lunes, 31 de julio de 2023

Terra Alta

 


Empecé a leer esta novela (me avergüenza reconocerlo) con una displicencia más bien pedante y, desde luego, fuera de lugar: me dije, una vez recorridas las primeras veinte páginas (así lo anoté con lápiz en el margen), que era una obra “agradable y correcta”. No hace falta que nadie me señale lo petulante que resulta emitir un juicio así cuando aún no se ha concedido ni siquiera un margen de cortesía a la novela. Y más aún cuando la firma Javier Cercas, cuyo Soldados de Salamina leí con profunda admiración. Mea culpa; y como tal la declaro. Tanto que, acabada la obra, mi dictamen es diferente y desde luego más entusiasta: creo que es una buena novela, un texto sólido que nos habla de los odios enquistados, pero también de la posibilidad de alcanzar una cierta paz al término de nuestro camino, cuando constatamos cuántas tinieblas nos rodean, pero también cuánta luz puede aguardarnos si somos capaces de abrir los ojos.

Melchor es un policía que, después de muchos tropezones, muchas vilezas y no pocos desgarros vitales, termina siendo destinado a la Terra Alta, una zona más bien desértica alejada de Barcelona. Allí planeaba vivir una existencia sin taquicardias y sin zozobras, pero dos acontecimientos sísmicos perturbaron esas previsiones: el primero fue conocer a Olga, una bibliotecaria quince años mayor que él, “corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito”, para decirlo con las palabras del poeta Pedro Salinas; el segundo fue el brutal asesinato de un matrimonio de octogenarios que previamente sufrieron una espantosa y sádica tortura. Ambas tensiones se confundirán en el ánimo de Melchor con el viejo proyecto, nunca desechado, de descubrir la identidad de las personas que mataron a su propia madre.

Durante el desarrollo de las investigaciones, Melchor y sus compañeros de la policía irán valorando y descartando hipótesis, siguiendo pistas, descubriendo el rostro auténtico de todas las personas que los rodean y aproximándose (con la lentitud a veces deliciosa y a veces irritante de las buenas novelas policiales) a la solución del enigma. El resultado global es una narración inteligente y musculosa, que pertenece evidentemente al género negro, pero que también participa de la novela psicológica, redactada con un elegante juego de saltos temporales y rematada con un final notable desde el punto de vista emotivo.

domingo, 30 de julio de 2023

Un día en la Gloria

 


“Nunca perseguí la gloria”, declaraba en uno de sus versos el poeta Antonio Machado; mas la gloria, como resulta público y notorio, le llegó, porque se trata de un ámbito de reconocimiento, consagración y fama que aureola a un cierto número de humanos, con independencia de su voluntad y hasta del color de sus méritos: se puede acceder a ella siendo un benefactor o un genocida, un científico o una actriz, un ser presuntuoso o el más humilde de los mortales. En el espacio escénico que Víctor Ruiz Iriarte nos invita a conocer en las páginas de Un día en la Gloria seremos testigos de una acción que participa de la seriedad y del humor, casi en iguales proporciones. El Heraldo, nada más comenzar el drama, se lamenta de la situación que viven actualmente en la Gloria. “Hace unos años, en un amanecer como éste, al toque de mi trompeta, subieron por esta escalera tres poetas españoles, una danzarina rusa, un violinista húngaro, dos pintores italianos…”, susurra; pero desde que el siglo XX burbujea, todo se ha vuelto más chato e insignificante, menos esplendoroso y regio. “La gente ahora” (quien habla es el Chambelán) “es muy ordenada. Duermen como leños. A las ocho se levantan y hacen gimnasia. El deporte acabará con los sueños”. De ahí que los habitantes de la Gloria (Sara Bernhardt o don Juan Tenorio) se encuentren desazonados mientras esperan la llegada de alguien distinto, que refresque el panorama y facilite nuevas conversaciones.

Por fin, cuando las esperanzas ya casi se habían extinguido, sube por la escalera el famoso actor de Hollywood Robert Lorry, quien acaba de consagrarse en el mundo del cine interpretando el papel de Napoleón… Como es lógico, el auténtico Bonaparte monta en cólera, porque se considera incapaz de convivir en el mismo recinto con su “imitador”. Indignado, exhorta a sus compañeros para que elijan cuál de los dos ha de ser expulsado de la Gloria. La respuesta del Chambelán (que participa de la serenidad y de la reflexión) provocará la salida inmediata de uno de ellos.

La clave del buen funcionamiento de esta pieza radica en el modo ingenioso (y sin duda notable) con el que Víctor Ruiz Iriarte equilibra los elementos serios (como las reflexiones de Napoleón sobre la decadencia del mundo actual: “Olvidasteis que vivir es crear una ambición cada día, y os habéis hecho conservadores”) y los jocosos (como el afán que pone el bandido Diego Corrientes en devolver una cartera con dinero que ha encontrado en el suelo).

Amena, distraída y elegante.

sábado, 29 de julio de 2023

A Celeste la compré en un rastrillo

 


Me encuentro, visitando libros de relatos que optaron al premio Setenil, con un tomo que se titula A Celeste la compré en un rastrillo, del que es autora Arantza Portabales y que, ilustrado por el murciano Dictinio de Castillo-Elejabeytia, fue publicado en 2015 por la editorial coruñesa Bululú. Son algo más de cien textos breves, muy interesantes, con los que la escritora de San Sebastián se presentaba por primera vez en forma de libro ante el público; y me ha parecido que la calidad del tomo es notable. Siendo un género complicado, en el que resulta demasiado fácil deslizarse por los acantilados del chiste o la viñeta, la autora ha sabido crear atmósferas excelentemente trabajadas, en las que nos habla de la belleza invisible de los sueños (“En otra vida”); de la inquietante frialdad inhumana que pueden mostrar las máquinas (“Burocracia”); de los extremos patológicos a los que nos pueden llegar la religiosidad y la fe (“Nada”); de las decisiones durísimas que han de ser afrontadas en ocasiones por personas con problemas insolubles (“Azar”); o de la compasión entendida como muleta y fingimiento (“Soledad”). Pero donde quizá brilla más la autora es en los juegos narrativos donde los planos sufren una inversión, que nos termina invitando a que contemplemos las cosas (como una vez deseó el poeta Federico García Lorca) “desde el otro lado”. Véanse, por ejemplo, las notables historias que ella bautiza como “Terrores nocturnos”, “El suicida”, “Luces de neón” o “Cuentos de niñas”. Y, si concentran su atención, no tardarán mucho en descubrir que “Monólogos” puede muy bien ser entendido como germen o semilla de su novela Deje su mensaje después de la señal, del que ya comenté algunas cosas en este mismo Librario.

En suma, que me he paseado por las páginas espléndidas de esta obra con el grato asombro de constatar que no parece un primer libro, sino el fruto de una escritora ya cuajada, plenamente dominadora de los recursos narrativos. Así da gusto.


domingo, 23 de julio de 2023

La mala intención

 


¿Se puede escribir una novela negra diferente, después de los miles de obras que con esa temática se están últimamente publicando? Me adelanto a su respuesta: sí. Resultará difícil de creer, pero insisto: sí. La prueba la acabo de tener frente a mis ojos: La mala intención, de Chelo Sierra, que obtuvo el premio Ramiro Pinilla de novela corta en 2022 y que ahora publica, con acierto y elegancia, el exquisito sello Talentura. La persona que se acerque a sus páginas podrá creer que se encuentra ante otra novela negra cuando, nada más iniciar la lectura, descubra a una persona que agoniza, con dos balazos en el cuerpo. Pero pronto comprenderá que los ingredientes que la escritora madrileña va añadiendo a la narración no son los usuales: humor, ironía, surrealismo… Solamente con la gran inteligencia fabuladora de Chelo Sierra (este libro es el tercero suyo que devoro en tres meses) se puede conseguir que una pareja disímil de guardias civiles, unas pueblerinas que cubren su particular ruta del colesterol con mallas de Lidl, un bar que abre “cuando les sale de los huevos” (p.123), un galerista desesperado, un millonario caprichoso, un artista plástico que ha caído en desgracia y una mujer que, tras una juventud emprendedora e ilusionada, ahora se encuentra inmersa en una madurez gris formen un tejido narrativo de primera magnitud, en el cual los lectores sentimos brillar constantes destellos sarcásticos y, sobre todo, una historia que “mana y corre”, como la fuente de Juan de Yepes.

Al principio, es posible que usted experimente un ligero desconcierto cuando Julia, la esposa del pintor, decide meterse dentro de un cuadro de su marido, y con esa ceremonia mágica logra retornar al pasado; pero le aconsejo que se deje llevar. Acepte el pacto narrativo. Acepte que Chelo Sierra tiene un plan urdido para su historia (un plan ingenioso y brillante, se lo adelanto sin más spoiler) y que debe acompañarla hasta el final, fiándose de su criterio, si desea resolver el enigma. Solamente en las últimas páginas, como mandan los cánones, empezará a ver la luz. Y le aseguro que merece la pena haberse subido al velero, porque el océano que nos invita a surcar es esplendoroso.

Que sí, oigan, que esta narradora es una auténtica maravilla. Compruébenlo.

viernes, 21 de julio de 2023

La mejor oferta

 


Mi nivel de despiste (que puede llegar a ser anonadante) me llevó a coger entre mis manos este libro sin reparar en que su autor, Giuseppe Tornatore, era ni más ni menos que el guionista y director de mi admirada película Cinema Paradiso. Así que entré en él con la desprevención ilusionada del que se enfrenta a un autor desconocido, que me entregaba “un texto híbrido, digamos, de cuento y de guion” (así lo resume en el prólogo). Traduce este tomo para la editorial Anagrama, con gran belleza, Juan Manuel Salmerón Arjona.

¿El resultado? Maravilloso. Tornatore es un excelente narrador de historias, pues conjuga todos los elementos del relato para conseguir que te conviertas en un oyente/lector encandilado.

Para preparar el cóctel, vierte primero en la copa unas gotitas de Virgil Oldman, un anticuario de 63 años que, por debajo de su intachable fama, acumula (o queda envuelto por) varias rarezas: su soledad tímida, su uso continuo de guantes (es reacio a tocar a la gente con las manos desnudas) o la espléndida pinacoteca que, formada íntegramente por retratos de mujer, guarda celoso en el sótano de casa. A esa base alcohólica, Tornatore le añade otro licor: Claire Ibbetson, una chica muy hermosa, inmensamente rica, que vive en la mansión familiar (es huérfana) y que, por su agorafobia, contrata a Virgil para que tase y venda todo el mobiliario. Al mezclar esos dos ingredientes, el cóctel burbujea lentamente hasta conformar una mezcla a la que podemos sin errores tildar de amor. Y para darle aroma, el habilidoso Giuseppe Tornatore añade unas fílulas de cariaconcia (Cortázar dixit): Robert (joven amigo y muy pronto confidente de Oldman), una enana que se pasa el día en un bar situado frente a la mansión de Claire o el portero que atiende a las necesidades domésticas de la pobre reclusa.

¿El resultado? Insisto: maravilloso. Prepárese quien lea para quedar convencido por Tornatore, seducido por Tornatore, engañado por Tornatore. Para más detalles, discúlpenme, los remito al libro. Inolvidable.

miércoles, 19 de julio de 2023

El decadente aroma de los puntos suspensivos...

 


Me acerqué hasta las páginas de este libro habiendo ya leído las obras anteriores de José Ángel Castillo (Abuelos y nietos y El que quiso bailar y nunca pudo); y eso me concedía la ventaja de imaginarme que la obra me iba a gustar. Así ha sido, en efecto. Y no resulta en absoluto extraño, porque es un poeta habilísimo a la hora de moverse en diversos temas y con diversos registros: la contundencia y el tono con los que alude a la repetición infinita de nuestras jornadas (“El día de la marmota”); esas metáforas de alto poder resonante que sabe esmaltar (“Prisionera”); sus hondas sentencias sobre la estupidez y el “alma sucia y enferma de poder” de los seres humanos, que lo llevan a anhelar un meteorito que nos modere (“Holocausto”); la forma en que señala ciertos complots dañinos para la excelencia literaria (“Hojarasca”); el modo ilusionado con el que reunimos en un pequeño pendrive buena parte de nuestros sueños (“Sesenta y cuatro gigas”); la tristeza súbita de comprender nuestra condición quebradiza (“Quirófano”); el egoísmo que nos conduce a “presionar” a la divinidad con nuestras plegarias interesadas (“Los mil brazos de Dios”); las flaquezas que acechan en ocasiones incluso a la persona más íntegra y templada (“La buena estrella”)… Y, por encima, sobrevolando y definiendo el tomo, la reflexión que el autor nos traslada sobre los puntos suspensivos, que pueden significar tantas cosas: la incapacidad para encontrar la palabra exacta, la creación de un silencio reflexivo, la búsqueda de una persona cómplice que complete el mensaje desde el lado lector. O, también, “un modo de escribir que ya pasó” (p.32).

Y, acompañando esos poemas, los dibujos espectaculares de Álvaro Peña, siempre llenos de ternura e inteligencia, que mezclan colores y letras para construir sus mensajes. ¿Se puede pedir más en un libro de poesía? Yo creo que no.

Lo tienen en La Rosa de Papel, esperando sus ojos.


martes, 18 de julio de 2023

Cuando llegue el día

 


Marta es una atractiva mujer joven y casada que se encuentra en una situación compleja, de la que no quiere hacer partícipe a nadie: un hombre no deja de llamar por teléfono a su casa, intentando hablar desesperadamente con ella. Por razones que no se nos aclaran, ella ha dado órdenes a las sirvientas para que le den largas y respondan siempre que no se encuentra disponible. Ahora, el enredo se está complicando todavía más, porque la madre de Marta ha tenido noticias de estas llamadas, así como de una carta que el desconocido acaba de dejar a nombre del marido de Marta. ¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso la joven tiene algo que ocultar, que resulta vergonzoso o directamente inmoral? Ella se niega a dar explicaciones, argumentando que sabe perfectamente lo que está haciendo; y que confíe en ella. Pero cuando el desconocido se presenta en la vivienda es la madre quien decide agarrar el toro por los cuernos y enfrentarse a él. Se entera entonces de que se apellida Lanuza, es médico y tiene importantes novedades relacionadas con su hija.

Joaquín Calvo Sotelo construye, con estos misterios y con una carta rota en varios pedazos, una comedia llena de ternura, amor y dramatismo, que obliga al lector a leer con el corazón en un puño y, en las páginas finales, con lágrimas pugnando por salir. Podría haberse deslizado hacia el ternurismo (el asunto de la obra se antoja propicio para incurrir en ese error), pero el escritor gallego esquiva con inteligencia esa posibilidad y consigue una pieza breve que se lee con auténtico placer. Notable.

lunes, 17 de julio de 2023

Luz de lluvia

 


Puedo leer cierta prosa (algunas novelas, algunos cuentos, algunos ensayos) con sonido ambiental: conversaciones en la mesa de al lado de la cafetería, petardeo de las motos por la carretera… Pero requiero de un silencio casi sepulcral para adentrarme en la poesía. Seguramente por eso elijo leerla de noche, cuando las presencias humanas, con sus ruidos, se han adormecido o alejado. Hace una semana, leí en esas condiciones Luz de lluvia, de Joan Margarit; y ahora, tras releerla con idéntica ambientación, tecleo unas palabras (insuficientes, seguro que prescindibles) sobre el tomo.

Y es que cuando un poeta me dice que “hace frío en el pasado” (Viaje de invierno) o que “la lluvia de un domingo por la tarde / a veces se parece a nuestro epílogo” (Tarde de lluvia), yo sé que mi obligación, respetuosa y conforme, debe ceñirse a leer esas palabras, dejar que impregnen mi interior y callarme. Cualquier forma de comentario que pudiera dedicarles sería improcedente, por nimia. Me produce una enorme felicidad descubrir cómo Margarit me revela un perfil diferente sobre temas o personajes que conozco: sea sobre la figura de Odiseo (“Quizá un lejano Ulises murió en Troya, / y quizá lo lloró alguna mujer, / pero en el sueño de un poeta ciego / continúas salvándote: /en la frente de Homero, riguroso / y eterno, cada vez que rompe el día, / un solitario Ulises desembarca”), sobre las tumbas de cinco artistas inconfundibles y eternos (Van Gogh, Baudelaire, Rilke, Borges y Brooke) o sobre la perennidad inmaculada del cosmos (“La oscuridad donde una estrella hoy brilla / en la noche de Asiria fue la misma, / y en el bordado firmamento hebreo / o en el cielo nocturno que vieron los caldeos”). Milagros de la mirada y de la palabra, que siempre queda trazada con ritmos deliciosos y que nos deja un silencio ondulante en los oídos.

Casi en susurros, el poeta catalán nos dice en su poema Antes del alba: “El día que aún no empieza es la riqueza”. Y queda en nuestros cerebros y en nuestros corazones detenernos a valorar el tremendo mensaje de esperanza, de fantasía, de gozo, de lucha y de posibilidades que esas pocas palabras encierran.

Seguiré leyéndolo. En silencio y de noche.

sábado, 15 de julio de 2023

Miquiño mío (Cartas a Galdós)

 


Salgo de este epistolario (las cartas que Emilia Pardo Bazán envió a Benito Pérez Galdós) con una sensación general de tristeza. No de tristeza literaria, desde luego, porque las misivas son interesantes y deliciosas, con sus puntitos de humor, sus diminutivos sonrientes, sus reivindicaciones feministas, etc. No. Me refiero a una tristeza emocional, porque durante su lectura he sentido casi de forma orgánica las mil triquiñuelas que los amantes tuvieron que organizar para vivir su amor a escondidas, sin que los allegados sospechasen el vínculo que los unía. He sentido a la persona Emilia, a la mujer Emilia, recubriendo a la escritora Pardo Bazán: el modo en que proponía citas (y citas alternativas, si la primera fallaba), en que ideaba encuentros “casuales” para verse con Benito en una calle o una plaza, en que lo invitaba con toda la formalidad llamándolo de usted (por si las letras eran leídas por otros ojos).

En ese prolongadísimo carrusel de emociones (1883-1915), Emilia Pardo Bazán manifiesta su distancia frente a la vida de provincias (“Reniego de ella”), suplica constantemente a Benito Pérez Galdós que le dedique una parte de su corazón y de su tiempo (“No me eche V. en el cesto de los papeles viejos”), le ruega de forma constante que sea comedido en sus epístolas (“No me escriba V. nada que no puedan leer los ojos más indiscretos”), le explica que ella es una mujer intensa y que se entrega con pasión absoluta (“Donde entro aspiro a llenarlo todo; y te confieso que muchas veces di en creer que a pesar de nuestras similitudes, y con toda la estimación que hacías de mí, yo no te llenaba”)… y también le reconoce que le ha sido infiel, de forma abrupta e inesperada (“Mira de qué alhaja te has ido a enamorar. Mientras te recostabas confiadamente en la almohada de mi hombro, la almohada se convertía en un saco de serpientes… Esta imagen es bastante cursi; bueno. En cambio, tiene algo de exacto y pictórico. Anda, miquito, retuérceme el pescuezo, y me quedaré más descansada. Te debo una reparación”).

En suma, asistimos en estas cartas a la crónica guadiánica, incompleta, de los avatares de un amor secreto, que ambos vivieron con intensidad y que alegró sus corazones, por debajo de convencionalismos, almidones y corsés sociales (“Hemos realizado un sueño, miquiño adorado: un sueño bonito, un sueño fantástico que a los 30 años yo no creía posible. Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas; a Moisés que las prohíbe también, con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos del cielo, que se creen los únicos felices, porque están en el Empíreo con cara de bobos tocando el violín… Felices, nosotros”).

La edición de la obra, bajo el sello Turner, corre a cargo de Isabel Parreño y Juan Manuel

Hernández.

Muy recomendable.

viernes, 14 de julio de 2023

El hermano

 


Este pequeño drama doméstico que nos ofrece Medardo Fraile (El hermano) se basa en dos temas nucleares: la pobreza y la honra. El primero es explícito e impregna la vida de los cuatro protagonistas (un matrimonio y sus dos hijos mayores): tienen que cenar sopa de nuevo, porque el resto de alimentos ha adquirido un precio prohibitivo; ruegan a uno de los vecinos que les preste el periódico, para poder estar al tanto de las noticias; leerlo en la cama se considera un gasto “prescindible” de luz… Es evidente que las estrecheces que los acongojan son tan grandes como asumidas con cierta naturalidad resignada. El segundo de los temas (la honra) se nos ofrece de forma insinuada: cuando se quedan a solas los hijos, el hermano aprovecha la coyuntura para interrogar a su hermana por la tardanza en volver a casa. ¿Se ha visto con ese hombre? ¿Dónde lo ha hecho? ¿Qué le ha dicho? Ella se refugia en las contestaciones breves, elusivas; y, cuando el hermano decide que va a enfrentarse al tipo, ella le pide que no haga una locura. Su respuesta le chirría entre los dientes: “¿Me dices… a mí… que no haga una locura? ¡Qué sabes tú de eso! ¿Sabes tú lo que es una locura?”. La hermana, herida en lo más hondo por la réplica, responde: “No me hables así. ¡Yo soy buena! ¡Tú sabes que soy buena!”. Apenas más. Es el lector (o el espectador) quien ha de deducir qué está pasando subterráneamente.

Eficaz siempre en las distancias cortas, el madrileño Medardo Fraile compone una obra donde la intensidad queda adherida a lo que no se dice; y nos invita a que, como diablos cojuelos, asistamos a este pequeño/gran drama cotidiano.