jueves, 30 de junio de 2016

El condenado por desconfiado



Paulo vive feliz como ermitaño, gozando de las maravillas del Señor, desde hace diez años. Nada le importan las incomodidades del lugar, ni las asperezas de su lecho, ni lo parvo de su alimentación (compuesta casi siempre de hierbas amargas), porque su objetivo es que Dios olvide sus pecados y le conceda la Gloria. Paulo, mostrando un punto de debilidad en su fe, pregunta a Dios que cuál será su destino si dedica toda su vida a hacer penitencia en aquel retiro. Y el demonio, consciente de su flaqueza, se acerca a tentarlo: le dice que vaya a Nápoles y se fije en las acciones de un tal Enrico.
En la ciudad italiana descubrirá que Enrico es “el peor hombre que en Nápoles ha nacido” y que despliega todo número de actos innobles: mantiene relaciones con una mujer de fama dudosa, roba a las damas (y si alguna no le da dinero “visitaba una navaja su rostro”), ha matado a varias personas, ha arrojado a algún marido por el balcón, ha abofeteado a un sacerdote, ha quemado una casa con dos niños dentro… Tirso de Molina llega incluso a anotar (Thomas de Quincey parece situarse detrás de esta humorada) que Enrico jamás ha asistido a una misa.
La reflexión de Paulo en ese punto es drástica: si él lleva una vida de privaciones y tendrá el mismo destino que Enrico, quien lleva una vida de lujuria y vicio, ¿por qué no puede ejecutar sus mismos actos? Decide, por tanto, convertirse en bandolero, y transformarse en ladrón, asesino y ser despiadado.
Como es natural, el fraile Gabriel Téllez (nombre auténtico de Tirso) no podía resistirse dada su condición religiosa a la tentación de construir un alegato en las páginas finales: la fe servirá como salvación para uno de ellos, el que más la merezca.

Al margen de creencias religiosas de los lectores, y al margen también de las cábalas que se pueden hacer con el argumento de la obra (demasiado forzado en algunos extremos), lo más importante es que la pieza dramática está escrita con una música prodigiosa, que no ha perdido ni un gramo de eficacia desde que la obra se estrenó. Tirso de Molina era, y sigue siendo, un grande de las letras hispanas.

martes, 28 de junio de 2016

Jakob von Gunten



Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada; es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada”. Así arranca esta novela donde el narrador, Jakob, uno de los alumnos del centro, vive una existencia feble y pregonando sin rubor que “de algo estoy seguro: el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola”.
El Instituto Benjamenta es un sitio triste, donde los maestros no enseñan nada y donde los alumnos tienen aspiraciones modestas: Heinrich quiere ser paje; Schacht sueña con ser músico… y el propio Jakob von Gunten no tiene más honda aspiración que convertirse en el fiel servidor de alguien en el futuro, a quien obedecerá como un perro y en quien verá a un ser superior. Él, que no cree en Dios, convertirá en dios a su amo.
A partir de ese instante, el narrador nos va comunicando detalles diminutos de la vida en el instituto: cómo escribe en su diario, cómo de vez en cuando sale de noche, las pequeñas conversaciones estudiantiles, el problema que tuvo con su condiscípulo Tremala (que le tocó los genitales y recibió, a cambio, un puñetazo por parte de Jakob), la fascinación que le produce la hermana del señor director (una muchacha espiritual y que tiene hechizados a todos los chicos de la extraña institución), etc.
El texto se extiende en consideraciones psicológicas o sociológicas de Jakob, que va analizando a sus compañeros y profesores, dando minuciosos informes de sus actos y temperamentos.
El volumen resulta muy agradable de leer, pero en realidad desde el punto de vista argumental lo más llamativo es que no cuenta ninguna “historia”. No se detecta un “argumento” novelístico que vertebre la narración. Aun así, el tono verbal de la pieza es tan sugerente, está tan lleno de ricos matices, que resulta complicado apartarse de sus hojas.

