La trayectoria novelística de Gregorio León
(Murcia, 1971) es tan sólida y rápida como prometedora. Comenzó consiguiendo el
premio Ciudad de Badajoz por Murciélagos
en un burdel (publicada en 2007); luego obtuvo el premio Diputación de
Córdoba por El pensamiento de los
ahorcados (que salió a la luz en 2008); más tarde le concedieron el premio
Alfonso el Magnánimo, de Valencia, por Balada
de perros muertos (editada en 2009); poco después cosechó el Emilio Alarcos
Llorach por El último secreto de Frida K.
(que leímos en 2010)...
Ahora, también con el sello Algaida, llega hasta
nuestras manos la novela La emperatriz de
jade, una voluminosa propuesta de más de quinientas páginas ambientada en
el mundo nazi. Pero que nadie se ponga en guardia ni frunza el ceño tras leer
esa precisión. Es verdad que en los últimos años se está produciendo una
avalancha de títulos donde se acude a la Segunda Guerra Mundial y a los nazis
(una especie de moda que parece tomar el relevo de los templarios, ya agotadísimos),
pero en ese orbe temático, además de un batallón de narradores mediocres, hay
algunos que realmente brillan por su ingenio, su excelente prosa y su capacidad
para seducirnos, conmovernos y atraparnos desde las páginas de sus libros.
Pienso en Felipe Botaya, pienso en Andrés Pérez Domínguez, pienso en Gregorio
León. Son escritores excelentes, que bucean en esa época y que nos sitúan allí
acciones y emociones, protagonizadas por seres densos, bien dibujados,
creíbles.
En La
emperatriz de jade Gregorio León vuelve a utilizar los servicios de su
detective Daniela Ackerman, que es
contratada por un multimillonario ruso para que emprenda la búsqueda de un
libro. No se trata de un volumen con demasiada antigüedad, pero sí con un halo
inquietante flotando a su alrededor: es un ejemplar único del abominable Mi lucha, de Adolf Hitler. Su rareza
consiste en que está encuadernado en piel humana y que, tal vez, contiene como
cierre medio centenar de páginas que no se incluyeron en la edición canónica
del libro. Durante el proceso investigador Daniela se encontrará con personas
singulares (un librero italiano llamado Carlo Manfredi, que trabajó hace años para
la Biblioteca Vaticana; un tipo más bien peligroso, Gutman, que se interpone en
el camino; el inteligente y escurridizo comisario Brunner) y, sobre todo, con
una red enmarañada de verdades y mentiras, que se cruzan y confunden hasta
enturbiar todo cuanto Daniela tiene ante sus ojos. Una misteriosa película
pornográfica rodada en los estudios alemanes de la UFA durante la Segunda
Guerra Mundial, un editor llamado Kramer y un espía británico completan el
panorama en sus líneas centrales.
Tal vez lo que singularice esta novela de Gregorio
León es cómo ha sido capaz de meterse dentro del alma de sus personajes,
otorgándoles espesor y credibilidad, hablándonos de sus miserias, sus
flaquezas, sus misterios y sus traiciones íntimas. ¿Quién es, en realidad,
Erika Stapleton? ¿Qué se esconde en el fondo último de Otto Kramer? ¿Por qué
Viktor Bronski desea con tanto afán hacerse con el libro? Le recomendaré al
lector lo que el propio Gregorio León escribe en la página 167 de su novela: «Deje
de pensar en El código Da Vinci y en
todas esas novelas de mala factura». Pues eso. La emperatriz de jade, se lo aseguro, es literariamente muchísimo mejor.