lunes, 30 de septiembre de 2019

Las rutas del nómada




Cristina Morano (Madrid, 1967) comenzó su andadura editorial con el poemario Las rutas del nómada, un libro de desolación urbana en el que nos habla de amaneceres que traen resacas de ginebra pura, días de un tedio infinito (sólo matizado por la música de Jamiroquai) y huidas desesperadas de las que se ignora el origen y el sentido. La voz que se dirige hacia nosotros desde las páginas de este volumen nos habla del paro, del desaliento, del fracaso sentimental (qué limpiamente expresado en el poema “Las llamadas son muy caras, pero prometo escribir, en la página 42) y de la triste y dura orfandad de un presente que desconoce las virtudes de la clemencia.
Es la crónica joven de un mundo hostil en el que “parece que vas saltando obstáculos como las figuras de un absurdo videojuego” (p.19). También nos encontramos (y éste es un indicio de constante revisión del yo poético) con textos que volverán a aparecer en los libros posteriores de la autora. Por ejemplo, el poema contenido entre las páginas 20 y 21, que Cristina Morano redacta dirigiéndose a una segunda persona y que será retomado en su tercer libro, bajo el título de “La ciudad en la que voy a morir”, redactado en primera persona.
Vivimos en un entorno empedrado de lascas hostiles (“La ciudad entera parece un animal carnívoro que se saciara sólo destrozándonos”, p.22), pero la autora se mantiene firme en ese mundo, cariátide que sujeta copas de alcohol en la noche. Aunque sabe que, de vez en cuando, necesitará a alguien junto a ella, porque “hasta el solitario tigre precisa, algunas veces, compañía” (p.33).

domingo, 29 de septiembre de 2019

Ideario de otoño




Dionisia García es una escritora polifacética y constante que, durante décadas, ha ido poblando el mundo de los libros con decantados volúmenes que van desde el relato hasta el aforismo, desde el artículo hasta el ensayo, pero que ha alcanzado especial significación en el mundo de la lírica.
Para conmemorar el final del verano, he decidido recorrer las hojas de su Ideario de otoño, un tomo de aforismos del que he subrayado con profusión un buen número, entre signos de admiración, aplausos y cabeceos afirmativos. Glosarlos o pretender clasificarlos por temas incurriría en la petulancia y en el alarde accesorio, porque lo que realmente importa aquí es la brillantez visionaria de la autora, su penetración abisal en las bodegas del alma humana y, por supuesto, la apolínea elegancia de su escritura, que condensa y cifra el pensamiento en líneas imborrables.
Ofrezco aquí algunas, como argucia para atraer a otros lectores hacia los libros de la escritora albaceteña: “En esta época, la guerra es acontecimiento desgraciado que ocurre a otros”. “El simio resucita siempre, con ello hay que contar, y no habrá desilusiones”. “Notamos el cuerpo cuando comienza a resquebrajarse”. “Suele confundirse el orden con la orden”. “Algunos filósofos actuales se manifiestan quisquillosos, y entretenidos en minucias, con lo mucho que resta por pensar”. “Admirables las personas que, viviendo solas, son elegantes con ellas mismas”. “Se ha hablado, en todas las épocas, de la destrucción del mundo, y seguimos insistiendo”. “Lo importante es avanzar, aunque no entendamos nada”. “No nos engañemos, nadie nos quiere como nosotros mismos”. “Ante cualquier catástrofe, patentes los sentimientos humanitarios. ¿No sería posible constituirnos en adelantados?”. “¿Qué pasaría si el pueblo se negara a presenciar las bodas reales?”.
Niéguenme, si pueden, el atractivo de un volumen plagado de frases así.

sábado, 28 de septiembre de 2019

Despierta y lee




Termino un libro misceláneo de Fernando Savater, cuyo título es Despierta y lee (Alfaguara, Madrid, 1998), que me ha ocupado gozosamente a ratitos durante los últimos días. Me divierto con él (este autor tiene una veta humorística de primer orden, que dosifica con elegante sabiduría) y aprendo cosas. Además, vuelve a llamar mi atención sobre algunos escritores (Voltaire, Jon Juaristi, etc) a los que quisiera conocer con más profundidad. (Creo que el título de la obra, formulado al revés, tampoco hubiera estado nada mal. Qué enorme cantidad de libros para leer y qué pocos años para hacerlo. Qué avaricia, qué ansiedad, qué gozo, qué frustración).
Lo que menos me ha cautivado son los análisis filosóficos porque (insisto, como he hecho en varios lugares de este Librario) ni tengo una base cultural ni terminológica adecuada para aprehenderlos. Es una lástima. Le pongo voluntad y me acerco a algunos pensadores (Cioran, Platón, Schopenhauer), pero termino con la sensación de haberme perdido una buena zona de su pensamiento por mis carencias, que quizá ya sea tarde o demasiado fatigoso subsanar.
Me ha hecho mucha gracia la definición kantiana de lo que es el matrimonio: “Mutuo arrendamiento de los órganos genitales”. Madre mía. ¿Se puede ser más energúmeno?
Tres citas para la reflexión: “Lo que a los hombres conviene no es producir más cosas, sino más humanidad”. “Lo malo del que se toma en serio a sí mismo es que ya no tiene ganas ni tiempo para tomar un poquito en serio a nadie más”. “Cultura es la curiosidad por lo ajeno, no la celebración maniática de lo propio”.

viernes, 27 de septiembre de 2019

El archivo de Egipto




Doy fin a la relectura de la novela El archivo de Egipto, de Leonardo Sciascia, en la traducción de Ana Goldar (Bruguera, Barcelona, 1982), y sigue pareciéndome, como cuando le leí en mi época universitaria, una narración estupenda. Es, sí, la historia magistralmente contada de una hábil impostura (la falsificación de unos códices por parte del fraile Vella); pero también, y sobre todo, es la crónica fidelísima, puntual, amarga e irónica de una aristocracia siciliana que se aferra a sus privilegios. Creo que en 1989 me fijé más en el primer aspecto, mientras que ahora (ampliación de mis horizontes como lector) reparo más en la segunda de las interpretaciones o aristas de la obra.
Los momentos más brillantes de esta novela son, a mi entender, las secuencias en que el astuto fray Giuseppe Vella es agasajado por nobles pelotilleros que desean (con regalos por medio) que éste les confirme “históricamente” su status; y los capítulos del final donde se nos desgrana la atroz tortura que se aplica al abogado Di Blasi (feroz testimonio contra tan inmunda práctica).
Un portento de libro.
Y apunto una frase que en la lectura de hace treinta años no me llamó la atención de un modo especial y que ahora, huérfano ya de madre y padre, me ha provocado auténtico escalofrío: “Cerró los ojos. Al volver a abrirlos, su madre ya no estaba allí, para siempre”.

