jueves, 31 de marzo de 2022

Caminos secundarios

 


Una de las tentaciones que acometen a los escritores que se sumergen en la publicación de su primer libro es la de circunscribir los argumentos, las ambientaciones o los personajes a su experiencia más cercana. Es decir, teñir de proximidad o de autobiografismo unos textos que quiere presentar al público poderosos, reveladores y firmes. No es, desde luego, una condición desdeñable: basta con recordar el conocido juicio de Tolstoi acerca de que si describes bien tu aldea estás describiendo el universo en su conjunto. Pero Rubén López, que acaba de editar su primera obra con el sello MurciaLibro, ha optado por una exigencia más elevada: desplazarse argumental y espacialmente por el mundo para contarnos historias diversas sobre sus protagonistas y mostrarnos así la densidad versátil de su escritura. Unas veces, nos lleva hasta los Estados Unidos, donde un joven, aspirante al Cuerpo de Maestros, ha encontrado un trabajo con el que desea ganar algo de dinero y experiencia docente; otras veces, nos sitúa en Chile, en el desierto de Calama, donde un muchacho recibe la noticia de que ha muerto su abuelo; o en Dublín, ciudad en la que un ingeniero sin trabajo ha encontrado una colocación en un hotel; o en la Toscana, o en Brighton, o en Apulia, o en Méjico, o en Uruguay… Los protagonistas burbujean en todos los puntos del globo y encuentran en esos espacios, a miles de kilómetros de su lugar natal, un rincón en el que instalarse y, quizá, descubrirse.

Reflexiones sobre los meandros a veces durísimos que la vida nos coloca delante, añoranzas de épocas perdidas (la inocencia, la infancia, el candor eufórico de la juventud) o crónicas atribuladas del alma humana, estos relatos de Rubén López constituyen un debut magnífico, en el que conviene detenerse.

martes, 29 de marzo de 2022

Poemas del claroscuro

 


Está a punto de cumplirse un año desde que el poeta Javier Alcolea diese a la imprenta en el sello Adeshoras su trabajo Poemas del claroscuro, ilustrado y prologado con gran acierto por el artista Fernando Ferro. Es un poemario donde la mirada del escritor se enfrenta a una vida que tiene mucho de laberinto oscuro y no poco de decepción: espacio que se quería ilusionado, noble y benéfico, pero que terminó marchitándose hacia el horror continuo que ahora contemplamos. Eso no conduce a Alcolea a la rendición, porque “el honor es, para nosotros, / lo único irrenunciable”, pero sí que tiñe de melancolía y de abatimiento algunas de sus páginas.

Encontramos en este volumen magníficos sonetos (mi predilecto es el que dedica a la cueva de El Soplao, en la página 52), delicadas composiciones llenas de música (estoy pensando en poemas como “Se me ocurre suponer”), textos en los que cede la palabra a importantes figuras de la antigüedad para que nos hablen en primera persona (“Epicuro de Samos”); y otros en los que se detiene en franjas de la actualidad que, rabiosamente cercanas, nos sitúan en metros, kebabs o asfaltos urbanos, donde el hombre actual se encuentra tan perdido y confuso que “no sabe descifrar el criptograma / del café del lunes por la mañana”. A todos los lenguajes y tonos se adapta la voz versátil de Javier Alcolea, que consigue un libro muy notable.

Creo que les gustaría.

lunes, 28 de marzo de 2022

Réquiem por un campesino español

 


