miércoles, 30 de noviembre de 2011

Educar a la pantera



Hace doce años, leí con auténtico interés una novela que se titulaba La caricia del escorpión, con la que un joven escritor de Zaragoza llamado Ignacio García-Valiño logró ser finalista del premio Nadal; luego me enteré de que también se había alzado con los premios José María de Pereda y Torrevieja, circunstancias que ratificaban las excelentes sensaciones que me había provocado esa primera aproximación a su literatura. Ahora llega a mis manos su libro Educar a la pantera (Comprender y corregir la conducta antisocial de los más jóvenes), donde aflora la faceta profesional de este autor, que no es otra que la de psicólogo educativo. Como no podía ser de otra forma, me leo el libro con doble curiosidad (como lector y como profesor), porque de las páginas redactadas por alguien que escribe tan admirablemente y que, además, posee una dilatada experiencia en el ámbito de la educación, espero disfrutar y aprender.
Y ambas cosas, desde luego, se logran con la lectura de este volumen que publica la editorial Debate. Nada más empezar, García-Valiño nos previene contra cualquier tópico idealizado que pudiéramos tener acerca del mundo de los chavales difíciles, que son el objeto de su trabajo y su análisis: «Por desgracia, no todos los niños se desarrollan sanos. Las circunstancias adversas, que a menudo se confabulan con los rasgos propios del carácter, hacen que aprendan demasiado pronto la gramática de la violencia y sean arrastrados hacia la deriva de la inadaptación» (p.20). Pero a veces los esfuerzos del equipo educativo sirven para lograr el éxito en la empresa. Como ejemplo nos cuenta la impresionante historia de Ana, una chica de la ESO a la que el autor conoció en 2002 y que presentaba un grave trastorno disocial: peleas frecuentes con sus compañeros, inadaptación al grupo, resistencia a colaborar con quienes deseaban ayudarla, etc. Con el apoyo de las personas adecuadas, la chica encontró en el deporte su forma de superación e integración; y hoy es una atleta reconocida que obtiene galardones a nivel nacional.
Aquí y allá afloran en el libro las ideas interesantes, los casos clínicos, los datos numéricos, que van explicando el estado en que se encuentran la detección y el tratamiento de los chavales con necesidades de corrección temprana. Nos dice García-Valiño, con argumentos convincentes, que la situación idónea pasaría por identificar el problema en la infancia, y no en la adolescencia, cuando ya tiene más difícil solución; pero que no suele hacerse así porque «los menores no suelen constar en las agendas políticas» (p.221). Indica además en el capítulo 12 de la obra que Fiodor Dostoievski, en su novela Crimen y castigo, ya escribió antes que Goleman sobre inteligencia emocional. Y que esta obra del ruso debería ser de lectura obligatoria para quienes estudian Psicología.
Después va analizando los problemas planteados por la inmigración de menores marroquíes en España, que no son casi nunca atendidos de forma adecuada porque tan sólo se pretende instalarlos en centros de acogida hasta que llegue el momento de repatriarlos... o expulsarlos por haber llegado a la mayoría de edad (capítulo 14); o aborda de forma profunda el tema del acoso escolar, que el psicólogo zaragozano interpreta desde la óptica de la dominación de un elemento fuerte sobre uno o varios elementos débiles (capítulo 17), llegando incluso a contar que él mismo, durante su infancia, padeció las vejaciones y humillaciones de un chico que lo amedrentó (lo explica pormenorizadamente entre las páginas 161 y 164). Y, como colofón, los capítulos finales del libro están reservados para los alumnos que, por su carácter duro, violento, desequilibrado o marginal, han de ser internados en centros especiales, tipo reformatorios. El análisis que Ignacio García-Valiño realiza sobre estos centros demuestra que los conoce bien, y que conoce sus fallos y logros.
Nos hallamos, pues, ante un análisis de la cara menos amable del sistema educativo: la cara oculta de la luna. Conocer esas sombras y esas hondonadas es la mejor manera de afrontar el asunto y encontrar soluciones eficaces que ayuden a todos los implicados: los profesores que han de lidiar con el problema, los chavales que necesitan orientación y estímulo, las familias, los centros escolares... Un libro espléndido y de enorme utilidad.

