jueves, 31 de octubre de 2019

La vida invisible




Todos arrastramos culpas, y secretos, y velados pliegues del corazón o del calendario que intentamos ocultar a los ojos de los demás. Y Juan Manuel de Prada, en su novela La vida invisible, trata de aproximarse a algunas de esas llagas contando la vida de Fanny Riffel, una seductora y curvilínea pin-up de los años 50 que se pierde en los jardines atroces de la locura y que sumerge su madurez y su ancianidad en el varadero de los manicomios, donde la acompaña, como un Lucifer inverso (demonio transmutado en figura angélica), Tom Chambers, que la empujó por el tobogán del oprobio y que ahora dedica sus años a la tarea de redimir su ultraje.
Esa historia se cruzará (mediante habilísimos juegos de bisagras, paralelismos, analogías y ecos) con la historia de Alejandro Posada, un joven escritor que, empujado por su novia Laura, viaja hasta Chicago y conoce a Elena Salvador, con quien vive un brevísimo episodio erótico antes de intentar olvidarla (Alejandro está a punto de casarse). Pero el Destino se complacerá jugando a las simetrías, y fundirá las existencias de los dos hombres, Alejandro y Tom (ambos inicialmente culpable, ambos finalmente redentores), y de las dos mujeres, Fanny y Elena (ambas adheridas al barro, ambas liberadas), con ese testigo unificador (Laura) que se convierte en el quinto vértice del pentágono.
Los lectores, hipnotizados desde las primeras páginas por el arte fabulador y literario de Juan Manuel de Prada, comprenden pronto que se hallan ante una gran novela, donde fulgen las metáforas (“El silencio era alto y hostil como un acantilado de hielo”, p.14), las hipérboles (“En su voz cabía una tristeza del tamaño del universo”, p.500), los aforismos (“En los cementerios siempre es otoño”, p.355) y hasta el humor de raigambre ácida (se dice de unos rascacielos que “parecían candidatos a unas pruebas de casting convocadas por Bin Laden”, p.61).
Al adentrarnos en La vida invisible nos adentramos en una selva de vocabulario que protege, en su centro, un templo lleno de tesoros. Provéanse de machetes y embárquense en la aventura.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Cumbre del pájaro herido




La poesía no es sólo cuestión de palabras, sino una actitud, un modo de mirar y de sentir, una forma de estar (y de ser) en el mundo. El sevillano Gustavo Adolfo Bécquer escribió en una de sus rimas aquello de “¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul”, y la chacota cundió entre los versados en medicina, sabedores de que el iris puede ser azul, mas las pupilas siempre son negras. Pero tal vez lo que el poeta andaluz estaba intentando explicar es que existen miradas inusuales, ojos anómalos, y que el amor o la poesía nos sitúan en esa excentricidad reveladora.
Pedro Guerrero Ruiz, vendimiador de bellezas, lo sabe muy bien; y nos ofrece en este volumen la densidad lírica de unos ojos que no se cansan de contemplar su entorno desde un lado diferente, desde una ladera distinta; y que obtienen desde ahí el nombre exacto de las cosas. Porque las cosas y los seres sólo son cuando se los sabe mirar. Y el poeta no es tanto un “fingidor” como un “mirador”.
De ahí que Pedro Guerrero, el poeta que siempre soñó con huir de su hogar (“La escapada”), haya encontrado en la poesía su casa verdadera, el refugio cálido desde cuyas ventanas puede contemplar su entorno (“Desde aquí se ve el mundo”, p.50); bien mirado hacia arriba, donde lo aguardan las estrellas (p.15); bien mirando hacia abajo, donde late su perro Chispa (p.30); bien extendiendo su mirada horizontalmente, para empaparse de fraternidad y hacerse uno con el resto de los hombres. Oxigenado por esa altura, el poeta habla del mundo (p.48), porque entiende que no es necesario inventar cosas cuando se está cantando.
Al fin, el hombre de la ventana entra en su habitación, se sienta a la mesa y escribe con voz de enamorado el poema “Algo tuyo (In memoriam)”, el más impresionante homenaje a Paco Rabal que yo recuerdo haber leído. Las llamas del corazón fulgen en la noche. El pájaro herido arde en la hoguera de la poesía.

martes, 29 de octubre de 2019

El Leviatán




He aquí una preciosa novela sobre la integridad de una persona. Se trata de El Leviatán, de Joseph Roth, que traduce Miguel Sáenz (Siruela, Madrid, 1992).
Nos traslada la historia de Nissen Piczenik, un comerciante de corales que los tiene por el ideal máximo de la belleza, y que sueña con el mar donde anidan y se desarrollan. Cuando el negocio decae por la incursión en el mercado de los corales artificiales (superchería que no está dispuesto a tolerar y que le parece un signo espantoso de la decadencia de los tiempos), se embarca hacia las tierras de Canadá para empezar una nueva vida. Pero el barco en que viaja se hunde, y él se ve engullido por las aguas incluso con gozo. Va, feliz, hacia el país de los corales.
Creo que es un hermoso libro.
Cada vez me gustan más las obras donde se retrata el interior de un ser humano que vive en función de sus quimeras, y que es extravagante frente al mundo anodino que lo circunda. Ese individualismo preserva quizá lo mejor de la persona, la esencia del corazón, la marca que nos distingue a unos de otros y que nos garantiza la solitaria felicidad.
Una frase para enmarcar: “La pobreza es la más irresistible inductora al pecado”.