He tenido un déjà vu mientras terminaba con el corazón en un puño las páginas finales de Réquiem por un campesino español, de Ramón J. Sender. Recuerdo lo que experimenté hace casi cuarenta años, cuando leí la novela por primera vez: una poderosa sensación de mal cuerpo. Y ha vuelto a repetirse, con idéntica pujanza, al redescubrir cómo Mosén Millán, torpe o ciego, obcecado o inocente, provoca la muerte de Paco el del Molino cuando se permite la debilidad de confesar, ante los señoritos fascistas que están ocupando el pueblo con sus pistolas y sus ejecuciones nocturnas sumarísimas, el lugar donde se esconde el muchacho, que ha cometido el error de enfrentarse de forma abierta al señor duque. Mosén Millán lo vio nacer, lo bautizó, le dio la primera comunión, lo tuvo de monaguillo auxiliar en la iglesia, se hizo acompañar por él para administrar una extremaunción (episodio clave en la novela, porque despierta la inquietud humana y social en el chiquillo), lo casó con Águeda… y ahora, confiando de un modo insensato en la probidad de sus enemigos, lo pone en sus manos inerme. De ahí a la escena del fusilamiento (terrible, conmovedora, brutal) apenas fluyen unas horas: la venganza no necesita, en determinadas épocas, disimulos. Y los señoritos fascistas que están empeñados en que todo vuelva a ser como era antes, quemando banderas republicanas y matando a quienes se atrevan a enfrentarse a ellos, no se andan con chiquitas.

Ahora, un año después del crimen, Mosén Millán está a punto de oficiar la misa de aniversario y descubre con un estupor dolido que los tres responsables de la muerte (los ricos don Gumersindo, don Valeriano y don Cástulo) se permiten la cínica frivolidad de rivalizar entre ellos para ver quién sufraga la misa.

El párrafo que subrayé con rotulador rojo hacia 1983-1984 (ahora tiene un tono muy apagado, casi ocre) me sigue emocionando. Son las palabras que pronuncia el padre de Paco cuando observa a su hijo recién nacido: “¡Qué cosa es la vida! Hasta que nació ese crío, yo era sólo el hijo de mi padre. Ahora soy, además, el padre de mi hijo. El mundo es redondo, y rueda”. Ya puedo hacer mías esas palabras.

Novela dura, cortante y formidablemente construida con saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, en la que Ramón J. Sender nos deja un relato sobrio y revelador de unos meses inicuos de la Historia de España.

domingo, 27 de marzo de 2022

Armisticio

 


No sé cuándo leí (aunque sí sé que me gustó mucho) mi primer poema de Ben Clark. No sé cuándo leí (y también recuerdo que me gustó mucho) el segundo. Y tampoco sé por qué, con esos dos intentos satisfactorios, no me propuse buscar de inmediato un libro completo del autor. No hace falta que nadie me señale la estupidez de esa postergación, porque bien clara la tengo y como tal la asumo. Sólo me queda refugiarme en la idea de que los buenos autores son pacientes y que saben aguardar hasta que tú termines por adentrarte en su sendero.

Hace unas semanas me di una vuelta por el catálogo de varias editoriales que me resultan queridas, con la voluntad de adquirir más libros. Del sello Sloper quería hacerme con la última novela de Pedro Ugarte y con otra de Román Piña… Y de pronto vi el volumen Armisticio, de Ben Clark, que encargué de inmediato tras comentárselo a mi mujer (quien, deseando darme una sorpresa, encargó esa misma noche los libros de Ugarte y de Clark: ahora tenemos dos ejemplares de cada).

Acabada la lectura, corroboro la imagen previa que tenía del escritor ibicenco: un auténtico mago del ritmo, un excelente manejador de la ironía, un endecasilabista prodigioso. Un poeta. Emotivo en el “Omenage a Eric”. Liviano y contundente en “Alegría”. Cautivador en la letanía de “Con”. Juguetón y profundo en “El poeta recibe un WhatsApp del amor”. La lista se podría alargar y sólo sería rigurosa si cubriese todo el volumen. “Y no es que existan cosas que no cambian, / es que hay cosas que cambian y no importa”, escribe Clark en la página 35. “La oscuridad es cierta y es sincera, / no hay luz que no nos mienta a largo plazo”, anota en la 70. También estas citas podrían alargarse y sólo serían ilustrativas si cubriesen todo el volumen. Así que acéptenme un consejo: no tarden tanto como yo en acudir a los libros de este autor.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Todo lo que ya no íbamos a necesitar


Sería complicado resumir en pocas palabras por qué me ha gustado tanto el libro Todo lo que ya no íbamos a necesitar, de Maite Núñez (Editorial Base, 2017). Me podría referir a la perfecta organización de los relatos, que avanzan de un modo creíble y culminan siempre de manera maravillosa. Me podría referir al cuidadoso lenguaje que la escritora barcelonesa elige para esculpir sus historias. Me podría referir a la conmoción emocional que muchas de ellas me han procurado, con sus argumentos turbadores. Me podría referir a muchos aspectos, ángulos y primores de este volumen; y seguiría dejándome fuera otros tantos motivos para aplaudir.