domingo, 27 de noviembre de 2011

La vida singular de Albert Nobbs




Tiene razón Gonzalo Gómez Montoro, traductor murciano de esta obra de George Moore, cuando nos traslada su perplejidad por el hecho de que esta novela estuviera «curiosamente inédita hasta ahora en español» (Postfacio, página 141). Si en España se tradujeran pocas obras extranjeras, aún cabría entenderlo; pero con el aluvión de novedades con el que somos torpedeados casi a diario en las mesas de las librerías y en los anaqueles de las bibliotecas no tiene demasiada explicación que este irlandés situado entre los siglos XIX y XX no haya suscitado más interés en las editoriales de nuestro país. Por fortuna, el elegante sello Funambulista sí que ha tenido la sagacidad de acercarse a él y aquí tenemos la prueba: un volumen bellísimo, con una ilustración de portada realmente hermosa (obra de David S. Eley), un papel de agradable tacto y una tipografía inmejorable. Excelentes toques para una historia que sorprenderá y seducirá a los lectores.
En ella se nos habla de Albert Nobbs, un camarero cuyos atributos físicos no eran demasiado halagüeños («era el ser más feo que el que hubiera podido ver nunca en un libro de hadas», página 13) y que se encontraba adornado con unos rasgos de carácter que lo singularizaban en el hotel familiar Morrison´s, donde trabaja: jamás se ha excedido con la bebida, nunca ha hecho el intento de salir o tontear con ninguna de las criadas del establecimiento, no ha solicitado vacaciones, es educado hasta la hipérbole... Pero un día, cuando la señora Baker, dueña del hotel, le pidió el pequeño favor de que permitiera que el señor Hubert (un pintor que suele hospedarse allí) comparta cama con él, porque es imposible alojarlo en otro sitio, él se negó. La negativa, terca y expresada con energía, extrañó a todos. Pero más extrañó la variación de comportamiento que experimentó Albert Nobbs después de aquella noche: una larga conversación entre ambos determinó un giro radical en su forma de ver la vida. Y una de sus primeras decisiones consistió en buscar una mujer con la que compartir su existencia.
Tras descartar a varias candidatas posibles se fijó en Helen Dawes, que era una nueva empleada del servicio de cocina, e inició con ella su torpe cortejo... Pero con lo que no contaba Albert Nobbs era conque entre la chica y su novio, el pinche de cocina Joe, iban a comenzar a burlarse de él, haciendo que compre regalos a la muchacha, le regale dinero, etc, para beneficio de la pareja. Cuando Albert Nobbs es consciente por fin de la gravedad de estos hechos, y contra todo pronóstico, sigue obstinado en que la chica se case con él, se trasladen a una casa que tiene pensado comprar y monten un negocio con el dinero que tiene ahorrado. ¿Por qué esa insistencia? ¿Qué razón oculta subyace bajo las tristes humillaciones a las que el mismo Nobbs se somete, huérfano de dignidad?
Si los lectores de esta reseña han visto ya la película de Rodrigo García (en la que tiene papel protagonista Glenn Close) es probable que el misterio ya no sea tal, pero invito a los demás a que se sumerjan en el libro sin pasar antes por las butacas del cine. Luego sí: luego pueden acudir para comprobar si el tratamiento visual que el largometraje hace de la novela les parece el adecuado. Pero hacerlo antes supone quizá un empobrecimiento, porque el lenguaje de George Moore, su modo de construir la historia, su juego de planos narrativos, su ágil mecánica en los diálogos, su pintura de ambientes y su delicadeza psicológica son tan admirables como .