jueves, 26 de septiembre de 2019

Historia del ocultismo




Concluyo esta Historia del ocultismo, escrita por L. de Gérin-Ricard y traducida por Sylvia Suárez (Caralt, Barcelona, 1975). Se trata de un libro anómalo, entre los que suelo elegir para leer, bien es verdad. Pero quienes me conocen saben que me concedo aventuras excéntricas de vez en cuando, para explorar ciertos territorios donde, quizá, pueda descubrir sorpresas que me enriquezcan literaria o intelectualmente.
Se trata, como todos los libros de esta especie, de una “silva de varia lección”, donde junto a informaciones intrigantes, enigmáticas o simplemente curiosas, se apilan farsas más que evidentes, bobadas sin cuartel y timos sólo capaces de turbar a las mentes obtusas e infantiloides de los crédulos. Esperaba más (lo diré sin que medien rodeos) de un título tan ambicioso. Me ha proporcionado, eso sí (no hay mal que por bien no venga), un par de sorpresas muy agradables y que me han agradado, como la reproducción (en la página 126) del sello hermético de Arnau de Vilanova (personaje por el que sentí fascinación hace unos años) o la ingeniosa e hilarante clasificación de demonios de Jean Wier (que se adjunta en la página 139 del volumen), donde se estipula que el reino diabólico está integrado por 72 príncipes y 7.405.926 diablos, divididos en 1.111 legiones, cada una de 6.666 abortos del infierno. Hay que joderse con la precisión.
Pero, en general, me parece una cosecha ridículamente breve para el tiempo que he empleado en leerlo.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Flores de plomo




Conocemos los hechos literarios e históricos, por haberlos leído en prólogos y en artículos especializados: la animadversión que Mariano José de Larra provocaba en amplios sectores de la sociedad de su tiempo; sus amores con Dolores Armijo, mujer casada que se distanció de él paulatinamente; su frustración por no ser capaz de influir en la España del primer tercio del siglo XIX; la pistola con la que se quitó la vida en febrero de 1837; el pasmo de su hijita Baldomera cuando encontró el cadáver; los versos que leyó el joven José Zorrilla mientras el cuerpo de Larra era introducido en el nicho…
Pero a ese cúmulo de datos le faltaba la temperatura, la narración emocionada y lírica, el buceo en las almas de los protagonistas. Y ahí es donde entran las páginas de Flores de plomo, una novela de Juan Eduardo Zúñiga fabricada con teselas y filigrana, con sintaxis prodigiosa y detallismo embriagador. En los cuadros que componen el relato nos encontramos con figuras históricas reconocibles y con anónimos figurantes: Mesonero Romanos, mintiendo a Larra para ahondar en la tortura de su alma; Dolores y su cuñada María Manuela, que atraviesan las calles donde alborotan, gritan obscenidades y beben sin mesura centenares de personas vestidas de máscaras de carnaval; la esposa del ministro don José Landero, que llora con demasiada emoción la muerte del periodista; el sacristán de la iglesia donde está expuesto el cadáver, que permite una visita anómala a sus restos; un zapatero republicano, que sospecha que el aparente suicidio pueda ser un crimen de los reaccionarios; Felipe Trigo, que recuerda a Zorrilla y a Larra bastantes años después…
Un recorrido bellísimo, duro, espléndidamente documentado y ambientado, por una España y unos escritores que han quedado en los libros de Historia y de Literatura.
Delicado e inmejorable.

martes, 24 de septiembre de 2019

Guerras privadas




Hay olores, o perfumes, o aromas (no acierto a encontrar el término exacto que condense lo que quiero expresar) que se perciben y que, de forma irracional, sin que seamos capaces de ponerle nombre o explicación química, nos ocasionan sensaciones. Hablo de la magdalena humedecida de Proust; hablo del jabón que usábamos en la infancia y cuya fragancia nos asalta por sorpresa años después; y hablo también, al menos en mi caso, de ciertos estilos literarios. Sin ser capaz de explicar la razón (de poco me sirve ahí ser filólogo), me basta con leer la página inicial de un libro para saber si conecto con ese autor o esa autora. Es una rara música que me atrae o me repele, y contra la que resulta inútil (lo he descubierto con el paso de los años) rebelarse. Faulkner, Hemingway, Onetti o Lezama me resultaron ríspidos desde el primer párrafo, y las sensaciones no mejoraron a pesar de la insistencia; a Borges, Hidalgo Bayal, Muñoz Molina o Shakespeare les brindé mi corazón desde que me susurraron palabras a los ojos. No hay nada que hacerle. Es un hecho contra el que ya no ofrezco resistencia.
Acabado el cuarto libro de Pedro Ugarte estoy en condiciones de asegurar que el bilbaíno pertenece a la segunda categoría: la de quienes componen líneas que, por los motivos sintácticos, rítmicos, léxicos o argumentales que sea (insisto en que, a estas alturas de mi vida, ya no me apetece ponerme analítico con los libros), me cautivan, absorben, convencen, seducen y ganan.
Y es que los cinco relatos que componen Guerras privadas (que obtuvo el premio NH y que se publicó en 2002) constituyen un repóquer de admirable magnetismo literario donde nos encontramos a otros tantos Jorges (todos los protagonistas se llaman así): el que mantiene una extraña dependencia emocional con sus antiguos compañeros de trabajo, pese al transcurso del tiempo (“Amigos para siempre”); el que infringe una orden de alejamiento, porque desea ver a sus hijos (“Atardecer en la feria”); el que ve su vida alterada por la llegada de una criatura llorona, que erosiona sus nervios y su descanso (“Jardín de infancia”); el que se debate, pusilánime, entre la obediencia a su madre o la sumisión a su novia (“Azul marino o gris marengo”); y el que sobrelleva una complicada vida de escritor, mientras su hermano medra en la administración y en la política (“País en armas, héroes de barro”).
Incorporado a mi Olimpo particular, ya sólo me queda seguir buscando y leyendo las restantes obras de Pedro Ugarte. Lo haré sin falta.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Codex Nigrum