Todo lo que ya no íbamos a necesitar es un tratado sobre los puntos de inflexión, una enciclopedia literaria en la que Maite Núñez nos invita a que contemplemos los instantes durísimos, reveladores y amargos en que sus criaturas sienten cómo sus trayectorias giran y se retuercen: el hijo de la madre alcohólica que roza con sus dedos el teléfono con el que podría denunciarla a Servicios Sociales; la mujer que, después de sufrir una mastectomía, teme el instante en que deba enfrentarse al hombre que la acaricie sin saberlo; la hija que observa con rabia el modo en que su padre, viudo, se ha dejado engatusar por una mujer más joven que él; el hombre que, presionado por su esposa, se ve abocado a ingresar a su madre en un geriátrico; o ese absoluto y breve prodigio que se titula “No tengas miedo”, en el que una mujer con cáncer tiene que sonreír y disimular ante su hija pequeña.

Como puede observarse, un completísimo álbum de seres quebrados, heridos o moribundos, a los que la soledad, la tristeza, el egoísmo de sus semejantes, la rabia, la orfandad o las lágrimas han erosionado; y que se sostienen en pie con enormes dificultades, como náufragos en un océano inmisericorde.

Maite Núñez atesora una notable calidad, que ya me asaltó en su libro Cosas que decidir mientras se hace la cena, volumen que consigné en otro lugar de este Librario y que ahora se completa con esta segunda entrega de narraciones. Dos aproximaciones convincentes son prueba más que sobrada de que me interesa y seduce su estilo. No la perderé de vista. 

martes, 22 de marzo de 2022

Cartas de amor

 


Vuelvo al mundo clásico para leer las Cartas de amor del enigmático Lucio Flavio Filóstrato, también conocido como Filóstrato de Atenas, un sofista griego al que aún no había tenido la ocurrencia de acercarme y cuya escritura me ha gustado. Son pequeños cuadros narrativos en los que el amor se convierte en gran protagonista y donde se barajan varios núcleos temáticos muy evidentes: el primero es la utilización de la rosa (“el cabello de la primavera”) como símbolo de la belleza y de la caducidad; el segundo es la consideración (platónica) de los ojos como puerta de acceso para el amor (“Dichosos, dioses, los ciegos de nacimiento, en quienes el amor no tiene acceso”); el tercero es la metaforización de la vida humana mediante el uso de las estaciones del año (el esplendor de la primavera, la decadencia del otoño, la tristeza derrotada del invierno); el cuarto, la idea de que el amor no se deja influir por cuestiones de frontera o nacionalidad (“¿Qué otra cosa son las patrias que miserables parcelas de legisladores desalmados que delimitan sus propiedades con montes y puertas?”).