Con esta pequeña joyita, la editorial Funambulista vuelve a entregarnos un libro memorable, tanto por su forma como por su contenido. Si hace unas pocas semanas les hablaba aquí del espléndido volumen de poemas Trivium, de Enrique Badosa, ahora lo hago con el mismo entusiasmo de una novela corta, seductora y sorprendente escrita por quien, según los expertos, es el primer novelista irlandés moderno, que influyó incluso sobre el célebre James Joyce. Si buscan una novela de lectura agradable y con un mensaje de fondo, les aseguro que La vida singular de Albert Nobbs saciará sus expectativas, por altas que sean.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Rincón de haikus



Pocos serán quienes ignoren lo que es un haiku, porque desde hace varias décadas se trata de uno de los moldes estróficos más conocidos y luminosos en la tradición europea y americana: un poema de origen japonés que se compone de 17 sílabas, organizadas de un modo estricto (5-7-5), donde se trata de capturar con lenguaje sutil una impresión lírica. El uruguayo Mario Benedetti se unió a la extensa nómina de quienes cultivan el género con 224 textos donde, lejos de ajustarse al molde nipón, intenta ofrecer sus divergencias subjetivas ("Apenas he tenido la osadía de introducirme en esta pauta lírica, pero no apelando a tópicos japoneses sino a mis propios vaivenes, inquietudes, paisajes y sentimientos, que después de todo no difieren demasiado de mis restantes obras de poesía", p.11). O, dicho de otro modo, que Benedetti se aproxima al haiku para dar otra versión de sí mismo, para ver qué luz brota con la incidencia de ese nuevo rayo.
En ese sentido hay que leer la obra Rincón de haikus, aparecida en la editorial Visor, donde el famoso poeta uruguayo ensaya algunas meditaciones de orden sociológico ("Lo peor del eco / es que dice las mismas / barbaridades"); donde desliza algunas deliciosas perlas amorosas ("No sé tu nombre / sólo sé la mirada / con que lo dices"); donde construye parábolas de extensión mínima, pero de hondo calado filosófico y hasta político ("Parece cuento / al barco lo defienden / los tiburones"); donde se permite el guiño grafómano de postular un epitafio anticipado ("Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo"); donde retorna a sus célebres, inimitables juegos de palabras ("Canción protesta / después de los sesenta / canción de próstata"); o donde llueve la languidez de algunas reflexiones sobre el paso del tiempo ("Hace unos años /me asustaba el otoño / ya soy invierno").
Mario Benedetti siempre fue un poeta fénix, un poeta que estaba continuamente inventándose a sí mismo, renaciendo de sus cenizas. Cada libro suyo, cada tentativa, cada exploración verbal o temática, era siempre más un paso más, pero nunca un paso menos. No había agotamiento en su lírica. No había caminos que obturasen su creatividad o la detuvieran. Era un malabarista que vivía en una eterna senectud adolescente, y que disfrutaba con sonrisa de niño cada vez que se enfrentaba con las palabras. Los adjetivos, las paronomasias, el humor, la ironía, los choques semánticos, la mezcla de luces y colores eran, para él, piezas de un puzle infinito, con las que no se fatigaba de jugar. Y nosotros, sus lectores, fuimos siempre los grandes beneficiarios de aquella explosión de belleza.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Conversación




