jueves, 29 de junio de 2023

El estado de la unión

 


Tom es un hombre de letras, que siempre ha sido fanático de Dylan, planea escribir un libro y, aunque actualmente se encuentra en paro, ha trabajado durante algún tiempo como crítico musical. Louise es médica (su especialidad es la gerontología) y adora leer por las noches en la cama. Llevan casados quince años, tienen dos hijos y su vínculo amoroso se encuentra en un punto de inflexión desde el momento en que él descubrió que ella le estaba siendo infiel. De hecho, Tom ha decidido irse de la casa durante un tiempo. Necesita pensar. Necesita saber qué siente y cómo afrontar el futuro. Pero ninguno de los dos se resigna a arrojar la toalla de manera definitiva, así que deciden acudir a terapia de pareja con el fin de clarificar sus sentimientos.

Ese hilo argumental es el que utiliza Nick Hornby en esta recentísima novela que ha publicado el sello Anagrama, en la traducción de Jaime Zulaika. Y conforma con él diez pequeños ovillos (“Un matrimonio en diez partes”, se subtitula la obra) que nos van ayudando a entender la mentalidad, los miedos, las inquietudes, las decepciones, las zozobras, los quebrantos de estos dos seres heridos, que a veces parecen encontrarse en las antípodas (él votó a favor del Brexit y ella en contra) y que a veces parecen almas gemelas. Ambos tienen motivos sobrados para irse y para quedarse, para rendirse y para luchar, para protestar y para pedir perdón, para hablar y para callar, para llorar y para reír… Nos pasaría a cualquiera de nosotros: todos tenemos luces y sombras en el corazón, todos tenemos (como dice la canción de Vetusta Morla) una colección de medallas y de arañazos.

El estado de la unión es una novela intensa y de caminos ásperos, que nos sitúa ante espejos no siempre complacientes, que recomiendo leer de forma reflexiva, sin más testigo que tu propia conciencia. Te removerá.

martes, 27 de junio de 2023

El honor perdido de Katharina Blum

 


En 1981 apareció, con gran explosión mediática a su alrededor, la novela Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez (quien ganaría el premio Nobel al año siguiente); pero en 1974 ya había sido publicada la novela El honor perdido de Katharina Blum, del colonés Heinrich Böll, quien había obtenido idéntico galardón dos años antes. Conecto ambos libros por una razón poderosa: porque, siendo muy similar el “espíritu” que los mueve (la reconstrucción de un homicidio a base de narrar sus acciones hacia adelante y hacia atrás, desmontando el orden cronológico en forma de piezas de un puzle), es justo indicar que la obra del alemán es previa.

Efectuada esa precisión, indiquemos algo más sobre la historia de Katharina. Se trata de una empleada del hogar a quien, de pronto, todo se le pone patas arriba en su vida: por sorpresa (tiene fama de ser austera y algo rígida, hasta el punto de que muchos la conocen como “La monja”), ha dedicado toda una tarde de fiesta a bailar afectuosamente con un hombre llamado Ludwig Götten; y después se ha descubierto que este sujeto, acusado de varios delitos bastante graves, estuvo en la vivienda de Katharina, de donde se fugó de modo misterioso pese a que todas las entradas del edificio estaban vigiladas por la policía. De súbito, ella ha pasado a ser “cómplice” de un delincuente, y el PERIÓDICO (así lo menciona siempre el novelista alemán, con unas mayúsculas entre irónicas y señaladoras) decide convertirla desde ese momento en objetivo de sus sospechas, asechanzas y hasta persecuciones: indagan en su vida privada, lanzan todo tipo de rumores sobre su orientación política y su honradez personal, agobian a su madre (que se encuentra hospitalizada después de una grave intervención quirúrgica)… Ese asedio llega a un nivel tan sofocante que Katharina, pese a su timidez, decide ponerle freno de una forma urgente y expeditiva.