Tan peculiar como magnético.

domingo, 26 de junio de 2016

Playa de Poniente



En agosto de 1906 se produjo en las inmediaciones del Cabo de Palos uno de los desastres náuticos más llamativos de su época: el transatlántico italiano Sirio impactó contra unas rocas inesperadas y se produjo un aparatoso naufragio que provocó más de doscientas víctimas mortales (la cifra es aproximada, porque jamás se pudo llevar a cabo un recuento exacto de su pasaje ni del número de supervivientes). El suceso, que aparece en algunas páginas de María Cegarra o Santiago Delgado, sirve de columna vertebral para la novela Playa de Poniente, que Lola Gutiérrez publicó en 2014 con el sello Murcia Libro.
El volumen se va desarrollando, en principio, en dos planos temporales. En el primero nos encontramos en agosto de 1906, y recibimos por vía narrativa todos los ingredientes de tragedia, dolor, infamias y heroísmo que rodearon este percance (la actitud bochornosa del capitán del barco, que no se preocupó más que de su propio salvamento; la nobleza de docenas de lugareños, que se lanzaron a las aguas para ayudar a las personas que estaban a punto de ahogarse; los pillajes que se produjeron en los días posteriores al naufragio); en el segundo, nos situamos en 2013, momento en que una mujer llamada Vega Fuentes está componiendo una novela sobre el Sirio, para que la que está acumulando una enorme cantidad de documentación. Hasta aquí, todo circula por cauces habituales, desde el punto de vista novelesco.
Pero la maravilla del volumen estriba en que Lola Gutiérrez afila en ese momento sus armas narrativas y establece dos direcciones para sus personajes: a los personajes que pueblan la acción de 1906 los va llenando de matices hacia el futuro, extendiendo sus historias por vía cronológica, mientras que a los protagonistas principales de la franja novelesca de 2013 los va perfilando hacia el pasado, explicándonos sus trayectorias, sus traumas y sus ayeres. De tal modo que los dos núcleos se van aproximando, como las dendritas.
La novela se va enriqueciendo de manera brillante con este esquema de desarrollo, y también con la doble estructura secuencial del relato (centrado en los relatos breves durante la época de 1906 y más homogéneo en la época de 2013). Así, iremos aproximándonos a una docena de vidas que, en el pasado o el presente, nos van ofreciendo instantes de ternura, de crudeza, de solidaridad, de venganza, de abnegación o de rencor, en dosis sabiamente calculadas por la autora cartagenera: el triste pasado de Nati, los bochornosos maltratos que Ernesto prodiga a su esposa, el heroísmo de Nicolás, la dulzura de Juan Antonio, la rectificación a tiempo de Higinio, los doce mil euros mejor empleados del mundo... Y, por si el balance general no fuera ya, que lo es, lo suficientemente atractivo, la obra contiene perlas tan incuestionables como la que fulgura en la página 187: una de las dos declaraciones de amor más hermosas que he leído en años (la otra aparece en El vuelo de las termitas, de Luis Leante), y que parte de los labios de Alfonso para llegar a los oídos de Tiany.

Lola Gutiérrez ha demostrado en esta novela (la tercera de las suyas) que dispone de unas habilidades literarias de primera magnitud y que podemos esperar de ella libros valiosos e historias impactantes. No la pierdan de vista en los próximos años.

viernes, 24 de junio de 2016

Muerte en el 'reality show'



La imagen del escritor encerrado en su propio mundo, ajeno a sus semejantes y distante de todos ellos (la célebre y repetida torre de marfil de la que hablara Alfred de Vigny), ya no es tan universal como lo fuera en tiempos. A algunos escritores de no pequeña fama les ha apetecido abrirse al entorno, a sus temas, a sus gentes, a sus inquietudes. Y así han surgido obras donde no solamente contaba la voz del fabulador sino también la de los hipotéticos lectores, que se sumaban al proyecto narrativo dando sus opiniones y consejos.
Durante el verano de 2003, la divulgada revista El Semanal le propuso al madrileño Lorenzo Silva que elaborase un relato para irlo publicando por entregas. Y al famoso novelista (que ya contaba con el premio Ojo Crítico y con el Nadal, y que pronto obtendría el Primavera) se le ocurrió pedir la colaboración de quienes fueran leyendo el texto, para que le enviaran sugerencias, direcciones narrativas, cambios psicológicos de sus personajes, posible final, etc. Es decir: requirió de ellos que se implicaran en la novela como participantes activos y decisivos.
Así surgió Muerte en el reality show, una novela corta editada en 2007 por el sello Rey Lear, con ilustración de cubierta a cargo de Miguel Ángel Martín, y que nos traslada un argumento fascinante: Shania, una de las protagonistas del reality show Pareja Abierta, ha sido encontrada muerta. Se ha electrocutado en el jacuzzi que tienen instalado en el plató. Y los pegotes de plastilina que cubren las cámaras de vigilancia permiten deducir que se trata de un asesinato. La juez Tortosa y el comisario Fonseca serán los encargados de llevar la investigación, a base de interrogatorios con los que irán acorralando a la persona responsable. Las cosas que irán descubriendo no sorprenderán a ninguna persona aficionada a este tipo de concursos televisivos: macarras malhablados y sin educación, muchachas que rozan (o hacen bandera de) la procacidad, infidelidades sexuales, peleas en horas de máxima audiencia y todo ese tipo de quincallería para espíritus exquisitos. El final de la novela acabará por desvelarnos la identidad de la persona culpable. Y sus motivos.

