jueves, 30 de junio de 2022

Estoy ausente

 


Leo un poemario breve y de gran sencillez de la madrileña Amalia Bautista, que lleva por título Estoy ausente y que publica la editorial Pre-Textos. Y nada más escritas las ocho palabras iniciales, vacilo, porque el sintagma “poemario breve” parece una recriminación y el sintagma “gran sencillez” podría entenderse como una acusación de ramplonería. Pero decido no tacharlas, porque las dos cosas son verdad: es un poemario de pocas páginas y es un poemario que está escrito con un lenguaje (y unas emociones) de gran transparencia. Concibo ambas etiquetas como elogio, frente a los libros de extensión abusiva o de léxico abstruso (que se pone “un forro de palabras”, como diría Gómez de la Serna, para esconder su intrínseca inanidad).

Formulo una invitación muy concreta: adéntrese el lector en el primero de los poemas del libro (“Sueño con mi padre”). Le aseguro que se pondrá cómodo y querrá leerse el resto del libro, donde se nos habla de un mundo en el que “era todo mentira”, en el que “las semanas sólo tienen lunes” y en el que apetece arrojar la vida por la borda y dejar que las lágrimas se sumen a las de millones de otros seres, que han nutrido “la inconcebible cantidad de llanto / que ha formado los mares de este mundo”. Incluyendo hermosos poemas de amor (“Pecados capitales”, “El bosque”), utilizando versos de humor para abordar temas tristes y descongestionarlos (“Sé que me estoy ahogando, pero al menos / logro mantener fuera la cabeza. / Así que, por favor, / no vengas tú a hacer olas”), dejándonos el testimonio de su ansiosa búsqueda de cariño (“Todos necesitamos que nos quieran. / Algunos infelices, sin embargo, / no sabemos vivir para otra cosa”) y, en fin, dedicándose a componer unos poemas rítmicamente impolutos, que dejan en los ojos de quien lee su música perfecta, Amalia Bautista nos regala un libro breve (sí), un libro sencillo (también) y un libro espléndido (sin duda).

Me siento feliz de haberlo encontrado.

martes, 28 de junio de 2022

Gente de Murcia

 


Es inevitable que un libro como Gente de Murcia, de José García Martínez, sea, por encima de cualquier otra consideración, irregular. Y esa irregularidad (término que, quede claro, no utilizo con desprecio) se manifiesta tanto en la nómina de personajes que aparecen en estas páginas como en la trascendencia posterior de los mismos: algunos que aquí figuran como egregios resultaron poco tiempo después engullidos por el olvido; otros, en cambio, adquirieron después una dimensión mucho más elevada de la que el jumillano creyó advertir en ellos. Es natural: todo periodista trabaja con material humano, que siempre es fungible y cambiante. Y el añadido de la inmediatez (la “actualidad” suele ser la antesala de la caducidad) tampoco se puede decir que ayude mucho. De tal forma que me he encontrado con unas dos docenas de semblanzas que me han obligado a acudir a Internet para desentrañar quiénes eran sus protagonistas (alguno ni siquiera estaba). En los demás casos, he disfrutado mucho, refrescando páginas que ya conocía (he sido lector fervoroso de García Martínez durante muchos años) y descubriendo otras que se centran en personajes a los que admiro.

He sonreído cuando nos habla de la letra pequeña y redonda (“tal que la buganvilla”) de José Ballester; o de la cautela del empresario Ginés Huertas (“Su entusiasmo por la entrevista no es, desde luego, indescriptible”). He reflexionado cuando nos recuerda las palabras de Carmen Conde (“Ni todos los rojos éramos criminales, ni todos los fascistas eran unos infames. Entre las dos Españas ha habido una inteligencia de amistad para salvar a la media España en desgracia. La hubo en la guerra, y yo por mi parte la demostré, y la hubo en la paz, y ellos la demostraron”). He vuelto a sonreír cuando retrata con infinita admiración a don Francisco Sánchez Bautista (“Está llenico, que se dice por aquí”) o cuando expresa su cariño por Rafael García Velasco (“Si gasta un cuarenta y cinco de zapato, puede que aún gaste un número más alto de corazón”). Me he emocionado con la semblanza del doctor Ricardo Candel, gran amigo de mi padre y asiduo visitante de mi casa. Y he disfrutado con los recuerdos de la poeta María Cegarra, sobre todo los que compartió con Miguel Hernández. De la entrevista a Miguel Espinosa (páginas 71-80) no necesito decir nada, porque es oro puro de principio a fin, y la habré leído quince o veinte veces en mi vida, además de incluirla en uno de mis libros de investigación.