Una vieja iglesia de Roma está experimentando una situación angustiosa, desde que algunos de los cuadros que cuelgan en sus paredes comienzan a sufrir serias alteraciones macabras que varias fuentes (incluido el párroco, el padre Bernardi) atribuyen a causas satánicas. A la vez, se celebra en la localidad un congreso de demonología en el que confluyen Hans Richter (quien no cree en la existencia del diablo) y el tétrico Heinrich Schumann (furibundo defensor de sus poderes).
Con esos ingredientes narrativos, José María Latorre comienza a dibujar el trazo de su novela juvenil Codex Nigrum, en la que todo el peso de la intriga se articula sobre dos enigmas básicos: el primero es la presunta existencia de un libro mítico sobre el Mundo Oscuro, que los satanistas han buscado infructuosamente desde hace siglos, y que podría estar a punto de aparecer en la citada iglesia de San Luigi in Manera; el segundo, la reflexión misma sobre la posibilidad del Mal. ¿Puede creerse hoy en día, en plena modernidad, en la existencia de una figura diabólica que pueda materializarse y actuar en el mundo?
Jugando con esos elementos, Latorre nos introduce en la novela un asesinato sacrílego, varios ahorcados en rituales escabrosos, invocaciones espeluznantes, criptas subterráneas llenas de sarcófagos y sombras misteriosas, un intento de enterramiento en vida, unos arqueólogos que sufren un final terrible, nubes maléficas que persiguen (e incluso engullen) a las personas, casas alejadas de la ciudad en las que se celebran ceremonias inquietantes… Nada falta en esta novela dinámica y eficaz, que puede funcionar muy bien entre el público joven.

sábado, 21 de septiembre de 2019

El Llano en llamas




Que los lectores perciban la sequedad, el calor, la extensión infinita del desierto y su fulgor implacable; que transpiren los ojos mientras pasean por las líneas de cada relato; que se sienta como un latido el silencio y que las palabras (pocas, rugosas, polvorientas) se conviertan en diamantes de perfección insuperada; que los personajes humildes, derrotados, desengañados, caminen o esperen con una paciencia milenaria… Todo eso no lo ha hecho nadie mejor que el mexicano Juan Rulfo. Y en los cuentos de El llano en llamas se percibe con una nitidez cristalina, casi cegadora.
Los campesinos que reciben del gobierno una zona desértica, un erial sobre el que el sol se abalanza como plomo derretido (“Nos han dado la tierra”); la violencia temible de los hermanos Torrico, que atemoriza a cuantos los rodean (“La cuesta de las comadres”); la riada que, huérfana de misericordia, arruina el porvenir de una muchacha del pueblo, que tendrá que avenirse a la prostitución (“Es que somos muy pobres”); una peregrinación religiosa que tiene mucho de asesinato (“Talpa”); el hombre que es fusilado por un viejo crimen que él consideraba ya casi devorado por el amnesia o el perdón (“¡Diles que no me maten!”); un pueblo fantasmagórico, en el que los habitantes apenas aceptan ponerse en movimiento cuando el sol se pone (“Luvina”); la beatificación imposible de un personaje que se valía de la credulidad femenina para obtener favores sexuales (“Anacleto Morones”); el discurso vacío de un prócer que, tras un terremoto, acude a una localidad para manifestar el pesar del gobierno y, de paso, comer y beber como un energúmeno a costa de los lugareños (“El día del derrumbe”)…
Tantas historias, leídas tantas veces y releídas ahora con el mismo entusiasmo de la primera vez.
Admirable maestro Juan Rulfo. Ciclópeo. Eterno.

viernes, 20 de septiembre de 2019

A trancas y barrancas



Termino con gusto el volumen de artículos A trancas y barrancas, que el peruano Alfredo Bryce Echenique compuso y publicó a finales del siglo XX. En este trabajo encuentro páginas deliciosas, como las que conforman la “Historia peruana de la capital del mundo”, un texto magnífico que había sido antes publicado en el diario ABC y donde el escritor latinoamericano realizaba su particular y nada rencoroso “ajuste de cuentas” con Madrid. También encuentro páginas que complementan a las de El pez en el agua, de Mario Vargas Llosa, tanto en el análisis de las elecciones peruanas como en el apartado sociológico del país: Sendero Luminoso, la crisis política, la economía a punto de quebrarse, el narcotráfico, etc.
Me entero en este libro de un dato curioso: que el Banco de Inglaterra se fundó con dinero robado por el pirata Francis Drake.
De Murcia cita con elogio a Miguel Espinosa, y de Cartagena se limita a decir que el submarino de Isaac Peral es feo.
En suma, un recorrido placentero por páginas que no merecen el oprobio del olvido.

Frases que escojo de la lectura: “Si las cosas siguen como están, habrá que elevar la neurosis a la categoría de ideología”. “La historia no acusa ni absuelve. Eso sólo lo hacen los vencedores”. “Un hombre distraído está pensando siempre en algo más”. “Soy amigo de unos cuantos muertos, todos inmortales”.

jueves, 19 de septiembre de 2019

De sol a sol




La imaginación popular asocia el sintagma “de sol a sol” con el trabajo extenuante o con las tareas fastidiosas. Pero cuando intervienen la mirada y la sensibilidad de una poeta, la fórmula se impregna de matices muy distintos, relacionados con el amor, con la esperanza, con la mirada inteligente y honda. Ocurre así con el libro que acaba de publicar Isabel Martínez Miralles, que se abre con un delicado prólogo de Juan Tomás Frutos y con unos no menos delicados versos de Antonia Cerrato.
Allí nos encontramos con el espectáculo amaneciente del mundo (“Vienen las cosas nuevas, como soles / creados para mi esperanza; / viene la luz del verbo iluminando / el centro de mi sed sin nombre”), con la felicidad de las esperas fervorosas (“Yo besaré tus manos, como besa la geisha / las heridas del héroe y tus pies peregrinos / y tus sienes pobladas de palomas”), con cantos o cánticos colmados de espíritu reivindicativo (“Cuando una mujer canta / el cielo acoge su voz, pues es su alma, / y la cubre de amores y la salva”) e incluso con hermosos aires que recuerdan la poesía popular (“¡Qué de nadie es el viento, / qué de nadie tu sombra! / ¡Qué de nadie, el olvido / de tu nombre en mi boca!”).
Amor y muerte, esperanza y desesperanza, trenzándose y dialogando de un modo fértil, elevan las columnas salomónicas sobre las que este libro íntimo y emotivo se vertebra, con la ayuda de algunos símbolos tan evidentes como poderosos (el sol, el ajedrez, las sombras, el caballo). El resultado es un poemario en el que la autora transita por caminos de aguerrida hermosura (“Hoy solo quiero respirar el olivo en tu mirada”) y donde siempre apuesta por la vigorosa energía del amor, que nos permite sobreponernos al desaliento, a la laxitud, a las lágrimas. Sirvan como muestra estos cinco versos, que pretenden convertirse en una invitación para que los lectores busquen y lean este tomo, que publica La Rosa de Papel:

“Es incondicional saber que lo perfecto
es amarte, a pesar de los errores,
de los míos, de los tuyos, de la vida,
que fluye como un bendito río de esperanzas
ante el que todos somos héroes y neófitos”

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Marranadas




Acabo un librito inofensivo e intrascendente, que hace veinte años gozó de cierto bombo editorial. Se trata de Marranadas, de Marie Darrieussecq, traducida por Javier Albiñana (Anagrama, Barcelona, 1997).
En ella se nos cuentan las peripecias vitales y sentimentales de una dependienta algo putoncilla, que se la pone gorda a los clientes (y que les hace todo tipo de “servicios” a cambio de dinero), la cual se va metamorfoseando en cerda. Al final, termina liada con un hombre lobo, da muerte a su propia madre y se enrolla con un jabalí en el bosque.
¿Surrealismo? ¿Simbologías herméticas? Yo creo que se trata de algo mucho más simple: una gilipollez. Y, por supuesto, una estafa a los lectores.
A otro perro con este hueso.

martes, 17 de septiembre de 2019

Viajar y escribir




Cuando un escritor nos propone un nuevo libro siempre nos está invitando a que lo acompañemos en un viaje. Y mientras caminemos a su lado nos hablará de personas, de sentimientos, de destinos, de muertes, de coincidencias, de silencios y de atardeceres. Compartirá con nosotros su pan y su vino. Dejará que nos asomemos (leve o profundamente) al brocal de su alma. Y nos autorizará para considerarnos, de un modo vicario, sus amigos.
Santiago Delgado (Murcia, 1949), que nos ha entregado tantos libros en prosa y en verso durante los últimos treinta y ocho años, reúne ahora en un volumen muy generoso sus experiencias viajeras por tres continentes bajo el título de Viajar y escribir. Y en sus páginas nos encontramos con una oceánica cantidad de escenas literarias, asociadas siempre al entorno donde se encuentra, que actúa como el detonante de la inspiración: en Corfú recuerda a Nausícaa, justo cuando descubre el cuerpo de Odiseo en la playa; en Creta le asalta la imagen del Minotauro, que nos explica en primera persona sus intenciones y sus motivaciones; Canarias le trae el recuerdo de la estancia que allí protagonizó Agatha Christie, pródiga en misterios y crímenes barrocos, y su visita al museo de Benito Pérez Galdós, en cuyas obras no hay “una palabra más hermosa que otra” (p.61); en Nueva York (que luego le ilustró Juan Bautista Sanz) se encontró con el Empire State, con el río Carlos… y con el palacio de los Vélez; escuchó hablar a Nefertiti en el Altes Museum de Berlín, con sus labios “equidistantes de la elegante finura y la sensual morbidez” (p.135); nos traslada desde Cerdeña la desafiante balada del bandido Calvisi; pone por escrito el remanso de meditación, belleza y café capuccino que pudo disfrutar en Milán (al que somos invitados los lectores); juega con la más lúdica polimetría en el poema que dedica a la estatua ecuestre del rey Wenceslao en Praga; o, por no desvelar todos los primores del volumen y dejar que sean los demás quienes accedan a la maravilla de estos recuerdos, nos explica en la página 281 la convicción lírico-insular de que “Ibiza es un haikú”.
Quienes ya conozcan el estilo literario de Santiago Delgado no necesitan muchas explicaciones más. Y quienes no, convocados quedan a aproximarse a este libro.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Idilios




Termino los Idilios, de Teócrito, que traducen Manuel García Teijeiro y María Teresa Molinos Tejada (Gredos, Madrid, 1986), y reconozco que lo he hecho con una complacida lentitud, porque constantemente tenía que detenerme a consultar las notas a pie de página o, incluso, recurrir a manuales de mitología para completar las referencias que necesitaba para entender mejor lo leído.
Me han subyugado especialmente el idilio XI (allí donde el gigante Polifemo, con preciosas imágenes, lamenta con amargura los continuos desdenes que le inflige Galatea) y el idilio XXVII (en el que dos jóvenes pastores dialogan de amor, yacen juntos y se comprometen para la boda). Pero en realidad de casi todos puede extraerse alguna imagen hermosa, alguna metáfora sorprendente, informaciones culturales o curiosidades que interesa rescatar del olvido.
(Debajo del título de la obra anoté en lápiz: “Leída el 6 de mayo de 1997, después de que me preste el libro Miguel Haro. Maravillosa obra”. Ahora, veinte años más tarde, corroboro aquel dictamen)
Dos frases, que subrayo en rojo: “A todos nos asoma la vejez por las sienes”. “Los hombres no ambicionan ya, como antes, ser alabados por nobles hazañas, vencidos por el lucro. Cada cual, con las manos en el seno, calcula de dónde podrá sacar dineros”.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Crónica familiar




Abres un libro, creyendo que abres un libro. Comienzas a leer un libro, creyendo que comienzas a leer un libro. Y entonces el firmante de la obra (en este caso, el florentino Vasco Pratolini) te suelta, a bocajarro: “Este libro no es una obra de fantasía. Es un coloquio del autor con su hermano muerto. Al escribirlo, el autor trata sólo de hallar consuelo. Nada más”. A partir de esas líneas, entiendes que tu actitud debe ser otra. Que no puedes pasearte por sus páginas con un lápiz en ristre, dispuesto a subrayar lindezas estilísticas o marcar errores. Alguien te ha puesto una silla para que, sentado en ella, escuches; y tú escuchas, con el máximo de los respetos y con la conmoción erizando tu piel.
Asistes a la narración de dos infancias difíciles, unidas y separadas por el azar. Una madre que muere al dar a luz al hermano pequeño. Un hermano mayor (Vasco) que culpa absurda, atrozmente al recién llegado. Una adolescencia en la que se dibujan aproximaciones y distancias. La lucha por sobrevivir en tiempos duros. Los paseos por calles pobres. Las visitas a la abuela en la residencia de ancianos.
No hay aquí adornos. No hay concesiones literarias de cara a la galería. No hay búsqueda de primores. No hay deleite en la persecución de los adjetivos. Todo es directo, descarnado, escueto, cortante, realista, amargo.
Un gran libro.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Lola Oporto




