Nuestro hogar es nuestra fortaleza inviolada,
nuestro refugio inexpugnable. En él nos sentimos plenamente a salvo. Entre sus
paredes nos encontramos a nuestras anchas: calzamos zapatillas, vestimos de
forma desaliñada, bebemos o comemos como nos apetece... y mil desafueros más,
cuya mera enunciación casi produce vergüenza. Por eso mismo, la gran pregunta
es: ¿qué ocurriría si un día descubrimos que en un pequeño armario-habitación
que no abrimos jamás se ha instalado una persona ajena a nosotros, que vive a
nuestro lado durante meses sin que realmente nos enteremos? ¿Cómo nos
sentiríamos al comprobar que hemos sido observados, contemplados, espiados,
dentro de nuestra propia casa?
Éric Faye (Limoges, 1963) tuvo la idea de novelar
sobre ese asunto, después de que una noticia periodística de ese tono
apareciese en la prensa en 2008; y el resultado es La intrusa (Gran Premio de la Academia Francesa
en 2010), que José Antonio Soriano Marco traduce para el sello Salamandra. Su
protagonista es el meteorólogo Shimura Kobo, un hombre de 56 años que vive solo
y que es extremadamente minucioso y repetitivo en todos los aspectos de su
vida. Un día constata con estupor que se están produciendo algunos cambios en
su hábitat (un alimento que desaparece del frigorífico, una botella que no se
encuentra en la misma y exacta posición en que él la dejó), y decide instalar
una cámara de vigilancia, que luego controla desde su despacho. Así, logra ver
lo que está ocurriendo: una figura femenina avanza por su cocina y se prepara
con calma una infusión. Tras llamar a los agentes de policía, se queda mudo.
¿Quién es esa persona? ¿Qué hace en su casa? ¿Cómo ha entrado? ¿Qué pretende? Y
lo que es más desasosegante, ¿cuánto tiempo lleva allí? Tras el juicio, en el
que la mujer es condenada por allanamiento, Shimura comprende que la aparición
de esta mujer le ha revelado lo absurdo de su vida e intenta acceder por fin al
olvido (“Pero el olvido no de aquella pobre mujer, que no era nada mío, sino de
mi vida entera, que aparecía ante mí en toda su irreparable futilidad. Hacía
mucho tiempo que no crecía en ella ninguna ambición, ninguna esperanza. Me
dieron ganas de maldecir a la intrusa. Por su culpa, la niebla se había
disipado”, p. 71). No obstante, en las páginas finales de la novela nos espera
a los lectores una sorpresa más que notable, tan lírica como perturbadora.
Excelente la propuesta de Éric Faye. Uno de esos
textos con los que, cada año, la
Literatura nos reconforta y nos convence de su Belleza.