Hace aproximadamente una década tomé la decisión de escuchar, tan sólo, las recomendaciones literarias que me hicieran tres o cuatro personas, escogidas por la sintaxis del tiempo. El método de selección de esas personas, digámoslo así, fue tan lento como eficaz, y admite ser resumido en pocas palabras: ellos fueron los que me indicaron obras que, la inmensa mayoría de las veces, me dejaron un buen sabor de boca o, directamente, me fascinaron. Una de esas personas (mi amigo Pepe Colomer) me preguntó hace cosa de un año si conocía las obras de Gonzalo Hidalgo Bayal y le tuve que contestar que ni siquiera me sonaba el nombre. «Pues lo tienes que leer. Te va a encantar», me dijo. De tal modo que, cuando hace cosa de un mes tuve noticia de que la editorial catalana Tusquets publicaba un volumen de relatos de este escritor extremeño me dije que era la oportunidad perfecta para solventar mi ignorancia y comprobar si el consejo de mi amigo volvía a ser, como casi siempre sucede en su caso, atinado.
Y sin duda lo es. Las cinco historias que se alinean en estas páginas ofrecen tantos flancos de hermosura que he salido de ellas embriagado y convencido de haber encontrado a un estilista excepcional, al que seguiré fielmente a partir de ahora... Kalé heméra nos cuenta cómo un chico sobrevive dando clases de lenguas clásicas y cómo está a punto de ser contratado por una mujer que roza los treinta años y que, después de dejarse los estudios, pretende ahora aprender griego. No se muestra de acuerdo el marido, que considera la extrema juventud del chico un serio problema para admitirlo en su casa como profesor particular. Corzo nos sitúa en los alrededores de una extraña casa (La Tebra) que se encuentra ubicada en el interior de un bosque inextricable. Cuenta la leyenda que allí vivió un loco llamado El Corzo, que perdió la cabeza cuando su mujer e hijos se abrasaron en un incendio hace años. ¿O quizá fue él mismo quien prendió el fuego? Los lectores irán poco a poco recibiendo los detalles de la historia y deberán formular un juicio al respecto. Aquiles y la tortuga tiene como protagonistas a dos antiguos amigos (un escritor de éxito llamado Saúl Olías y un célebre empresario textil llamado Pedro Enrique), inmersos en una relación que los ha mantenido electrizados desde la juventud y que ahora, cercanos a la vejez, alcanza su punto álgido. Y Monólogo del enemigo es la historia de un hombre que, acodado en la barra de un bar, desgrana para nosotros la historia de El Enemigo, un condiscípulo con el que mantiene una tensa relación de odio que los años no han hecho sino enriquecer y aumentar.
Pero quizá el relato más admirable y anómalo de todos sea el que cierra el volumen, Reparación. En él nos encontramos con un hombre que, instalado en un sillón (al que define varias veces como augusto), ve por la ventana de su casa cómo otro hombre desciende a diario por la costanilla y entra en un aparente taller de reparaciones. El espionaje, que se vuelve progresivamente más neurótico e intrincado, apenas tiene objeto. Se trata sólo de observar, de extraer conclusiones sobre la vida probable, las costumbres probables y el carácter probable de ese tipo. La forma en que lo espía incurre en lo exhaustivo, pero es que, como él mismo dice, «llevo años y años sin otro oficio que conjeturar, pues, como acabo de decir, la inmovilidad y el insomnio son grandes compañeros de la imaginación» (p.186)... Si Emir Rodríguez Monegal definió a Pablo Neruda, en un libro célebre, como el viajero inmóvil, otro tanto se podría decir de este narrador verborreico, febril, inesperado, meándrico. Los lectores viajamos por el interior de su cabeza, mientras él escruta, disecciona, deduce, acepta y descarta hipótesis, como un dios paralítico. Al principio, el lector se adentra en el relato esperando algo, pero cuando comprende que no va a pasar nada es cuando se detiene en la prosa y en la psicología, auténticos objetivos de la narración.Este libro, denso, reflexivo y milimétricamente equilibrado, me ha hecho descubrir a un escritor. Con mayúsculas. Acérquense a él.