¿Disfrutar? Mucho. ¿Recordar? Bastante. Y también la tristeza de constatar que algunos de aquellos personajes a los que conocí (Castillo-Puche, Paco Sánchez Bautista, el propio García Martínez) ya no están. Lo llaman “Ley de vida”, pero la ley no tendría que ser tan injusta.

lunes, 27 de junio de 2022

Mrs. Caldwell habla con su hijo

 


Treinta años después, releo Mrs. Caldwell habla con su hijo, de Camilo José Cela, que en su día leí en una pobre (pero muy amada) edición de la editorial Salvat y que ahora revisito en la más luminosa y moderna edición de Destino. Torturada por una imagen atroz que la persigue, día y noche, la señora Caldwell encuentra su salvífica liberación escribiendo (y describiendo) lo que siente, plasmando en el papel hasta el más nimio detalle de su relación con Eliacim (el hijo que se le ahogó en el mar Egeo). Al final, fallecida en la locura, termina pagando su obsesión con el más cruel de los abandonos, con la más solitaria de las muertes. Puede que también con la más fervorosa y pura de las adoraciones.

La obra vuelve a dejarme, como lo hizo entonces, un estupendo sabor de boca, aunque sigo pensando lo mismo que entonces: que no es una novela. Como es natural, no se trata de una recriminación (sería absurdo), sino de una precisión: Poeta en Nueva York o Campos de Castilla no son novelas; El tragaluz no es una novela; Si esto es un hombre no lo es tampoco. ¿Por qué la obsesión de etiquetar este libro con semejante rótulo? Lo ignoro. Si aceptásemos que Mrs. Caldwell es una novela tendríamos que aceptar que Platero y yo también lo es. No lo juzgo sensato. Yo lo dejaría en que es un interesante y sorprendente libro.

Subrayé entonces (y siguen agradándome ahora) estas cuatro frases de la obra: “La discusión, como el amor y el afán de mando, me parece un claro signo de deficiencia mental”. “El amor al trabajo es un grave pecado… No amemos las maldiciones de Jehová. No caigamos en la blasfemia”. “Detestar de todo corazón es algo para lo que se precisa un paciente e incluso sacrificado entrenamiento”. “El matrimonio es sucio e impuro; el estado perfecto del hombre y la mujer es el del noviazgo. El matrimonio mata el amor, o por lo menos, lo hiere de mucha gravedad”.

sábado, 25 de junio de 2022

Antología de la poesía lírica griega

 


Me gusta volver, periódicamente, al mundo grecolatino para asomarme a obras literarias que aún no conozco. Es una disciplina que me impongo para ser siempre consciente de qué mundo cultural vengo, cuáles son mis raíces, y quiénes (y cómo) escribieron los fundamentos de nuestra literatura. Ahora, de la mano de Carlos García Gual, revisito un libro que leí en septiembre de 1987 y que ahora retomo treinta y cinco años después: la Antología de la poesía lírica griega. No subrayé entonces (es curioso: solía hacerlo, siempre con rotulador rojo) ninguna cita; pero sí lo hago ahora. Y creo que la enumeración de esos versos puede servir para dar una idea cabal de la inteligencia, la perspicacia y el talento de aquellos poetas antiguos:

“Al conjunto del pueblo le atañe el poder y el triunfo” (Tirteo de Esparta). “En las alegrías alégrate y en los pesares gime sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano” (Arquíloco de Paros). “Ningún ciudadano es venerable ni ilustre cuando ha muerto. El favor de quien vive preferimos los vivientes. La peor parte siempre toca al muerto” (Arquíloco de Paros). “Largo tiempo tenemos de estar muertos, y vivimos muy mal un corto número de años” (Semónides de Amorgos). “Ninguna cosa se lleva como botín un hombre mejor que una buena mujer ni peor que una mala” (Semónides de Amorgos). “A quien en exceso se exalta no es fácil contenerlo después” (Solón de Atenas). “No hay ningún hombre feliz, sino que miserables son todos los mortales que el sol desde lo alto contempla” (Solón de Atenas). “Insensatos y necios los hombres que lloran a los muertos, y no a la flor de la juventud que se va marchitando” (Teognis de Mégara). “Si vas a decir lo que quieres, también vas a oír lo que no quieres” (Alceo de Mitilene). “Es de lo más torpe e inútil llorar por los muertos” (Estesícoro de Himera). “Con buena fortuna cualquier hombre es bueno” (Simónides de Ceos). “Es infinita la estirpe de los necios” (Simónides de Ceos). “Los días por venir son los más sabios testigos de la verdad” (Píndaro de Tebas). “Si hablas lo preciso, concretando en breve los términos de mucho, menor será el reproche de las gentes” (Píndaro de Tebas). “La pasión de amor la barre el hambre; si no, el tiempo; y si no puedes servirte de estos remedios, la soga”.