lunes, 28 de octubre de 2019

El zorro




He aquí una de las mejores lecturas de estas últimas semanas: El zorro, de D.H. Lawrence, traducido por Verónica Fernández-Muro (Alianza Editorial, Madrid, 1986). Es la historia de dos mujeres, March y Banford, que regentan una granja sin ningún tipo de problemas hasta la llegada de un joven llamado Henry, que viene a perturbarlas. Henry llega a confundirse (en la mente de March) con el zorro que les está robando las gallinas. Es una especie de chirrido entre ellas. ¿Son solamente amigas? ¿Quizá son amantes, sin que lo sepamos?
Henry mata astutamente al zorro que las perturba y se declara a March. Banford explota entonces de despecho y de impotencia. March le dice que sí y que no (alternativa y dubitativamente). Es la suya una indecisión que D. H. Lawrence dibuja con sutileza. Henry (que se cree amo de March) tala un árbol y al caer éste mata accidentalmente a Banford. Ahora, March y él se casarán y pondrán irse a vivir lejos.
Una historia alucinante para organizar un coloquio de psicología. O un seminario sobre los extraños pasadizos del cerebro y el corazón de los seres humanos. Y estilísticamente me parece un prodigio. Una fabulosa obra.
Dos frases extraídas de la obra: “El terrible error de la felicidad”. “Arrancas una flor tras otra, pero ninguna de ellas es la flor”.

domingo, 27 de octubre de 2019

Escaparate de venenos




He aquí un hermoso libro, que releo quince años después de la primera lectura. Se trata del poemario Escaparate de venenos, de Felipe Benítez Reyes. Como todo volumen de poemas, tiene algunos que “flojean” o que, al menos para mí, no atesoran el valor de lo perdurable; pero contiene otros ante los que me pongo en pie, y que me sobrecogen con su hermosura. Admiro la obra de este gaditano desde hace mucho tiempo, y discutirle (levemente) algunos poemas es, también, una forma de aplaudir el conjunto de su obra.
Benítez Reyes es un autor de imágenes serenas, nada pirotécnicas, atento al doblez lírico que a veces presenta la realidad, y que consigue versos magistrales, como éstos que aquí copio: “La memoria es la esfera de niebla de un reloj / que valora tan sólo las horas cuando mueren”. “Los dioses sólo existen / en las horas cercanas al abismo”. “(Poetas) Encantadores / de serpientes silábicas que aspiran a ser música”. “El dolor que precede a las heridas, / igual que al trueno el rayo, / es punzante y conciso como un presentimiento”. “La dramática inocencia / de no saber qué hacemos en el mundo”. “Nada sobrevive en la memoria / si no es en forma impura de ficción”. “La memoria es la luz que vierte sombras”. “Nadie huye de sí, pues somos tiempo, / y el tiempo es siempre fiel a este principio: / destruir al instante su regalo”.
No será necesario disminuir la brillantez de sus palabras con incrustaciones de otras palabras mías. Seguiré leyendo a este poeta. No me cabe duda.

sábado, 26 de octubre de 2019

El lenguaje de las fuentes




Leo El lenguaje de las fuentes, de Gustavo Martín Garzo, una novela a la que tenía ganas de acudir desde años y que, por razones que no sabría explicar (siempre hay mil razones que se entremezclan: desde la pereza hasta el olvido), ha tenido que esperar su turno durante veinte años.
Es una narración muy atractiva sobre la pareja formada por san José y la Virgen María, donde se presenta al primero como un hombre zaherido por urgencias sexuales (llega a serle infiel a María con una joven llamada Puah) y con los huesos molidos por las palizas de los ángeles (que parecen “mantenerlo a raya” con respecto a María, cuya virginidad y pureza protegen con celo contundente); y de la mujer se nos cuenta que es manca, sospechosamente aficionada a la mentira y que frecuentemente es convocada por los ángeles (quienes huelen mal, apenas son capaces de hacerse entender y semejan más a engendros extraterrestres que a celestiales criaturas). En suma, una interpretación bastante peliaguda de la famosa pareja bíblica, que imagino que levantaría en su momento más ronchas que aplausos.
En fin, polémicas religiosas aparte (ese tipo de polémicas me suelen producir más bostezos que motivos de enfado), diré que la novela que no está mal, aunque no le daría un sobresaliente. Dejémoslo en un notable.

jueves, 24 de octubre de 2019

No es elegante matar a una mujer descalza




Termino una novela del periodista Raúl del Pozo: No es elegante matar a una mujer descalza (2001), que me parece hiperbólico calificar de perdurable, pero que sí tiene una correcta traza. Durante años he leído elogios hacia la prosa de este autor, por parte de Francisco Umbral, y lo cierto es que no acabo de entender la causa: es lo más opuesto que hubiera podido imaginar a la fantasía multicolor, metafórica y juguetona del vallisoletano. Supongo que Umbral aplaudía su obra porque eran amigos, porque estilísticamente no alcanzo a descubrir los motivos.
Es admisible que se vaya “al coño sin pasar antes por las tetas” (como indica el sutil Montero Glez en el prólogo), pero hay ritmos que no admiten aceleración sin que se pierda buena parte del perfume novelesco o literario. Y resulta evidente que en estas hojas Raúl del Pozo se salta a veces la barrera por “rapidez periodística”. Quizá vuelva a otro libro suyo, aunque sin prisa.
He subrayado una frase en el tomo: “La fortuna no regala favores, los vende”.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Los evangelios gnósticos




Me leo un libro técnico, pero interesante, titulado Los evangelios gnósticos, del que es autora la profesora Elaine Pagels. Lo hago en la traducción de Jordi Beltrán (Crítica, Barcelona, 1990).
En este volumen se analiza con todo rigor y con toda profundidad la esencia de los escritos gnósticos aparecidos en una cueva de montaña de Nag Hammadi, en los cuales se encuentra la historia más que turbulenta de los inicios del cristianismo, con su lucha de facciones y su teológico combate (a veces, bastante virulento) para hacerse con el control y la primacía de la “ortodoxia”. Como ganaron los “actuales”, se ha motejado a estos textos gnósticos de “heréticos”; pero quizá hubiera ocurrido lo mismo, aunque en sentido contrario, si hubieran ganado “los otros”.
Vemos aquí, nítidamente explicada por la profesora Pagels, las posturas que los gnósticos adoptaban hacia la mujer, la oración, la búsqueda de la verdad en el interior de uno mismo (“gnosis”), etc. Y ese cúmulo de informaciones empapan de interés el tomo.
En suma, un libro sensacional, con el que he logrado aprender. Y que contiene un párrafo último de la autora que debería hacernos reflexionar: “De haber sido descubiertos 1000 años antes, es casi seguro que los textos gnósticos hubiesen sido quemados por su herejía”. Pero sobrevivieron a este destino aciago, y hoy podemos leer lo que fue la polémica (en el sentido etimológico de “lucha”) de aquellas facciones iniciales por hacerse con el control de un potente mecanismo religioso que aún estaba bostezando.