jueves, 17 de noviembre de 2011

De profundis



Acudamos a una fórmula célebre, emitida por el genial adolescente Arthur Rimbaud: Yo es otro. Tan perspicaz como enigmática sentencia puede definir (y de hecho define) al poeta, al ser que habla en ocasiones con una voz tan sublime que ni él mismo la reconoce como suya. Pero también puede designar a la persona que, zarandeada por un contratiempo neuronal o genético (derrame, alzheimer), se convierte en alguien distinto, enajenado. El gran escritor portugués José Cardoso Pires padeció uno de esos atroces reveses (una isquemia cerebral) en 1995 y, tras recuperarse, compuso la obra De profundis para intentar explicarnos cómo se siente uno cuando, golpeado por la amnesia, percibe su propio ser como un territorio extranjero, y a sus amigos y familiares como actores anónimos en una obra teatral cuyo argumento no comprende.
Se nos cuenta en estas líneas cómo el escritor quedó tan profundamente alterado por la enfermedad que olvidó las coordenadas más elementales de la vida, llegando a olvidarse de que tenía hijas (página 22) o considerando que los cepillos de dientes sirve, en realidad, para peinarse (página 9).
Este libro, duro, dulce e insólito, que lleva un prólogo espléndido de Lobo Antunes, ha sido publicado en España por Libros del Asteroide, gracias a la traducción de Carlos Manzano. Y nos ofrece el testimonio sereno de alguien que estuvo "paseando con el alma ausente por el anochecer de la memoria" (página 17) y descubrió que "había quedado analfabeto de mí y de la vida" (página 45).

domingo, 13 de noviembre de 2011

La senda trazada



Los teólogos y los escritores llevan siglos formulándose una pregunta tan intensa como sugestiva, y esa interrogación ha dado lugar a intrincados discursos religiosos y a memorables piezas literarias: ¿está determinado nuestro destino por Alguien o por Algo, mucho antes de que ocurra? Es una cuestión que, por debajo de lo anecdótico, implica nociones de tan altos quilates como la libertad. ¿Podemos estar seguros de que controlamos nuestro futuro; o éste nos viene dibujado mucho antes de que aparezcamos sobre la faz de la tierra? Recuérdese que ya Sófocles se planteaba esta cuestión en su memorable pieza Edipo rey: el monarca quiso evitar el cumplimiento de una malévola predicción del oráculo (que mataría a su propio padre y se acabaría casando con su madre), pero acabó cayendo en ella sin poderlo remediar. Calderón de la Barca, en La vida es sueño, también dedicó reflexiones de gran sustancia a esa cuestión.
Ahora, el madrileño Pedro de Paz (1969) vuelve a tan interesante tema con su obra La senda trazada, que obtuvo el premio internacional de novela Luis Berenguer en 2010. En ella nos encontraremos con Alfonso Heredia, un fotógrafo freelance al que las cosas no le van demasiado bien: profesionalmente, no logra una instantánea o un reportaje que lo saquen del anonimato; económicamente, los acreedores comienzan a estrechar el cerco a su alrededor; y sentimentalmente, su relación con Luisa da síntomas de erosión más que preocupantes, porque ella no está dispuesta a compartir la vida con alguien como él, indolente y falto de espíritu de superación. Pero un día, mientras huye de una persona a la que debe dinero, las cosas van a cambiar para él: entra en una librería de viejo para esconderse, y allí le atiende un anciano de barba blanca y aire vetusto, quien pone en sus manos un libro muy especial. Es un ejemplar lujoso y enigmático, lleno de sentencias de aire esotérico. La lástima es que solamente lleva en el bolsillo un billete de diez euros, cantidad a todas luces insuficiente como para adquirir un volumen como aquel. Para su sorpresa, el viejo librero se muestra conforme con cedérselo por esa cifra irrisoria... Y las cosas comienzan a cambiar en su vida.
De forma casi casual, Alfonso Heredia descubre que los extraños aforismos de la obra son predicciones sobre muertes de personajes famosos, que se van poco a poco cumpliendo de forma inexorable. El problema es que su lenguaje, críptico, poético, casi nostradámico, no permite descifrarlas con la facilidad que él quisiera. No obstante, a veces lo logra... y comienza a utilizar ese poder para su beneficio personal. ¿Él no es fotógrafo? ¿No lleva años buscando imágenes espectaculares, que le sean pagadas con generosidad por parte de las agencias con las que trabaja (sobre todo, Focus)? Pues ahora tiene en sus manos un artefacto de gran poder: unas líneas mágicas, misteriosas, inquietantes, que le permitirán estar presente en cada acontecimiento que descifre, para impresionar imágenes de sus protagonistas. Alfonso Heredia se convierte así en un engendro, que usa el libro (¿o que es usado por él?) con repugnantes intenciones. Pero las sorpresas no acaban ahí: pronto va a descubrir que conocer el futuro no siempre es agradable, y que cuando afecta a las personas de nuestro entorno tal vez habríamos preferido no saber tanto... Escribiendo con una prosa eficaz y limpia, Pedro de Paz consigue con La senda trazada una novela de gran soltura, que será leída con agrado por muchísimas personas y que asciende por calculados peldaños, donde no faltan el esoterismo, el misterio, el aroma policial, la reflexión filosófica formulada sin pedanterías, los instantes de amor y de sexo, los apuntes culturales y hasta algunos abordajes psicológicos de notable envergadura. En suma, un libro que confirma las buenas vibraciones que ya dejó Pedro de Paz en su anterior novela, El documento Saldaña, donde Miguel Cortés debía resolver un misterio ambientado en la guerra civil y que se relacionaba con un tesoro artístico desaparecido. Si el narrador madrileño manejaba con eficacia los resortes novelísticos en aquella obra, en ésta que acaba de aparecer en las mesas de novedades de las librerías lo hace, quizá, con más solidez aún. La progresión es tan esperanzadora como evidente.