Crítica durísima e inequívoca a los excesos intimidatorios de la prensa (que puede convertirse en persecución aniquiladora), El honor perdido de Katharina Blum es una novela de estructura perfecta y de avance riguroso, gélidamente inapelable y exquisitamente literaria. Me ha fascinado la meticulosidad del lenguaje de Böll y la manera en que sus personajes también se mueven en una atmósfera de rigor semántico y de emociones perfiladísimas. Repetiré con este novelista.

domingo, 25 de junio de 2023

Sonata de otoño

 


Quizá sea hora, treinta años después, de releer e incluir en este Librario íntimo las Sonatas del sorprendente, vertiginoso y elevado Ramón del Valle-Inclán, así que vuelvo a ellas por orden cronológico y disfruto de la Sonata de otoño, publicada originalmente en 1902, que se abre con la carta que recibe Xavier, marqués de Bradomín, en la que su prima y antigua amante Concha le explica que se encuentra en trance de muerte en el palacio de Brandeso y que querría disfrutar de su compañía en los días últimos. Conmocionado por la misiva, el marqués se desplaza hasta allí y, aunque la muchacha está muy desmejorada, extrema con ella su galantería (“Antes eras la princesa del sol. Ahora eres la princesa de la luna”). Desde ese momento, se inicia un período de recuperación pasional y también de remembranza de los años pasados, en el que ambos intentan disfrutar de las mieles postreras de un amor que los empapó siempre, pese a que ella estuviera casada (“con un viejo”) y que él, como impenitente donjuán, no eludiese el coqueteo con otras damas.

Concha despliega ante Xavier su sinceridad más descarnada (“Sólo una cosa le he pedido a la Virgen de la Concepción, y creo que va a concedérmela… Tenerte a mi lado en la hora de la muerte”); y Xavier, elegante e irónico, no puede evitar comparar los tiempos actuales con los pasados (“Confieso que mientras llevé sobre los hombros la melena merovingia como Espronceda y como Zorrilla, nunca supe despedirme de otra manera. ¡Hoy los años me han impuesto la tonsura como a un diácono, y sólo me permiten murmurar un melancólico adiós!”). Cuando la muerte por fin acontece, el seductor marqués muestra el temple de su espíritu, pensando más en sí que en la difunta, en un ejercicio de egoísmo que asombra al lector: “¿Volvería a encontrar otra pálida princesa, de tristes ojos encantados, que me admirase siempre magnífico? Ante esta duda lloré. ¡Lloré como un Dios antiguo al extinguirse su culto”.

Sigue gustándome la prosa de Valle, aunque también es verdad que la sobreabundancia de adjetivos la vuelve por momentos sofocante. Séale perdonado ese exceso al excesivo don Ramón.

jueves, 22 de junio de 2023

Lucía

 


No hay forma humana de abandonar una novela de Lola Gutiérrez; ni tampoco de aburrirse con ella. Son tantas las peripecias que zarandean a los personajes, tantas las emociones que atraviesan sus pechos, tantos los diálogos magníficos que la autora esmalta en sus páginas que resulta imposible no experimentar la felicidad de haber elegido, una vez más, un libro suyo. Me ha vuelto a ocurrir con Lucía, su última entrega en la editorial MurciaLibro.

De la mano siempre sabia y siempre brillante de la autora viajamos por Galicia, por el Levante español, por Italia, por Filipinas; conocemos a todo tipo de personajes (desde contrabandistas hasta generales, desde nobles hasta plebeyos); se nos invita a conocer burdeles, barcos mercantes, cafés célebres, mansiones señoriales, plantaciones, puertos marítimos; y se nos proponen varias historias que, por riguroso designio del Destino, terminarán confluyendo muy cerca de la Cartagena natal de la novelista. Es decir, todo aquello que sus lectores conocemos como rasgos distintivos de su narrativa, y que nos embriagan desde hace tiempo. Con Lola es siempre fácil: si has leído una cualquiera de sus obras y ha conseguido tu aplauso, también lo obtendrá la siguiente. Habrá quien sospeche que en mi afirmación existe un pliegue de reproche, y me adelanto a señalar que no es así, de ninguna manera: Jorge Luis Borges decía de sí mismo que era “decididamente monótono”, y me parece que con estas palabras señalaba la virtud más notable de los grandes escritores: ofrecer siempre el mismo mundo a las personas que tienen la gentileza de sumergirse en sus libros. Yo aplaudo esa línea de trabajo. Entiendo que otras personas prefieran una pluma en constante mutación o en continua búsqueda de expresiones diferentes. Perfecto. En mi caso, prefiero que Baroja sea siempre Baroja, que Muñoz Molina sea siempre Muñoz Molina y que Rulfo sea inconfundiblemente Rulfo. Es mi forma de ver las cosas.