Pero reconozco que las secuencias que más han conseguido llamar mi atención son aquellas en las que Filóstrato contrapone las características, estrategias, virtudes y defectos de los amantes ricos y los amantes pobres. Los primeros son desdeñosos, soberbios y están pagados de sí mismos, además de ser inconstantes; los segundos son fieles, humildes y dan su corazón de forma noble. Sus palabras son sin duda mejores que las mías para explicarlo: “El ilustre achaca la conquista a los recursos de su atractivo personal; el pobre, en cambio, a la benevolencia de quien la concede”. “El rico te llama su amado; yo mi dueño. Aquél su lacayo; yo mi dios. Aquél te considera una parte de su patrimonio; yo, en cambio, todo lo mío. Por eso, si aquél se enamora de nuevo de otro, tendrá la misma disposición con él; el pobre, en cambio, se enamora sólo una vez. ¿Quién es capaz de quedarse contigo cuando estás enfermo? ¿Quién de quedarse en vela? ¿Quién de seguirte al campo de batalla? ¿Quién de interponerse ante una flecha disparada? ¿Quién de caer por ti? En todo eso soy rico”. Con esa consideración, no resulta extraño que el amor ofrecido por una persona humilde pero fervorosa alcance tan alto grado de pureza: “Ordéname navegar, y me embarco; sostener los golpes, y resisto; arrojar mi vida, y no lo dudo; correr a través del fuego, y no digo que no. ¿Qué hombre rico hace esto?”.

Una lectura, sin duda, muy placentera.

lunes, 21 de marzo de 2022

Fondo de armario

 


En el ámbito tenue, delicado y para mí sacro de la poesía, nunca he admirado la grandilocuencia, la pedantería, el tono engolado o el estruendo, quizá porque me embarga la creencia de que la lírica debe ser una comunicación en voz baja, una comunicación íntima, una comunicación próxima. Y así es como he sentido los poemas que Manuel Madrid reúne en Fondo de armario, la obra que tan bella ha quedado en la edición de Balduque: un conjunto equilibrado y armónico de textos que han desplegado sobre mí toda la seducción del sigilo, su música apolínea y tenue, su aroma callado y zen.

A esta sensación de confort y cercanía contribuye también el hecho de que todos los poemas sean breves, porque de esa forma su trazo sonoro se me antoja mucho más eficaz: alígeros, la mirada y el espíritu los abarcan a la vez, fraguándose casi un diálogo entre poeta y lector, que convierte a este último en receptor privilegiado de las confidencias, las reflexiones y las emociones del primero, quien se vacía con la generosidad de una cascada y con la contundencia de un rayo. Manuel Madrid consigue (eso tan difícil) decir susurros y consigue también (eso casi imposible) dibujar aires. Es la sensación embriagadora que deja en el fondo del corazón este Fondo de armario.

Me siento muy feliz de haberme adentrado por sus senderos poéticos, porque me ha dado la oportunidad de escuchar a Manuel Madrid, no solamente de oírlo. Es un hermoso regalo que, de vez en cuando, nos entrega la mejor literatura.

domingo, 20 de marzo de 2022

El hilo conductor

 


Me adentro en un nuevo y estupendo libro de relatos de Elena Alonso Frayle, que se titula El hilo conductor y que, tras haber obtenido el primer premio en el XVI Concurso de cuentos Manuel Llano y ser publicado por Tantín Ediciones, alcanzó merecidos aplausos en el certamen Setenil del año 2014, del que fue finalista. Son ocho historias donde la maestría formal de la escritora bilbaína queda bien patente, y que nos invitan a sumergirnos en mundos narrativos altamente seductores: la obstinada ocupación de una mujer que pierde la cabeza y se apresta a la labor de escribir sobre todos los seres humanos que han existido (“La ingravidez de las hojas”); el viaje a Grecia que emprende una pareja a punto de casarse y que les permitirá conocer a Fernando, soñador, farsante o metáfora (“Algo en el aire”); la visceral pelea que enfrenta a dos hombres sobre la arena ardiente de una playa, en presencia de sus hijos (“La sombra del padre”); la mujer que adquiere postales eróticas para satisfacer una fantasía de su esposo y que terminará construyendo con ellas su propia y secreta fantasía (“El cuarto cuerpo”); el hijo de padres divorciados que, por un fallo en la coordinación entre ellos, se ve obligado a pasar un mes de verano en un campamento, donde conocerá a un niño bielorruso (“Contar estrellas”); o la forma asombrosa en que confluyen las vidas, dolores y esperanzas de cuatro mujeres que, situadas en puntos muy distintos del planeta, se verán unidas por una misión espacial de la NASA (“El hilo conductor”).