¿Se pueden decir más cosas en menos espacio?

jueves, 23 de junio de 2022

La puerta de los tres cerrojos

 


El inicio de esta larga aventura lectora hay que situarlo en mi hijo mayor, Rubén, quien después de terminar La puerta de los tres cerrojos, de Sonia Fernández-Vidal, decidió regalárselo a su hermano Álvaro. Una vez leído por éste, opinó que sería una estupenda idea que yo lo leyera en voz alta por las noches, para que su hermano menor, Jorge, también conociese la historia. El resultado final es que los cuatro (padre y tres hijos varones) nos hemos adentrado sucesivamente en la historia, que nos ha fascinado de forma unánime. Y miren ustedes que es raro, porque el libro de esta joven profesora (quien imparte clases en la Universidad Autónoma de Barcelona) tiene como objetivo poner la física cuántica en el epicentro de una narración para niños. Sí, han leído bien: la física cuántica.

Durante quince noches, hemos acompañado a Niko, el humano que ha logrado adentrarse en un mundo de quarks, neutrinos, superposiciones, paradojas sobre la velocidad de la luz, gatos de Schrödinger, agujeros negros y experimentos de tuneleado; pero también de hadas, elfos, espectros malévolos, persecuciones y amores no confesados. Con la ayuda de unas explicaciones muy inteligentes y con el añadido de acertijos ingeniosos, Sonia Fernández-Vidal consigue que incluso los lectores de menor edad acierten a comprender (o al menos lo hagan de forma superficial) los entresijos más enrevesados y deslumbrantes de la física moderna.

Un libro estupendo. Muy recomendable.

martes, 21 de junio de 2022

Nuevas odas elementales

 


Fui, durante mi juventud, lector fervoroso de Pablo Neruda. Devoré todos sus libros (pero no como aquel político que juraba haberse empapuzado las obras completas de Lope: yo sí que me leí de verdad las de Neruda) e incluso escribí sobre algunos de ellos, en revistas, congresos y sitios así. Ahora, desde la distancia de la madurez, vuelvo a las célebres Nuevas odas elementales, sabiendo lo que me voy a encontrar (adiós al “factor sorpresa”); y reconozco que las he disfrutado serenamente. Es decir, sonriendo con sus innegables aciertos, cabeceando admirativo ante algunos de sus versos y, también, disculpando con benevolencia los clichés efectistas que, colocados aquí y allá, en mi juventud me pasaron inadvertidos por bisoñez lectora.

Neruda sabía lo que estaba haciendo y lo hizo con destreza. Su estilo era potente y millonario en lujos verbales (sobre todo, adjetivaciones y metáforas); y creo que hay que leerlo sin prejuicios y en la juventud, para sentir su deslumbramiento de amanecer y música (Tagore pertenece al mismo ámbito). Cómo no sentirse feliz al comprobar que, para el insigne autor chileno, el diccionario es “la bodega del vocabulario”; el mar es “el profundo hotel de las sirenas”; o la lluvia una “transparencia oblicua de hilos”. Docenas de fórmulas de ese tipo pueden ser subrayadas en el libro por el joven lector.

La magia de Neruda me ha devuelvo a la juventud. Releerlo ha sido quitarme años del DNI y reverdecer emociones que apenas estaban inauguradas. Que Dios lo bendiga.

domingo, 19 de junio de 2022

Historia universal de la infamia

 


Sé que terminé de leer este libro el 19 de julio de 1986. Es decir, que han pasado treinta y seis años. Y no ha perdido ni un gramo de la fascinación que entonces me produjo (fue una de mis primeras lecturas del argentino Jorge Luis Borges). Ahora, en este verano de 2022, vuelvo a él con canas, arrugas y los primeros alifafes de la edad (gracias, Azorín, por la palabrita). Y vuelvo a sentir una total y reverente fascinación por Lazarus Morell, Tom Castro, la viuda Ching, Monk Eatsman, Bill Harrigan, Kotsuké no suké o Hákim de Merv, las criaturas reales o inventadas (me da lo mismo) que Borges construyó para sus lectores, entre cuyas filas me encuentro desde hace décadas.