Lo que tenemos en las páginas de Lucía es un cúmulo de pasiones, disparos, secuestros, acosos, viajes, identidades perdidas y recuperadas, sucesos históricos mezclados con sucesos imaginarios, reflexiones sobre el amor y el azar y, sobre todo, un burbujear de vida aprisionada con palabras. Lola Gutiérrez sabe muy bien lo que está haciendo y me encanta que lo haga como lo hace: ha sido capaz de construir un modelo magnífico de novela, del que seguiremos esperando en el futuro nuevas muestras. El disfrute está garantizado.

martes, 20 de junio de 2023

En el otro cuarto

 


Todos alimentamos, durante los años de la juventud (y aun después), ambiciones. Y esas ambiciones pueden provocar que, de forma inconsciente, nos alejemos de aquellas cosas, personas o paisajes que estaban destinados a convertirse en el núcleo de nuestra felicidad. Como aquel triste personaje de Las mil noches y una noche buscamos lejos un tesoro brillante y definitivo que, en realidad, se hallaba muy cerca.

Así le ha ocurrido al viajero que, nada más abrirse el telón, vemos entrar en el cuarto azul de un modesto hotel portuario. Trae en su bolsillo una pistola; y, en su corazón, una tristeza que lo animará a usarla contra sí mismo: la amargura de haber abandonado en el cuarto contiguo, veinte años atrás, al amor de su vida. Lo hizo porque la ambición lo animó a embarcarse, buscando un futuro lleno de riquezas, de las que volvería cargado (nunca lo hizo) para reencontrarse con su amada. Ahora, maduro y desengañado además de arrepentido, ha retornado al lugar donde se inició su desdicha, para terminar con todo. Pero las voces que escucha en el otro cuarto (ocupado por una pareja joven que también se despide) lo frenarán. El chico, trasunto juvenil del propio viajero, le está explicando a su novia el impulso que lo anima (“Me dan miedo los árboles tan quietos… Me voy sin querer con cada nube que pasa… Pero las nubes se marchan, se marchan y vuelven siempre… Yo también volveré”); y el oyente arrepentido se estremece, pues esas palabras son casi idénticas a las que él usó dos décadas atrás. ¿Acaso si hablara con el muchacho y le explicara lo que ocurrió con él lograría que no repitiese su locura? Animado por ese objetivo, se acerca hasta el chico y le detalla los pormenores de su yerro, logrando que recapacite y se plantee la posibilidad de renunciar a su alborotado proyecto de viaje. No obstante, puesto que hay una pistola en escena, lo esperable es que sea usada. Y, en efecto, suena un disparo.

Pieza breve, de sólido lirismo y de ardua penetración psicológica, En el otro cuarto nos retrotrae a todas las bifurcaciones en las que tuvimos que optar por un sendero. Tan sencillo como terrible.

domingo, 18 de junio de 2023

El miedo de los niños

 


Pocas cosas hay más terribles, más sofocantes, más tenaces y más angustiosas que los miedos infantiles: esos pánicos y esas obsesiones que, como estigmas, se clavan en el corazón y en el alma. Todos (miente o tiene mala memoria quien se excluya de la nómina) sufrimos alguno, que nos dejó huella. En este relato, que ilustra María Rosa Aránega, redacta Antonio Muñoz Molina y publica el sello Seix Barral, se nos habla de uno de aquellos viejos miedos, centrándose en dos primos llamados Bernardo y Esteban. El primero lleva un aparato ortopédico, desde que sufrió poliomielitis, y dispone de una imaginación siempre activa, que puebla con macabras historias de tísicos que se desplazan en coches oscuros a la caza y captura de niños incautos, a los que extraerán su sangre para entregársela a los enfermos que pueda pagarse ese sanador comercio clandestino; el segundo es su fiel acompañante, que vivirá siempre atenazado por el terror que su primo le inocula con sus historias y que tragará saliva cuando algún indeseable se siente a su lado en el cine y, con paralizante frialdad, deposite su mano adulta sobre los muslos y la bragueta infantil.