Lorenzo Silva, hábil en el manejo de los diálogos y de las situaciones, consigue con esta obra una novela tan inusual como sorprendente.

miércoles, 22 de junio de 2016

Don Álvaro o la fuerza del sino



El argumento de esta pieza teatral de Ángel María Pérez de Saavedra Ramírez y Remírez de Baquedano, más conocido por su título nobiliario de Duque de Rivas, es tan sobradamente popular que apenas bastarán unas líneas para recordarlo: los amores imposibles de don Álvaro (un misterioso indiano cuyos orígenes nadie parece conocer) y doña Leonor, estorbados por el padre de la muchacha, quien recela del enigmático galán. Muerto el padre por un disparo fortuito provocado por don Álvaro, y fugitivos por caminos divergentes los dos protagonistas, los hermanos de la chica deciden buscar a don Álvaro para lavar la ofensa de su honor y la sangre de su padre. Pero la fortuna se aliará con el protagonista, que matará primero a uno y después al otro, sin poder evitar que el segundo mate antes a doña Leonor, para limpiar su apellido. Consciente de la maldición que acarrean sus actos, don Álvaro se terminará precipitando por un monte, después de pedir al demonio que lo acoja en su seno.
Efectista, con un ritmo irregular y con una versificación no siempre admirable (frente a secuencias deliciosas y de magnético ritmo hay otras en las que se pierde buena parte de la fluidez y parece que la garganta se atorase cuando intenta seguir la ondulación del verso), la obra conserva parte del aroma que la hizo famosa en su tiempo.

Vista la pieza con los ojos del siglo XXI resulta chocantísimo que los hermanos de doña Leonor provoquen y ofendan a don Álvaro de mil maneras distintas para que acepte batirse con ellos y que él sea capaz de mantener la frialdad y la templanza. Pero cuando don Alfonso insinúa que el galán podría tener una parte de sangre mulata, éste se pone hecho una furia y toma con frenesí la espada, dispuesto a gozar del privilegio “de beber tu inicua sangre”. O tempora o mores.

lunes, 20 de junio de 2016

Desplazamientos



La editorial Candaya tuvo hace unos años la feliz idea de publicar, bajo el título de Desplazamientos y con prólogo de Juan Antonio Masoliver Ródenas, una serie de poemas de Pedro Serrano, que muestran lo más exquisito de sus últimos veinte años de producción literaria.
Estamos ante una obra densa y conceptual, de no fácil lección, pero que en modo alguno podríamos tildar de fría o inaccesible. Se trata más bien de que las emociones del poeta se encuentran codificadas bajo símbolos pudorosos, donde la exactitud emocional se combina con unas palabras y unas imágenes que protegen la desnudez de la confidencia. El poeta quiere comunicarnos su interioridad, pero elige unos métodos casi algebraicos para proceder a esa dación (ya explicó una vez el argentino Jorge Luis Borges que la matemática cerebral de sus versos no era sino una forma de la timidez y de la reserva). Los poemas que aquí nos ofrece Pedro Serrano son de una hondura geológica, arrancados del alma como quien alivia minerales de una cueva profunda (“A veces el poema de un derrumbe, / un lento y doloroso desprendimiento, / una oscura y escandalosa caída de piedras”, p.34), que contienen hallazgos literarios de primera magnitud y de sorprendente viveza, como cuando nos susurra que “la indiferencia huele a fotocopia / y mantequilla rancia” (p.68), o cuando juega con algunas paronomasias significativas y nos dice que en algunos lugares “la hierba hierve” (p.99).
La poesía, en fin, entendida como búsqueda, como rastreo, como ansiosa palpación desesperada, para lograr “en uno mismo al fin morder el centro” (p.72) y conseguir de esa forma que el alma del poeta logre evadirse de “la mustia mediocridad” (p.105) que a todos nos circunda y amenaza.
Pero que nos espanten los lectores menos avezados o menos animosos, porque el volumen también contiene deliciosos versos de amor, bellísimas alturas metafóricas, ritmos cautivadores... e incluso algún poema de explosivo humor, como el que puede consultarse entre las páginas 158 y 159, con el título de “El arte de fecar”, donde las sonrisas y aun las carcajadas brotan de cada estrofa.

