Si algún profesor que imparta clases en
secundaria no sabe quién es el escritor Agustín Fernández Paz es porque algo no
funciona bien en el sistema. Un novelista que ha obtenido premios como el
Lazarillo, el Edebé, el Barco de Vapor o el Nacional de Literatura Infantil y
Juvenil ha de ser conocido (profesionalidad y pundonor obligan) por todos
aquellos que tienen como misión la de contagiar a los más jóvenes el entusiasmo
por la lectura, por los libros, por las historias hermosas y bien contadas.
Ahora, la editorial Anaya acaba de enriquecer nuestra colección de obras del
autor gallego con Tres pasos por el
misterio, un volumen donde se dan cita otras tantas narraciones de
misterio, intriga y terror, maravillosamente escritas. En la primera, “Las
sombras del faro” nos encontramos con Miguel, un hombre de casi cincuenta años
que vuelve, tres décadas después de haberse ido, a la localidad de Pontebranca.
Allí conoció a Marta... y allí también se vio envuelto en un misterioso enigma
que giraba alrededor de un faro al que los lugareños no osaban acercarse. La
solución del tenebroso asunto tendrá más que ver (pronto lo descubrirá) con los
horrores de la guerra civil española de 1936 que con el mundo de la ultratumba
o de la pura fantasía adolescente. La segunda propuesta, menos extensa pero
igualmente prodigiosa, lleva por título “La serpiente de piedra” y nos sumerge
en un universo bien distinto: ahora leemos las notas que escribe con cierta
prisa un hombre que, aficionado desde joven a la arqueología, se fue especializando
en la investigación de los megalitos. Un día, la excavación que está
desarrollando en A Roza das Modias le depara el descubrimiento de algo
increíble: una serpiente articulada, de piedra, que ningún especialista alcanza
a explicar, y que él traslada al museo donde trabaja, para exhibirla y
convertirla en objeto de admiración. Y ahí es donde se desata la pesadilla:
unos extraños visitantes, que resultan ser adoradores de la Diosa Serpiente ,
comienzan a frecuentar el museo con sospechosa asiduidad. Y realizan extraños
rituales nocturnos, donde sangre, locura y siniestros presagios se unen para
aturdir al protagonista. Finalmente, la tercera narración, que lleva por título
“Una historia de fantasmas”, nos transporta hasta el Camino de Santiago. Unos
peregrinos, que distraen el ocio de las noches recitando poemas y contándose
episodios de amor, terminarán descubriendo que un libro de José Ángel Valente
puede ser el instrumento que utilice un hombre fallecido en un accidente para
comunicarse con su amada. Con una prosa estupenda, unos personajes trazados con
gran detalle y un manejo prodigioso de los tiempos narrativos, Agustín
Fernández Paz vuelve a demostrarnos que la literatura de calidad carece de toda
etiqueta cronológica, y que hay auténticos genios de las letras que, por
voluntad propia, eligen entre los más jóvenes a sus lectores naturales. Leerlo
y admirarlo son operaciones consecutivas. Para comprobar tal afirmación no hace
falta más que abrir este volumen y sumergirse en sus primeras páginas. El
hechizo de las buenas letras es inmediato.