Podría poner más palabras a esta nota, resumiendo argumentos, calificando con adjetivos laboriosos sus aciertos infinitos, o resaltando las metáforas inigualables que Borges engastó en sus páginas. Para qué. “Tanta soberbia el hombre, y no sirve más que pa juntar moscas”, comenta uno de los personajes del argentino. Pues así es. Un dios no necesita adoradores, ni feligreses, ni oraciones, ni cirios, ni iglesias: sólo un silencio admirativo, una gratitud eterna. Y Jorge Luis Borges fue (y es) un dios para mí.

Siempre en deuda, maestro.

miércoles, 15 de junio de 2022

Tierra y agua

 


Me concedo la alegría de leer una obra que fue galardonada en el XXX premio de novela Ciudad de Jumilla y de la que es autor el magnífico Paco Rabadán Aroca.

En esta ocasión, el novelista nos sitúa en los primeros años del siglo XVI, en la localidad de Santarén (muy cerca de Qantarat Asqaba), junto al río Blanco (o, por decirlo con toponimias actuales, la Alcantarilla que duerme junto al río Segura). Allí conocemos a los componentes de la familia mudéjar donde se ha criado el niño Ayman, entre vecinos pacíficos (Imad) o malévolos (Kadar), que tienen que sobrevivir en un mundo donde la religiosidad católica dominante los oprime y mira con desdeñosa altanería. Se dedican a cultivar unas tahúllas de tierra fértil, de las que obtienen todo lo que necesitan para tirar adelante… hasta que un día se produce un espantoso crimen, del que se acusa al padre de Ayman, quien es inmediatamente detenido y conducido a prisión.

A partir de ese momento, el niño se obstinará en descubrir quién ha podido ser el auténtico autor del crimen y cuáles han sido sus motivaciones. Además, logrará desenterrar (con la ayuda del viejo Faris) un antiguo cofre, cuyo enigma logrará sorprender a los lectores de la obra.

Con un dominio notable de los resortes novelescos, Paco Rabadán nos lleva de la mano por un mundo cerril y primario, donde los odios, las venganzas, la codicia o el desprecio dominan a los personajes, que sobreviven luchando a brazo partido en un mundo agrícola dominado por la tierra y el agua.

Sin duda, una obra que merece la pena leer. Búsquenla.

lunes, 13 de junio de 2022

El 53 de Gilmore Place

 


De vez en cuando, el azar ha puesto delante de mis ojos la obra literaria de algún autor que al principio me gusta, después me convence y finalmente termina convirtiéndose en adictivo. El caso de Jesús Zomeño es una buena muestra. Lo conocí por sus cuentos sobre la Iª Guerra Mundial, que me fascinaron, y desde entonces he procurado leer sus páginas, que siempre me embriagan con su alta calidad y con su solidez de mármol. Recientemente, la generosidad de la editorial Contrabando y la del propio autor han hecho que llegue a mis manos una novela que lleva por título El 53 de Gilmore Place y que es la segunda que publica el autor albaceteño.

Es un texto rico, ambicioso y poliédrico, que tiene como protagonista central al mismo personaje que ya conocíamos desde El cielo de Kaunas y que se desarrolla en mi opinión en tres planos fundamentales: el primer plano lo constituye la vida profesional del protagonista, un policía incómodo para sus compañeros y al que todos están sometiendo a una presión laboral casi insoportable (una oficina mal iluminada, atención a ciudadanos locoides, presencia de bichos en los cajones), que culminará con atentados personales de mayor crudeza y peligrosidad; el segundo plano se centraría en el vínculo que establece con Adam, un escocés que vive en Edimburgo y que ha descubierto en el patio de su casa los restos de un antiguo cadáver, cuya identidad querría esclarecer; el tercero, la novela que el policía está escribiendo y que, ambientándose en la casa de Adam (el número 53 de Gilmore Place), fantasea con un novelista que se instala allí para resolver un viejo asunto. Ese triple juego (mobbing, investigación, escritura) obliga a Jesús Zomeño a orquestar y mantener un delicado equilibrio narrativo que no sofoque ni aturda a los lectores, mientras les va ofreciendo los distintos ingredientes de la historia; y a fe que lo consigue con una elegancia, una calidad y un magnetismo insuperables.