martes, 8 de noviembre de 2011

Caja de herramientas



Mi amigo Jaime Wulff me presta un libro de Fabio Morábito que se titula Caja de herramientas y, tras su lectura, no me resisto a dejar aquí una nota sobre él. Es, sin duda, un volumen singular, en el que los diferentes instrumentos que puede utilizar un operario o un particular (cuchillo, martillo, trapo, aceite, tubo, tijeras, tornillo) son contemplados desde otro lado, como insinuaba Federico García Lorca que debían hacer los poetas. De tal modo que lo que pudiera haber sido un mero repaso técnico se convierte, gozosamente, en otra cosa. El volumen se transforma así en un conjunto de juegos y ramificaciones que no se dejan gobernar por la vacuidad: son toboganes líricos, conexiones secretas entre las cosas, descubrimientos que al lector le sorprende no haber hallado por sí mismo. Así, nos encontramos con párrafos como éste: "Si en un plano colocamos un cierto número de pasillos y galerías que se cruzan y se comunican, obtenemos un laberinto. Si a este laberinto le conectamos por todas partes, arriba, abajo y a los lados, otros laberintos, es decir, otros planos de pasillos y galerías, obtenemos una esponja. La esponja es la apoteosis del laberinto". Uno imagina a Fabio Morábito con cada herramienta sobre la mesa, mirándola, pensándola... Descubriéndola.
Y llega a sentencias que mezclan la metafísica con el humor. Nos dirá, por ejemplo, que la lima "obra por persuasión"; que en el caso de la lija, "más que de un trabajo de persuasión habría que hablar de un trabajo de ruego, incluso de plegaria"; que "por un tubo corre siempre la novedad. Va lleno de domingo"; o que la cuerda es un "hojaldre vegetal". Y si alguien quiere reflexionar sobre sí mismo, juzgue esta sentencia: "El rostro que ríe quiere ser otro rostro, resquebraja sus facciones". Julio Cortázar habría puesto este libro entre sus favoritos. Yo ya lo he hecho.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El país de los ciegos