domingo, 31 de mayo de 2009
sábado, 23 de mayo de 2009
Negro sobre fondo azul
José María Jiménez es una caja de
sorpresas. No contento con la noble tarea de curar el cuerpo de la gente (es
médico, de la cosecha del 55), se dedica en los últimos años a curarnos también
el alma, a base de pequeñas historias llenas de inteligencia, sensibilidad y
buen pulso narrativo. La primera demostración salió publicada en la Editora Regional
de Murcia con el precioso título de El
guardián de las mareas; y ahora, la pujante Tres Fronteras Ediciones se
anima a lanzar, en su colección ‘La Biblioteca del Tranvía’, su obra Negro sobre fondo azul, cuatro relatos
donde volvemos a constatar la pericia de su autor. En el primero de ellos
(“Tauromaquia”) nos perfila, con tres pinceladas, una historia de burla y toreo
que sólo al final, borgianamente (cómo no acordarse de aquel prodigioso cuento
que se titulaba ‘La casa de Asterión’, del maestro argentino), nos descubrirá
su secreto... En el segundo (“La primera muerte”) se nos hace reflexionar sobre
el abrupto final de Darius H., un chico que, sin haber cumplido la veintena,
encuentra la muerte en un combate bélico. Una bala decidió “alojarse en su
cerebro como un huésped ruin” (pág.15) y ahí terminó todo. Las páginas
posteriores, magistralmente moduladas, son el conjunto de reflexiones que José
María Jiménez articula alrededor de esa muerte: el sinsentido de la guerra, el
horror de la caducidad, cierto panteísmo reconfortante... La tercera propuesta
es “Bien, Rony, bien”, donde juega con varios planos narrativos para contarnos
una historia más compleja que las anteriores, en la que un médico se convierte
en eje y protagonista. La serie atroz de sucesos, que parecen encaminarnos
hacia la tragedia, se resuelve al final de un modo inesperado. La ingratitud,
la brutalidad y el fatum juegan al corro en las páginas de este texto... Y la
última historia es la que da título al tomo: la aventura acuática de dos niños
que se suben a una barca y que viajan por el río (una atmósfera que recuerda
por momentos al libro La isla de las
ratas, de Santiago Delgado). Al fin, el lector descubrirá que se trata de
un viaje más profundo y más misterioso de lo que pudiera parecer. Segundo libro
de cuentos de José María Jiménez, y segundo acierto. No es mal rumbo.
lunes, 18 de mayo de 2009
Los poetas del 27, clásicos y modernos
Enfrentarse a la lectura de un libro
del catedrático Francisco Javier Díez de Revenga sobre los poetas del 27 es
siempre una tarea que enriquece y que deslumbra. Y lo es por varios motivos. En
primer lugar, porque somos conscientes de que estamos leyendo las palabras de
quien, según afirmó Santiago Delgado en su libro Apuntes murcianos de literatura, es “el más significado albacea
literario de la crítica universitaria acerca de la Generación del 27” ; en segundo lugar, porque
siempre nos aporta unos enfoques nuevos sobre aquellos escritores, unos
detalles en los que no habíamos reparado con anterioridad, un nuevo punto
analítico desde el que contemplarlos; y en tercera instancia porque el profesor
murciano redacta sus trabajos con sencillez y transparencia (lo cual no es tan
frecuente en el mundo farragoso de la exégesis erudita). Ahora, el sello Tres
Fronteras Ediciones nos acaba de iluminar con la aparición del tomo Los poetas del 27, clásicos y modernos
en su colección de Estudios Críticos. En él, Francisco Javier Díez de Revenga
nos regala un paseo impagable por la poesía satírico-moral de Pedro Salinas,
por la primera vanguardia de Rafael Alberti, por el creacionismo de Gerardo
Diego, por la visión de la ciudad de Nueva York que nos legó Federico García
Lorca después de su estancia en tierras norteamericanas, por los poemas
paradisíacos de Vicente Aleixandre o por la innovación y la revolución que
supusieron los postulados líricos de Dámaso Alonso (amén de aproximaciones a
otros poetas menos conocidos por el público general, como Manuel Altolaguirre o
Emilio Prados, a los que Díez de Revenga ha dedicado estudios magníficos
anteriormente). Pero es que, además de aportarnos un buen número de juicios
inteligentes y de reflexiones de hondo calado, el catedrático murciano también
desliza algunas anécdotas más “humanas”, como cuando explica en la página 36
que Pedro Salinas detestaba la coca-cola, y “no permitía que fuera bebida en su
casa, en Estados Unidos”. Una sonrisa de vez en cuando también contribuye a que
obras como ésta recubran de piel a los poetas más célebres de nuestro siglo.