Ese universo de pánicos adquirirá unas dimensiones espantosas cuando, hallándose Esteban enfermo en su cama, su primo Bernardo desaparezca a la salida del colegio y sea encontrado, con fiebre y agitadísimo, muchas horas después. Una vez a solas, le dirá a un asombrado Esteban que tuvo un encuentro feroz con un hombre y que, por fortuna, logró golpearlo hasta darle muerte. ¿Qué ha ocurrido, en realidad? ¿Es cierto que Bernardo ha cometido un crimen? ¿O se trata de una mentira que esconde hechos más tristes y bochornosos?

Con la pericia a la que nos tiene acostumbrados, Antonio Muñoz Molina esculpe para nosotros una historia ancestral sobre la congoja, el desconcierto y la extrema vulnerabilidad del ser humano durante su infancia, ese tiempo de canicas, sombras amenazantes, mochilas viejas, noches de pesadilla y vergüenza, que en sus manos se convierte en una joya lánguida, melancólica y memorable.

viernes, 16 de junio de 2023

El amor del gato y del perro

 


Dos personajes (un hombre y una mujer) le bastan a Enrique Jardiel Poncela para mantenernos pegados a las páginas de la obra teatral que titula El amor del gato y del perro. Ambos se encuentran en una pequeña salita y dialogan de una forma muy seria e intensa, porque ella (Aurelia) es una muchacha obsesionada con la idea de ser feliz y él (Ramiro) es un novelista de éxito, al que la joven recurre para interrogarlo sobre la forma de conseguirla, suponiéndolo un perfecto conocedor del corazón humano. Apenas más. Jardiel era tan brillante (fue nuestro Oscar Wilde) que no necesita más soporte argumental para ir hilvanando opiniones de gran lirismo, toques de humor y sutiles análisis del alma.

“La felicidad” (le dice a Aurelia) “es una postura del espíritu”. Le dice también que el amor se inicia ineludiblemente como atracción física y que la causa de la mediocridad de los bípedos implumes hay que buscarla en su origen (“Eva fue blanca, y Adán fue negro, y la unión de ambos ha producido una Humanidad gris”). Pero posiblemente el momento más conmovedor de la pieza acontece casi al final, cuando Ramiro detalla su teoría sobre los animales domésticos: si adoras a los gatos es porque perteneces al grupo de personas que necesita amar; mientras que si prefieres aproximarte a los perros es señal inequívoca de que necesitas ser amado. Aurelia, asombrada por este peculiar análisis, le plantea una duda: ¿y si no sientes predilección por ninguno de esos dos animales? ¿Qué ocurre si ambos te resultan indiferentes? Ramiro abre unos ojos como platos y emite su dictamen: “Gentes siniestras” (expele) “Huya usted siempre de esas gentes: son las basuras de la Humanidad”.

Un diálogo encantador, equilibradamente serio y cómico, de gran fuerza teatral, que nos devuelve al gran Enrique Jardiel, del que nunca conviene distanciarse demasiado.

miércoles, 14 de junio de 2023

Polvo en los zapatos

 


A mí también, como al autor de este libro, me gusta la lectura de diarios, dietarios, memorias, epistolarios y otros modelos de escritura íntima, incluso cuando se vierte en formato periodístico. Así que resultará fácil deducir el alto grado de disfrute que he obtenido con este Polvo en los zapatos que, inspirado por Ángel Montiel, titulado por Teresa Piqueras y redactado por mi admiradísimo Manuel Moyano, acabo de devorarme.

Es un volumen poliédrico, en el cual los genes británicos, godos, musulmanes, eslavos y judíos del autor (véase la página 343) se activan para hablarnos de libros, lugares, no-lugares, tabernas y ventorrillos visitados, libros adquiridos (y sellados) en todo tipo de países, devociones musicales, encuentros, perplejidades, películas, actuaciones en el Festival del Cante de Las Minas, paseos en bicicleta y, en fin, las mil incidencias y recodos que toda vida tiene y que las personas que saben mirar advierten con inteligencia. Porque el espíritu de este volumen trata precisamente de eso: de conformar unas “notas de andar y observar” (rótulo que mejora semánticamente el de Ortega y Gasset) en las cuales queden encapsuladas y palpitantes las emociones del vivir y del morir, del hablar y del escuchar, del admirar y del detestar. Las emociones del corazón.

