostro, gracias a la eficacia de su dosificación y al gracejo que el relatista imprime a su sintaxis. Ilustrémonos con un único ejemplo, protagonizado por un rijoso que encuentra moderación para sus desmanes: “Mamerto sería recordado en el pueblo como una suerte de animalico que, en cada celo y desprovisto de conciencia moral, se dejaba arrastrar por sus instintos en pos de cualquier persona, bestia o cosa con la que aliviar sus embrutecidas pasiones. Por fortuna para la amenaza comunidad, la pertinente coz de una yegua mohína enfrió para siempre las calenturas del bárbaro, molesta por su falta de delicadeza en el cortejo. En la memoria popular se celebra la efeméride como un día con potra” (páginas 28-29).
Pero hay muchas más cosas en este volumen, aparte de humor. Hay una prosa excepcionalmente decantada; hay una auténtica explosión de vida (creo que el tomo es un canto a la joie de vivre, que dicen los franceses); hay secuencias en las que te sientes invitado a reflexionar sobre el sentido de la existencia; y hay (si nos detenemos también en la parte gráfica del libro) unas excelentes ilustraciones de Clara Hernández Arana, perfectamente imbricadas con el espíritu de los relatos.
Demasiadas bondades como para dejar pasar de largo esta obra.

jueves, 16 de enero de 2020

Allí donde no estuve




Sólo unos pocos nombres de poetas murcianos han quedado inscritos en la selecta lista de ganadores y accésits del premio Adonais, y uno de ellos fue el de Antonio Aguilar, que obtuvo un merecido reconocimiento por su trabajo Allí donde no estuve (Rialp, 2004).
La delicada música de este poemario habita tanto en los versos cortos como en los más extensos, y se ramifica en estrofas de densa plenitud, en las que Antonio reflexiona con hondura sobre la vida (“Nada más viejo que esta sensación / de haber vivido siempre”, p.20), sobre la necesidad de que la poesía auténtica esté perpetuamente en un estado de cambio (“Este poema / […] como todo lo que importa gira”, p.36), sobre la conveniencia higiénica de introducir un poco de locura en nuestras vidas (todo un acierto el poema titulado “Viaje al sur”, que se desarrolla entre las páginas 44 y 45) y sobre los misterios incógnitos que bucean en el corazón (“esta víscera hostil a las verdades”, p.52).
Las palabras de Antonio Aguilar, si las comparamos con las mostradas en sus dos poemarios anteriores, se habían ido acendrando, puliendo, aquilatando; y el resultado era un libro más cuajado e intenso que los anteriores, los cuales ya eran estupendos de por sí.
Un poeta siempre en crecimiento.

miércoles, 15 de enero de 2020

La hora violeta




Era sólo un bebé y se llamaba Pablo. Era hijo de Sergio y Cristina. Llegó sin ser invitada la leucemia y se adueñó del cuerpo de aquel niño. Cuando venció, tras mil arduos combates en los que sus padres, las enfermeras y las oncólogas se dejaron la piel, quedó un vacío lleno de fragancia, y un dibujo en la cama, y un Vaquero Gay en su habitación. Llegó entonces el momento de reconstruir la casa (arreglando luces y electrodomésticos que se habían ido averiando durante los largos meses de lucha hospitalaria), de reconstruir la vida… y de escribir.
Porque Sergio del Molino sintió que tenía que escribir la crónica de aquellas interminables y durísimas semanas para que quedaran conservados en tinta el amor, la unidad familiar, el reservorio en el pecho del niño, los abrazos, los nombres de los medicamentos, los rugidos juguetones de Pablo, la tenacidad llena de cariño de quienes lo atendieron, las visitas del tío Pedro, el huracán emocional que los zarandeó, Saskatoon, los paseos ensimismados por Barcelona o las estadísticas ilusionantes o adversas.
Es una historia terrible, delicada, desgarrada, entrañable, que el autor, más que escribirla (lo dice él mismo), la llora.
Y no hay más. No se puede ni se debe decir más. Hay que sumergirse en este libro aunque sabes que tu corazón va a sufrir, que el estómago se va a encoger, que la garganta se obturará y los ojos se llenarán muchas veces (muchas) de lágrimas. Te imaginas que puedes ser tú y te zarandea la congoja. Te imaginas que puede ocurrirle a tu hijo o a tu nieto y aprietas los párpados pensando en cómo obrarías. Es un libro de crónica, de aprendizaje, de dolor.
Creía que Mortal y rosa, de Francisco Umbral, era el libro más perturbador del mundo, pero hace unas semanas leí Los lagos de Norteamérica, de José Daniel Espejo, y ahora leo La hora violeta, de Sergio del Molino; y ambos me han dejado idéntica impronta.
Literalmente inolvidable.