Un volumen talentoso y de agradable lectura, que ocupa un puesto destacado en la bibliografía de la autora.

sábado, 19 de marzo de 2022

La promesa

 


Me sumerjo en otra novela del suizo Friedrich Dürrenmatt, que traduce Xandru Fernández y que publica el sello Navona: La promesa. En ella, un conferenciante mantiene una larga conversación con el doctor H., quien le cuenta una vieja historia para que luego él decida lo que desea hacer con ella. En esa historia se nos habla de la terquedad de un miembro de la policía, llamado Matthäi, encargado de investigar el caso de la niña Gritli Moser, que ha sido brutalmente degollada con una navaja. El único sospechoso del crimen es el buhonero Von Gunten, al que los policías presionan y presionan hasta que, después de horas de interrogatorio, se declara culpable y, acto seguido, se suicida en su celda. El caso, aparentemente, está cerrado. Pero Matthäi decide no darse por vencido con tanta rapidez, así que continúa investigando y descubre que Gritli tuvo un encuentro con un “gigante” que le regalaba erizos en el bosque. Su conclusión es clara: esas imágenes que la niña comunicó a su mejor amiga del colegio escondían una interpretación simbólica que es necesario esclarecer.

Al no sentirse respaldado por su comisaría, Matthäi abandona el Cuerpo e inicia un nuevo trabajo como empleado de una gasolinera, al mismo tiempo que acoge a su lado a una mujer que tiene una hija de edad y físico parecidos a los de la pobre Gritli Moser: es su cebo (se comprende enseguida) para atraer de nuevo al despiadado depredador… Pero no todo va a ser tan fácil como él piensa.

Con una prosa muy eficaz, Dürrenmatt consigue que los lectores caminemos por los senderos argumentales que él quiere; y nos lleva, inflexible, hasta la cruda solución de esta curiosa novela policíaca y psicológica.

Muy recomendable.

jueves, 17 de marzo de 2022

La frontera interior

 


Hay tres modalidades —quizá sean más: las taxonomías suelen ser flexibles— de libros de viajes: en la primera, el autor se ciñe a un enfoque de cámara fotográfica o de vídeo, mostrándonos lo que ve y dejando que nos impregnemos con esas imágenes; en la segunda, el paisaje es una mera basa, sobre la que construye su columna de erudiciones históricas, antropológicas, zoológicas o botánicas; y en la tercera (no ocultaré que se trata de mi predilecta), el escritor reúne las características de las dos anteriores: observa, describe, elucubra, relaciona, solapa e hibrida personas y paisajes, comidas y atardeceres, charlas y silencios, vientos y piedras. Manuel Moyano (Córdoba, 1963) obtuvo hace unos meses el XVI premio Eurostars Hotels de narrativa de viajes con una obra que, bajo el título de La frontera interior, publica ahora el sello RBA; y que se inscribe de forma decidida y brillante en el último de los bloques.

Movido por la voluntad de recorrer una zona muy relacionada con su infancia (y que no ha sido objeto de demasiada atención por parte de los viajeros), el autor recorre Sierra Morena en un “humilde utilitario”, que le permite ir desplazándose desde Aldeaquemada (inicio del trayecto) hasta Portugal, en un largo trayecto que se ve coloreado por varios puntos de inflexión con nombres de poeta: Alejandro López Andrada, Manuel Moya y Miguel Hernández. Ellos le sirven de guía, de faro, de enriquecimiento, de compañía espiritual (y a veces gastronómica); y le permiten observar detalles o adoptar perspectivas que quizá le podrían haber pasado inadvertidas sin su auxilio. Porque un viaje (que siempre es muchas cosas) sólo es auténticamente iluminador cuando sentimos que lo externo y lo interno se funden y nos convierten en otros: si de un buen libro no se sale idéntico, de un viaje de verdad tampoco lo hacemos. Manuel Moyano se adentra en iglesias muy antiguas, holla baldosas que quizá pisó Miguel de Cervantes, visita museos como el de Las Navas de Tolosa, adquiere libros locales de reducidísima tirada, charla con cronistas o venteros, anota vocablos sorprendentes, prueba el salmorejo jarote y consigue que los lectores, incluso aquellos que pertenecemos a la Cofradía del Sedentarismo, sintamos una punzada de envidia por sus viajes. Qué no podrá conseguir un escritor tan excelso como él.