Adentrándome en estas páginas he podido, además, ver a las personas a quienes conozco (Pepe Colomer, Miguel Ángel Hernández Navarro, Fulgencio Susano García, Paco López Mengual, Juanjo Ayllón) desde los ojos de Manuel, lo que me permite acceder a una visión otra: aquella que me muestra a mi amigo Manolo mostrando a mi amigo X. (E incluso verme a mí mismo, valga la inmodestia, presentando un libro y siendo observado por Manolo; o comunicándole la muerte de un entrañable poeta que nos dejó hace cuatro años). Una curiosa sensación, que no dudaría en calificar de cinematográfica y que me ha resultado sumamente interesante.

Afirmaba Jean-Paul Sartre que el problema de llevar un diario es que tenía uno que mantenerse todo el día alerta, y que “forzaba” la mirada para que todo se transformase en “anotable”. Es posible que ambas cosas sean ciertas, pero no es menor verdad que esa tensión íntima del autor se convierte en placer literario en quienes nos encontramos al otro lado de la página. La “vida vivida” (usemos esa fórmula imperfecta) se transmuta gracias al delicado formol de la palabra en “vida aprehendida” (y ojalá que en “vida aprendida”).

Quienes decidan acercarse a estos textos han de saber que Manuel los va a llevar por medio mundo (España, Polonia, Italia, Francia, La India); les va a hablar de su familia, de sus abatimientos y alegrías; y los va a informar sobre su indeclinable pasión por Bob Dylan, su fervor lovecraftiano o su admiración infantil por Félix Rodríguez de la Fuente. Un extenso muestrario de desnudos parciales que, quizá, unidos nos sirvan para conocer de manera más profunda a uno de los narradores más sólidos y elegantes de la actual literatura española. Y si alguien sospecha que esa etiqueta se la adhiero por el hecho de ser mi amigo, no hay problema: que haga la prueba leyendo cinco o seis páginas de esta obra o de cualquier otra de las suyas. A ver quién es el guapo (o la guapa, o el guape) que me contradice.

lunes, 12 de junio de 2023

Deje su mensaje después de la señal

 


No había leído, hasta este momento, ninguna obra de Arantza Portabales. Y ahora, por fin, lo hago con Deje su mensaje después de la señal, publicada por Lumen. La experiencia (lo aclararé desde el primer párrafo, para que no puedan surgir dudas) ha sido muy gratificante, sobre todo por la elegancia que la escritora ha mostrado en el desarrollo y cimentación de la novela.

Contemplemos las cuatro figuras femeninas que se sitúan en los vértices del cuadrilátero narrativo: la primera es Marina, una abogada que nunca ha querido ser madre y que ha sido abandonada por su esposo; la segunda es Carmela, una anciana a la que acaban de descubrir un durísimo cáncer con metástasis, que le arrebatará la vida en pocos meses; la tercera es Sara, una chica de familia rica que atraviesa una situación anímica muy dura y que ha pretendido esquivarla con la ingesta de un buen montón de pastillas; la cuarta es Viviana, una muchacha que, de cara a su entorno, trabaja en unos grandes almacenes, pero que lo hace realmente en un prostíbulo llamado Xanadú. Todas ellas han decidido establecer comunicación telefónica con sus seres cercanos (un marido, un hijo, un terapeuta, un padre), aunque por diferentes causas han optado por dejar sus mensajes en los contestadores. En esencia, la novela se basa en ese mecanismo narrativo, tan ingenioso como aparentemente limitado.

Pero (y es el talento de Arantza Portabales el que lo hace posible) página a página se van produciendo revelaciones sorprendentes, conexiones entre los personajes, hilos que unen las historias, y vamos comprobando con asombro que la telaraña es cada vez más densa, más emotiva. ¿Qué infidelidad hubo antes de la ruptura entre Marina y su esposo? ¿Quién la provocó y por qué? ¿Qué remordimiento secreto empapa el corazón de Carmela, tras haberle ocultado algo primordial a su hijo? ¿Cuál es el motivo real por el que Viviana se adentró en el mundo del sexo? ¿Qué vínculo inesperado la une con una de las personas más mencionadas del libro? Secreto tras secreto, lágrima tras lágrima, Arantza Portabales nos entrega esta historia de amores, venganzas, vilezas, decepciones, mentiras, muertes y amaneceres. Una historia de tristicidad y de felicideza (son los hermosos términos que ella utiliza) que se adhiere a la piel del corazón y que resulta difícil de olvidar.