El lector que fije su mirada en el libro observará que una bomba SC 250 aparece en su cubierta. No es ilustración caprichosa, sino bien significativa, porque es la protagonista de uno de los planos novelescos. Alrededor de ella construye nuestro novelista un espacio metafórico de alta intensidad, que les invito a descubrir. Si quieren conocer a Mateo, a Agus, a Devdan, a la señora Bridges, a Albert Ginestà, a Cadence Hewitt o a Wade Crane, no duden en adentrarse en esta novela densa y sugerente. Piérdanse en sus laberintos. Saldrán deslumbrados.

sábado, 11 de junio de 2022

El candelabro enterrado

 


Es solamente un niño judío de 7 años, que se llama Benjamín y está durmiendo. Pero su vida se verá alterada cuando las manos de su abuelo lo despierten y le indiquen que se levante sin hacer ruido: el anciano rabino Eleazar, que acaba de organizar una comitiva de ancianos, necesita que los siga en plena madrugada camino del puerto, donde los vándalos están a punto de partir con todos aquellos tesoros que han saqueado en Roma. Incluido el candelabro sagrado de Moisés, el único símbolo que a los hebreos les queda: la menorá. Corre el año 455.

Así empieza esta novela, magnífica, redonda, emocionante, de Stefan Zweig, que traduce Joan Fontcuberta para el sello Acantilado. En ella nos encontramos con un relato subyugador, lleno de fe y ternura, de esperanza y sorpresas, que se inicia cuando el niño Benjamín, intentando que no embarquen la menorá, sufre una brutal fractura de brazo, que lo acompañará el resto de su vida. Por ello, todos los conocen desde ese momento como Benjamín Marnefesh, el sometido a amarga prueba.

Saltemos ahora hasta la ancianidad del protagonista, porque cuando bordea los 87 años le llega la noticia de que la menorá ha sido trasladada a Bizancio. Es la oportunidad de presentarse ante el basileo Justiniano y solicitar que devuelva al pueblo judío su símbolo sagrado, gracia a la que el emperador se niega, con tanta crueldad como regodeo. La desazón y la tristeza invaden a Benjamín, que pide a Dios la muerte, ya que no le quiere conceder la felicidad de recuperar el milenario candelabro de Moisés. No obstante, su petición no es atendida, porque el Señor tiene otros planes para el venerable anciano; y los descubrirá cuando aparezca ante sus ojos el orfebre Zacarías.

Dueño de una capacidad narrativa envidiable, Stefan Zweig deja en esta novela varios momentos de altísima calidad: la descripción del saqueo de Roma por los invasores vándalos; el discurso que Eleazar pronuncia ante el niño Benjamín, que lo guarda en su memoria, aunque no lo entiende bien; o el instante en que el anciano emisario judío se presenta ante el emperador de Bizancio, que se dibuja con elementos casi hollywoodienses. Y, por supuesto, el final de la novela, con el que reconozco haber llorado: tanta es su belleza.

Adoro a Stefan Zweig.

miércoles, 8 de junio de 2022

Los muertos de las guerras tienen los pies descalzos

 


Que el género negro es ahora mismo uno de los más frecuentados y leídos de España no es información que pueda sorprender a nadie: los escaparates de las librerías están repletos de títulos de esa temática, proliferan las Semanas donde se habla de ellos (Getafe, Gijón, Valencia, Cartagena, Córdoba), hay editoriales que publican mucho y bueno en el ámbito negro (estoy pensando en Erein) y los periódicos ofrecen continuas informaciones en sus páginas culturales sobre sus autores más significativos.

Precisamente ahora acabo de terminar una novela de ese tipo, que me ha gustado muchísimo y que tiene la particularidad de que dos autores experimentados del género (Alfonso Gutiérrez Caro y Antonio Parra Sanz) unen sus talentos para redactarla. Y no sólo unen sus talentos, sino que unen (en un consorcio simpático y altamente eficaz) a sus criaturas narrativas, que suman fuerzas para resolver un complicado caso: Alfonso Gutiérrez aporta a Samuel Alonso, quien recibe el encargo de localizar a un chico llamado Cristian; y Antonio Parra añade a Sergio Gomes, que debe localizar a una chica llamada Carmen. Los hilos de sus largas investigaciones los llevan a confluir en Mister Witt, mítico local cartagenero; y deciden trabajar juntos después de descubrir que Carmen y Cristian son pareja.

