Todos
arrastramos culpas, y secretos, y velados pliegues del corazón o del calendario
que intentamos ocultar a los ojos de los demás. Y Juan Manuel de Prada, en su
novela La vida invisible, trata de
aproximarse a algunas de esas llagas contando la vida de Fanny Riffel, una
seductora y curvilínea pin-up de los años 50 que se pierde en los jardines
atroces de la locura y que sumerge su madurez y su ancianidad en el varadero de
los manicomios, donde la acompaña, como un Lucifer inverso (demonio transmutado
en figura angélica), Tom Chambers, que la empujó por el tobogán del oprobio y
que ahora dedica sus años a la tarea de redimir su ultraje.
Esa
historia se cruzará (mediante habilísimos juegos de bisagras, paralelismos,
analogías y ecos) con la historia de Alejandro Posada, un joven escritor que,
empujado por su novia Laura, viaja hasta Chicago y conoce a Elena Salvador, con
quien vive un brevísimo episodio erótico antes de intentar olvidarla (Alejandro
está a punto de casarse). Pero el Destino se complacerá jugando a las
simetrías, y fundirá las existencias de los dos hombres, Alejandro y Tom (ambos
inicialmente culpable, ambos finalmente redentores), y de las dos mujeres,
Fanny y Elena (ambas adheridas al barro, ambas liberadas), con ese testigo
unificador (Laura) que se convierte en el quinto vértice del pentágono.
Los
lectores, hipnotizados desde las primeras páginas por el arte fabulador y
literario de Juan Manuel de Prada, comprenden pronto que se hallan ante una
gran novela, donde fulgen las metáforas (“El silencio era alto y hostil como un
acantilado de hielo”, p.14), las hipérboles (“En su voz cabía una tristeza del
tamaño del universo”, p.500), los aforismos (“En los cementerios siempre es
otoño”, p.355) y hasta el humor de raigambre ácida (se dice de unos rascacielos
que “parecían candidatos a unas pruebas de casting convocadas por Bin Laden”,
p.61).
Al
adentrarnos en La vida invisible nos
adentramos en una selva de vocabulario que protege, en su centro, un templo
lleno de tesoros. Provéanse de machetes y embárquense en la aventura.