La visita que nos propone José Antonio Sau en esta novela (titulada Lola Oporto y publicada por Ediciones del Genal) no puede ser más seductora: nos pide que nos paseemos por Málaga y que acompañemos a su protagonista por calles, despachos y cafeterías, para contemplar cómo va estrechando el cerco alrededor del misterioso asesino que ha ejecutado a dos personas aparentemente no conectadas entre sí y que, en su opinión, planea otro crimen.
Dentro de ese marco, el autor de la obra bifurca su narración en tres ramales, que se van uniendo y separando habilidosamente: en primer lugar, la prehistoria de la propia Lola (hija de policía, y policía ella misma hasta que un escándalo la salpicó injustamente y solicitó la baja, convirtiéndose desde entonces en investigadora privada); en segundo, lo que va descubriendo del desquiciado homicida (que arrastra una historia de triunfos y fracasos que ha terminado por erosionar su juicio); y en tercero, el devenir de éste, desde su juventud hasta la actualidad. De ese modo, saltando de una ruta a otra, el lector siente y aplaude el dinamismo de un relato fresco y cambiante, donde la multitud de detalles que va conociendo de los tres grandes personajes que encierra (la propia Lola, Emilio Lupiáñez y Jacinto Villa de Losa) le permite construir en su mente imágenes nítidas de todos ellos, casi como si de criaturas vivas se tratara.
José Antonio Sau, que ya nos había hablado de pelotazos urbanísticos, de grandes fortunas amasadas en épocas turbias, de tiburones financieros y de víctimas de una estafa histórica, retoma esos mimbres para añadirlos a una historia de éxitos, ambiciones, mezquindad, soberbia, puñaladas a traición, adulterios y venganzas, que está mereciendo aplausos cada vez más unánimes.
Creo que el personaje de Lola Oporto ha venido para quedarse en el mundo de la novela negra española. Y yo estaré pendiente de esa posible segunda entrega. No se merece menos.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Los caminos perdidos




Vive (o mejor, sobrevive) en Londres, donde acaba de ser abandonado por Helen, con quien había compartido sus últimos años. Pero una llamada telefónica de su tía Milagros le hará recapacitar y volver al pueblo de origen, Allún, donde tendrá que enfrentarse a los antiguos demonios familiares de una estirpe dominada por la tristeza, el horror, la melancolía y las desgracias: estrecheces económicas, traumas derivados de la guerra, fallecimientos prematuros, soledad…
Preguntando y escuchando a diversos miembros de su familia, el narrador irá descubriendo los infinitos mimbres que se trenzan en su historia. Y comprenderá que ha llegado el tiempo de exorcizar esos demonios para que las almas de sus ancestros descansen por fin en paz.
En esta novela, espléndidamente escrita y narrada, Pedro Francisco Almaida nos entrega un ramillete de historias que, conservando cada una de ellas un espíritu propio (y sus curvas, anécdotas y altibajos emocionales), se entrelazan entre sí para conformar una malla creíble, sólida y que refleja muchas décadas de la España del siglo XX. Añadamos la elegancia psicológica con la que aborda la disección anímica de los personajes, que los convierte en figuras de cristalina complejidad. Añadamos los abundantes simbolismos que el autor introduce en los nombres (Juana Valiente, María Esperanza, Amador, Anita Voluntad, Cándida, Milagros) y en los emplazamientos (den la vuelta al nombre “Allún” y refresquen su latín). Añadamos la eficaz forma en que Almaida refleja el habla popular en sus páginas… Con esos ingredientes (y con otros muchos que dejaré descubrir a los futuros lectores del libro) no es extraño que el licor que brota de la coctelera resulte tan embriagador.
No lo duden: Los caminos perdidos puede ser uno de los libros de la temporada.

jueves, 12 de septiembre de 2019

La caverna de las ideas




Si dijéramos que La caverna de las ideas es una novela policíaca centrada en la Grecia clásica, donde aparece incluso Platón como personaje, diríamos la verdad pero mentiríamos. Si dijéramos que La caverna de las ideas es un trabajo sobre filosofía, psicología y pensamiento, mentiríamos pero diríamos la verdad. Pocas obras podrán encontrarse más nítidamente complejas que esta producción de José Carlos Somoza, donde se juega con la emoción, con la intriga, con los debates filosóficos, con las sorpresas argumentales; donde la obra se convierte en obra traducida y en traducción novelizada; donde se nos invita a sumergirnos como personajes implicados dentro de la trama exterior (o sea, interior) de los crímenes que se van produciendo; y donde el autor demuestra un conocimiento amplio (yo diría que espectacular) sobre las costumbres, vestimentas, comidas, rituales y topografías del mundo helénico.
Y, por supuesto, horrendos sucesos que van llenando de inquietud el ánimo de la persona que lee: chicos que aparecen sin corazón, semidevorados por los lobos; jóvenes disfrazados de mujer que han buscado la muerte apuñalándose de modo atroz a sí mismos; prostitutas que viven atemorizadas por amenazas oscuras; escultores que participan en rituales orgiásticos de resonancia; enigmáticas sectas que se entregan a rituales macabros; esclavas con la cara deformada que esconden rencorosas pulsiones criminales… Y, como hilos vertebradores de todo este conjunto de teselas, dos personajes inolvidables: Heracles Póntor (el Descifrador de Enigmas) y Diágoras (maestro en la Academia de Platón).
Novela densa. Novela rigurosa. Novela inteligente. Novela que plantea exigencias al lector. Novela admirable.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Libros dedicados