Añádase a la edición primorosa (el sello Candaya trabaja con una seriedad y una exquisitez que ya quisiera para sí otras editoriales) el hecho de que, al final del tomo, se incluya un CD con 21 poemas leídos por el propio autor, y ya lo tendremos todo en nuestras manos: un libro hermoso, una interesante voz de poeta (leída y escuchada) y continuos fulgores líricos, brotando de cada página. Les aseguro que no se arrepentirán si se deciden a leer esta obra.

sábado, 18 de junio de 2016

La Biblia en la literatura hispanoamericana



Hay volúmenes que, simplemente leyendo su título, impresionan. Es el caso de éste. Es tal la envergadura del proyecto, tan vastas sus ramificaciones, tan escandaloso el volumen de obras que debían ser analizadas, que no queda sino maravillarse de que el equipo de investigadores que han sido reunidos en este tomo haya logrado culminar su empeño con tan excelsa eficacia. Se trataba, en suma, de comprobar que “la presencia de la Biblia en la literatura hispanoamericana es una dimensión al mismo tiempo obvia y oculta, oculta y aun escamoteada” (p.9) y que, por tanto, convenía aplicarse a una investigación donde quedasen reflejadas las influencias que este texto religioso desarrolló en las páginas de novelistas, poetas, dramaturgos y ensayistas del Nuevo Continente desde finales del siglo XV hasta la actualidad.
La investigación comienza, lógicamente, con la figura del almirante Cristóbal Colón, que solía utilizar abundantes citas y observaciones relacionadas con la Biblia en sus manuscritos, y luego se prolonga por los cronistas de Indias (Bartolomé de las Casas o fray Bernardino de Sahagún), el teatro barroco o sor Juana Inés de la Cruz. Pero quizá la parte más interesante para los lectores menos especializados comienza a partir de la página 222, cuando los analistas se sumergen en el estudio del Modernismo y el siglo XX, poblado de nombres que resultan imborrables en la tradición literaria. Así, descubrimos que una de las primeras lecturas enjundiosas que Rubén Darío abordó en su juventud fue, precisamente, la Biblia (p.225); que los estudiosos de la poeta Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, “han subrayado la gravitación de la Biblia en el universo imaginario de la autora” (p.284);; que en las novelas del cubano Alejo Carpentier “la Biblia se cita repetidas veces, ora de forma explícita, ora de forma alusiva” (p.379); que la presencia de esta obra es también frecuente en los versos de César Vallejo, quien “se educó en una familia muy religiosa en la que sus dos abuelos fueron sacerdotes” (sic p.457); que la Biblia “es sin duda el texto al que Borges alude con mayor frecuencia” (p.475) o que el chileno Pablo Neruda sintió durante toda su vida “una intensa devoción hacia ese libro sagrado, probablemente por su valor humano y literario más que por razones religiosas” (p.501).
Por supuesto, a este reducido grupo de escritores (seleccionados por la comprensible brevedad de una reseña) podríamos añadir también los nombres de Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos u Olga Orozco, por centrarnos tan sólo en los autores del siglo XX, y aún dejaríamos fuera a docenas de otras figuras de importancia crucial en el desarrollo de las letras sudamericanas.

Este espectacular recorrido, que la editorial Trotta publica de forma bellísima en un sólido formato de tapa dura y que comento con auténtico placer, ha sido coordinado por Daniel Attala (Universidad de Bretagne-Sud, Francia) y Geneviève Fabry (Universidad Católica de Lovaina, Bélgica) y en él participan un total de veintidós reputados especialistas cuyas aportaciones arrojan luz sobre zonas muy interesantes de la literatura hispanoamericana de todos los tiempos.

jueves, 16 de junio de 2016

Las cinco advertencias de Satanás



Tras cerrar las páginas de esta pieza de Enrique Jardiel me asaltan dos convicciones: la primera, que es una comedia agradable, con frases ingeniosas y con un final melancólico al que la pluma del autor nos conduce con elegancia; la segunda, que no es una de sus grandes obras. Parece que ambos juicios entran en contradicción y se pelean entre sí, pero no estoy muy seguro de que así suceda. Una obra mediana de Lope de Vega es mejor que una obra notable de Agustín Moreto; una novela discreta de Miguel Delibes es superior a una obra capital de Zunzunegui. Es cuestión de magia, de talento, de chispa.
Enrique Jardiel Poncela disponía de esa magia, de ese talento, de esa chispa, que en Las cinco advertencias de Satanás se desarrollan en tonos menores, sin elevarse a cumbres inmarcesibles.
Con todo, la historia tiene sus puntos de seducción y su atractivo argumental: un millonario (Félix) disfruta de una sucesión de mujeres a quienes va cada tiempo desechando y “colocando” en las manos de su amigo Ramón, quien las “atiende” por una cierta cantidad de dinero. Absortos en esa dinámica cínica y más bien misógina, terminan por recibir la visita del Diablo, quien esclafa ante ellos una serie de advertencias, donde les anticipa hechos que ocurrirán en el futuro y que no podrán remediar: la aparición de una chica preciosa que logrará enamorar a Félix, la posterior decisión de éste de entregársela a Ramón (pese a que la amará profundamente)… Al principio, ambos creerán que será sencillo soslayar esas advertencias, aunque el tiempo acabará de convencerles de que el Demonio tiene más poder del que ellos imaginan.