martes, 22 de octubre de 2019

Línea de fuego




Suele decir mi amigo Pepe Colomer que los libros de aforismos le gustan mucho por la misma característica que impulsa a otras personas a rehuirlos: su condición “inestable”. Es decir, que aquellos pensamientos que subrayas con fervor en el tomo en octubre de 2019 los considerarás banales en la relectura de febrero de 2024; y que los que pasaron más bien inadvertidos en el primer paseo alcanzarán el rango de genialidades en la nueva visita. Mala característica para lectores que deseen ponerle una etiqueta al libro cuando cierran su última página, pero muy estimulante para quienes actuamos de otro modo más flexible.
Yo también creo que las colecciones de aforismos son los volúmenes más líquidos que se pueden concebir, porque crecen, menguan, varían y evolucionan con la persona que los lee. Y también podríamos decir que son heterorteguianos, porque son ellos y mi circunstancia. Ante un aforismo, puedo asentir o torcer el gesto; fruncir los labios o abrir los ojos; suspirar o tragar saliva. Y todas esas emociones variarán con el paso del tiempo. Porque los aforismos constituyen una mezcla (variable) de inteligencia, memoria, pensamiento, humor, lirismo y vida, que percibiremos de otro modo cuando cambie nuestra forma de pensar.
Javier Puche acaba de lanzar un espléndido ejemplo con su obra Línea de fuego, que publica la editorial Renacimiento con ilustraciones de Riki Blanco. En sus casi cien páginas se suceden los aforismos como lo hacen los cuadros en las mejores salas de un museo: sin que se pierda el elegante hilo de la excelencia y sin que la mirada del lector (ni su cerebro) sufran decepciones. Equilibrado, versátil, fulgurante y sorprendente, el escritor malagueño nos conduce por territorios líricos (“Antes de nacer, fuimos aquella mirada de nuestros padres”), por inversiones emocionales (“Los nostálgicos tienen todo el pasado por delante”), por preguntas estupefacientes (“Me pregunto si yo le caería bien al niño que fui”), por sentencias conceptistas (“Matarse es perder el tiempo”), por reflexiones sociológicas (“Nuestra memoria colectiva padece Alzheimer”) o por el humor (“Los ancianos envejecen a toda pastilla. Las velas se consumen a toda mecha. Las banderas arden a todo trapo. Los creyentes comulgan a toda hostia”).
Este volumen, que nace apegado a la convicción gracianesca de que más obran quintaesencias que fárragos, resulta imposible de resumir, como imposible sería extractar en una reseña el contenido del Prado o el Louvre. Léanlo y descubrirán un libro admirable, ingenioso y digno de aplauso.

lunes, 21 de octubre de 2019

Millones al horno




Como no me gusta estar demasiado tiempo alejado de los buenos articulistas, me sumerjo hoy en las páginas de Millones al horno, un entretenido paseo por varios textos de Julio Camba, en el que brillan las ingeniosidades y donde (ay) también grisean algunos ladrillos en exceso coyunturales. (Es el gran peligro de quienes viven adheridos a la actualidad periodística: que el tiempo, que diluye el fulgor de los temas, desgaste también los escritos que han generado).
Aguda forma de mirar las cosas sí que tenía Camba. Imposible negarlo. Y, desde luego, muchísima retranca. Esas cualidades le permiten elaborar líneas de airosa sociología hispana (“El español concibe mejor el palillo de dientes sin comida que la comida sin palillo de dientes”), sentencias de filosofía cotidiana (“Cuando uno piensa en su vida siempre se pone triste”), aforismos de marmórea negatividad (“Triste o alegre, lo general es que la vida no tenga importancia ninguna”), severas consideraciones sociales (“Donde no hay ley no hay libertad”) e incluso simpáticas definiciones ante las que no sabemos si asentir o sonreír o aplaudir (“La mentira no es, después de todo, más que una forma de la aventura”).
Acudiré, segurísimo, a otros libros de Julio Camba.

domingo, 20 de octubre de 2019

Alto acompañamiento




Recorro de nuevo las páginas de Alto acompañamiento, que Francisco Sánchez Bautista publicó en 1992 en la Real Academia Alfonso X el Sabio de Murcia. Y vuelve a ser una delicia para mí escuchar la voz del maestro, quien ha repetido mil veces su devoción por los autores clásicos, a los que aquí rinde un tributo sin duda encomiable: escribir un corpus magnífico de poemas que se inspiran en citas o personajes de Catulo, Eurípides, Sófocles o Lucrecio, por sólo citar cuatro de los egregios nombres que burbujean en el tomo.
Nos hallamos sin duda ante un hermoso libro donde se habla del ser humano, del paso del tiempo, de la insondable profundidad del corazón, de la vanidad, de la soberbia, del estoicismo, de la felicidad y de la tristeza. (El poema “Palpando sombras” se me antoja especialmente sobrecogedor).
Anoto algunos de sus versos imborrables: “Es injusto / que aquello que se ama viva menos / en su esplendor total, en su belleza, / que el verso que celebra esta hermosura”. “Todo favor hace un esclavo”. “Batallas de ternura necesitan / los hombres más que nunca, y más que nunca / se aniquilan los hombres de violencia”. “Cuánta andanza para vivir un día”. “El sacrificio / que el poder y los dioses nos demandan / es superior al bien que nos otorgan”. “Jamás revelará Naturaleza / su esencia misteriosa”.

