sábado, 31 de diciembre de 2011

Los sueños cotidianos




El escritor José Cantabella (Murcia, 1963) no ha faltado a la cita bianual que tiene con sus lectores desde hace casi una década. Tras haber publicado tres excelentes volúmenes de relatos (Amores que matan, 2003; Historias de Chacón, 2005; Llegarás a Recuerdo, 2007) le tocó el turno a un libro de poemas (Afán de certidumbre, 2009), género al que vuelve con Los sueños cotidianos, donde brilla otra vez con la excelencia de su verbo. Tratar de resumir la belleza de un libro de versos es siempre empeño condenado al fracaso, pero permítaseme que al menos me acerque a alguna de las composiciones, que considero especialmente notables. Así, “Amantes prohibidos, prohibidos amantes” se revela como un ejercicio hondo de observación acerca del ser humano, a través de dos personas que, habiendo estado enamoradas, ahora se ignoran con meticulosa aplicación e ingresan en la invisibilidad el uno para el otro. El autor lo sintetiza en una fórmula tan sencilla como inquietante: “¿Cómo puede, el amor, ignorar su pasado?” (p.17). Otras veces será el humor el que aparezca en sus versos. Y es que, si el argentino Jorge Luis Borges afirmaba que la teología era una rama de la literatura fantástica, el poeta murciano se atreve incluso a conjeturar quién pudo ser el iniciador temático de esa convergencia; y el resultado de sus reflexiones lo tenemos en “Jonás”, cuyo protagonista afirma haber permanecido varios días en el interior de una ballena. El amor está presente en varias de las composiciones, pero sobre todo en dos: “De amores” y “Obama y tú”. El primero es uno de los poemas de amor más sencillos y más hermosos que he leído en mucho tiempo; el segundo, dedicado por el autor a su mujer, Carolina, tampoco desmerece de ese dictamen.
Pero hay muchas más cosas en Los sueños cotidianos. Quien quiera disfrutar y reflexionar con una interpretación nueva de un relato infantil tradicional puede acercarse hasta “Blancanieves” (p.35). Y si desea aventurarse en un homenaje implícito a Julio Cortázar (uno de los grandes fetiches de José Cantabella, según se desprende de sus cuentos), ahí está “Poe-más” (p. 43). Y si se desea acompañar al poeta en su languidez, qué mejor manera que acompañarlo en un trayecto ferroviario (“Viaje a Madrid”). Y si queremos reflexionar sobre la geminación inquietante de los días que constituyen nuestra existencia, sin duda el poema “Hoy” nos será de incalculable utilidad. José Cantabella, en prosa y en verso, demuestra una vez más que su visión del mundo y su estilo literario merecen un puesto respetable en las estanterías de nuestra biblioteca.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Mi querida Eva




Escribió una vez el rumano Eugène Ionesco que si la naturaleza y la fisiología fueran razonables y actuaran con sentido común los seres humanos no tendríamos los ojos en la cara, sino en la nuca, porque nos pasamos más tiempo de nuestra vida mirando hacia atrás que hacia delante. Y esa observación (que si la hubiera realizado Aristóteles gozaría de fama universal) es perfectamente aplicable a los protagonistas de la novela Mi querida Eva, del vallisoletano Gustavo Martín Garzo.
Tres son las figuras que vertebran la narración: Eva Arrizabalaga (una doctora bilbaína que se ha especializado en trasplantes de riñón y que está casada con un alto representante del opus dei), Daniel Herrero (también médico, de mediana edad, y que se encuentra inmerso en un proceso de divorcio) y Alberto Mena (trabajador en una fábrica, y fallecido unos años atrás). Cuando la historia comienza nos hallamos en Alicante, durante la celebración de un congreso urológico, y asistimos al reencuentro de Eva y Daniel, que llevan tres décadas sin verse. Esta chispa nostálgica prenderá una hoguera de dimensiones más bien aparatosas, que resucitará la memoria de Alberto Mena, el mejor amigo de juventud de Daniel y, a la vez, el amor secreto de Eva. El autor, moviéndose hacia el pasado, nos llevará al Valladolid diminuto y provinciano de los años sesenta, donde aquel trío de adolescentes protagonizaron su particular versión de la película Jules et Jim, acompañados por un triste grupo de fracasados: Serafín Parra, alias El Centella, un ex-boxeador sin suerte que, después de trabajar como guardaespaldas para una actriz de Hollywood ingresa en una senectud derrotada y alcohólica; la madre de Daniel, que no consigue superar la muerte de su hijo mayor, víctima de un disparo accidental en su propia casa; Nacho Castro, responsable de las piscinas Samoa; o la pobre viuda de Alberto, que se resignó durante años a que su marido continuara enamorado de una imagen de su adolescencia.