Si a alguien se parece un buen lector es a los antiguos buscadores de oro que las películas nos han inmortalizado. Con paciencia, con una dedicación apasionada (casi neurótica) y con elevadas dosis de suerte, va cribando la arena de las páginas en su cedazo, ilusionado por la perspectiva de encontrar una pepita asombrosa, redentora, mágica. Y al final de su vida, como preconizó el maravilloso Jorge Luis Borges, descubre que ese conjunto de líneas, metáforas, adjetivos inmejorables y trazos de luz conforman un retrato aproximado de su rostro o de su alma.
Diego Prado (Mahón, 1970) acaba de publicar en la editorial Anexo unas crónicas apresuradas (así las define el autor) sobre algunas de las pepitas de oro que ha ido encontrando durante su viaje por el océano de los libros; y lo hace con una exquisita atención al tratamiento literario de sus propios juicios, lo que convierte estos paneles en pequeñas joyas letraheridas, donde nos habla de su admiración juvenil isleña por el trashumante Jack Kerouac; de su frustrado intento por conocer en Blanes a Roberto Bolaño; de la sabiduría secreta y minoritaria de Antonio Rabinad; de los misterios detectivescos de Gaston Leroux, de las largas horas tributadas al Poe cuentista y poeta; de la espesa dificultad estilística de José Donoso; del hermetismo mortuorio de Juan Rulfo, que se quedó atrapado narrativamente entre los espectros de Comala; del poder literario y filosófico de Ernesto Sabato, que “supo como nadie plasmar el nihilismo de una sociedad abocada al fracaso” (115); de la “lección suprema de buen castellano” (121) que nos regaló siempre Delibes, autor de “algunas de las mejores novelas del siglo XX” (122); de la emoción viril y honda que provocan siempre los poemas de Miguel Hernández, autor de las Nanas de la cebolla, “el más grande poema testamentario de nuestras letras” (130); o de Álvaro Cunqueiro, estilista de alta calidad, pese a que “la revoltosa fama se le resistió de forma permanente” (134).
Decir que nos encontramos ante un buen libro sería decir poco. Más riguroso se me antoja definirlo como “libro enamorado”: la obra de quien, sintiendo fluir por sus venas el fuego de la literatura, nos susurra a los ojos su pasión, para que la compartamos.

martes, 10 de septiembre de 2019

El quinto hijo




David y Harriet, dos jóvenes algo irresponsables, se conocen en una fiesta y, al poco, deciden casarse y construir su hogar en un pueblecito a las afueras de la ciudad de Londres. Los problemas surgen cuando, a los escasos ingresos de la pareja, se une una idea que las dos familias consideran alocada: tener al menos ocho o diez hijos. En plenos años 60 y con un mundo cada más violento alrededor, no parece que se trate de un proyecto demasiado razonable, aunque los hijos van llegando: entre 1966 y 1973 les nacen cuatro. Con el apoyo económico del padre de David, todo va viento en popa.
Pero la situación comenzará a emborronarse con el quinto embarazo: dolores, ardor, incomodidad… Harriet siente que está ocurriendo algo distinto. Y cuando el bebé nace comprueba que no estaba equivocada en su juicio: es una criatura de gran tamaño, rasgos extraños y comportamiento singular. Es un violento “niño de Neanderthal” (así lo define en la página 92) que, lento como una termita y eficaz como una termita, “iba a destruir la vida familiar” (102). Durante años, se esforzarán por educarlo, pulirlo o asimilarlo, pero todo resultará inútil. Fue un feto incómodo, se transformó en un niño hostil y ahora es un adolescente de rara violencia abrupta. Harriet juzga que todo esto les ha pasado “por engreídos. Por creer que podíamos ser felices porque nosotros lo habíamos decidido” (199). ¿Qué hacer con un hijo que es una anomalía tan aparatosa?
Una novela dura, de temática nada complaciente, donde se abordan los peligros que nos pueden esperar en el ángulo menos esperado de la vida.
No tardaré en volver a Doris Lessing.

lunes, 9 de septiembre de 2019

La ruleta coja y otros cuentos libertinos




En 2003 apareció la colección de relatos La ruleta coja y otros cuentos libertinos, de Francisco Giménez Gracia, publicada por Tabula Rasa, donde resultaba muy difícil saber qué valorar más: si la perfecta recreación de ambientes de “La ruleta coja”, la grata fantasía sonriente de “Historia de Omar y el jabón maravilloso”, el orientalismo fulgente y espinosiano de “Diente de Hierro y la Hija del Dragón” o los jugueteos primorosos, casi carpetovetónicos, de sus “Vidas ejemplares”.
El autor, convincente y musculoso de estilo, se da un paseo por varios géneros (el policial, el erótico, el psicológico) y deja en todos la huella indeleble de su talento. Incluso se permite la aparente digresión de ofrecer a los lectores una pequeña obra teatral ambientada en el Paraíso, con un Adán requemado y una Eva muy levantisca, tentada de continuo por los enormes atributos genitales de la serpiente. De esta última circunstancia se desprende que, cuando realiza una comparación visual con el miembro viril de su compañero, le inflija esta frase vejatoria: “Llamar polla a lo tuyo es un abuso lingüístico intolerable” (p.98). El autor, irónico como siempre, estipula que nos encontramos ante un episodio “de elevado interés pedagógico, especialmente indicado para representar en festivales de fin de curso, fuegos de campamento, reuniones familiares y sitios así” (p.89).
Un libro para sonreír, reír abiertamente y, sobre todo, disfrutar una literatura al servicio del lector.

domingo, 8 de septiembre de 2019

Diario de un jubilado




Vuelvo (siempre vuelvo) al gran vallisoletano Miguel Delibes para leer su Diario de un jubilado, que deparará más de una sorpresa a quienes, admirando la obra de este narrador, no conozcan el libro, que supondrán atravesado por languideces y melancolías castellanas o crepusculares. Nada más lejos de la realidad. Su protagonista es un sesentón que se entretiene viendo culebrones, enviando tarjetas de participación a los más chocantes concursos de la tele y distrayendo su ocio con las visitas a una puta tetona que le sorbe el seso.
Al final, con sus amigos enfangándose en el paro y en la chapuza, con su trabajo por horas y con el chantaje fotográfico que le inflige un compinche de la hetaira, la pieza se convierte en un mechinal de jocosa textura y de finalización feliz. El personaje de don Tadeo Piera, viejo poeta mediocre, es fabuloso. Y las jugosas secuencias en las que lo vemos obsesionado con la absurda idea de que van a concederle el premio Nobel de Literatura son de auténtica antología, por su grato sentido del humor y también por su patetismo.
Y si tuviera que señalar una sola frase para el recuerdo, sin duda sería ésta, que nos retrata a todos los que hemos sido víctimas de declamaciones infulosas por parte de rimadores amigos o conocidos: “Con un poeta leyendo sus versos uno nunca sabe por qué registro va a salir. Pero lo peor es que llega un momento en que uno no escucha, sólo piensa en lo que debe decirle cuando termine”.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Cartas a un joven novelista