Léanselo. No lo duden ni un minuto. Les va a encantar.

miércoles, 16 de marzo de 2022

Demasiada roca solitaria

 


Aparte de su fulgurante trayectoria y del sorprendente acierto en la elección de los galardones, otra ventaja enorme que tiene para mí el premio Setenil es que cuando reviso la lista de obras presentadas al concurso me entero de la existencia de títulos y autores que no me resultaban quizá conocidos y a los que me gusta acercarme para comprobar si encuentro en ellos una obra plausible.

Hoy he terminado Demasiada roca solitaria, del madrileño Alberto García Salido (Adeshoras, 2014), ilustrado por el también madrileño Fernando Ferro. En sus páginas me he encontrado con reflexiones sobre la acrimonia de la violencia machista (“El príncipe besó a la princesa para despertarla de un sueño. Ya se encargaría él de la pesadilla”), avisos por palabras donde el humor negro anida (“Asesino a sueldo busca a suicida en ciernes para trabajo fácil”), barberos que se tornan inquietantes en línea y media (“Estaba haciendo un buen trabajo con las tijeras hasta que se percató de lo que estaba cortando”), chicas embarazadas y maltratadas (“La mujer lloraba al sentir al bebé en su barriga. Creía que había salido al padre por sus pataditas”), inversiones macabras donde el humor supone un espeluzno (“El muñeco cerró el cubo de la basura. Debía ser más delicado. Era el tercer niño que rompía esa semana”) y, en fin, historias magníficamente condensadas donde los protagonistas son niños perdidos, astrónomos felices o extrañas ITVs.

Un libro para disfrutar.

lunes, 14 de marzo de 2022

La samia

 


Tercera reaproximación en pocos días a Menandro, del que disfruto La samia, una deliciosa opereta de amor y desamor en la cual Démeas comete el exceso de desconfiar de su compañera sentimental Críside (que ejerció la prostitución antes de acabar a su lado) y de su propio hijo (el fogoso Mosquión). Carcomido por unos celos que no es capaz de moderar ni interrumpir, Démeas llega al convencimiento de que ambos, Críside y Mosquión, han mantenido relaciones sexuales y han llegado a engendrar un hijo a sus espaldas. Después de no pocas confusiones, el embrollo se aclara y las bodas y la felicidad acallan las amarguras.

Es una pequeña pieza muy bien construida y con un excelente tempo escénico, que me he agradado recuperar.

Conviene subrayar con todos los colores del mundo esta frase de la obra: “No recuerdes sólo un único día de mi vida en que me equivoqué y olvides todos los demás”.

sábado, 12 de marzo de 2022

Niños en el tiempo

 


Cuando el lector se adentra en las páginas de Niños en el tiempo, de Ricardo Menéndez Salmón, experimenta un evidente desconcierto, sobre todo si ha leído el texto que aparece en la contracubierta, que califica el volumen como “novela”. Es inevitable en ese momento fruncir las cejas y mostrar una lógica desconfianza. ¿Novela? No parece serlo. Veamos. El lector encuentra un primer largo relato donde se nos habla de un matrimonio formado por el escritor Antares y la adorable Elena, que viven una existencia feliz hasta que el cáncer les arrebata a su único hijo. Esa brutal amputación terminará por erosionar y destruir también el vínculo entre ellos, que se muestran incapaces (sobre todo Elena) de asumir la pérdida traumática del niño. Acabada esa historia, Menéndez Salmón nos propone una segunda, en la que nos sitúa en Oriente y nos va recreando la infancia perdida y desconocida de Jesús. Crea esta narración una persona que, aun careciendo de fe, considera razonable dotar a la conocida figura religiosa de una niñez detallada, que la religión católica incomprensiblemente ignoró u ocultó. Por fin, en el tercer relato nos encontramos con una chica que acaba de descubrir que se encuentra embarazada y que ha decidido instalarse unas semanas en Creta, lejos de su vida habitual y del padre de la criatura. Allí conoce a un anciano español que afirma llamarse Antonio (aunque le deja claro que se trata de un nombre fingido), que la acompaña en sus paseos por la isla. En ese instante, cuando faltan diez páginas para la conclusión del libro, el lector ya está absolutamente convencido de que la etiqueta de “novela” resulta inadecuada para este libro, porque se trata de una reunión de tres maravillosos y bellísimos relatos.