sábado, 19 de octubre de 2019

Diario de Lecumberri




Este Diario de Lecumberri constituye, si no me traiciona la memoria, mi primer acercamiento a la obra literaria de Álvaro Mutis; y no me ha parecido (a pesar de su brevedad y del tinte coyuntural que tiene su tema) desdeñable. Es un hábil prosista, un sensible narrador y un fino psicólogo, que nos relata con humana firmeza su paso por la cárcel. Allí conoció a contumaces drogadictos, avaros monumentales y viejos asesinos educadísimos, como Rigoberto Vadillo (todo un carácter, ya lo creo que sí).
Y nos transmite unas anécdotas tan macabros y sorprendentes como la que tiene como protagonista al “Palitos”, un desdichado al que cuando muere en la prisión le colocan en el tobillo una etiqueta insensible en la que puede leerse “Libre por defunción”. No resulta claro que, después de relatarnos anécdotas como ésta y otras de parecido calibre, el narrador se torne melancólico y susurre a los oídos del lector: “Estas cosas no se olvidan, no son asunto de la memoria”.
Sí, es evidente que repetiré con Álvaro Mutis. Se ha ganado el derecho a que lo vuelva a visitar.

viernes, 18 de octubre de 2019

Mano de sombra




Releo un libro de artículos de Javier Marías que se titula Mano de sombra (que leí por primera vez en la Navidad de 2002, justo cuando moría el padre del autor, el filósofo Julián Marías). Por lo que veo en las notas marginales que le puse al libro, sigo pensando casi igual que entonces: creo que Marías es un excelente articulista, cuya prosa me satisface y cuyos temas y enfoques no me dejan nunca indiferente, sino más bien maravillado. Hable de política, de usos sociales, de literatura (esas magníficas diatribas contra Cela, el “Señor Premio”; esos acres lanzazos merecidísimos contra Antonio Burgos por sus desatinadas y clasistas burlas dirigidas a Antonio Muñoz Molina) o de cualquier otro tema, Javier Marías lo hace con una rara mezcla de sosiego, inteligencia, prosa diáfana, cultura e ironía, que tiene en mí a un adepto.
Para retenerlas mejor en la memoria, reproduzco aquí algunas de las frases que subrayé hace diecisiete años y que vuelvo a subrayar hoy: “Nunca hagan nada porque lo pida el ambiente, es sólo un ruego personal”. “Toda vida tiene demasiada mezcla”. “También lo real ha de ser imaginado”.

jueves, 17 de octubre de 2019

Hermana muerte




Leo la obra Hermana muerte, de Justo Navarro (Alfaguara, 1990), que me ha dejado fascinado. Ya lo hizo su obra F., sobre la vida de Gabriel Ferrater, aquel hombre inteligente, enigmático, atormentado bebedor y dominador de varios idiomas. También esta segunda novela me encandila, sobre todo si atiendo al dibujo que me traslada del estremecedor chico protagonista, y evalúo de qué suave y sólida y creíble manera nos lo planta ante los ojos.
De su habilidad sin fisuras (repito: sin fisuras) se desprende que, en el retrato de sus personajes, Justo Navarro deje bastante territorio imaginativo al lector, para que participe en la construcción y entendimiento del protagonista, de su hermana o incluso del padre muerto. ¿Ha quedado nuestro chico trastornado por los dolores vegetales (y por la desaparición) de su progenitor? ¿Protege (de una manera equivocada) a su hermana? ¿Se protege tal vez a sí mismo? ¿Reconstruye la memoria de su padre a través de “los otros”?
Estamos ante un inquietante, poliédrico, profundo libro, que produce admiración literaria y desazón anímica.

miércoles, 16 de octubre de 2019

El sobrino de Rameau




Acudo a Denis Diderot y termino su obra El sobrino de Rameau, en la traducción que me brinda Dolores Grimau (Altaya, 1997).
Hay páginas en este volumen que me han gustado mucho, por sus análisis sobre el cinismo y la hipocresía. Y otras —aquéllas en las que se habla de música— de un tedio fatigoso, quizá porque esa disciplina del arte me interesa menos desde el punto de vista literario. Por tanto, un tomo desigual, pero que me ha facilitado un buen caudal de frases admirables, que paso a copiar a continuación para no darlas al olvido: “Mis ideas son mis amantes”. “Hay dos maneras de besar el culo: una simple y otra figurada”. “El muerto no oye doblar las campanas”. “Cuando no se sabe todo, no se sabe nada bien”. “El agradecimiento es una carga, y el que la lleva quiere deshacerse de ella cuanto antes”. “Habéis elevado a su punto más alto el talento de hacerse el loco y envilecerse”. “El que necesita un formulario nunca llegará muy lejos”. “Nos tragamos a grandes sorbos la mentira que nos halaga; y nos bebemos gota a gota la verdad que nos resulta amarga”. “¡Que me parta un rayo si sé lo que soy en el fondo!”. “Se es más exigente con la bufonería que con el talento o la virtud”. “Hay días en que necesito reflexionar. Es como una enfermedad a la que hay que dejar seguir su curso”. “Todo el que necesita de otro es indigente”.

martes, 15 de octubre de 2019

La leyenda dorada de la Filosofía




En 1998, el madrileño Francisco Giménez Gracia publicó este divertidísimo, ameno y esclarecedor ensayo sobre la historia del pensamiento occidental. Se titula La leyenda dorada de la Filosofía, lo publicó Libertarias y, dicho con toda la humildad del mundo, “lo que se pretende es que pasemos todos un rato agradable gracias a una disciplina que se ríe de nuestros prejuicios y nos estimula donde más gusto nos da: en nuestra razón. Y que lo hagamos con el talante del aprendiz, del buen aficionado, puede que incluso del enamorado, pero nunca del profesor ceñudo” (p.16).
En esa línea desacralizadora, Paco Giménez nos comunica (en la línea admirable de un Diógenes Laercio) numerosas anécdotas de sus filósofos favoritos: que le debemos a Protágoras la frase de que “El hombre es la medida de todas las cosas”; que Platón se llamaba en realidad Arístocles, que recibió el mote por sus anchas espaldas y que quizá murió de un ataque masivo de ladillas; que el pensador Orígenes se castró para concentrarse adecuadamente en sus estudios; que Aristóteles se suicidó con un veneno que llevaba uva; que Leibniz fue el inventor de la carretilla; que Kant tenía “un rostro más propio de un fetillo que de un filósofo” (p.207); o que Theodor W. Adorno murió a consecuencia de una grave luxación metafísica (el autor nos explica esta singular enfermedad en la p.288).
Y todo ello compuesto con una prosa limpia, efectiva, chispeante, que diluye los almidones filosóficos y que el autor pone al servicio lúdico e intelectual de “las mujeres y los hombres de cualquier condición: flacos, homosexuales, ateos, negros, filatélicos, meapilas, catedráticos, cagapoquitos, neoliberales, follatabiques, letraheridos, prostáticos, tintinófilos, socios del Barça e incluso psicopedagogos, que ya es decir” (p.163).