A través de los ojos de Daniel (y del diálogo que establece con Eva durante la larga noche del reencuentro) vamos descubriendo los miles de matices, pliegues, lágrimas, renuncias y equívocos de unas existencias que caminaron juntas durante un verano irrepetible y que luego, por los azares del destino, se separaron. De nada sirve lamentarse por aquellas cosas que, como mercurio, arena o agua, se nos fueron de entre los dedos; pero la memoria y el corazón sí que pueden, mirando hacia atrás, recomponerse y encontrar la luz: Eva comprenderá por qué Alberto no respondió nunca a sus requerimientos amorosos; y Daniel alcanzará a comprender que "el paraíso sigue aquí, en el mundo, y sólo hay que encontrar la puerta que nos lleva hasta él" (p.197).
Estamos ante una magnífica y lánguida novela, donde la introspección (pero también la retrospección) nos permiten caminar por el alma de unos personajes densos y espléndidamente trabajados.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Inquietud en el paraíso




Don Cosme Herrera, penitenciario de la catedral de Burgos, no es un clérigo cualquiera. De hecho, después de haber meditado durante años sobre la más inmortal creación de Dante Alighieri (La divina comedia), ha llegado a una conclusión asombrosa, que supera todos los límites del sentido común, y que no tiene pudor en esclafar durante el transcurso de una charla erudita: "Dante estuvo en el Purgatorio, sí, en pura carne mortal, y nos lo contó con apariencia literaria, que era lo que exigían la discreción con las cosas divinas y su genio para con las letras. Pero proclamo que ese viaje a la región oscura se puede (es más, se debe) repetir. Estimados señores, distinguidas señoras y señoritas: estoy en condiciones de guiar la expedición que lleve a cabo tal empresa, me pongo a su disposición y espero su patrocinio" (p.12). La propuesta, como no podía ser de otro modo, es recibida por los oyentes con jolgorio y burla irónica; pero tales chanzas no detienen al visionario, que urdirá una compleja trama de maquinaciones para llevar a cabo su propósito, del que no admite ser apartado ni siquieras con las admoniciones del iracundo arzobispo don Manuel de Castro.
Pero, por si la locura de este proyecto se antojara pequeña, otra locura de mayor calado sacudirá a las gentes de Burgos (y de toda España) ese mes: el estallido de la guerra civil. Óscar Esquivias, con sorprendente pulso maestro, nos va ofreciendo una visión completa de la ciudad, llena de burdeles con prostitutas levantiscas, militares que planifican su rebelión, tabernas infames, pobreza por los rincones, seres diminutos que anhelan la redención por la vía de la cultura (es memorable el personaje del relojero Julián Bayona), religiosos propensos a inmiscuirse en asuntos demasiado terrenales y mil detalles más, jugosos, ágiles y amenísimos. Para aderezar ese universo variopinto, el autor nos ofrece espléndidas secuencias de humor (la lubricidad inocentona y exótica del poeta Manuel Machado; la presencia de una tortuga agresiva y mordedora en la casa de doña Atanasia Revenga; las reivindicaciones laborales de Saturnino Calvo, aficionado a la expulsión de gases sobrantes por la vía rectal; las chocantes teorías sobre el tamaño de los penes, sostenidas por un energúmeno con alta graduación militar; etc); pero también están presentes otras secuencias, más dolorosas: el miedo paralizante de los más débiles, las lágrimas y el estupor por el inicio de una guerra que muchos presumen horrenda y fratricida, las humillaciones que deberán ser acatadas con resignación... De ahí que cada burgalés republicano experimentase con el estallido de la rebelión "un desengaño hondo que le llenaba de tristeza" (p.269).