Menéndez Salmón es un espléndido escritor (lo he descubierto en los últimos meses y me asombra de manera exponencial con cada volumen suyo que voy devorando), pero en Niños en el tiempo he descubierto una nueva faceta suya: la de habilísimo arquitecto. Porque la obra tiene uno de los mejores finales que he leído en años (melancólico, bellísimo, sobrecogedor) y te termina mostrando que sí que estamos ante una increíble novela. Permítanme que no les revele la razón y que los invite a que lo descubran por sí mismos.

Un auténtico prodigio de novela, que tardarán en olvidar.

viernes, 11 de marzo de 2022

La sospecha


El comisario Hans Bärlach es un hombre que debe enfrentarse de súbito a dos cambios igualmente abruptos: el final de su carrera profesional en la ciudad de Berna y el final de su vida (un cáncer lo está destruyendo a gran velocidad y lo conducirá a la muerte en menos de un año). Pero esa doble amargura dejará de ser el centro de sus reflexiones cuando lo asalte un nuevo “caso”, que se obstinará en resolver: descubrir si el máximo responsable médico de una clínica privada muy exclusiva de Suiza es, en realidad, el execrable doctor Nehle, un médico nazi que cometió todo tipo de horrores en el campo de concentración de Stutthof. Para ello, conseguirá que un periodista amigo publique un libelo donde ponga sobre aviso al macabro doctor (que ahora se llama oficialmente Emmenberger) y, más tarde, se hará ingresar en su clínica bajo nombre supuesto, para desenmascarar desde dentro al inmundo criminal.

Con esos ingredientes, el espléndido escritor suizo Friedrich Dürrenmatt esculpe su novela La sospecha, que Juan José del Solar traduce para el sello Tusquets y que incorpora a personajes tan singulares como el escritor fracasado Fortschig, la nauseabunda doctora Marlok (antigua prisionera de un campo de concentración que consiguió salvarse del exterminio convirtiéndose en la amante de su propio torturador, al que continúa unida), el gigantesco Gulliver (un judío que siempre aparece de forma casi onírica y que se disuelve con no menor sigilo) o el enano al que Emmenberger utiliza para misiones especiales. Pero, salvados los primores de su lenguaje y el acierto en la composición de sus criaturas, lo más trascendente de este libro es la manera en que reflexiona sobre el Mal, sobre sus motivaciones e impulsos, sobre sus fundamentos filosóficos y aun teológicos, sobre las miserias íntimas que se esconden a veces en el fondo de algunos corazones.

Incómoda y magnética, esta novela parece difícil de olvidar, una vez que la has leído. Es un atributo que Friedrich Dürrenmatt cultiva con esmero y que la vuelve tan seductora como escalofriante.

miércoles, 9 de marzo de 2022

El misántropo

 


Continúo explorando la dramaturgia de Menandro, y hoy me sumerjo en las aguas teatrales de El misántropo, cuyo protagonista es el desagradable Cnemón, un viejo iracundo que demuestra constantemente su animadversión hacia sus semejantes y que, al final de la obra (en justo castigo a su estupidez), deberá dar marcha atrás en su comportamiento y moderar su hurañía tras ser salvado de un pozo. Con bodas (y con algunas palizas, que van salpimentando las páginas), la obra concluye en medio de la felicidad general.