Particularmente, me han parecido deliciosos y llenos de apreciaciones de gran
valor, el estudio que le dedica a García Lorca y las glosas a los poemas “Los
insectos” e “Insomnio”, de Dámaso Alonso. Pero, insisto, todas y cada una de
sus páginas encierran sabiduría y la transmiten con elegancia eficaz. Es el
mejor elogio que se le puede hacer a un libro de este género. Los profesores de
literatura tenemos un nuevo documento crítico al que aproximarnos para aprender
o renovar nuestros conocimientos.
domingo, 17 de mayo de 2009
El padre Sergio
Stepán Kasatski no ha sido nunca un
hombre feliz. Su padre, coronel de la guardia retirado, murió cuando él contaba
apenas doce años, y ese fallecimiento prematuro provocó que el muchacho fuera
ingresado en el Cuerpo de Cadetes. Su noble espíritu y su fidelidad
inquebrantable al zar Nicolái Pávlovich le hacen ser cada vez más considerado
en su entorno, pero un suceso desgraciado tronzará su vida y la llevará por un
rumbo inesperado: se enamora de la hermosísima condesa Korotkova. No tardará en
descubrir, con un dolor inmenso y con una tremenda convulsión (pág.23), que la
joven, antes de ser su novia, fue amante de su adorado zar Nicolái. ¿Cómo
exigirle responsabilidades a su propio señor? ¿Y cómo aceptar a una mujer que
ha pasado por las manos libidinosas de otro hombre? Devorado por la angustia,
Stepán Kasatski se retira a un monasterio, ordenándose con el nombre de Sergio.
Durante años,
la vida en el cenobio satisface plenamente sus inquietudes espirituales, y se
va purificando en el trabajo, en la renuncia al amor y al sexo, y en la
obediencia a sus superiores. Pero al cabo de un tiempo decide acendrar todavía
más su sacrificio, y solicita que le permitan retirarse a una solitaria gruta
excavada en la montaña, con la intención de convertirse en ermitaño. A ese
lugar acudirá la casquivana y sensual Makóvkina, que pretende turbar al padre
Sergio y obligarlo a desearla. Pero no cuenta con la férrea tenacidad del
eremita, quien se amputa un dedo de un hachazo (pág.60), antes que ceder a la
voluptuosa tentación de la dama. Este signo de casta firmeza convence a los
lugareños de los alrededores de que el padre Sergio es un hombre santo. Y ahí,
curiosamente, es donde comienzan todos sus problemas, como pronto descubrirá el
lector.
La prosa
elegantísima de Tolstói, traducida por Bela Martinova y editada con la
hermosura a la que nos tiene acostumbrados el exquisito sello Rey Lear, no es
sino la envoltura deleitosa con la que se nos ofrecen los auténticos mensajes
de la novela: ¿quiénes somos realmente? ¿Qué cantidad de libertad nos es dado
elegir en la vida? ¿Cómo repercuten nuestras acciones sobre las personas de
nuestro alrededor? ¿Qué grado de orgullo, o de necedad, o de empecinamiento,
nutre de un modo subterráneo nuestras decisiones más aparentemente limpias?
Stepán
Kasatski, que soñó con ser un hombre dedicado al servicio del zar; que soñó con
poseer el amor de la condesa Korotkova; que luego se recluyó en un monasterio
al servicio de Dios; y que finalmente buscó la soledad del páramo (para decirlo
con sintagma gongorino), intentando estar a solas con su Dios... Ese mismo
Stepán, se aboca a sus últimos días acariciando la idea del suicidio y
murmurando: «¡Sí, hay que acabar, Dios no existe» (pág.88). Descubrir los
tortuosos meandros de su desesperación queda, como es lógico, en manos de los
lectores.