Óscar Esquivias ha logrado construir una de las obras más serias y más sólidas sobre las primeras horas de lo que Miguel Labordeta definió en un poema magnífico como "aquel huracán terrible de locura": la guerra de 1936. Muy recomendable.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diario de 1945




Alguien escribió una vez que lo peor de los monstruos no es su existencia, sino la circunstancia penosa de que nos obligan a hablar constantemente de ellos: para analizarlos, para horrorizarnos con sus excesos, para repudiarlos, para evitar su repetición. Y el nazi Joseph Goebbels ostenta el dudoso honor de ser uno de los monstruos más abyectos, execrables e inmundos que produjo el siglo XX, no tanto por la gente que mató personalmente (que fue más bien escasa, si lo comparamos con otros engendros de su mismo partido), como por la manera calculadora, fría, sistemática y tenaz con que propagó el odio entre millones de personas (los alemanes) hacia otros millones de personas (los judíos). Goebbels, además, fue un hombre culto, doctor en filosofía, con altas dotes intelectuales y oratorias (dice Rof Hochhuth que lo más peculiar de él es que atesoraba intelecto "en una banda de microcéfalos de prominente barbilla"), que utilizó la palabra para incendiar el alma de todo un pueblo y para abocarlo a la abominación del crimen masivo.
La editorial madrileña La Esfera de los Libros publica, con la traducción de Beatriz de la Fuente, el Diario de 1945 de este polémico e iracundo agitador, y sin duda se trata de un documento de primera magnitud para entender las vísceras del nazismo. Durante los meses de febrero a abril de 1945, mientras el continente europeo se desangraba en una guerra espantosa, Goebbels fue tomando nota de los avances y retrocesos militares del Reich, y dejó cumplida demostración de los cauces de su pensamiento: el desprecio que le inspiraban los militares como Göring ("Petimetres vanidosos y perfumados no deben formar parte de la dirección de la guerra. O cambian o tienen que ser eliminados", página 52); la burla que reservaba para los dirigentes que no apoyaron a Hitler ("Franco es una gallina convulsa", página 68); su hipocresía, que le hacía juzgar que todos los demás eran los culpables de la guerra, menos los nazis (define a Churchill como "el enterrador de Europa" en la página 124); su bilis racista, que se extiende por todas las hojas del volumen ("A los judíos, cuando se tenga poder para ello, hay que matarlos a palos como a las ratas. En Alemania, gracias a Dios, ya lo hemos hecho como se debía. Espero que el mundo tome ejemplo", página 184); o su ansia de control y manipulación, que lo lleva a propalar frases ilógicas, más propias de un iluminado que de un intelectual ("Necesito hombres con personalidad y carácter, que sigan exactamente mis instrucciones", página 368).
Toda la virulencia, todo el rencor, todo el sinsentido del régimen nazi están en estas páginas, que demuestran al mundo y a la Historia hasta dónde puede llevar el virus de la perversión al género humano.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Cavalleria rusticana



Hay un instante precioso en la tercera parte de la película El padrino en que los espectadores tienen la oportunidad de escuchar y ver un fragmento de la ópera Cavalleria rusticana, de Mascagni (quien no haya escuchado el Intermezzo de la misma puede acudir a Youtube y quedar enamorado de su belleza). Lo que no tantas personas saben es que el compositor de Livorno se basó para componer esta música en un relato breve de Giovanni Verga. Ahora, la editorial Traspiés lanza para el público español un interesante volumen donde se reúnen diez piezas de este narrador italiano, con el título de Cavalleria rusticana y otros cuentos sicilianos.
El relato que da título principal al tomo pone ante nuestra mirada a Turiddu, un petulante que a su regreso del mundo militar pretende seducir a Lola, un antiguo amor que ahora se ha comprometido con otro hombre. Incapaz de asumir la preterición, y mordido por el despecho, Turiddu despliega sus armas seductoras en torno a Santa. Pero la chica, comprendiendo que está siendo usada por el galán (que continúa frecuentando a la ya casada Lola), denuncia la situación ante el marido de su rival. El duelo entre ambos se torna, pues, inevitable. Y produce maravilla la manera ingenua, directa, plástica, en que Giovanni Verga nos va relatando la historia, con una prosa deliberadamente esbelta y desnuda.