Nadie, absolutamente nadie, saldrá defraudado de esta lectura. Los lectores de Cartagena se encontrarán con el instituto Mediterráneo (donde enseña Ascensión y al que se acerca su marido Rocamora), con la polifacética artista Ana Ballabriga o con la joven cantante Lydia Martín. Los lectores amantes del género negro se encontrarán con persecuciones, disparos, traiciones, robos de dinero, matones inquietantes, golpes en la nuca, pasadizos secretos, hospitales y policías. Y los lectores (simplemente eso: lectores) se encontrarán con un continuo despliegue de humor, ironías, excelentes descripciones, sintaxis admirable y unos diálogos tan convincentes como inolvidables.

Si quieren disfrutar este verano de una novela estupenda (o regalarla), pueden acudir sin dudar a Los muertos de las guerras tienen los pies descalzos, editado por Cosecha Negra Ediciones. Creo que me agradecerán el consejo.

lunes, 6 de junio de 2022

Algo pasa en el mundo

 


Hay dos autores a los que temo profundamente, porque cada uno de sus libros me gusta más que el anterior, pero también me hace más daño que el anterior: Emil Cioran y Miguel Sánchez Robles. No puedo (ni quiero, porque me fascinan) evitar nunca su lectura: me abren los ojos de tal manera, me abren la mente de tal manera, que la luz que procuran me hiere como un estilete, me perfora y me aniquila, como le ocurría a la rusa mala de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Y como Cioran está muerto, no tengo problemas en reconocer que el autor vivo que más me perturba, que más me afecta, es el caravaqueño Miguel Sánchez Robles. Incapaz de despegarme de sus páginas una vez que las he abierto, noto que su mirada sobre el mundo y sobre el ser humano me desgarran, porque me obligan a situarme en el punto de vista que él adopta. Y sufro. Y noto que me duele. Y no lo dejo.

Manu, el Magra, es un chico que ha ido atravesando experiencias traumáticas en su vida (incluida una estancia en la cárcel) y que mira su interior y su alrededor con la lucidez de quien se ha lavado los ojos de forma definitiva y contempla los horrores, desviaciones e insensateces del mundo. Tiene a su lado a Marta, una chica que ha pasado por la droga y por la enfermedad; tiene a su lado a los amigos bebedores del Mar Báltico, un bar periférico donde la rareza y la anormalidad son aceptadas como rasgos hermosos; y tiene a su madre, a quien le escribe de forma continua cartas, observaciones y poemas, explicándole que cada vez entiende y ama menos el mundo que lo rodea. Sufre (así se pregona desde el subtítulo de la novela y se explica con detalle en las páginas finales del volumen) el síndrome de Hybris, que le otorga una visión cristalina e hiriente de la pantanosa realidad del mundo.

Con esta obra, que es pura lucidez, pura poesía, pura belleza desgarrada, puro bisturí, puro puñetazo en la boca del estómago, puro colirio, puro trago de alcohol, pura luz, Miguel Sánchez Robles obtuvo el XXXI premio Torrente Ballester en el año 2019. Serían ustedes muy insensatos si no la leyeran.

viernes, 3 de junio de 2022

El ladrón del cementerio

 


A un narrador avezado le basta en ocasiones una pequeña anécdota para que la imaginación se lance a dibujar arabescos sobre los papeles y consolide una historia novelesca llena de meandros e interés. Es lo que ocurre con José María López Conesa, quien tuvo acceso a una de esas anécdotas (un chico que robaba huesos de un camposanto) y dejó que germinase durante largo tiempo hasta que ahora se ha convertido en El ladrón del cementerio, la novela que acaba de publicar el sello Tirano Banderas.

Partiendo de un grupo de tres personajes protagonistas (Antonio, un profesor que ya está jubilado, y su esposa Yaiza, a quienes se une su médico de cabecera, Jacinto Castillo) se nos invita a viajar hacia atrás en el tiempo, para conocer cómo el pasado del doctor es mucho más extraño y turbulento de lo que su situación actual nos permitiría deducir: una novia que le dejó profundísima huella y que se separó de él por motivos dramáticos; una hermana (la Nena) que decidió asumir todos los gastos de su enseñanza universitaria; unos hermanos más pusilánimes o desdibujados, pero que terminarán adquiriendo en la narración un papel crucial; y un inquietante profesor llamado don Diego, del que Javier recibe lecciones y del que terminará descubriendo una faceta sacrílega que lo llevará por el camino erróneo.