viernes, 15 de mayo de 2009
Baúl de prodigios
La utilización de la chistera o el baúl
como espacios mágicos de los que todo puede brotar es antigua. Y Miguel Ángel
Zapata, que lo sabe, retorna al viejo procedimiento para entregarnos en Baúl de prodigios su magnífica
pirotecnia de relatos breves, apuntes y sorpresas, donde pone de manifiesto su
gran soltura a la hora de escribir. Las diversas secciones que componen este
volumen, tituladas con elegancia y con misterio (“Manual de seres impares”,
“Dialéctica de lo inerte”, “Frutos celestes”, “Necrología” y “Sueños de un loco
dormido dentro de un baúl”), están cargadas de excelentes demostraciones de
cómo se pueden conseguir unos resultados francamente meritorios con los escasos
mimbres de la microficción. A veces, lo conseguirá con inyecciones de humor negro
(“Los servicios de emergencia llegaron finalmente. Pero todo fue en vano.
Demasiado tarde: el cadáver presentaba signos de una notable mejoría”, p.69); a
veces, con la elaboración de textos que bordean la piel de la greguería (“Al
abrir la puta sus piernas, mil orgasmos fingidos escaparon de su vulva”,
p.114); y otras, en fin, con la habilidad de quien construye sus relatos gota a
gota, pensando en cada sustantivo y en cada adjetivo como diamantes verbales,
que ocupan un sitio calculado al milímetro en la topografía del cuento. Otro de
los méritos indudables de Miguel Ángel Zapata es la burbujeante fantasía que
introduce en sus páginas, y que incluye pingüinos que tocan el piano en la Antártida (“Fracaso de
los héroes”); siameses unidos por la nuca, que monologan, se identifican y se
quejan delirantemente (“Dos”); criaturas extraterrestres que se ven abocadas a
partos nauseabundos, por culpa de la notable liviandad con la que se
comportaron en su despedida de soltera (“Romper aguas”); hombres a los que les
brotan arañas de las manos (“Intrusión”); confesiones digestivas de un
devorador de libros (“Bibliofagia, o breve exaltación de la gula como arte
bellísimo y vacuo”); variantes perversas de cuentos clásicos como el de
Caperucita (“De la inocencia y otros pecados”); enumeración de las
posibilidades amorosamente tétricas de un sueño prolongado (“Morfeo”); o, en
fin, el horror amputatorio que se puede derivar de una obsesión erótica
(“Mírame”). Ninguno de estos argumentos se sostendría en pie si lo cogiera un
escritor mediocre, porque lo malbarataría. Pero no ocurre así con Miguel Ángel
Zapata, que es un malabarista y un ingeniero y un mago. Por momentos, recuerda
a Julio Cortázar; por momentos, a Quim Monzó; por momentos, a Ángel Olgoso.
¿Hacen falta más explicaciones para decir que este libro de relatos, que
pertenece a una colección coordinada por Miguel A. Cáliz, es un auténtico
placer para los amantes del género?
martes, 12 de mayo de 2009
El pájaro de fuego
Alexandr Nikolaevich Afanásiev
(1826-1871) fue un folclorista ruso que se empeñó durante años en recopilar
aquellas narraciones que, contadas de forma oral en su tierra, corrían serio
peligro de perderse al cabo de algunas generaciones. Esa labor, cuya importancia
los intelectuales de su tiempo se obstinaron en no entender, consumió su salud
y su fortuna. Lejos de la popularidad que adquirieron otros que, en países
distintos a Rusia, se empleaban en la noble tarea de rescatar sus raíces
culturales, Afanásiev murió tuberculoso, en medio del desprecio y de la
postergación, tras haber tenido que vender su biblioteca para comer y adquirir
medicinas. De aquellos legendarios ocho volúmenes que consiguió completar (un
total de casi setecientas historias) acaba de salir ahora una interesante
selección de Carlos Vega que, con la traducción de Isabel Vicente, ha publicado
el inteligente sello Alianza Editorial.