lunes, 14 de octubre de 2019

Paisajes originarios




Leo Paisajes originarios, de Olivier Rolin, en la traducción de Javier Albiñana (Seix Barral, 2002), que aborda una idea muy interesante y muy sugerente: el intento de explicar las biografías y la obra literaria de una serie de autores de gran entidad (Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov, Ernest Hemingway, Yasunari Kawabata o Henri Michaux) estudiando con detenimiento las peculiaridades del lugar en que se criaron, y aquellos elementos ambientales que durante su infancia constituyeron su paisaje anímico.
Otra cosa es la formulación literaria del volumen que, en mi opinión, no pasa de ser discreta. Rolin maneja unos mimbres curiosos, pero el cesto que compone con ellos es mediano. En todo caso, se agradecen obras como ésta, que nos permiten mirar de otro modo a los escritores admirados, a quienes aquí se nos invita a mirar de otra manera.
Recupero dos frases del volumen. Una de ellas, por su sentido del humor (“Tener raíces, dejemos eso para las remolachas”); la otra, por su profundidad existencial (“No se escribe porque se sea de aquí o de allá, se escribe porque se ha nacido agujereado”).

domingo, 13 de octubre de 2019

La década roja




Que nadie se deje engañar por la prosa fulgurante, enjoyada de metáforas y también (por qué no decirlo) de mala follá, de Paco Umbral: sus libros sobre la realidad sociopolítica de España son, casi siempre, mucho más que frasquitos de bilis y literatura. Son análisis profundos, meditados, solventes y llamativos sobre la época que le tocó vivir, enfocada desde un punto de vista sorprendente, único, umbraliano.
Nos dirá que Manuel Fraga Iribarne “siempre ha sido berroqueñamente fiel a sus ideas, cosa fácil en él porque tiene pocas” (29); que Juan Ramón Jiménez hacía gala de una “lírica mala leche malva” (75); que cuando conoció a Isabel Preysler en casa de Pitita Ridruejo no le hizo mucho caso porque pensó que “era una filipina más del servicio” (83); que Jaime de Mora y Aragón tenía todos los años “un desprendimiento de monóculo” (91); que Jorge Semprún “acabaría haciendo socialdemocracia para ricos y guiones para películas malas” (231); o que el cantante Víctor Manuel “era el bardo de los mineros y hoy es el empresario de la Pantoja” (341). Pero junto a ese catálogo de definiciones impregnadas en curare burbujea el cosmos o el caos de los años 80, que él disecciona, observa con lupa, tinta de colores y nos muestra. Están ahí Aranguren, Tierno Galván, Almodóvar, Sartorius, Ana Belén, Ramoncín, Santiago Carrillo, Mario Conde, Felipe González, las bragas inexistentes de Marta Chávarri, el flequillo de Jorge Verstrynge, el travestismo de Paulowski, el bigote chaplinesco de Aznar, las Torres Kío o los cuadros de Viola.
Y por encima, planeando, explicando, interpretando, literaturizando, los ojos de un Umbral de whisky y máquina de escribir. Hay que leerlo.

sábado, 12 de octubre de 2019

A lo lejos, Menkaura




Gamal no es un chico como cualquier otro. Vive en un lugar pobrísimo de El Cairo, rodeado de policías corruptos, camelleros que apenas ganan para vivir, turistas que pasean sus cámaras fotográficas con displicencia y otros miles de niños que, como él, sufren hambre y penalidades, y ni siquiera pueden ir a la escuela.
La familia de Gamal está compuesta por Alí, el padre (hosco, aunque de buen corazón), su hermano mayor Ibrahim (bromista y noble), su laboriosa hermana pequeña Zainab, su abuelo… y su peluche Gacela. Falta, como es fácil observar, la madre, que murió a causa de una infección que nadie quiso tratarle en el hospital a causa de su pobreza.
Los dos ejes, pues, de la vida de Gamal son la miseria y la ausencia de la madre. Pero él desea para su futuro algo más esperanzador y firme: ser arqueólogo.
La contemplación de la pirámide de Menkaura (a la que ha convertido en su única amiga, y con la que dialoga en secreto) le hace soñar con mundos perdidos, tesoros ocultos y esplendores que su hambre actual ve como horizonte idílico.
Elena O’Callaghan obtuvo el VIII premio Alandar con esta novela, titulada A lo lejos, Menkaura y publicada por el sello Edelvives, en la cual hay páginas imborrables sobre la ternura (esa argucia que pone en práctica la madre de Gamal diciéndole que ir a la escuela no es un castigo, sino un modo de labrarse un futuro para cuidar a los padres ancianos), sobre la inocencia (cuando el abuelo le hace creer que su reloj de bolsillo se abre soplándole) y sobre la esperanza (la doctora Laila Rachid, que se dispone a enseñarle el arte de la escritura, se convierte en su “segunda madre”).
Una lectura idónea para abrir los ojos a mundos diferentes.