Pero que no se engañen los potenciales lectores de esta recopilación de cuentos: las narraciones del siciliano no se constriñen al dibujo costumbrista o folclórico. En modo alguno. De hecho, quizá el brillo máximo lo obtenga el escritor cuando se sumerge en el retrato anímico; es decir, en las excursiones minuciosas que realiza por el alma y el corazón de sus protagonistas. Sirvan para demostrarlo dos ejemplos. En La amante del Grama nos será dado conocer a Peppa, la más hermosa joven de la zona de Simeto, la cual, sin explicación posible, siente una profunda, visceral, desgarradora pasión por el Grama, un bandolero sanguinario que asola aquel territorio... y al que no ha visto nunca en persona. De ahí que tome la decisión, arriesgada y sorprendente, de salir a su encuentro y arrojarse en sus brazos. Más adelante descubrirá que la vida no es una novela, sino algo mucho más gris, desabrido y rencoroso. Y en La Loba asistiremos a la tortura sexual que sufre un chico por parte de una voluptuosa mujer madura, que exhibe sus quelíceros ante él. Para liberarse del acoso, el muchacho se casa con la hija de dicha mujer, pero ni siquiera así logrará esquivar el magnetismo salvaje que su suegra despliega en torno a él.
¿Que prefiere usted una historia de infidelidades conyugales, tocada con puntos de humor y de tragedia? Fácil lo tiene: Historia de Ollaza le suministrará ese argumento. ¿Acaso desea conocer el retrato, casi insuperable, de un sacerdote indigno, rapaz e insaciable, que sangra las haciendas de sus feligreses de forma inmisericorde? Pues su cuento es, sin duda, El reverendo. ¿Que prefiere una narración protagonizada por animales? Acuda entonces a la tierna Historia del asno de San José, donde un burrillo famélico que pasa por mil amos adquiere evidentes dimensiones de metáfora...Dentro del notable grupo de escritores que la isla de Sicilia ha regalado al mundo (el rocoso Empédocles, el bucólico Teócrito, el exquisito Leonardo Sciascia, el famoso y moderno Andrea Camilleri), Giovanni Verga ocupa un peldaño nada desdeñable. En algunos libros de referencia (y en las páginas menos escrupulosas y analíticas de Internet) se le suele etiquetar con el adjetivo verista, para explicarnos que retrató con alta eficacia el mundo, las costumbres, los paisajes y a las personas de su entorno insular. Pero no conviene que empobrezcamos su memoria con esa fórmula cierta aunque reduccionista. Giovanni Verga fue, sin duda, mucho más, porque poseía el don infrecuente de bucear en el interior de sus criaturas, lo que lo facultaba para mostrarnos el dibujo fiel de sus anhelos jamás cumplidos, sus ansias amortiguadas por la pobreza y sus torturas de seres sobre los que la Historia se divierte escupiendo. Estos días de Navidad pueden ser una excelente ocasión para que muchos lectores de nuestro país descubran la portentosa belleza que los relatos de Giovanni Verga contienen.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Debería caérsete la cara de vergüenza



Que veinte años no es nada. Lo decía un viejo tango y probablemente llevaba razón. En 1987, la editorial Anagrama publicó un libro que, justo el año anterior, había salido en Quaderns Crema con el singular título de T'hauria de caure la cara de vergonya. Era el debut de Sergi Pàmies, y supuso la irrupción de un cuentista fresco, innovador y desinhibido, que metía los dedos en la gelatina de la normalidad y los sacaba por el otro lado, convertidos en garfios, flores o piedras: algo inesperado. Ahora, el sello Anagrama vuelve a poner el libro en manos de los nuevos lectores, con una portada impactante de Ouka Lele y la traducción de los textos a cargo de Joaquín Jordá.