martes, 14 de enero de 2020

Contrapunto




Sigo con mi apartado de relecturas para entrar en Contrapunto, de Aldous Huxley, en la traducción de Lino Novás Castro (Círculo de Lectores, Barcelona, 1966). Este magnífico texto sabe conjugar la técnica con el interés narrativo de una manera portentosa, y modula un tejido social y psicológico de incalculable riqueza: la inacción intelectual de Philip Quarles, el fascismo ecuestre y algo fanfarrón de Everard Webley, la genialidad provinciana de John Bidlake, el franciscanismo monetario de Burlap, la orfandad sentimental de Marjorie Carling y muchas cosas más.
Los parlamentos “filosóficos” mantenidos entre Philip, Rampion y Spandrell, que en manos de otro autor aburrirían hasta el bostezo, en Aldous Huxley me siguen gustando.
En suma, un recorrido placentero y excitante por el universo de unos personajes (o personas) que conmueven al lector.
Frases que subrayó en mi primera lectura o que subrayo en la segunda: “Un fin noble puede justificar medios vergonzosos. Pero cuando el fin es vergonzoso… ¿qué decir?”. “Cuando no se ha experimentado el fervor religioso, el creer en Dios no tiene sentido”. “La pintura es una rama de la sensualidad”. “Actualmente, la juventud se halla aburrida y cansada del mundo antes de llegar a la mayoría de edad”. “No puedo sufrir a los tontos de buena gana”. “La barbarie es inclinarse de un solo lado. Se puede ser un bárbaro del intelecto así como del cuerpo […]. La ciencia nos está haciendo ahora bárbaros del intelecto”. “Cuesta tanto trabajo escribir un libro malo como uno bueno; sale con la misma sinceridad del alma del autor”. “La naturaleza es monstruosamente injusta. No existe sustitutivo para el talento”. “En nuestros Parlamentos los derechos de la topografía son más fuertes que los del buen sentido”. “Todo el mundo se esfuerza por alcanzar la felicidad, y el resultado es que nadie es feliz”.

lunes, 13 de enero de 2020

Cosas que decidir mientras se hace la cena






Algunas personas, cuando se colocan ante el folio o ante la pantalla del ordenador y deciden construir una historia, se proponen (o necesitan) dibujarnos mundos lejanísimos, aventurarse por senderos inhóspitos o imaginar complicados argumentos situados en el pasado o en un futuro improbable. Pero otras parecen preferir (y creo que Maite Núñez se incluye en este grupo, por lo que leo en su magnífico volumen de cuentos Cosas que decidir mientras se hace la cena) los paisajes y las figuras más cercanos y más cotidianos: la diminuta cocina donde una mujer se plantea si formalizar ya su relación oficiosa de pareja; la aspiradora que se pasa sobre los restos de un pequeño desastre ocurrido en el hogar; el adolescente que recibe con desdén al padre divorciado que ha decidido emprender un largo viaje; la tristeza roja de una madre y una hija, atrapadas de forma casi inquebrantable en un local de alterne; las hermanas que se apoyan en los momentos menos boyantes; las argucias ópticas de una mujer que siente la necesidad de reunirse de nuevo con su pareja; la tentación de la infidelidad, que a veces acecha; las vecindades farragosas; los divorcios; el cáncer.
Son temas que, visitados narrativamente por miles y miles de escritores, parece ya imposible que ofrezcan novedades o sorpresas. Pero justo ahí emerge el brillo esperanzador e indiscutible de Maite Núñez, que sabe capturar y retener la atención del lector, emocionar con sus secuencias narrativas y convertir lo cotidiano en delicada belleza atemporal. “El plano de Londres”, “Miopía” o “Zona de sombrillas” son lecturas que tardaré mucho en olvidar, por la inteligencia, la luz y la humanidad que emanan.
Una maravillosa colección de relatos, que nos obliga a estar pendientes (ilusionadamente pendientes) de las futuras publicaciones de esta escritora.