Repetiré con la autora.

domingo, 11 de junio de 2023

El Judas de Leonardo


 

El prior del convento de Santa Maria dell Grazie es un hombre que, a pesar de su bonhomía y lata paciencia, se encuentra irritado. Sabe que Leonardo da Vinci es un pintor que goza de gran crédito, respetable y posiblemente genial, pero el modo (a su entender inicuo) en que está posponiendo la conclusión de La Última Cena lo saca de sus casillas. ¿Se trata de un caso flagrante de apatía, de desprecio? El polímata florentino rechaza esas acusaciones y explica que, por el contrario, la causa de su lentitud hay que buscarla en una obsesión que lo corroe y lo paraliza: necesita encontrar una persona que, en su rostro y en su alma, atesore la vileza infinita de Judas, a quien Jesús “no perdonó” (p.23). Podría conformarse, como es natural, con cualquier cara, o incluso pintarla sin recurrir a un modelo real, pero eso lo convertiría a su entender en un mero retratista: Leonardo anhela pintar el alma de Judas, que emerja e impregne la imagen toda de la figura pintada.

Casualmente, se cruza en su camino la historia de Joachim Behaim, un mercader de Bohemia que ha acudido a Milán guiado por dos propósitos fundamentales: el primero, vender dos soberbios caballos a un acaudalado noble de la localidad; el segundo, recuperar los diecisiete ducados que su padre debería haber recibido mucho tiempo atrás de un miserable usurero que se apellida Boccetta. Después de varios encuentros, en los que resulta inútil el empleo del sentido común y la apelación a la justicia, Behaim ha comprendido que no recuperará su dinero de forma amigable: Boccetta no se aviene a súplicas, documentos firmados o razones. Es hora, pues, de decantarse por métodos más expeditivos.

Convincente en la construcción de la trama, sólido en el dibujo de los caracteres y, sobre todo, espléndido en los diálogos, el austriaco Leo Perutz terminó esta novela apenas unas semanas antes de morir, a causa de un edema pulmonar. Sin duda, un gran texto, que se lee con profunda admiración.

jueves, 8 de junio de 2023

Futuros peligrosos

 


Mal cuerpo. Creo que son las dos palabras que mejor definen el estado en que me encuentro tras terminar la lectura de Futuros peligrosos, de Elia Barceló. Y no se trata de una crítica negativa, ni de un reproche a la autora: es evidente que ese propósito se encontraba entre las prioridades de su trabajo. Habitualmente, cuando alguien me pregunta qué entiendo por un buen libro, suelo responder que en mi opinión se trata de aquella obra que consigue el objetivo perseguido por quien lo ha escrito: si intentaba darnos miedo y nos lo da, si trata de llevarnos a las lágrimas y lo consigue, si se marcaba como meta hacernos sufrir y lo hace. En Futuros peligrosos, la escritora alicantina (lo juzgo evidente) trataba de remover nuestro interior, inquietarnos con las posibilidades más oscuras del porvenir y la asechanza de sus peores pesadillas. El objetivo, desde luego, se cumple con gran eficacia, porque Elia Barceló es una narradora de solidísimo pulso: sabe activar siempre los mejores recursos para conseguir sus propósitos.

Imaginemos por un momento que fuera posible disponer de unos seres que, en apariencia todopoderosos, fueran capaces de satisfacer todos nuestros caprichos, del tipo que sean; imaginemos que la empresa que estudia nuestra contratación estuviera facultada para recabar datos de cámaras urbanas, redes sociales y correos electrónicos no encriptados, con el fin de conocernos más; imaginemos que la vigilancia de nuestra salud llegara a los extremos de prohibir el tabaco, el alcohol, los azúcares, las grasas y otros peligros, convirtiéndonos en grises seres longevos, macerados por la languidez; imaginemos que la ingeniería genética nos permitiera disponer de un cuerpo más joven y sano que el nuestro, usurpándolo a su legítimo propietario; imaginemos que la clonación activase un protocolo, en virtud del cual dispusiéramos de “recambios” para no morir del todo; o, en fin, imaginemos (y con ese relato vomitivo y perturbador se cierra el volumen) que se crease un programa televisivo donde los inmigrantes que llegan en pateras se convirtiesen en protagonistas de una cacería humana, cuyo premio consiste en la obtención de un contrato de trabajo para el superviviente.