Lo que nos espera en este bloque de dieciséis cuentos es un surtido de sensaciones de lo más variado. Asistiremos, por ejemplo, a escenas cotidianas, donde algunas parejas descubrirán las fisuras que las destrozan (En los límites del fricandó), o donde una pobre mujer se verá agobiada por las manipulaciones de un predicador maniático (Apocalipsis), o donde una pelea conyugal se va complicando y subiendo de temperatura con la intervención de un vecino, hasta que se llega a un final dramático y aparatoso (Dominical). Pero también asistiremos a argumentos que se deslizan un poco más allá, hacia las fronteras del absurdo, del surrealismo o de la pesadilla, sin que falte la gota de humor que los condimente: un niño que se niega a nacer hasta que su padre vuelva de la guerra, cosa que no ocurrirá hasta tres años después (Feto); las frenéticas aventuras nocturnas de un hombre al que su cajero automático se niega a expenderle dinero, para que no se vea tentado por alcoholismo (Caja abierta); o, en fin, la peripecia anómala de un hombre sobre el que su esposa ejecuta un dicterio con visos de maleficio (Debería caérsete la cara de vergüenza).
Sergi Pàmies se desenvuelve con infinita comodidad en los territorios fronterizos, en ese límite sutil y peligroso entre la carcajada y el horror, ahí donde otros narradores prefieren no adentrarse y donde sólo algunos (Julio Cortázar, Quim Monzó o Hipólito G. Navarro) saben manejarse con elegancia y con maestría. No es extraño que, atesorando esa habilidad, haya merecido premios como el Ícaro, el Prudencia Bertrana, el Ciudad de Barcelona o, más recientemente, el premio Setenil en Molina de Segura por su obra Si te comes un limón sin hacer muecas (también publicado por Anagrama). Estamos, sin duda, ante uno de los grandes del cuento español contemporáneo.




lunes, 12 de diciembre de 2011

Dalípoli



Al cartagenero Miguel Ángel Casaú lo conocí de la mano del crítico Antonio Parra Sanz, quien me recomendó vivamente su lectura. Y, como siempre hago, me fié de su buen juicio. Me sumergí (al principio con interés, y luego con admiración) en De dioses, hombres y demonios y, más tarde, en esa pequeña joya inquietante (y de portada más inquietante aún) que es Felicity. No me hizo falta más. Estaba claro que Casaú era un novelista con talento, capaz de construir historias sólidas y de argumento anómalo, capaces de mantener a sus lectores con el ánimo suspenso hasta la página final.
Hoy me apetece hablarles de su última novela, que lleva por título Dalípoli y que ha sido publicada por el sello Corona Borealis. En ella encontramos a tres protagonistas iniciales de muy diversa factura: Desmont, Cris y El Ricky. Sus tres caminos van a convergir en Dalípoli, de un modo que no les explicaré, porque eso sería hacerle un flaco favor al novelista. Lo que sí haré será ponerles en situación... Desmont, periodista del diario La Identidad, se ha citado con su antiguo amigo Charlie, un tipo prometedor e inteligente durante la adolescencia pero que luego se extravió en el tenebroso mundo de las drogas. Éste le explica que, después de veinte años sin verse, se siente en deuda con él: siempre ha sentido envidia por Desmont y entiende que le debe algo. Así que salen del cuchitril donde vive y lleva a Desmont a un bar muy extraño. Una cortina sobre la que aparecen números llama su atención; y Charlie encarga un número para él. Desmont debe pasar al otro lado. Allí descubrirá algo importante, que Charlie no le quiere decir.
Cris está preparando su tesis doctoral en veterinaria (Miguel Ángel Casaú es veterinario). Su vida no resulta en modo alguno plena: hija de una familia rica, se obstina en labrarse su propio camino. Compagina sus estudios con el trabajo que desarrolla en un bar. Sus relaciones con los hombres no han sido muy satisfactorias. Ni siquiera con su actual pareja, con quien sabe que debería romper. Y es probable que lo haga. Estando en un bar sufre un desmayo, fruto de la tensión y el cansancio de los últimos días. Cuando despierta ve una puerta con una cortina. En la parte superior hay un número. Y cruza el umbral.
El Ricky es chivato de la policía y ahora están a punto de matarlo, porque Martin (que se ha quedado sin un gran alijo de droga por su culpa) ha enviado a tres matones para que lo cojan y lo eliminen de la circulación. Pero cuando están a punto de ultimarlo una voz los detiene y Ricky consigue entrar en una ermita de los alrededores. En su interior, una puerta y una invitación a cruzarla.