Enrique Jardiel Poncela, brillante siempre, captura nuestra atención y salpica sus escenas con frases llenas de ingenio y gracia.

martes, 14 de junio de 2016

La chica de los ojos manga



Hacerse viejo tiene, para quien ha sido lector habitual, una tristeza añadida: que comienzan a ser infrecuentes las novedades editoriales capaces de provocarle asombro o aplauso. Adviene entonces la época de la relecturas o de la aproximación a los grandes libros aún no visitados o quizá mal conocidos, donde se está razonablemente seguro de encontrar maravillas, sancionadas por el paso del tiempo.
Pero como la vida te da sorpresas (Pedro Navaja dixit), he aquí que de pronto te salta a los ojos un tomo como La chica de los ojos manga, de José Antonio Sau, editado por La isla de Siltolá, y vuelves a cabecear afirmativamente mientras vas pasando páginas y vas encontrándote con unos argumentos interesantes, unos protagonistas inesperados y unas resoluciones literarias de primer orden: el chico que actuó como voyeur de una pareja en el instituto y que ahora, años después, recupera gracias a Facebook la relación con las antiguas personas espiadas; un joven que, divorciado y propietario de un club de jazz, se enamora de una singular chica que padece sonambulismo agresivo; el escritor que asiste, en pleno agosto y en un chiringuito de playa, a una curiosa disputa entre novios; un esposo que, para aliviar la tristeza sexual que le depara el párkinson de su mujer, vive una relación con su vecina; el trauma que sufre una mujer cuando su marido es detenido durante la guerra civil de 1936 y no vuelve a tener noticias de él durante años, hasta que descubre el inmundo horror que se esconde detrás de la infamia; un pastor huraño de Alhaurín de la Torre que termina convertido en un santón idolatrado por los lugareños; una mujer que recibe misteriosas flores cada primero de mes, de parte de un amigo que murió en la infancia; un detective que se encuentra atrapado en un caso de infidelidades matrimoniales…

Historias que, al margen de su interés en sí mismas, están contadas con una gran eficacia narrativa, con una soltura impecable y con una poderosa capacidad de seducción. No conozco al malagueño José Antonio Sau, pero como lector le estoy muy agradecido: me ha hecho disfrutar con un elegante ramillete de relatos.

domingo, 12 de junio de 2016

El hombre en busca de sentido



Sobrevivir al campo de concentración y contarlo con serenidad. Explicarnos lo que se sentía y cómo se lograba aguantar un minuto más, un día más, una semana más. Dónde se encontraban las energías, los asideros, las motivaciones. Es lo que hace el neurólogo y psiquiatra Viktor E. Frankl, que estuvo en Dachau y Auschwitz y que, tras ser liberado por el ejército norteamericano al final de la II Guerra Mundial, compuso este libro.
Con una sinceridad durísima, Frankl explica: “Sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros —como cada cual prefiera llamarlos— lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron”. Estas pequeñas anotaciones actúan como su memoria de aquel tiempo, del que consiguió volver vivo pero no indemne. No fue, en el campo, un personaje relevante (“Yo era un prisionero más, el número 119.104”); y, de hecho, llegó a plantearse la posibilidad de “escribir este libro de manera anónima, utilizando tan solo mi número de prisionero”.
El doctor Frankl comprobó que el hombre se sobrepone y se adapta a cualquier situación, por inaudita que pueda antojarse, utilizando la fuerza de su mente y planteándose que la vida tiene una meta y un sentido, que debemos descubrir por nosotros mismos. En esa situación angustiosa es donde se descubre el acero o el barro del que cada espíritu está confeccionado (“Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más”).
De todos los momentos especiales del volumen, me quedaría con éste: las emotivas palabras que pronunció ante un compañero de cautiverio, y que le hizo memorizar: “Otto, escucha, en caso de que yo no regrese a casa junto a mi mujer y en caso de que la vuelvas a ver, dile que yo hablaba de ella a diario, continuamente. Recuérdalo. En segundo lugar, que la he amado más que a nadie. En tercer lugar, que el breve tiempo que estuve casado con ella tiene más valor que nada, que pesa en mí más incluso que todo lo que hemos pasado aquí”. Es imposible leer esto sin que un escalofrío recorra el cuerpo.
La parte final del libro, interesante pero más alejada de lo puramente literario, consiste en una explicación detallada acerca de lo que significa la logoterapia, el método psicológico que utilizaba Viktor Emil Frankl en su trabajo profesional.