domingo, 12 de enero de 2020

El penitente




Se llama Joseph Shapiro y se ha presentado delante del autor de este libro para contarle su historia. Como puede observarse, el procedimiento narrativo del que se vale Isaac Bashevis Singer no puede ser más transparente y más clásico: el del fabulador que se limita, presuntamente, a escuchar a alguien y luego transcribir sus palabras. Desde el principio, el escritor polaco (premio Nobel de Literatura en 1978) nos está dejando clarísimo que no pretende originalidad alguna en cuanto a la forma. Ni tampoco (lo descubriremos de inmediato) en cuanto al contenido, pues El penitente nos refiere la historia de un hombre que, habiéndolo tenido todo, se arrepiente de su vida desnortada después de dos infidelidades matrimoniales (una suya y otra de su esposa) y vuelve los ojos hacia la religión. Nihil novum sub sole.
Ahí radica, paradójicamente, la grandeza de esta novela, que traduce Rosalía Vázquez para el sello Plaza & Janés: en que basa toda su magia en unos mimbres formales y argumentales de sobra conocidos; y, aun así, se alza hasta un elevado nivel, que consigue mantener la atención de los lectores.
Shapiro le cuenta que consiguió escapar del nazismo y del estalinismo y embarcó hacia los Estados Unidos en 1947, junto con su esposa Celia. Allí prosperaron, se enriquecieron mucho… y se perdieron. Él malgastó su honestidad con una amante que le sacaba el dinero; y ella lo hizo con un profesor universitario. Esa doble sordidez impulsa a Shapiro hacia sus orígenes religiosos, pero no hacia “un judaísmo moderno y arbitrario, sino al judaísmo de mis abuelos y tatarabuelos” (p.58). El mundo que lo rodea se ha convertido a sus ojos en un lodazal, donde todos disfrutan con la violencia y con el adulterio, obsesionados con el dinero y el sexo. Y él, aunque no disponga de la fe suficiente, decide volar hacia Israel para, a fuerza de oraciones, sacrificios y renuncias (el sexo volverá a tentarlo varias veces), alcanzar la luz de la verdadera fe: aquella que lo redima de obscenidades, materialismos y equivocaciones morales.
Una interesante reflexión sobre la posibilidad de que el auténtico progreso moral se pueda conseguir mirando hacia atrás, en lugar de hacerlo hacia adelante.

viernes, 10 de enero de 2020

El pan y la leche




El mismo año en que publicó Las rutas del nómada (1999), la escritora Cristina Morano (Madrid, 1967) vio cómo la Fundación Emma Egea premiaba y publicaba su poemario El pan y la leche, que era en buena medida un adelanto (textual y emocional) de su posterior libro La insolencia, que vería la luz en 2001.
En este volumen publicado en Cartagena podemos observar las escoceduras de una niña que sufrió en el colegio, hasta el punto de que “vomitaba todas las mañanas / al pensar que debía enfrentarme con la clase” (p.26); y que, como consecuencia de estos dolores, ha aprendido perfectamente lo que debe hacer: “Apretar los dientes, no olvidar. / No decir nunca la verdad. / No confiar. No future” (p.28). A esta niña de orfandad interior se le han llenado los ojos de desiertos, y ahora se mueve con soltura (quizá con dolorosa soltura, quizá con impostada soltura) en el barrizal de la autarquía; pero eso no le impide desear “estar más blandamente viva, / estar hecha de pan y de leche, / no de este hierro / que oye amanecer” (p.29).
Se trata, por tanto, de un manual de zozobras, de un dietario de heridas que el Tiempo no ha podido cerrar. Y su lenguaje ya era en estas páginas el de una autora firmemente consciente de sus posibilidades expresivas.