A partir de ahí, son ustedes quienes tendrán que averiguar qué ocurre con estos tres personajes en la ciudad de Dalípoli, un espacio tan lujoso que produce inquietud. Todo allí está permitido: se puede entrar en cualquier tienda y coger lo que desees, sin necesidad de pagar; hay una constante renovación de la moda, que también es accesible gratuitamente; nadie puede negarse a hacer el amor con otra persona cuando ésta se lo pide, y está admitido hacerlo en cualquier lugar; todas las drogas son legales e igualmente gratuitas... Solamente hay dos restricciones, dos elementos que están rigurosamente prohibidos en el mundo de Dalípoli: el amor y el pensamiento libre. ¿Hablamos entonces de un paraíso o de un infierno? ¿Hacia qué lado se inclina la balanza?Pensar es una agresión contra el poder. Siempre lo ha sido. Y últimamente se están empeñando en que restrinjamos esa práctica a sus mínimas expresiones, atontándonos con la tele, el pensamiento único, la corrección política y otras garatusas. En estas páginas Miguel Ángel Casaú nos invita a que jamás renunciemos al dedo alzado. Preguntar, dudar y disentir son los últimos bastiones que nos quedan. Sin ellos nos convertiremos en unos zombis imbéciles que comprarán lo que quieran venderles y que renunciarán voluntariamente a todo rastro de inteligencia. Para protegerse de ese riesgo, pueden comenzar leyéndose esta novela. Les aseguro que saldrán satisfechos y fortalecidos de sus páginas.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La jugadora de ajedrez



En su obra Mrs. Caldwell habla con su hijo afirmó Camilo José Cela que no podemos saber detrás de qué puerta estará peinándose la persona que más nos amará, o por qué océano bucea el tiburón que menos nos hará sufrir. O dicho de otro modo: no podemos estar seguros de en qué recodo del camino nos espera el suceso que truncará nuestra vida, o que le dará un nuevo rumbo.
Eleni es una mujer de 42 años, con dos hijos, que vive en Naxos. Su marido se llama Panis y es mecánico. Y ella, feliz, trabaja como limpiadora de habitaciones en el hotel Dionyxos. Un día, mientras arregla el cuarto de una joven pareja francesa, descubre un tablero de ajedrez con sus hermosas piezas de madera y queda fascinada. La seducción que opera sobre ella aquel enigmático pasatiempo acabará por capturarla: comprará un modelo electrónico y un manual de instrucciones y, poco a poco, irá penetrando en "la vorágine del aprendizaje" (p.100) de la mano de su antiguo maestro Kouros. El gran problema es que Eleni no vive en un mundo adelantado, tolerante y digno, donde se valore su esfuerzo, sino que la rodea la claustrofobia del machismo analfabeto, hasta el punto de que su esposo, zaherido por las habladurías del vecindario, se sentirá "el hazmerreír del puerto" (p.78): una mujer no puede dedicarse a una afición tan absurda. A una mujer no le es lícito soñar más que con su cocina (Panis se enfada cuando la cena no está preparada a las nueve) y con la educación de sus hijos. ¿Para qué anhelar otras metas más elevadas o más intelectuales?
Al principio, la mujer no concibe su afición ajedrecística como un desacato, ni como un desafío, ni tampoco como una transgresión deliberada. Ella, que no ha fabricado las normas, las ha respetado siempre. Pero ahora ha descubierto un nuevo mundo, donde las normas varían. Un mundo cuadriculado, sí, pero también creativo y liberador, en el que la reina está adornada de poder. El paciente Kouros le explica que "sólo existe el tablero. El resto es fantasía" (p.101), pero no le dice (tal vez porque no lo considera necesario, o porque intuye que lo descubrirá ella misma) que "no se vuelve de una incursión en la singularidad como de un paseo por el bosque" (p.86).