viernes, 11 de octubre de 2019

Preguntas con respuesta




¿Sabían ustedes que las personas de talla baja suelen vivir más tiempo que las altas? ¿Sabían que la poderosa multinacional “Danone” fue fundada por un emigrante español llamado Daniel Caraso, quien desembarcó en los Estados Unidos en 1942? ¿Les han informado de que los aviones supersónicos dañan gravemente la capa de ozono? ¿Sabían que se ha encontrado vino en ánforas tapadas con corcho y que, a pesar de los 1500 años transcurridos desde su envasado, éste sigue siendo potable? ¿Y acaso tenían ustedes noticia de que la célebre coca-cola tiene millares (sic) de componentes? ¿Y qué dirían si les comentase que algunos dinosaurios llegaron a padecer gota, según se deduce claramente de sus restos fósiles?
Pues muchísimas informaciones como éstas aparecen en el ameno volumen Preguntas con respuesta, de José Antonio Lozano Teruel, un divulgador impagable y atípico, que jamás ceja en su voluntad de expresarse en una lengua “comunicativa”, que utiliza preciosas y oportunas citas literarias (Cervantes, Proust, Swift, Vicente Medina) y que se esfuerza por ser ameno, incluso en los temas más áridos. Así, tras una exposición sobre telómeros, nos explica que los mayas tenían un calendario más exacto que el nuestro y que conocían con toda precisión la órbita de Venus; o tras explicar lo que es un reactor Tokamat nos refiere que Edgar Allan Poe no murió alcoholizado, sino posiblemente mordido por un perro rabioso; o tras contarnos con detalle médico algunas cuestiones relacionadas con la meningitis nos asevera que el corazón humano bombea diariamente once mil litros de sangre. No me dirán que no resultan atractivos todos estos datos.
Además, libros como éste nos entregan la auténtica faz de los investigadores científicos, personas cerebrales y laboriosas que se separan de los dos modelos estúpidos mayoritarios que nos ha vendido el cine: ni son perturbados mentales que fabrican armas bacteriológicas; ni son tampoco despistados botarates que caminan por ahí pensando en las musarañas. Son simplemente personas que trabajan muchísimo y que, como recompensa, ganan menos dinero que un futbolista de segunda fila y tienen menos popularidad que cualquier tonadillera. A veces, es necesario que se escriban libros como éste para que verdades tan palmarias salgan a la luz, y para que sintamos un pequeño rubor por nuestra ignorancia.

jueves, 10 de octubre de 2019

Castilla




Revisito Castilla, de Azorín, en la edición del profesor Inman Fox (Espasa-Calpe, Madrid, 1997), y, en esta ¿cuarta? lectura debo formular sobre tan famoso libro un juicio más bien ambiguo. Sé que fue un prosista con hallazgos interesantes, que yo he aplaudido (y que supongo que seguiré aplaudiendo en el futuro), pero ahora me ha fatigado su martilleo de frases cortitas, de vuelo algo torpón, como temerosas de desplegarse. Es como si Azorín le tuviera miedo a las oraciones subordinadas, y se creyese obligado a decirlo todo por logaritmos, con frases jaculatorias. Lo suyo son los telegramas con adjetivos. Y por lo que respecta a los temas, ¿pues qué se puede decir? Han quedado (seamos sinceros y reconozcámoslo) totalmente desfasados. Azorín vive preso (aunque él no lo sepa, y sus comentaristas se empeñen en ignorarlo, quizá porque piensan más como filólogos que como lectores) en su circunstancia, que a veces es más ratonera de lo razonable. Mira los trenes, los oficios viejos, las herramientas herrumbrosas, los caminos llenos de polvo, los matojos, los campanarios de las iglesias. Y siempre parece una especie de cateto que se queda deslumbrado y que quiere fijar con el formol de la pluma su infantil y superficial maravilla. Se salvan de la quema “Una ciudad y un balcón”, que es un apunte de prodigiosa belleza; y “Las nubes”, que podría haber sido mejor (hay más jugo en esa naranja del que Azorín extrae), pero que no está mal.
Sigo aplaudiendo una frase que ya subrayé en 1999: “El grado de sensibilidad de un pueblo (...) se puede calcular, entre otras cosas, por la mayor o menor intolerabilidad al ruido”.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Trafalgar (Episodios nacionales, 1)




Recorro hoy por segunda vez (la anterior fue en 1998, según anoté en la página inicial del tomo) uno de los “Episodios nacionales”, de Benito Pérez Galdós: Trafalgar, un volumen donde se da cuenta del desastre bélico marítimo que sufrió España en dicho lugar en 1805.
He encontrado varias cosas dignas de apunte y recordación en estas páginas. Por ejemplo, la espléndida justificación emocional del patriotismo que aparece en capítulo X. O esa pavorosa imagen del buque hundiéndose, lleno de heridos irrecuperables (capítulo XII). También me ha llamado la atención la figura chocantísima de José María Malespina, mentiroso compulsivo, que se atribuye los méritos de todo y que presume de ser amigo de los más grandes personajes, que siguen siempre sus consejos. Este tipo me ha recordado a algunos fatuos jactanciosos que he tenido la desdicha de conocer, como me imagino que le habrá ocurrido a casi todo el mundo: es especie tan lamentable como habitual.
Y, por supuesto, la manera fluida, atrayente y rápida con la que Galdós plasmaba los hechos y conseguía que los lectores le siguieran. Es una magia que no se ha perdido con el paso de los años, lo que demuestra que nos encontramos ante uno de los gigantes inmortales de nuestras letras.
Copio una frase que merecería ser enmarcada, para que su lección no se olvidase nunca: “Un hombre tonto no es capaz de hacer en ningún momento de su vida los disparates que hacen a veces las naciones, dirigidas por centenares de hombres de talento”.

martes, 8 de octubre de 2019

Una naranja azul




Descubro hoy la poesía de Salvador Jiménez, con su obra Una naranja azul (Editora Regional, Murcia, 1995), que me ha parecido interesante aunque algo irregular en sus logros literarios.
Me ha gustado, por ejemplo, la hermosa sonoridad de “La tarde”. Es bastante bonito también “El poeta se duele de escribir” (aunque incurre en la mitomanía hiperbólica de ver al poeta como un ser atomentado que sufre escribiendo, la cual me parece que ya está muy sobada). Otro poema entrañable es “Abierta está la casa”. Por lo que respecta a “Cuando supo mi nombre” diré que, si es fabulado, es precioso; y si es real, estremece: la historia de una chica que creía que él era Juan Ramón Jiménez... y que murió creyéndolo, reconfortada con sus versos y sus relatos.
Sorprende (más que emociona o gusta) el escándalo de “pes” iniciales que figuran en el poema “Porque en París pinta Picasso la primavera”! Como experimento, yo diría que vale y que resulta peculiar; pero a partir de la mitad el texto se vuelve pesadísimo.
He encontrado un verso que me ha parecido admirable: “Se amapola el silencio”.
Lo demás, en mi opinión, más discreto de lo conveniente en un libro.