Para estómagos fuertes y para mentes dispuestas a llegar al límite.

martes, 6 de junio de 2023

El orden del tiempo

 


Me aproximo hasta los poemas que componen uno de los libros iniciales de Joan Margarit, que se titula El orden del tiempo y que fue publicado en 1985. Es un poemario donde hay playas, cielos altos y oscuros, casas vacías que esperan, tiempos inciertos y tristes, luces en los cristales, música muy lenta de jazz y algunas melancolías. Hay brevedad y fogonazos de belleza, que en ocasiones se condensan incluso en formas rigurosamente clásicas (hay varios sonetos, no precisamente malos, entre estas composiciones). Hay varias reflexiones que se elevan como volutas de humo, bien hablando de la vida (“Hoy, desde la muralla, cuando caen las sombras, / pienso si no habrá sido, la vida que se escapa, / como cruzar de noche / un dulce naranjal que hemos olvidado”), bien refiriéndose a la finitud (“Un muro de palabras, no otra cosa, / es lo que nos separa de la muerte”). Hay tiernas alusiones a su hija Joana (“Sólo un vago temor por esta hija / que no saldrá jamás de su niñez”). Ese conjunto de destellos, unidos, conforman un volumen notable, aun dentro de su brevedad, donde se intuye la existencia de un poeta, aunque todavía no se alcancen las dimensiones rigurosas del poeta que acabaría siendo. Aquí, Margarit empieza a ser, pero aún no es. Lo digo con todo el respeto y con toda la admiración. Faltan peldaños. Se encuentra (y utilizo un verso extraído de la composición “Elegía para el arquitecto Coderch de Sentmenat”) justo en el límite de algo perfecto.

Gracias a la majestuosa edición que ha preparado Austral, con prólogo exquisito de José-Carlos Mainer, voy a ir adentrándome en todos los libros que me faltan de este egregio escritor catalán. Hoy ha comenzado la fiesta.

domingo, 4 de junio de 2023

Mal de escuela

 


Por interés literario, y también profesional, he leído bastantes libros donde se abordaba el mundo de la educación desde diferentes perspectivas: desde visiones noveladas (Josefina Aldecoa, Salvador García Jiménez o Ernst Jünger) o poéticas (Antonio Machado, Gerardo Diego) hasta ensayísticas (Ken Robinson o Andreu Navarra). He sopesado las ideas vertidas en esas obras y creo haber aprendido bastante con esa rica pluralidad de enfoques, que se unían a mi propio bagaje como profesor, tarea fervorosa que llevo más de treinta años intentando cumplir de la mejor forma posible… En esta ocasión, he querido sumergirme en las páginas de un autor al que conocí a través de Como una novela y al que deseaba volver a frecuentar. He optado por Mal de escuela; y creo haber acertado en mi elección.

Porque Daniel Pennac (nacido Pennacchioni) se propone un abordaje del mundo escolar desde la mirada del zoquete. Es decir, no del alumno brillante y que alcanza notas espectaculares en todas las materias; no del alumno que se esfuerza y consigue sus objetivos, con tenacidad digna de aplauso; no del alumno que abomina del sistema y escupe su desprecio sobre él. No. Pennac declara que todos esos alumnos existen, y que cada uno merece respeto y cariño por una cosa. Pero él desea que miremos desde los ojos del alumno que no entiende, que no alcanza, que se queda fuera, que se convence de su nulidad, que se bloquea ante cualquier tipo de enseñanza, por considerar que no logrará la asimilación de ningún contenido. Y lo hace porque, según propia confesión, él fue un zoquete: un chico de aprendizaje dificultoso, lentísimo, exasperante, al que sacaron del agujero dos o tres profesores con tan buena voluntad como paciencia. Dejemos que nos lo diga él mismo: “De modo que yo era un mal alumno. Cada anochecer de mi infancia, regresaba a casa perseguido por la escuela. Mis boletines hablaban de la reprobación de mis maestros. Cuando no era el último de la clase, era el penúltimo (¡Hurra!). Negado para la aritmética primero, para las matemáticas luego, profundamente disortográfico, reticente a la memorización de las fechas y a la localización de los puntos geográficos, incapaz de aprender lenguas extranjeras, con fama de perezoso (lecciones no sabidas, deberes no hechos), llevaba a casa unos resultados tan lamentables que no eran compensados por la música, ni por el deporte, ni, en definitiva, por actividad extraescolar alguna” (p.17).