Cualquier lector que se sumerja en esta historia descubrirá, sobre todo, un sentimiento que late con poderosa fuerza en el volumen: el amor. Y ese amor, por vías diferentes, conducirá a los protagonistas hacia desvaríos asombrosos: a Jacinto lo llevará hasta los arrabales de la locura, hasta el borde del abismo, hasta la cárcel; a don Juan lo llevará hasta la confianza irracional, hasta el más absurdo despojamiento; a la Nena la conducirá hasta el rencor, hasta la venganza, hasta el crimen. Ese lector (que puedes ser tú) descubrirá también emociones de elevada intensidad en este libro, como la muerte, la ambición, la debilidad y el azar, que se mezclarán de explosivos modos para que su respiración se vea de continuo alterada.

El resultado es una novela (undécima publicación del autor) de aire elegante y gran soltura en los diálogos, que merece la pena leer.

miércoles, 1 de junio de 2022

Espinosa Pardo

 


Tendría yo unos diez u once años cuando, rebuscando en un armario del despacho de mi padre (la infancia y sus “tesoros”), encontré un grupo de ejemplares de la revista Cambio 16. Como no tenía nada mejor que hacer, les eché un vistazo, sin entender nada, pero se me quedaron dos titulares en la memoria, no sé por qué. El primero, “El abrazo de Europa”, donde aparecían Willy Brandt y Felipe González; el segundo, “Independencia elevada al Cubillo”, sobre un líder canario. No conocía a ninguno de los tres personajes, pero con el paso de los años fui obteniendo más informaciones de los dos primeros. Antonio Cubillo, en cambio, se diluyó en la memoria… hasta que Paco López Mengual ha vuelto a traerlo a mi memoria con la edición de su libro Espinosa Pardo (Historia de un confidente), bajo el sello La Fea Burguesía.

He descubierto así la figura misteriosa, trampantójica y sorprendente de José Luis Espinosa Pardo, un hombre que se relacionó (iba a decir que “perteneció”, pero el verbo no resulta exacto, porque una vez acabado el libro comprendes que Espinosa nunca perteneció a ningún sitio, persona o ideología) con el GRAPO, con el PSOE, con el independentismo canario y argelino, con el PCE, con los servicios de inteligencia, con el mundo de la carpintería, con la UGT y con mil ámbitos más. Nunca quieto. Nunca claro. Nunca rectilíneo. Un ser de nieblas y de meandros, que traicionó y fue traicionado, que participó en luchas y extrañas financiaciones ilegales, que viajó por varios países, fue abrazado por líderes de toda condición, y acabó muriendo pobre y solo en un lugar perdido de Murcia, casi nonagenario. Fue (y utilizo las palabras inmejorables de Paco López Mengual) “uno de los supervivientes de la parte más desconocida y mugrienta de la Transición” (pág.185). Y resultaba imposible no escribir una historia sobre él.

En este tomo, fruto de largas investigaciones, entrevistas y rastreos descubrimos esas partes invisibles que nos rodean y que nos empeñamos (por higiene mental) en no investigar: las mentiras y avaricias y traiciones y megalomanías de los políticos, las mezquindades del poder, la pestilencia que expelen las cloacas de todos los Estados. Y descubrimos cómo una persona intrépida, osada y dúctil pudo bracear en ese mar bravío durante años, sobreviviendo a naufragios y oleajes, para terminar llegando a la costa, como Odiseo, envejecido, cubierto de algas y desorientado.

Paco López Mengual elabora un libro que contiene una historia y también la construcción de una historia. Es decir, que vemos no solamente a Espinosa Pardo, sino también al propio Paco, su perseguidor (cortazariano), en capítulos alternos, para ofrecernos un valioso trabajo de documentación y de imaginación que participa de la novela, de la biografía y de la reconstrucción histórica. O, para decirlo con una fórmula contenida en el volumen, “una rocambolesca historia real con todos los ingredientes del género negro” (pág.25).

Desde el punto de vista literario, Espinosa Pardo (Historia de un confidente) es un libro tan entretenido y fascinante como todos los del autor. Desde el punto de vista técnico, creo que el mejor de los suyos.

Imprescindible.