Pocas veces he esperado la continuación de una novela con más ansia y con más curiosidad. Y pocas veces he quedado tan feliz como ahora, después de leer Muerte dulce, del espléndido Félix G. Modroño. La primera aventura de don Fernando de Zúñiga, contenida en la novela La sangre de los crucificados (que también publicó Algaida), me pareció tan maravillosa, tan bien escrita, tan bien organizada desde el punto de vista narrativo, que la saludé con alborozo, como era mi obligación de lector agradecido y de crítico honesto. Y me alegra enormemente decir que en esta segunda parte de las aventuras del médico salmantino su autor continúa demostrando que es un fabulador brillante y sagaz.
Ahora don Fernando de Zúñiga, el médico-investigador que ostenta el título de vizconde del Castañar, ha de enfrentarse a un caso especialmente triste: la muerte por envenenamiento de quien puede ser catalogado como su mejor amigo, don Pedro de Urtiaga. Un tiempo antes, había sido encontrado muerto otro amigo de este último, Mikel Jauregi. Y aunque las pistas para esclarecer estas dos muertes resultan al principio tan difusas como endebles, una partida de mus parece estar detrás de sus asesinatos. ¿Los sospechosos? Obviamente, los contrincantes que se alojaban al otro lado de la mesa: Legizamon y Uría. Pero después de que un fuego esté a punto de matar a don Fernando y a su ayudante Pelayo, los problemas irán ramificándose: aparece el cuerpo de Legizamon con una espada clavada. Y resulta ser la espada de Zúñiga. El cadáver de Jon Uría será el siguiente, para desconcierto del investigador, que no atina a encontrarle sentido a estos crímenes encadenados.
¿Qué está ocurriendo, en verdad? ¿Quién es el misterioso asesino que va eliminando a todos los integrantes de aquella partida? ¿Y por qué razón lo hace? El método de don Fernando de Zúñiga (“Intuición aderezada de sentido común”) va a ser puesto a prueba una vez más.
Si a este planteamiento seductor e inquietante le unimos el amor delicado que Félix G. Modroño despliega en estas novelas por las descripciones de paisajes, los pormenores históricos (los fueros, los ornamentos, las comidas, los ritos de embalsamiento, el proceso de elaboración de un vino, los venenos de la India) o los mil detalles policiales de la trama (que terminan encajando a la perfección, sin que advirtamos fisuras, como las teselas de los mejores mosaicos), convendremos en que estamos ante una novela de gran calibre, inquietante, milimétrica, seductora, precisa y preciosa. Me quité el sombrero ante La sangre de los crucificados y, con doble felicidad, me lo quito ante Muerte dulce. Félix G. Modroño ya figura en mi prontuario de autores predilectos.