Allí podemos
encontrar todo tipo de temas (humor, crueldad, tiranía, astucia, venganza,
aventuras galantes), todo tipo de personajes (pobres campesinos ingenuos,
madrastras retorcidas, niños desamparados, muertos que se aficionan a devorar
cadáveres, chicas que se divierten encubriendo su identidad sexual, zares
rijosos, mujeres testarudas) y todo tipo de ambientaciones (desde las
palaciegas hasta las más humildes), en un corpus de deliciosa ingenuidad, donde
sobresalen algunas historias por su especial valor simbólico o literario. Así,
«Snegúrushka y la zorra» es una magnífica fábula para que comprendamos que no siempre
este pobre animal es un representante de la astucia malévola: también puede ser
la víctima de la ingratitud de los seres humanos; «Vasilisa la Bella » nos conducirá a un
mundo de mágicas muñecas que cumplen los deseos de sus propietarias; «El cacharrero»
nos sorprenderá con su divertida demostración humorística de que el dinero es,
en verdad, el motor del mundo en que vivimos; y «El serón», con su profunda
carga ideológica y su contundente mensaje moral, nos hará entender que lo que
hagamos a nuestros padres (atención o desatención, cariño o desdén) nos será
hecho por nuestros hijos a nosotros, en justa correspondencia.
Es siempre una
gran idea que las editoriales de importancia refresquen el viejo mundo de las
narraciones populares, recordándonos las más entrañables o educativas en un
formato de fácil manejo. Y si lo hacen como Alianza Editorial, con un precio
ciertamente asequible, el resultado es digno de aplauso y de admiración. Los
casi cincuenta relatos que se ordenan en este volumen (y que, como digo,
deparan a los lectores todo tipo de emociones: sonrisa, pensamiento, enseñanza
o lágrimas) pueden conseguirse por ocho euros en cualquier librería. Un
argumento más para no perderse esta obra.
lunes, 11 de mayo de 2009
Los fuegos de la memoria
Es improbable que nadie pueda
compararse, en España o fuera de España, a Jordi Sierra i Fabra (Barcelona,
1947), uno de los escritores más fecundos de la historia de nuestra literatura.
Y es improbable que exista un solo tema, juvenil, infantil o de adultos, que no
aparezca tratado en alguna de sus obras: el racismo, la exclusión social, la
marginación, la droga, la delincuencia, el sexo, la política, la educación, la
música, los problemas escolares, el humor, la amistad, las relaciones
norte-sur, los viajes, el misterio... Hoy traemos a esta página de novedades una
novela que lleva por título Los fuegos de
la memoria y que le publicó la editorial valenciana Algar el año pasado,
tras habérsele concedido el premio Bancaixa de Narrativa Juvenil 2007. Su tema,
actualísimo y de notable impacto emocional, son los viejos muertos perdidos de
la guerra civil de 1936; aquellas personas que, como consecuencia de la
barbarie fratricida que sacudió nuestro país hace siete décadas, vieron
truncadas sus vidas y fueron sepultadas en fosas anónimas, dispersas por
cunetas, campos y montes. Ahora, cuando algunas iniciativas públicas y privadas
están comenzando a excavar esas fosas para que sus moradores descansen en un
sitio menos infame, Los fuegos de la
memoria nos habla de Los Trece de San Agustín, un grupo de hombres leales a
la causa republicana que, en julio de 1936, se atrincheraron en el pequeño
pueblo de San Agustín del Valle y defendieron con uñas y dientes la legalidad
constitucional. Ahora, ya en el siglo XXI, un grupo de la ARMH (Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica )
consigue activar todos los permisos necesarios y desentierra los cuerpos de
aquellos pueblerinos masacrados. Y entonces estalla la sorpresa: sólo hay doce
cadáveres en la fosa. Uno de los Trece de San Agustín, sencillamente, no está.
