miércoles, 19 de agosto de 2020

Días en Petavonium




Explicaba Antonio Colinas, en una entrevista celebrada después de la concesión del premio Reina Sofía al conjunto de su obra, que en todas las páginas que ha escrito había intentado dejar su impronta lírica, porque él se consideraba sobre todo poeta. Y, desde luego, la afirmación se cumple holgadamente en el volumen Días en Petavonium, compuesto por ocho narraciones donde se perciben olores, colores y emociones cuya respiración es más poética que narrativa.
Se trata de relatos que, sobre una leve tela argumental, bordan su filigrana de metáforas, brisas, fotografías antiguas, castros prerromanos, pájaros de vuelo melancólico, torrenteras, jardines llenos de silencio y atardeceres. El leonés Antonio Colinas, con una delicada sensibilidad, nos habla de reencuentros con los paisajes de la infancia, matizando por un dolor reciente (“Esperando a Lidia”); de un narrador que estuvo muerto y al que unos truenos terribles en la noche de san Roque despertaron de su ausencia (“Tormentas de verano”); de la resolución de un robo sacrílego gracias a unas asombrosas revelaciones jungianas (“El sueño de Armuz”); del misterio que rodea a un viejo objeto que acaricia en clase un sabio maestro republicano (“El cofre”); del chico y la chica que, caminando de noche bajo la lluvia, arrastran dos historias increíbles (“Los novios”); o de la figura de una mujer que, bajo formas distintas, parece perseguir al narrador todos los meses de diciembre (“Ella”).
Elegante, lleno de aromas y texturas delicadísimas, Días en Petavonium es un libro hermoso, que llena los ojos de silencio y poesía.

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