jueves, 9 de enero de 2020

El sol de los muertos




Nada más fácil para un escritor habilidoso y con experiencia que utilizar mimbres de su propia vida para componer una narración novelesca; y nada más difícil que contemplarse con ironía (y hasta con cierto sarcasmo) y desnudarse ante los ojos del lector. Todo eso es lo que hace, con oficio y cachaza, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez en su novela El sol de los muertos, donde nos habla de un escritor que ha obtenido fama universal y que, a la edad de “sesenta y tantos años” posa su mirada en Faustina, que apenas roza los diecinueve, y decide convertirla en su mujer.
Para llegar a ese punto, Montalbo ha tenido que superar sus humildes orígenes, vivir en París una juventud bohemia, perder a su abnegada esposa cuando la fama comenzaba a llegarle, viajar por todo el mundo para promocionar sus libros y saber protegerse de los interesados que se arriman a él para obtener beneficios económicos y de las damas que no persiguen otra cosa que “figurar” junto al escritor célebre. Al cabo, y aun sabiendo que la fama no es sino el triste sol de los muertos (porque ilumina y calienta cuando ya no se disfrutan sus rayos), decide vivir con plenitud este amor otoñal, por encima de las burlas sociales y hasta de las críticas de sus hijos, que consideran la suya una actitud senil.
Un día, Montalbo escucha a escondidas una conversación que le permite saber que Faustina está enamorada, en realidad, de un chico de su edad; y tendrá que tomar una decisión al respecto.
Novela fluida, muy autobiográfica y sencilla, donde la muñeca de Blasco se mueve casi por inercia para construir una narración solvente.

lunes, 6 de enero de 2020

Elogio de la amistad




Acabo un librito bastante intrascendente, que se titula Elogio de la amistad, del que es autor Tahar Ben Jelloun. Lo he podido leer en la traducción que efectúa Malika Embarek López para el sello Muchnik Editores.
Sus páginas constituyen un paseo por todos los amigos que este autor marroquí ha tenido y tiene. Lo malo es que cuando termino me pregunto qué necesidad tenía yo de saber el nombre y los principales atributos de esas personas. Porque el libro (lo declararé de inmediato) no va más allá, ni desde el punto de vista del contenido ni desde el punto de vista estilístico. Ameno, pero olvidable.
Copio, eso sí, dos frases que me han gustado mucho: “La amistad es una religión sin Dios, sin juicio final y sin diablo”. “Una biblioteca es un cuarto de amigos que me rodean y me brindan su hospitalidad”.

sábado, 4 de enero de 2020

El silencio de las lilas




Después de haber publicado su poemario Desde el fondo mismo… (1975), la poeta de Alcantarilla Juana J. Marín Saura dio a conocer en Ediciones Torremozas, en el año 1984, su obra El silencio de las lilas, una producción más asentada y madura que la anterior que dedica significativamente “A los que, como yo, se convierten cada día en solitarios silenciosos”.
Si analizásemos con detalle los aspectos léxicos del libro (tarea que excedería las dimensiones de esta nota de lectura) podríamos comprobar que las palabras más repetidas del volumen son aquellas que guardan relación con el concepto de la “espera”. Queda bien claro con la lectura del tomo que la escritora ha probado el acíbar del desamor (“Que se acerquen volando miles de tijeras / que sepan cortar desilusiones”, p.20) y que el tiempo ha ejercitado sobre ella la musculatura de su crueldad (“Porque aunque los días hayan ido pasando, / me he quedado parada entre los granos del reloj… / y no he crecido”, p.55). Pero igualmente queda claro que ha sabido sobreponerse a esas adversidades, aunque sea de un modo superficial y meramente epidérmico (“Se ha escapado una sonrisa / y me la he colgado en los labios / para hacer creer que soy feliz”, p.62).
En suma, un trabajo de poeta naciente (y doliente) donde ya estaban contenidas muchas de las semillas que después fructificarían en los volúmenes posteriores que irían entregando con el paso de los años.