Resulta fácil comprender el impacto que este acontecimiento produce en los
familiares, en los aldeanos... y en los medios de comunicación. Un periodista,
curioso, comienza a indagar y a tirar de varios hilos. ¿Dónde está el muerto
que falta? ¿De quién podría tratarse? ¿Cómo fue posible que sobreviviera? ¿Y
hasta cuándo sobrevivió? Las sorpresas, cada vez más espectaculares, se irán
sucediendo sin cuartel, hasta las impactantes páginas finales de la novela. Una
vez más, con su habitual prosa ágil, sus diálogos de gran fluidez y unos
personajes frescos y dinámicos, Jordi Sierra i Fabra consigue una obra donde
mezcla los mimbres de otras novelas (como Soldados
de Salamina, de Javier Cercas, o La
llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay) y los pone al servicio de una trama
juvenil muy sugerente. Los profesores de literatura (pero también los de
historia, y aun los de religión) pueden recomendar estas páginas con absoluta
confianza: los lectores que las frecuenten no saldrán en ningún caso
defraudados de ellas. Y además aprenderán a respetar y comprender las lágrimas
del pasado. Es una lección importantísima que no deberíamos ahorrarles.
jueves, 7 de mayo de 2009
El armario de Abdou
Caigan las bendiciones de Alá sobre la
persona que esté encargándose de decidir qué libros entran a formar parte del
catálogo de La Biblioteca
del Tranvía, de la editorial murciana Tres Fronteras. Y háganlo porque está
demostrando una finísima capacidad para elegir textos de gran belleza y que
respetan fielmente el espíritu de la colección: poner en las manos de los
lectores unos volúmenes de pequeño formato, que oscilen entre las 30 y las 70
páginas, y que resulten amenos, elegantes y representativos de la literatura
más ágil de nuestra Región.
Una de las
nuevas propuestas que nos lanzan es El
armario de Abdou, de Gonzalo Gómez Montoro, siete relatos muy conseguidos
con los que el público podrá familiarizarse con el estilo narrativo de un autor
premiado y joven, amante de la buena prosa, “los viajes, las bibliotecas
públicas, Internet y el café” (según nos dice en la contraportada). Los
lectores que se sumerjan en esta laguna de cuentos se encontrarán primero con
Abdou, un pobre trabajador inmigrante que encuentra en la basura un maravilloso
armario, con el que quiere obsequiar a su hija con motivo de su cumpleaños;
luego les será presentada una vieja gloria del fútbol que, retirado y
cincuentón, ha malvivido como taxista hasta que le llega una llamada de su antiguo
club para tributarle un homenaje; más adelante, un viudo que se ve atosigado
por unas sombras que lo acechan por la calle; y un hombre que no atina a
encontrar aparcamiento, mientras le explota la vejiga; y el señor que se baja
de un tren para encontrarse en el andén con una profesora; y el hijo de un
empleado del Instituto Nacional de Previsión, que reniega de su calculado
futuro funcionarial y que prefiere convertirse en el chófer de una misteriosa
anciana del pueblo... Personajes, situaciones e historias de gran sencillez,
donde el humor, la tristeza, la melancolía y también la reflexión son
presentadas con una prosa de limpieza poco frecuente.
Hace apenas unos días, el
autor comentaba en una página de Internet donde habitualmente escribe (www.aguasdeceniza.blogspot.com)
que le habían concedido un accésit en un concurso literario de Albacete. Y
cruzaba los dedos para pedir que siguiera la racha. Viendo la enorme calidad de
sus cuentos, el lector comprende que no se trata de una simple racha, sino de
justicia. Gonzalo Gómez Montoro tiene madera, y El armario de Abdou es su última demostración editorial.