Una y otra vez, Pennac (que terminó siendo profesor, pese a los augurios de sus maestros, que prácticamente lo condenaban al fracaso; y que terminó también convirtiéndose en un reconocido escritor, pese a las previsiones catastrofistas de su maestro de gramática) insiste en la necesidad de ser flexibles, de comprender cada caso de forma individual, de ser respetuoso con los ritmos de cada alumno. Y, sobre todo, asegura que “es necesario dejar de blandir el pasado como una vergüenza y el porvenir como un castigo” (p.61), porque lo único que se consigue con esos métodos es amedrentar y paralizar más aún al chico que nos está mirando desde su lado del pupitre. Y porque “en resumen, se llega” (p.89): quizá tu alumno de matemáticas sea un desastre, pero es probable que termines descubriendo unos años después que es el maravilloso enfermero que te cuida en el hospital o el simpático y feliz empleado de la gasolinera donde llenas el depósito de tu coche. Se llega.

Libro luminoso, vitamínico, muy adecuado para docentes que necesiten recargar sus pilas emocionales y profesionales.

viernes, 2 de junio de 2023

Cuerda de presos

 


El novelista barcelonés José Antonio Jiménez-Barbero no deja (y eso está bien) de sorprender a sus lectores. Y lo hace porque, contra todo encasillamiento, se desenvuelve con la misma solvencia en ambientes y temáticas muy distintas. Ya lo conocíamos buceando por la mente humana (su notable “Trilogía del psicópata adolescente”), investigando crímenes acaecidos en el ámbito académico (La Facultad), ejecutando sangrientas venganzas familiares (Diario de un maldito), abordando casos durísimos de acoso (El niño que no quiso llorar) o llevándonos de la mano hasta territorios diabólicos (El demonio escondido). Ahora, en su reciente Cuerda de presos (Cosecha Negra Ediciones), ha decidido que vayamos con él hasta la cárcel Puerto II, de Cádiz, donde confluyen varias personas muy distintas: un antiguo profesor de literatura que cometió un crimen espantoso para proteger a su hija; un chaval jovencísimo que sobrevivió al exterminio de una colla del mundo de la droga en La Línea de la Concepción; un peligroso criminal hispanoamericano llamado Hipólito; el astuto e inmisericorde Abdul, que ejerce un control despiadado sobre buena parte de los reclusos; el patriarca gitano Heredia, que lo mira todo y luego toma decisiones; el cada vez más alcoholizado Alonso Montalbán, director del centro penitenciario… Con todos esos personajes, José Antonio Jiménez-Barbero construye una trama perfectamente medida, en la que los vectores positivos (la cultura de César, la nobleza escondida de Raúl) y los negativos (una sodomización, varias violaciones, las amenazas proferidas entre dientes, las navajas apoyándose en carótidas) mantienen un equilibrio narrativo que en otras manos menos habilidosas se habría decantado hacia territorios más bien increíbles, pero que en las suyas provoca un continuo atasco de saliva en la garganta. Y qué final, oigan. Qué final.

Si deciden ustedes sumergirse en esta obra (les recomiendo que lo hagan, aunque la temática negra o carcelaria no les atraiga especialmente), descubrirán el modo brillante en que se dibuja una caída (Alonso), en que se esboza una redención (Dolores) y en que se analiza, en fin, el comportamiento humano, casi siempre ambiguo, casi siempre poliédrico. En estas páginas excelentes no hay blancos ni negros: aquí disponemos de un arco iris variadísimo, donde todos los personajes se desplazan de color a color, en función de las presiones externas o de la reflexión íntima. Quien comenzó como ángel deviene demonio, y viceversa. O quizá se trate de que, en el fondo, todos cobijamos luces y sombras, todos escondemos ciénagas y esplendores; y llega un momento crítico, un punto de inflexión, en el que nos decantamos por instalarnos en un territorio y atrincherarnos en él.

Lean a José Antonio Jiménez-Barbero. No se priven de ese placer narrativo.