Esta novela, deliciosamente escrita por Bertina Henrichs y con un final que no sólo es magnífico sino que magnifica la obra (en el que Eleni descubrirá, tras la muerte de su mentor Kouros, que se puede perder sin amargura y que se puede triunfar sin saberlo), supone una reflexión sobre la dignidad femenina, sobre el coraje que determinadas mujeres (¿o acaso todas?) han necesitado desplegar desde el comienzo de los tiempos para descubrir su lugar en el mundo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Aullido



Recuperar en 2011 el nombre de Allen Ginsberg es recuperar el nombre, la bandera y el sentido de la lucha de la Generación Beat, donde también estaban en mayor o menor grado Jack Kerouac, Neal Cassady o Lawrence Ferlinghetti. Pero si además se trata de la emblemática obra Aullido, enriquecida con las magníficas y anonadantes propuestas gráficas de Eric Drooker (que pasó de ser artista plástico callejero a diseñar portadas de The New Yorker), el éxito tiene que acompañar seguro a la empresa. La editorial Sexto Piso acaba de lanzarse a esa aventura. Nos ha puesto en las mesas de novedades de las librerías ese volumen, encuadernado en tapa dura, iluminado con una policromía fulgurante y con fotografías del autor, del ilustrador y de la película que se ha comercializado hace bien poco sobre el tema. El texto ha sido traducido por Rodrigo Olavarría.
Y si la obra es formalmente una auténtica maravilla (Sexto Piso ha tirado la casa por la ventana para elaborar una joya editorial de primer orden), no menor es la seducción que las palabras de Allen Ginsberg nos trasladan. Con una prosa que no cabe sino calificar de narcótica, gobernada por la anáfora y el paralelismo, el poeta de New Jersey nos va envolviendo en una especie de hipnosis que nos lleva a la zona más misteriosa del ser humano, allí donde habitan las desazones, las tristezas, los vacíos y las angustias existenciales. Los personajes de quienes se nos habla aquí son seres rotos, perdidos, náufragos, nefelibatas, rebeldes inmóviles o autodestructivos, que se pierden por la ciudad y por el mundo sin tener muy claro dónde está el norte de la brújula. Estos hombres y estas mujeres pueden pertenecer a cualquier sitio (Allen Ginsberg menciona durante las más de doscientas páginas del libro un buen caudal de ciudades, estados y países: Arkansas, Nueva York, Idaho, Baltimore, Oklahoma, África, México), porque la desorientación vital no se reduce a ciertas personas, sino al conjunto de los seres humanos, que chapotean en una náusea sartreana que es tan evidente que ni siquiera precisa decir su nombre.
Frente a esas zozobras, expresadas con un ritmo atosigante de versículos, las salidas posibles del túnel (o más bien sus respiraderos esporádicos) son el alcohol, el jazz, las drogas y el sexo. Y es que en este largo poema surrealista y underground corren los fluidos de una forma libre. Allen Ginsberg no se refrena (nunca lo hizo, ciertamente) a la hora de hablar de coños, culos, vergas, mamadas o eyaculaciones, porque concede a las relaciones sexuales un papel primordial en el equilibrio interno del ser humano. Las imágenes de Eric Drooker (véanse, por citar sólo algunos casos, las láminas que figuran en las páginas 67, 72 o 73) acompañan con su hermosa explicitud las indicaciones verbales del poeta de Newark.
Al margen de esas pulsiones orgánicas, Allen Ginsberg también nos da en su texto otras más intelectuales, como las menciones que hace de Edgar Allan Poe, San Juan de la Cruz, la Biblia, las Parcas o el dios Moloch, así como su constante tributo al neoyorkino Walt Whitman (Aullido tiene mucho, a mi entender, de poema whitmaniano), que se unen a las anteriores para formar un orbe literario de rara intensidad y de plurales significados posibles.
Allen Ginsberg nunca fue un escritor cómodo para los poderosos (sufrió graves críticas por haber escrito parte de esta obra bajo la influencia del peyote; Fidel Castro ordenó expulsarlo de Cuba después de que el poeta denunciase la discriminación de los gays en la isla; fue deportado de Praga por sus declaraciones públicas; etc), pero sí un poeta de sugerente lenguaje, intuiciones apocalípticas sobre el mundo que nos rodea y metáforas de amplia repercusión. Y frente a lo que muchos pensaron en su momento, su espíritu y su mirada crítica siguen vigentes en el pensamiento y la cultura occidentales, con un vigor inagotable y una fuerza inaudita para desvelar los territorios más oscuros del ser humano. Si en la página 90 de este espléndido volumen se nos habla de aquellos «que tosieron en el sexto piso de Harlem», a partir de hoy son legión los que podrán decir «que leyeron en el sexto piso de Madrid».