Un libro sobrecogedor que conviene leer.

viernes, 10 de junio de 2016

El Círculo de Jericó



Un escritor llamado Flavio Tursi firma un pacto con el Diablo para, a cambio de su alma, gozar del éxito absoluto y ser considerado el mejor literato de todos los tiempos; un satélite en órbita queda desconcertado cuando comprueba en sus registros que no queda más vida en la tierra que un rebaño de ovejas custodiado por unos perros (y asediado por otros perros); un gitano granadino que recibe, justo en el instante de su nacimiento, el impacto de un rayo energético donde se almacena una sabiduría estelar que determinará su existencia; un científico enloquecido llamado Nanda, quien genera un desastre mundial de dimensiones apocalípticas; una tribu africana que tiene en sus manos el poder de mantener en orden el universo; unos curiosos experimentos para vulnerar las barreras entre el mundo onírico y la realidad; una casa inabarcable, llamada Mansión, que conecta épocas y mundos de forma mágica…
Todas estas historias fascinantes son desgranadas por los miembros del Círculo de Jericó ante un escritor, su esposa y su hija, que se encuentran de vacaciones en la Costa Brava y que se ven atrapados por una tormenta en el apagado volcán de Santa Margarita. ¿Y quiénes forman ese enigmático Círculo? Pues unos hombres y mujeres de lo más variopinto: una dama rumana que chapurrea un español sumamente gracioso, un sacerdote iracundo y de gestos agrios, una médium que para entrar en trance requiere el auxilio hipnótico de su esposo, un prestidigitador dotado de una inaudita habilidad casi mágica… Siete personas cuya tarea (ellos mismos se lo explican así al escritor-narrador) consiste en mantener firme la realidad del cosmos relatando historias. Solamente al final, cuando las haya escuchado todas y la familia se encuentre meses después de su casa, comprenderá el auténtico sentido que tuvo el encuentro entre su familia y los componentes del Círculo.
Nos hallamos, pues, ante un tomo de relatos con marco (similar en su espíritu al Decamerón, El conde Lucanor y otros volúmenes parecidos), que se lee con un asombro constante y que nos regala personajes de inolvidable factura: Gedeón Montoya, el Hombre Dormido, el doctor Pétalo, madame Kádár… Decir que el tomo es excelente y que deslumbra de principio a fin resultará tan exacto como ilustrativo, pero les garantizo que no existe mejor mecanismo de comprobación que leerlo y quedarse, literalmente, conmocionado y con la boca abierta.

Pongan este libro en su mesilla de noche y disfruten de uno de los grandes maestros de la fantasía mundial.

miércoles, 8 de junio de 2016

Una caña de pescar para el abuelo



Conocía el nombre de Gao Xingjian desde que en el año 2000 le dieron el Nobel de Literatura, pero solamente dieciséis años después, de forma casual, cae en mis manos uno de sus libros y me apresto a leerlo. No es preciso justificar esta situación porque más de una vez la he comentado en este blog o en otros lugares: no suelo buscar los libros ni a los autores, por más premios o denuestos que reciban. Es la vida o el azar (si esos sustantivos no son sinónimos) quien lo pone ante mis ojos.
He leído Una caña de pescar para el abuelo, que traduce Laureano Ramírez para Ediciones del Bronce, y el juicio que me merece ha sido positivo. O para ser más precisos: es positiva mi lectura de “El templo de la Bondad Perfecta” (una historia de recién casados que visitan un antiguo templo que amenaza con caerse a pedazos), “El accidente” (donde se nos disecciona el atropello de un ciclista por parte de un autobús), “El calambre” (los apuros de un nadador que se adentra en el mar y sufre un espasmo abdominal que está a punto de hacerlo ahogarse) y los demás relatos del volumen.

