Explicaba Antonio Colinas, en una entrevista celebrada después
de la concesión del premio Reina Sofía al conjunto de su obra, que en todas las
páginas que ha escrito había intentado dejar su impronta lírica, porque él se
consideraba sobre todo poeta. Y, desde luego, la afirmación se cumple
holgadamente en el volumen Días en
Petavonium, compuesto por ocho narraciones donde se perciben olores,
colores y emociones cuya respiración es más poética que narrativa.
Se trata de relatos que, sobre una leve tela argumental,
bordan su filigrana de metáforas, brisas, fotografías antiguas, castros
prerromanos, pájaros de vuelo melancólico, torrenteras, jardines llenos de
silencio y atardeceres. El leonés Antonio Colinas, con una delicada
sensibilidad, nos habla de reencuentros con los paisajes de la infancia,
matizando por un dolor reciente (“Esperando a Lidia”); de un narrador que
estuvo muerto y al que unos truenos terribles en la noche de san Roque
despertaron de su ausencia (“Tormentas de verano”); de la resolución de un robo
sacrílego gracias a unas asombrosas revelaciones jungianas (“El sueño de
Armuz”); del misterio que rodea a un viejo objeto que acaricia en clase un
sabio maestro republicano (“El cofre”); del chico y la chica que, caminando de
noche bajo la lluvia, arrastran dos historias increíbles (“Los novios”); o de
la figura de una mujer que, bajo formas distintas, parece perseguir al narrador
todos los meses de diciembre (“Ella”).
Elegante, lleno de aromas y texturas delicadísimas, Días en Petavonium es un libro hermoso,
que llena los ojos de silencio y poesía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario