Empecé
a leer esta novela (me avergüenza reconocerlo) con una displicencia más bien
pedante y, desde luego, fuera de lugar: me dije, una vez recorridas las
primeras veinte páginas (así lo anoté con lápiz en el margen), que era una obra
“agradable y correcta”. No hace falta que nadie me señale lo petulante que
resulta emitir un juicio así cuando aún no se ha concedido ni siquiera un
margen de cortesía a la novela. Y más aún cuando la firma Javier Cercas, cuyo Soldados
de Salamina leí con profunda admiración. Mea culpa; y como tal la declaro.
Tanto que, acabada la obra, mi dictamen es diferente y desde luego más
entusiasta: creo que es una buena novela, un texto sólido que nos habla de los
odios enquistados, pero también de la posibilidad de alcanzar una cierta paz al
término de nuestro camino, cuando constatamos cuántas tinieblas nos rodean,
pero también cuánta luz puede aguardarnos si somos capaces de abrir los ojos.
Melchor es un policía que, después de muchos tropezones, muchas vilezas y no pocos desgarros vitales, termina siendo destinado a la Terra Alta, una zona más bien desértica alejada de Barcelona. Allí planeaba vivir una existencia sin taquicardias y sin zozobras, pero dos acontecimientos sísmicos perturbaron esas previsiones: el primero fue conocer a Olga, una bibliotecaria quince años mayor que él, “corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito”, para decirlo con las palabras del poeta Pedro Salinas; el segundo fue el brutal asesinato de un matrimonio de octogenarios que previamente sufrieron una espantosa y sádica tortura. Ambas tensiones se confundirán en el ánimo de Melchor con el viejo proyecto, nunca desechado, de descubrir la identidad de las personas que mataron a su propia madre.
Durante el desarrollo de las investigaciones, Melchor y sus compañeros de la policía irán valorando y descartando hipótesis, siguiendo pistas, descubriendo el rostro auténtico de todas las personas que los rodean y aproximándose (con la lentitud a veces deliciosa y a veces irritante de las buenas novelas policiales) a la solución del enigma. El resultado global es una narración inteligente y musculosa, que pertenece evidentemente al género negro, pero que también participa de la novela psicológica, redactada con un elegante juego de saltos temporales y rematada con un final notable desde el punto de vista emotivo.