Donde no me puedo acoger al adjetivo “positiva” es en la lectura del relato que da nombre al volumen, porque entiendo que trasciende esa nomenclatura y se instala más allá, en el terreno de la pura excelencia. He sentido en sus páginas (y he sentido con intensidad, con melancolía, con ternura, con dolor, con pena, con saliva tragada) cada una de las emociones de ese hombre que recuerda a su abuelo y desea regalarle una caña de pescar, en recuerdo de aquella caña pobre de bambú que le rompió por accidente siendo un niño. Me ha maravillado la forma en que Xingjian avanza y retrocede en el tiempo, mezcla instantes del presente (el partido de fútbol que resolvió el mundial entre Argentina y Alemania) con fogonazos del pasado, y va transmitiéndonos con esa danza unas intensas emociones donde la nostalgia, el amor y el paso del tiempo se mezclan con sabiduría. Uno de los mejores relatos que he leído. Literalmente.

lunes, 6 de junio de 2016

Por una noche de amor



No resulta infrecuente que la Historia de la Literatura, a fuerza de adherir etiquetas y asperjar famas, aboque a un elevado número de lectores a la inmersión en equívocos. Aseguraba Ernest Hemingway, con frase paradójica, que todo el que generaliza procede injustamente. Y casi idéntico juicio podría formularse sobre quienes reducen el valor literario de un autor a la inmisericordia errónea de un cliché.
Émile Zola, en gran parte de manuales de consulta, es presentado tan sólo como el padre o la cabeza visible del Naturalismo. Y ya está. Es decir, un novelista que destacó por su retrato fidedigno y crudo de las capas más desfavorecidas de la sociedad y por su aproximación a temáticas incómodas, como la enfermedad, el alcohol o el sexo mercenario. Pero también fue (y esta faceta suele quedar sumergida en las nieblas del olvido) un excelente autor de relatos, lo que resulta evidente después de leer volúmenes como Por una noche de amor (y otras historias), que publica la editorial Funambulista gracias a la traducción de Gonzalo Gómez Montoro y Rubén Pujante Corbalán, quienes además elaboran un luminoso postfacio donde analizan estos cuatro textos del autor francés.
“Naïs Micoulin” nos presenta a una aldeana que, años después de ser compañera de juegos del señorito Frédéric Rostand, se convierte en su amante secreta; “La señora Neigeon” está protagonizada por la seductora esposa de un político, a quien corteja el joven Georges Vaugelade, que ha escuchado rumores libidinosos sobre la condición casquivana de las parisinas y desea probar suerte con esta dama; “Por una noche de amor” nos permite conocer a la gélida Thérèse de Marsanne, una mujer capaz de utilizar sus artes de seducción para que su tímido enamorado Lucien se convierta en cómplice de un crimen; y “La señora Sourdis” pone ante nuestros ojos a un matrimonio de artistas, muy desnivelado estéticamente (en todos los sentidos), que experimentará una gradual e impresionante transformación.

Por encima de todo, y al margen de las deliciosas tramas que Zola urde en este póker de narraciones, la sensación primordial que invade a los lectores es el asombro literario. Es tal la brillantez de su prosa, tan delicada su pintura de paisajes y caracteres, tan notable su uso del cromatismo, tan espléndida y fina su penetración psicológica, que de inmediato se siente la tentación de replantearse las consignas que nos quisieron inculcar sobre él. Afirmó Miguel de Unamuno que quien piensa por sí mismo es progresista, y que quien repite ideas ajenas es siempre reaccionario. Quizá cada lector esté llamado a escribir, autónomo e insobornable, su propia Historia de la Literatura.