Como lema para quienes hayan experimentado un fracaso, ahí va una frase llena de luz: “Nunca debe desesperar totalmente de una empresa el que es sensato. Todo puede conseguirse con cuidado y con esfuerzo”.

lunes, 7 de marzo de 2022

Bailén (Episodios nacionales, 4)

 


No, la narración de Gabriel de Araceli no ha terminado. Por un azar maravilloso (lo han dado por muerto tras fusilarlo, pero ha sobrevivido), el muchacho logra reponerse y seguirnos contando la gesta que los españoles están acometiendo en su lucha contra el invasor francés, al que se enfrentan con todo su fogosidad y con toda su fe, aunque la diferencia de potenciales entre ambos ejércitos resulte abrumadora (“La estrategia, la fuerza y la táctica, que son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca nada contra el entusiasmo, que es divino”, cap.IV). De ahí que se estén consiguiendo victorias cada vez más llamativas, que culminarán con el impresionante triunfo en Bailén, donde las tropas galas fueron barridas y acabaron rindiéndose.

En relación a la historia menuda de Gabriel, lo más novedoso es que consigue dar con Inés (que está ingresada en un convento) y que logra que ella salga de allí… aunque sea para terminar viéndola marchar hacia la capital al lado del mentecato heredero de Rumblar (al que Galdós dibuja con rasgos no sólo infantiloides, sino casi de retrasado mental).

Meticuloso en la descripción de batallas, escaramuzas y otras pendencias, el gran novelista canario nos deja en estas hojas bellísimas la visión cinematográfica del enfrentamiento entre tropas francesas y voluntarios españoles: durante la lectura sientes el pánico de los soldados, la sed casi insoportable, la tensión continua, los fríos nocturnos, el sudor, el orgullo, el sacrificio, la nobleza y la mezquindad. Y cuando terminas sus páginas te encuentras exhausto, como si apoyaras el arma en el suelo y te abrieras la camisa para respirar en medio del olor a pólvora y de la sangre. Magistral.

sábado, 5 de marzo de 2022

El escudo

 


A principios del año 1997 me inundó, mientras trabajaba en el instituto Saavedra Fajardo de Murcia, la vergüenza de no haber leído más que una docena de libros clásicos grecolatinos, y le pedí consejo a mi compañero de entonces, Miguel Haro, profesor de griego. No conservo (ay) la lista de autores que me pasó, pero sí que estoy seguro de que la encabezaba el nombre de Menandro.

Hoy vuelvo a ese autor para releer su breve pieza El escudo, que traduce Pedro Bádenas de la Peña (Gredos, 1986). Es una agradable farsa cómica de enredo, cuyo eje central es un escudo recuperado después de una batalla, que permite suponer muerto a su propietario… sin ser cierta tal circunstancia. Es una lástima que el final de la obra se encuentre tan mutilado y que presente tantas lagunas textuales.

Dos citas he marcado con lápiz rojo en mi edición: “Para un soldado […] es difícil encontrar un pretexto para salvarse”. “Quien tropieza una vez se vuelve precavido”.

Creo que en un par de días seguiré con este autor.

miércoles, 2 de marzo de 2022

Los últimos tres días de Fernando Pessoa

 


Me dije que no volvería (y he vuelto) a un libro de Antonio Tabucchi porque, salvo contadísimas líneas o párrafos, sus libros no consiguen nunca emocionarme: ni desde el punto de vista sentimental ni desde el punto de vista literario. La causa de desdecirme ha sido que tenía una tarde libre fuera de casa y la única obra que se encontraba al alcance de mano era Los últimos tres días de Fernando Pessoa, así que…

Pero nada. Ni por esas. Me ha parecido una bobería dickensiana, en la que el poeta portugués, internado ya en el hospital donde también se hospeda su muerte, va recibiendo con languidez otoñal a sus heterónimos y mantiene con ellos conversaciones de intención reveladora, pero que no esconden en realidad más que fruslerías y decadentismos ñoños. ¿Una narración amena? Sólo si conoces la vida y obra del genio luso.

Para decirlo con pocas y corteses palabras: absolutamente prescindible.