domingo, 3 de mayo de 2009
Carta a un profesor de Lengua y Literatura del siglo XXI
En uno de sus poemas escribió don
Antonio Machado: “No es profesor de energía / Francisco de Icaza,/ sino de
melancolía”. Y traigo a la memoria y a la pantalla esta sentencia para explicar
que con Santiago Delgado ocurre lo contrario: todas las melancolías, añoranzas,
frustraciones y desánimos que pudieran haber surgido de su dilatada experiencia
en el mundo de las aulas quedan muy pronto atrás, frente al torrente imparable
de su vocación de enseñar. Sirva de muestra su último volumen: Carta a un profesor de Lengua y Literatura
del siglo XXI, donde realiza la disertación más difícil: explicar a los
profesores que su labor no tiene por qué ser desalentadora, ni por qué quedarse
estancada. Que el proyecto de un profesor, de un maestro, tiene que estar
constantemente vivo, constantemente cambiando, y que cualquier elemento que
incorporemos a nuestra labor docente ha de servir para mejorar la práctica
educativa: el cine, las mejores novedades de la tecnología (pizarra digital,
Internet, el cañón), las lecturas orales en clase, la caligrafía, la
insistencia para que nuestros alumnos lleguen a pronunciar bien el español
estándar, el uso de canciones que permitan comprender mejor el uso del ritmo,
de los tópicos o de la rima, etc. Miles de posibilidades que están ahí,
esperando que las usemos y que las vayamos enlazando con lo más profundo de
nuestra práctica docente como encargados de enseñar el idioma a los alumnos.
Alejados de cualquier utilización espuria de los textos literarios (“La Literatura no fue
creada para los profesores”, p.13), debemos ser conscientes de que el principal
objetivo es doble: que los alumnos adquieran el manejo oral y escrito del
español y que, llegado el caso, puedan acceder a las producciones cada vez más
elevadas que con él se han logrado. Pero ningún escalón, nos dice el autor, es
desdeñable: ni los periódicos, ni las páginas web, ni los romances populares...
Nada. Quedarse estancados en el mundo de “lo literario”, por idílico que esto
pueda parecer o por bien que nos lo explicaran a nosotros hace años, es
actualmente erróneo (“La endogamia literaria es un vicio intelectual, una
erudición obsoleta y un pecado pedagógico”, p.19). De ahí que debamos
convencernos de que seguir con la lectura exclusiva de “los clásicos” es una
torpeza, porque la finalidad última de las lecturas obligatorias es crear
lectores, y difícilmente se convertirán en lectores quienes sean forzados a
leer obras que, por su edad, temperamento y preparación intelectual, no están
capacitados para entender. Por tanto, resulta preferible que los alumnos sean
invitados a leer obras juveniles de calidad firme y contrastada (Santiago
indica la necesidad de que los profesores estén al día sobre los premios Gran
Angular, Barco de Vapor, Lazarillo, Alfaguara y otros de similar orden). Y lo
sintetiza en unas frases tan polémicas como, en mi opinión, acertadas: “Leer o
es un placer o es un tormento. La lectura obligada debiera estar proscrita en
las aulas. Sobre todo la lectura obligada única”, p.30). El profesor, al hilo
de estas reflexiones, debe estar constantemente al día, leyendo de manera tenaz
e ilusionada todo lo que va saliendo al mercado. Conociendo lo que leen sus
alumnos sabrá cómo guiar su proceso de aprendizaje con más elementos de juicio.
Si ellos leen Crepúsculo y nosotros
nos obstinamos en meterles en la cabeza que han de leer antes el Lazarillo de Tormes, sólo lograremos su
desconfianza. Y quizá su alejamiento definitivo de toda la literatura clásica.
En la dicotomía “erudición vs. ludicidad”, Santiago lo tiene clarísimo: “La
segunda debe preceder en el tiempo pedagógico a la primera” (p.33)... Podría
seguir enumerando las virtudes de este libro, pero prefiero dejarlo aquí, para
que los profesores interesados (que debieran ser todos) descubran por sí mismos
las inauditas aportaciones que estas páginas suministran. Básteme decir que
jamás me había encontrado con una obra de ensayo que me devolviera con tanto
vigor las ganas de meterme en el aula y probar cosas nuevas. Le debo a Santiago
Delgado una impagable inyección de energía. Y creo que se la deberá todo aquel
que lea este hermoso y enriquecedor volumen
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