lunes, 7 de octubre de 2019

Una de cine negro




Solamente dos relatos contiene este volumen que el sello Alcancía le publicó a Pilar Galán. Dos relatos elegantes, densos, certeros y de neta brillantez, en los que el arte literario de la escritora extremeña vuelve a aflorar en todo su esplendor.
En el primero, titulado “Una de cine negro”, nos encontramos con un asesino profesional, frío y desapasionado, que entiende su actividad como un oficio: no deben mediar las emociones, ni los remordimientos, ni los aspectos personales. Se recibe un encargo, se cobra y se ejecuta. Punto final. En ocasiones, acude a un sitio para beber y resume el crimen que acaba de realizar para algunos oyentes. Una despampanante rubia platino que aparece en escena y un marido muerto en extrañas circunstancias complicarán la serenidad apolínea de su trabajo.
En el segundo, “Juicio final”, conoceremos a un chico que soñaba de niño con ser explorador y que, por culpa de la droga, acaba convertido en un desecho humano, para desesperación de quienes le conocen. Uno de ellos será el encargado de cancelar la angustia de su erosión, de un modo sorprendente.
Este delicado volumen, que se lee en poco tiempo, puede servir como prueba para que algunas personas accedan a la narrativa de Pilar Galán. Seguro que después buscan sus restantes libros.

domingo, 6 de octubre de 2019

Golfos de cinco estrellas




Resulta bastante fácil resumir el contenido de la comedia Golfos de cinco estrellas, de Juan José Alonso Millán (Ediciones Antonio Machado, Madrid, 1989), pero ni me apetece acometer ese esfuerzo, ni creo que merezca la pena. Nos encontramos ante el típico enredo presuntamente gracioso donde salen muchos personajes, cuyas identidades resultan ser falsas o andar trastocadas, que luego se lían unos con otros; unos entran y otros salen; unos hablan más y otros menos; algunos pronuncian frases con doble sentido; aparecen algunos señores en calzoncillos y algunas damas con liguero; se esparcen chispitas de erotismo en las conversaciones; resuenan algunas frases pseudofilosóficas, para que el público crea que se está diciendo algo medianamente inteligente; y hay un final tan tonto como previsible.
O sea, pura originalidad teatral.
No sé cómo podría haber sobrevivido sin leer esta pieza.

sábado, 5 de octubre de 2019

Tiempo cenital




Resulta extraño que Antonio Oliver eligiese el adjetivo “cenital” (relativo al cenit, el punto más elevado que alcanza el sol en su carrera) para el bautismo de este libro juvenil. Es verdad que el optimismo preside todas sus páginas (recordemos que el primer verso del tomo es “Declaro abierto el mundo”) y que el entusiasmo guía sus exploraciones temáticas y lingüísticas; pero no es menos cierto que el escritor aún no había cumplido los treinta años, así que le quedaba mucho tiempo para llegar, presuntamente, al cenit pregonado.
Sea como fuere, el caso es que modeló un libro prometedor, tejido con breves poemas donde encontramos juegos religioso-matemáticos (“Si eleváramos los corazones al cuadrado”), personalizaciones sorprendentes (“La colina va descalza”), paradojas de inspiración mística (“Cuánta hoguera de escarcha”) y guiños técnicos que el poeta sublima a dimensiones astrales (“¡Cerrad el conmutador de la luna! / ¡Apaguemos el mundo!”).
En general, todo el volumen está atravesado por lo que Alfonso Martínez-Mena hubiera llamado “las eternas palomas de la fantasía”, porque Oliver Belmás cuida y acendra la expresión hasta los límites de la miniatura, tanto en la órbita de las metáforas (“La canción de escarcha de los timbres”) como en el ámbito de las adjetivaciones, donde evidencia su cuna vanguardista (“árboles halógenos”, “días tetradínamos”).
El autor dice en una página del tomo que un buen poema es siempre una claraboya al sueño. Algunos de este libro, desde luego, lo son.

viernes, 4 de octubre de 2019

Canto a Buenos Aires




Pocas estrofas incorporan mayor pesadez formal que los pareados, cuyo ritmo tedioso y machacón ayuda eficazmente, salvo raras excepciones, al florecimiento de los bostezos desde la línea vigésima. Pero el argentino Manuel Mujica Lainez (1910-1984) tuvo el coraje estilístico y poético de servirse de ellos para elaborar esta crónica, apolínea en la forma y dionisíaca en el espíritu, de su Buenos Aires natal. Casi un centenar de páginas sin salirse del esquema de los pareados (alejandrinos, además) podría inducirnos a sospechar que la monotonía, el runrún soporífero o la condición chata impregnan el texto, pero esta suposición se diluye en cuanto buceamos en las primeras hojas y sentimos la embriaguez de la mejor literatura: léxico amplio, ritmo sabiamente dibujado, mujeres que bordan banderas patrias, pólvora cuyo olor se extiende por la llanura, galopadas de potros, salones virreinales, caserones criollos, testaruda sangre vasca mezclándose con la sangre indígena, heridas que se reciben con heroísmo…
Todo el universo bonaerense aparece condensado aquí, desde que Juan de Garay fundara la ciudad en 1580, y en él burbujean los nombres de Pedro de Mendoza (de la estirpe del marqués de Santillana), Pedro de Melo, Pueyrredón, San Martín o Rivadavia; pero también encontramos un prodigioso número de personajes anónimos (cocheros, ancianas, sirvientes, matronas, fotógrafos), que forman el tejido nutricio de la ciudad, al modo whitmaniano. Se avanza así desde la época antigua (“Los hombres que hoy son calles recorrían la calle”) hasta un presente en el que los hinchas de Boca o San Lorenzo acuden a animar a sus equipos… De ese viaje patriótico, extasiado y multicolor me gustaría entresacar unos versos del cuarto libro, donde nos habla del paso del tiempo de una forma especialmente hermosa, que entenderá cualquiera que haya visto la foto de un antepasado suyo, de cuya existencia ignora casi todos los detalles: “Hasta que al fin la historia se deshace en perfume / y el retrato se borra y el bisnieto no sabe / quién es ese señor de la apostura grave, / sin firma en el reverso ni más anotación / que Nadar, photografe, y alguna dirección”…
Delicado y poeta, Manucho consiguió en estos versos compuestos entre 1941 y 1942 un canto admirable a la ciudad en la que nació.

