Cristina
Morano (Madrid, 1967) comenzó su andadura editorial con el poemario Las rutas del nómada, un libro de
desolación urbana en el que nos habla de amaneceres que traen resacas de
ginebra pura, días de un tedio infinito (sólo matizado por la música de Jamiroquai)
y huidas desesperadas de las que se ignora el origen y el sentido. La voz que
se dirige hacia nosotros desde las páginas de este volumen nos habla del paro,
del desaliento, del fracaso sentimental (qué limpiamente expresado en el poema
“Las llamadas son muy caras, pero prometo escribir, en la página 42) y de la
triste y dura orfandad de un presente que desconoce las virtudes de la
clemencia.
Es la
crónica joven de un mundo hostil en el que “parece que vas saltando obstáculos
como las figuras de un absurdo videojuego” (p.19). También nos encontramos (y
éste es un indicio de constante revisión del yo poético) con textos que
volverán a aparecer en los libros posteriores de la autora. Por ejemplo, el
poema contenido entre las páginas 20 y 21, que Cristina Morano redacta
dirigiéndose a una segunda persona y que será retomado en su tercer libro, bajo
el título de “La ciudad en la que voy a morir”, redactado en primera persona.
Vivimos
en un entorno empedrado de lascas hostiles (“La ciudad entera parece un animal
carnívoro que se saciara sólo destrozándonos”, p.22), pero la autora se
mantiene firme en ese mundo, cariátide que sujeta copas de alcohol en la noche.
Aunque sabe que, de vez en cuando, necesitará a alguien junto a ella, porque
“hasta el solitario tigre precisa, algunas veces, compañía” (p.33).