Después de casi treinta años como lector asiduo (los mismos que tiene, tan joven él, Claudio Cerdán, el protagonista de la sección de hoy) he adoptado una sana costumbre, que he querido convertir en mi bandera literaria y que espero no abandonar hasta que la muerte o la ceguera me cancelen el amor por los libros: los únicos adjetivos que me gusta ponerle a la literatura son buena o mala. Creo haber expresado la idea en esta página alguna otra vez, pero es que es verdad. No entiendo que deba existir otra luz para iluminar las obras literarias (o, yéndome a otro territorio, las obras de arte). Todas las demás etiquetas, para mí, son anecdóticas, porque incurren en lo coyuntural. De ahí que haya leído novelas de terror, novelas románticas, novelas existenciales, novelas de ciencia-ficción, novelas negras, novelas experimentales... y que casi de inmediato las catalogue como buenas o malas, independientemente del género en el que el autor o el editor decidan situarlas.
Sirva este preámbulo para saludar con alegría la que considero que es una espléndida novela (negra): El país de los ciegos. Según nos informa el volumen en la solapa de contraportada, esta obra fue finalista del prestigioso premio que convoca Lengua de Trapo. Y ahora, con inteligente criterio, la editorial madrileña Ilarión se ha hecho con la obra y la ofrece a los lectores en una edición elegante y de agradable manejo. Se nos cuenta allí cómo El Tuerto, un antiguo presidiario de pasado turbulento y futuro más bien turbio, sale de la cárcel y vuelve a Alicante, donde tendrá que enfrentarse a las huellas terribles de su ayer, bregar con quienes lo desean ver muerto e intentar abrirse camino en la nueva ciudad, mucho más podrida, corrupta y peligrosa de la que dejó a sus espaldas cuando ingresó en la cárcel. Lo ayudarán personas como Farlopero López, El Chino Nájar (personaje interesantísimo y muy cinematográfico, que se maneja con igual destreza en las artes marciales que en los idiomas o en los estudios de Derecho) o El Sacristán (un patriarca gitano dibujado primorosamente, que le debe un favor y está dispuesto a pagárselo), pero los peligros acechan en cada esquina: nuevos amos de las calles, chicos pijos que se aproximan al mundo de la droga casi por esnobismo (Silvio Cortés), enemigos que han salido de prisión y lo buscan para saldar viejas deudas a base de cuchillos (Magallanes) y un largo caudal de personajes formado por putas, camareras, camellos, policías de moralidad laxa y apodos hilarantes, etc, que es mejor no hacer explícito, para que los lectores los encuentren por sorpresa en las páginas y en las esquinas de la obra. Aparte de atraerme por su argumento y por su estructura, mimados hasta el menor de los detalles, me ha gustado mucho esta novela por su prosa fluida, cortante, seca, de nítido poder visual. No se pierde jamás en florituras, pero tampoco cojea: es pulcramente exacta y efectiva, como un bombardeo de fotones que se lanzase directo a los ojos del lector. Y ese detalle me parece definitivo. Frente a tantos jóvenes prosistas de magnétofono y modernidad, que cuando se ven obligados a dejar atrás, por motivos cronológicos, su mundillo juvenil de locales nocturnos, gasolineras de madrugada, diálogos de porro existencial y demás flores efímeras, ya no saben qué hacer con los personajes o con la estructura de la obra, porque tienen menos lecturas que un aborigen de Nueva Zelanda, Claudio Cerdán deja ver claramente que de él podemos esperar novelas más sólidas. Y no sólo narraciones de ámbito negro, sino historias de todo tipo, porque sabe escribir. Porque sabe novelar. Además, este escritor joven (que no es lo mismo que joven escritor, etiqueta tontucia y comercial) demuestra conocer muy bien no sólo el Alicante más evidente y famoso (playas, calles y monumentos), sino también la geografía escondida de su sordidez y de su mugre (delincuentes, putas, tráfico de drogas, lenguaje del lumpen, guerra de bandas), haciendo que la novela sea tan trepidante como informativa, tan magnética como fotográfica. Sin duda, un libro que dará que hablar, y no sólo a los amantes de la novela negra, sino a cualquiera que guste de la buena literatura.