jueves, 3 de octubre de 2019

Luna menguante




Para alegría de lectores, vuelve José Cubero Luna a las librerías; y lo hace de la mano de la editorial que ha decidido apostar, inteligentemente, por su obra: el sello MurciaLibro.
En esta ocasión nos encontramos con veintiocho historias de generosa amplitud temática y exquisito tratamiento literario, en las cuales el escritor extremeño (o catalán, o murciano) nos permite sumergirnos en situaciones y personajes de lo más atractivo: los humorísticos paseos de un escritor aturullado por su tardanza en terminar un cuento, que le reclaman por teléfono desde una revista (“Entrega inmediata”); el miedo paralizante que acomete al contable López en el momento más inoportuno (“Aracnofobia”); el inesperado giro actualizador que adquiere en sus líneas finales la historia de un rebelde (“Los trabajos de Sísifo”); la modernidad de un cuadro de Goya (“El viajante”); un futuro distópico de lo más inquietante (“Una taza de café”); el germen de una novela de terror, que nos es ofrecido sinópticamente (“El paciente”); las anomalías de una persona con poderes anticipatorios o kinésicos, que le producen espanto (“Premonición”); y, para dejar que los lectores se extasíen por sí mismos, relatos de ambientación náufraga, onírica, bíblica, bélica o nazi, que te van llevando de universo narrativo en universo narrativo, sin que jamás salgas del asombro y el aplauso.
No hay aquí, pese a la ironía del título, luna menguante, sino Luna llena, brillante y espectacular, de la que esperamos seguir gozando frutos durante muchos años.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Naranjas de la mar




Durante el año 2003, el leonés Andrés Trapiello fue publicando artículos en el magazine de La Vanguardia; y en 2007 estos escritos aparecieron recopilados en el volumen Naranjas de la mar, que la editorial granadina Comares puso en las librerías…
En ellos encontramos todo tipo de reflexiones sobre el mundo que rodea al escritor, tanto en el plano literario como en el político, el publicitario, el económico o el costumbrista. De ese modo, cuando el lector del libro se enfrenta con estas páginas reunidas advierte el burbujeo cambiante de los tiempos y las influencias que éstos ejercen sobre el articulista. Nos hablará de un libro del siglo XIX que ha concitado su atención, de su antipatía por la figura quejumbrosa de Juan Goytisolo (“Sus monsergas, que algunos encuentran intemperantes y desabridas, resultan, sin embargo, comiquísimas, como esas acostumbradas y puntuales jeremiadas denunciando, a doble página en los periódicos más importantes, su marginación”), del desprecio infinito que siente por el turbio negocio de la guerra, de las mezquindades mercantiles que incorpora en nuestros tiempos la publicidad, de las fosas de la guerra civil, de la inminente guerra de Irak, del polémico asunto de los derechos de autor (que a su juicio deberían durar lo mismo que duran las herencias nobiliarias o la transmisión de patrimonio de padres a hijos, ad infinitum), de la relación fluctuante entre memoria y fotografía o del noviazgo entre el príncipe Felipe y la periodista Letizia Ortiz…
Ágil siempre en la elección de temas, Andrés Trapiello se muestra en estas páginas algo menos fluido y algo menos brillante que en sus análisis ensayísticos, en sus novelas o en sus páginas de diario, quizá porque en el formato del artículo no se encuentre tan cómodo.

martes, 1 de octubre de 2019

Ma(e)ternidades




Pocas experiencias humanas alcanzan la plenitud de la maternidad, esa función orgánica que acerca a la mujer al rango de los dioses, pues le otorga el sagrado privilegio de crear vida. Y pocas experiencias humanas se dilatan tanto en el tiempo como esa dedicación entrañable, que convierte a la madre, por lo general, en cuidadora perpetua de sus vástagos.
La escritora Zaida Sánchez Terrer mezcla ambas nociones en el original título de este volumen de cuentos que acaba de publicar MurciaLibro, donde se nos habla de adopciones movidas por un impulso azaroso (“Reconocimiento”); madres que comprenden el espíritu que alienta dentro de sus hijas, estando ya en el lecho de muerte (“El último secreto”); mujeres maduras que sufren un abandono conyugal y que deben pensar en la reconstrucción de sus vidas, por ellas y por sus hijos (“Comienzo”); diarios recuperados al cabo del tiempo, que permiten conocer a la persona que los escribió (“Ella, mi madre”); partes tortuosas de nosotros mismos, que emergen cuando nos hallamos saturados por la fatiga, la crianza o la ira (“El monstruo que llevo dentro”); o historias conmovedoras e ilustrativas, como la de la joven republicana Ángela, quien sufre los golpes abrumadores de la guerra civil y las represalias rencorosas de la postguerra, y que consigue mantenerse en pie contra todo pronóstico gracias al amor (“Orfandad”). También, para completar el ambicioso fresco narrativo, la autora nos propondrá relatos ambientados en un viaje espacial que se dirige hacia Marte, madres que se ven despojadas de sus bebés mientras ejercen la prostitución o parejas de lesbianas que difieren en la idea de tener o no tener una criatura.
En este amplísimo abanico de temas y situaciones, el lector encontrará todo un mundo de propuestas, llenas de elegancia formal y buena literatura, que le harán sonreír y llorar, reflexionar y comprender; pero que, fundamentalmente, le harán sentir. Es el atributo de los buenos libros.