Leer a Mario Vargas Llosa es placentero, esto no habré de negarlo (aunque no figure entre mis narradores predilectos). Pero no conviene incurrir en mitomanías divinizadoras, ni en éxtasis que traten de hacernos ver oro en todo lo que sale de la pluma (o del ordenador) de algunos escritores.
El librito Cartas a un joven novelista (1997) es una solemnísima tontuna. Para qué vamos a engañarnos con fórmulas de disculpa, elogios mendaces o genuflexiones hacia quien es (no cabe negarlo) uno de los grandes de la narrativa hispana del siglo XX. Ciento cincuenta paginitas, ampliamente engordadas con los trucos de la tipografía para decirnos que existe una forma de escribir novelas, y es fijándose mucho en cómo las han hecho otros, y tratando uno mismo de escribirlas. Para ese viaje no hacían falta alforjas de ningún tipo, ni peruanas ni españolas.
El volumen se lee, eso sí, con interés; y explica con gracia algunos pormenores técnicos de la novela. Pero poco más. Es como si un carpintero tratase de enseñar a un aprendiz el oficio explicándole lo que son un martillo, una gubia y un destornillador.
Un libro perfectamente bello y perfectamente inútil.

viernes, 6 de septiembre de 2019

El sambenito




Doy conclusión a un libro excelente: El sambenito, del novelista José Jiménez Lozano (Destino, 1972). De él había tenido la oportunidad de leer su Relación topográfica, que no me fascinó. Pero este libro de ahora es formidable. He encontrado en él una prosa exquisita y unas maneras de narrador que me han provocado aplausos internos. Ha sabido reproducir el lenguaje y hasta la sintaxis inquisitorial con un primor inaudito. No se trata, ni mucho menos, de otorgar una importancia menor al personaje de don Pablo de Olavide; pero entiendo que lo más significativo y lo más literario del tomo es la manera en que aborda la dicción de las cosas, la música íntima de la frase y del relato. Estupendamente reflejado el ambiente de época, con la satanización de Voltaire y la exacerbación de muchas idioteces religiosas.
¿Elementos negativos del libro? Pues sin duda la infame aglomeración de torpezas ortográficas, que manchan incomprensiblemente el libro. Por lo demás, un auténtico sobresaliente. Ahora sí que estoy seguro de que seguiré leyendo a este narrador abulense.
Transcribo algunas de las frases que subrayado en el tomo: “Nadie conoce las noches de un inquisidor”. “En realidad, no creemos en Dios, creemos en la Nada y tememos que alguien nos la descubra, arrebatándonos el telón de Dios. Si creyésemos en Dios realmente, el ateísmo sólo nos causaría risa o compasión”. “Muchos confunden la verdad con la fama”. “Ya estoy reventando de síes. Ahora diré que no”. “El hombre tiene que morir y este destino le absuelve de muchas locuras”.

jueves, 5 de septiembre de 2019

Las Sinsombrero 2




La segunda entrada del trabajo sobre Las Sinsombrero, de Tània Balló, nos ofrece una aproximación a siete mujeres talentosas en ámbitos culturales distintos (la novela, la poesía, la pintura, la traducción), que nos permite ir completando el panorama de su época. Sin estas mujeres brillantes, enérgicas, fuertes, tenaces y orgullosas, nuestra visión de la cultura española del siglo XX quedaría coja, de ahí que esfuerzos investigadores como el de la barcelonesa Balló merezcan todos los aplausos y toda la gratitud.
Nos habla de Carmen Conde y nos aporta varios detalles curiosos, al margen de la valoración de su obra literaria: la prohibición de acercarse a los libros durante la infancia; las cartas celosas que le dirigió Antonio Oliver, quejándose por no ser el destinatario de todo el tiempo de la poeta; o su posible relación sentimental con Amanda Junquera… De la zamorana Delhy Tejero subraya su orientalismo y su vocación de individualidad, su interés por la teosofía o la ceguera que padeció durante su vejez, así como la existencia de un diario (los Cuadernines), donde registró múltiples detalles de su vida y su pensamiento… De la combativa Lucía Sánchez Saornil nos informa sobre su trabajo como telefonista, así como su vinculación a la CNT, donde desarrolló una vigorosa lucha contra el fascismo… De Consuelo Berges, eximia traductora y masona reconocida, resalta su amistad con Concha Méndez y su ancianidad solitaria y pobre… De Margarita Ferreras nos ofrece una indagación biográfica llena de misterios y lagunas, que casi invitan a considerar la condición novelesca de su vida, cuyo final se desconoce… Para la pintora falangista Rosario de Velasco exige el mismo respeto que para las demás protagonistas del volumen (la autora insiste en que ha procurado “dejar en el cajón de mi escritorio mis propias creencias”), habida cuenta de la brillantez de sus pinceles… Y de Elena Fortún reivindica no solamente su literatura infantil, marca y símbolo de una época, sino también sus estudios de braille, su largo exilio y la asunción de su homosexualidad.
Un tomo espléndido, luminoso, revelador y necesario, lleno de generosidad investigadora, que ojalá se amplíe en el futuro.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Yo, don Juan Manuel




Don Juan Manuel, uno de los más notables escritores medievales y, sin duda, el visitante más célebre que ha tenido la localidad murciana de Molina de Segura (con el permiso del Cid), toma la palabra en estas páginas que acaba de publicar Paco López Mengual con el sello Tirano Banderas y nos cuenta muchos de los pormenores de su ajetreada vida: cargos políticos que ostentó, conflictos bélicos en los que se vio envuelto, los nombres y orígenes de sus esposas, sus aficiones literarias, sus amistades y enemistades…
Pero esa enumeración, que podría haber convertido el volumen en algo plúmbeo, queda convertida en un relato ameno por la maestría narrativa del novelista, que introduce frecuentes giros populares en sus líneas y, sobre todo, grandes dosis de humor, que se manifiestan en varias ramas temáticas: la coquetería (“No me gustaría que la gente diga al verme pasar: ¡por ahí viene ese vejestorio de 737 años!”), el despliegue nobiliario (“Soy Señor, Duque y Príncipe de Villena, que se dice pronto; y también Señor de Escalona, Peñafiel, Cuéllar, Elche, Cartagena, Lorca, Alcocer, Salmerón, Valdeolivas y Almenara (y seguro que se me olvida algún título); pero también Mayordomo Mayor de los reyes Fernando IV y Alfonso XI y Adelantado Mayor de Andalucía. ¿Cómo se les ha quedado el cuerpo?”) o el anacronismo (“De haber vivido en este siglo, mi abuelo siempre hubiese llevado colocados sus cascos, escuchando spotify”).
Añadamos los varios intentos de asesinato que consiguió evitar (con daga y con flechas), el insomnio que lo torturó durante buena parte de su existencia y la inclusión de varios relatos “lucanorescos” en el transcurso de la obra y como resultado obtendremos un libro sabio y educativo, bellamente ilustrado por Diana Escribano y que permitirá a los más jóvenes (y no sólo a ellos) descubrir mil y una anécdotas sobre esta singular figura histórica y literaria.