jueves, 2 de enero de 2020

Jugar con fuego




La situación familiar que está viviendo la joven inglesa Stella no es, precisamente, la más calmada del mundo: su marido (Paco) se encuentra absorbido por el trabajo, dejándola a ella en un incómodo segundo plano; la hija que acaban de tener, Ana, es un torbellino que la sofoca y que le impide tener ni siquiera la casa en condiciones; y el hecho de haber abandonado sus ocupaciones laborales para centrarse en su hogar la hace sentir demasiado inútil. Para volver a ser ella misma (y quizá para encontrar la independencia económica que le permita divorciarse de Paco, demasiado manipulado por su hermana y por su madre), lo idóneo sería volver al mundo laboral. Pero, ¿cómo hacerlo? Una visita al hospital, para que su hija sea atendida, le permite vislumbrar una solución: necesitan una traductora que vierta los artículos de investigación de los doctores al inglés, para su posterior publicación. Ahí sí que Stella tiene una oportunidad. Y la aprovecha.
A partir de entonces tendrá que llevar una peligrosa doble vida, porque no quiere confesar a su marido que ha buscado trabajo a sus espaldas, y esto genera numerosas situaciones que oscilan entre lo cómico y lo trágico. Por no mencionar el flirteo creciente que mantiene con Moisés, un atractivo médico.
Con una prosa bien construida y con un fluido dominio de los diálogos, Sandra Bruce nos ofrece una fabulación llena de humor, sexo, amistad, situaciones embarazosas, crispaciones familiares y disputas domésticas, donde se reflexiona sobre los peligros encadenados que generan las mentiras (ese “jugar con fuego” que el título resume) y también sobre la necesidad que experimenta una mujer de buscarse a sí misma y gritar de modo enérgico que necesita apoyo, complicidad, amor y respeto.

miércoles, 1 de enero de 2020

Al morir don Quijote




Todos nos hemos preguntado en alguna ocasión qué podría suceder en un libro cuando se agota su última página; de qué manera se prolongarían las vidas de sus protagonistas, en caso de ser personas de carne y hueso. ¿Cómo envejeció Odiseo y cuáles fueron sus relaciones con Telémaco, una vez que ingresó en la senectud? ¿De qué manera vio a sus semejantes Juan Pablo Castel a partir del punto final de su historia impresa? ¿Con quién se casó la hermana de Gregor Samsa y qué enfermedades o hijos tuvo durante la madurez? ¿Cuánto tiempo lloraron Pleberio y Alisa, en este valle de lágrimas, la muerte de su única hija? El leonés Andrés Trapiello se atreve a enfrentarse en este volumen novelesco a los personajes que protagonizaban la historia más famosa de Miguel de Cervantes: Don Quijote de la Mancha.
El reto era de tal calibre, de tanta magnitud, de tanto riesgo, que no podía ser asumido por cualquiera: sólo un escritor musculoso de vocabulario y sazonado de erudiciones, podía acometer la titánica proeza con garantías de entregar a los lectores un libro perdurable. Y Trapiello, con la valentía de quien ama mucho a las criaturas cervantinas y las ha pensado y sentido durante lecturas y relecturas, acepta el desafío y compone Al morir don Quijote, un generoso despliegue de paisajes y oficios, un decantado fresco sobre La Mancha del siglo XVII, un fino tratado sobre las más altas y las más bajas pasiones humanas, una sólida propuesta de continuación donde descubrimos los mil y un detalles que ni Cide Hamete Benengeli ni Cervantes pudieron o quisieron trasladarnos: las rencillas larvadas entre la sobrina (Antonia) y el ama (Quiteria), que se aman y se odian alternadamente; las asechanzas mezquinas del criado (Cebadón), que se siente crecido desde que su amo cerró los ojos para siempre; la melancolía extrema que sacude al bueno de Sancho Panza, que se obstina en aprender a leer para degustar por sí mismo la historia de sus aventuras, que ya corre en letra impresa; las veleidades literarias y amatorias que galvanizan al bachiller Sansón Carrasco; el cinismo de los duques, que acometen la avilantez de acercarse hasta el pueblo de don Quijote para seguirlo escarneciendo y burlándose de su locura, sin saber que hace ya varias semanas que entregó el alma a Dios.
Todo el universo externo e interno de estos personajes ha sido cuidado por Andrés Trapiello de manera meticulosa, con mimo exquisito; y el resultado es una novela que, arriesgada y solvente, se disfruta de principio a fin.
Irrenunciable.