martes, 3 de septiembre de 2019

Crímenes ejemplares




Matar es un impulso que, de una u otra forma, nos acomete a todos durante algún momento de nuestra vida. Por suerte, tan sólo un porcentaje residual de los seres humanos ha optado por concretar ese atavismo. Pero sí que son legión las personas (escritores, pintores, cineastas) que han sublimado esa tentación asesina en forma de obra de arte.
En Crímenes ejemplares, uno de los grandes exiliados españoles del siglo XX, el aún no demasiado leído Max Aub, nos entregó un amplio ramillete de viñetas criminales, dominadas por el humor, la penetración psicológica o el sadismo, en las cuales nos encontramos con personajes que ejecutan su acción asesina por azar geográfico (“Lo maté porque era de Vinaroz”); para cumplir la voluntad de una mujer (“¡Antes muerta! –me dijo. ¡Y lo único que yo quería era darle gusto”); por desapego erótico (“La hendí de abajo arriba, como si fuese una res, porque miraba indiferente al techo mientras hacía el amor”); por la seducción irresistible de la impunidad (“Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía”); por un criterio estético (“Era tan feo el pobre que cada vez que me lo encontraba parecía un insulto. Todo tiene su límite”); por egoísmo fraterno (“Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella”); por fatiga danzatoria (“Me sacó siete veces seguidas a bailar. Y no valían argucias: mis padres no me quitaban ojo. El imbécil no tenía la menor idea de lo que era el compás. Y le sudaban las manos. Y yo tenía un alfiler, largo, largo”); por pura intransigencia ideológica (“Lo maté porque no pensaba como yo”); por espíritu de imitación (“Yo no tengo voluntad. Ninguna. Me dejo influir por lo primero que veo. A mí me convencen en seguida. Basta que lo haga otro. Él mató a su mujer, yo a la mía. La culpa, del periódico que lo contó con tantos detalles”); o por motivos anatómicos insoslayables (“¡Tenía el cuello tan largo!”).
Y si anotamos los principales motivos para el suicidio, Aub nos habla de quienes lo ejecutan por amor (“No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero”); por desesperación ecuménica (“¿Quién no se ha suicidado?”); por curiosidad (“Voy a ver qué pasa”); o incluso por fatiga fisiológica (“Llámanlo el sueño eterno. Como padezco horriblemente de insomnio, pruebo”).
Una obra simpática, amena y que puede servir perfectamente para entrar en la narrativa de Max Aub.

lunes, 2 de septiembre de 2019

El gorrión y sus cómplices




En ocasiones, dejamos que los pequeños detalles desfilen ante nuestros ojos sin reparar en su delicada belleza. Y lo hacemos así, inocente y equivocadamente, porque juzgamos que sólo en el fulgor y en la majestad reposa lo excelso. La perfección teológica de la Capilla Sixtina, el esplendor polícromo del templo Meenakshi Amman o la contundencia inapelable de la pirámide de la Luna en Teotihuacán nos sobrecogen y nos dejan extasiados, pero después deslizamos nuestros ojos, ciegos, por el tronco salomónico de un olivo o por el milagro diminuto de una hormiga sin que nos fascinen sus prodigios.
La idea central de este poemario de Andrés Trapiello reside precisamente ahí: en el protagonismo de lo pequeño, que lleva al autor a convertir el universo volátil de los pájaros en el leitmotiv de sus composiciones. La mirada no busca la belleza, sino que la encuentra; y lo hace en los detalles menos esperados: en el pequeño cadáver de ese gorrión (“menos que nada”) que ha quedado junto al tronco de un árbol; en las huellas saltarinas que un ave ha dejado sobre la nieve (“trazos cuneiformes”), hasta que el sol las derrita; en la sombra que un silencioso vilano proyecta de manera cambiante sobre las piedras del camino; en el nuevo nido que las golondrinas fabrican en el pórtico de una iglesia; en la tristeza enjaulada con la que canta una perdiz, sirviendo de reclamo (y por tanto de muerte) para sus compañeras.
Si Francisco de Quevedo estipuló en una de sus estrofas más célebres que “solamente lo fugitivo permanece y dura”, la mirada de Andrés Trapiello corrobora esas palabras en los diversos tipos de poemas que nutren este libro: pareados (“A dos violetas secas encontradas en un ejemplar de Jardines lejanos”), sonetos (“El árbol de la ciencia”) e incluso composiciones más extensas (“La ventana de Keats”).
Una obra llena de levedad y de sutileza que el sello Pre-Textos puso en las librerías en el año 2004.

domingo, 1 de septiembre de 2019

El libro de los viajes equivocados




Viajamos por dentro y por fuera, para conocer y para conocernos, por necesidad, por placer, por desconcierto, por desesperación, para encontrar un futuro, para descifrar un pasado, para abrillantar el presente, por tristeza, para alegrarnos, para ser y para estar. Clara Obligado, que sabe de estos y muchos otros sentires, es la autora de El libro de los viajes equivocados, que le publicó Páginas de Espuma y que obtuvo entre otros reconocimientos el IX Premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en España, en 2012.
Nos habla de un emigrante polaco que, tras dejar a su novia en el pueblo natal, cruza el Atlántico y se instala en Buenos Aires, donde se dedicará a ahorrar para reclamarla luego a la familia y formar allí su nuevo hogar; de un mamut conservado entre los hielos y que, por fin, unos científicos sacan a la luz; del verdadero final que tuvo la historia de Francesca, la mujer que se enamoró pasionalmente de un fotógrafo en Los puentes de Madison County; del anciano guardaagujas que recuerda los trenes que avanzaban, cargados de hombres y mujeres, hacia los campos de exterminio organizados por los nazis; de la mujer que abandona a su marido en plena luna de miel y se embarca en una delirante aventura; o de una caracola cuya historia nos es contada en sentido inverso al orden cronológico habitual.
Todo es magia y elegancia en estos relatos, construidos con prodigiosa perfección. Y las bellas conexiones que se establecen entre unos y otros (personajes, hilos, insinuaciones narrativas) otorgan al conjunto una entidad majestuosa de vidriera. Déjenme que no les diga más, y que simplemente los invite a sumergirse sin demora en las páginas miniadas de este libro, del que me gustaría entresacar dos preferencias personales: “Las dos hermanas” (por su hermoso tratamiento de la paciencia, de la resignación y de la piedad) y “Agujeros negros” (simplemente, uno de los mejores relatos que he leído en los últimos tiempos).
No se equivocará quien se acerque hasta este libro como lectura para después del verano. O para cualquier otra época.