sábado, 4 de junio de 2016

El arte de tener razón



En esta obra, de tan breve cuerpo como intensa condición (publicada por Alianza en la edición de Franco Volpi y traducida por Jesús Alborés Rey), el filósofo Arthur Schopenhauer se planteó “el examen exhaustivo y minucioso de los subterfugios y ardides de los que se sirve la naturaleza humana común para ocultar sus faltas” (Advertencia, p.10). Y una vez efectuado ese balance, el pensador alemán nos indica que a continuación recogió “todas las estratagemas de mala fe que tan frecuentemente se utilizan al discutir y expuse claramente cada una de las mismas en su esencia más propia, aclarada mediante ejemplos y designada por un nombre propio, y añadí finalmente los medios que se pueden aplicar contra ellas” (ibíd.). 
Estamos pues ante un análisis que, no perdiendo de vista “la natural maldad del género humano” (p.16), nos advierte de una evidencia tan incontestable como lastimosa: que en toda disputa dialéctica “quien discute no combate en pro de la verdad, sino de su tesis” (p.18)… Por medio de la exposición y análisis de 38 estratagemas habituales en los discursos argumentativos, el pensador alemán va descubriendo las artimañas que usan los oradores más falaces y el modo de desmontarlas y refutarlas con rigor. Elaborar un resumen de las mismas resultaría empeño demasiado engorroso, pero sí que se puede llamar la atención sobre algunas, por su modernidad o su frecuencia de uso. La estratagema 8 afirma textualmente: “Suscitar la cólera del adversario, ya que, encolerizado, no está en condiciones de juzgar de forma correcta y percibir su ventaja. Se le encoleriza no haciéndole justicia, enredándole abiertamente y, en general, mostrándose insolente” (pp.44-45). En la estratagema 28 muestra la eficacia de ridiculizar el rival dialéctico ante el público asistente al debate, pues “la gente es muy pronta a la risa, y uno tiene de su parte a los que ríen” (p.55). Y en la estratagema 30 reduce (incluso banaliza) la importancia del argumento de autoridad explicando que “autoridades”, propiamente dichas, hay muy pocas en el mundo de la inteligencia. 
El volumen se cierra con un trabajo luminoso de Franco Volpi, titulado “Schopenhauer y la dialéctica”, que conviene no dejar de lado como pieza accesoria: aporta interesantes aspectos no solamente de este libro, sino del pensamiento global del filósofo al que hoy consideraríamos polaco, porque nació en Gdansk. 
Oportunísima reedición de Alianza Editorial que conviene tener en la biblioteca.

jueves, 2 de junio de 2016

Cuentos completos [1885-1886]



El caso de Antón Chéjov no solamente es uno de los más sorprendentes de la historia de la literatura por su brillantez, sino asimismo por su precocidad: jovencísimo aún (se encontraba entre los veinticinco y los veintiséis años cuando redactó las páginas que hoy comento), ya mostraba una densidad estilística y una finura psicológica que lo aupaban hasta el rango mesetario de “maestro”. Pero es que, además, no llevaba a cabo este despliegue en media docena de composiciones, sino que lo hacía en casi doscientas producciones, una cantidad abrumadora que lleva a Paul Viejo a escribir que el narrador ruso “es capaz de arramplar con la mitad del papel de una imprenta” (p.XV de la Introducción). 
Seguimos encontrándonos en este magma efervescente de imaginación con personajes de toda laya (maridos gorrones que viven del éxito o el dinero de sus esposas; guardabosques con hijas  hermosísimas; cómicos avariciosos que son capaces de pelearse e incluso matarse entre sí por la posesión de una cartera que han encontrado en el suelo; pacientes habilidosos, que piropean a una curandera homeópata con las presuntas virtudes de sus tratamientos para obtener de ella todo lo que quieren; farmacéuticos miserables, que se niegan a expender un medicamento a un hombre, porque le faltan unas tristes monedas para completar su precio) y con un elevado número de relatos donde ondean el patetismo, la amargura, la pobreza, la mezquindad o el autobiografismo desgarrado (ese médico que, tratando a enfermos de tifus en “El espejo”, se contagia de la enfermedad, como el propio Antón Chéjov había contraído de sus pacientes la tuberculosis que lo llevaría a la tumba)… 
Pero de este segundo volumen maravilloso que presenta Páginas de Espuma no pueden ser olvidadas aquellas historias en las que domina el humor: el hombre más torpe del mundo a la hora informar a un marido del fallecimiento de su esposa (“Diplomacia”); un expeditivo método para conseguir que una visita impertinente comprenda que ha llegado la hora de irse y dejar dormir al anfitrión (“El huésped”); el propietario que no logra contratar a ningún administrador para sus posesiones, porque todos se le antojan demasiado honrados y no cree en ese tipo de personas (“Muralla infranqueable”); los cómicos apuros de un revisor de tren, que se va abucheado y casi agredido por los usuarios de un vagón cuando pretende pedirle el billete a un viajero somnoliento y descarado (“¡Qué público!”); la fatiga muscular y etílica que acomete a los pobres funcionarios que, a primeros de enero, tienen que cumplimentar a todos sus benefactores (“Mártires de Año Nuevo”) o el alivio que experimenta un hombre rico de 52 años que acaba de descubrir en sí mismo un cierto talento para el dibujo y que expresa su alborozo por no haber percibido esta habilidad en su juventud, puesto que le habría llevado a la más absoluta pobreza (“Un descubrimiento”). Personalmente, me conmueve con idéntico vigor a como lo hizo en mi juventud el relato “Tristeza”, la conmovedora historia de un cochero cuyo hijo ha muerto esa semana y que no teniendo a nadie que le escuche su pena acaba contándosela a su caballo... 
Este segundo volumen se erige, pues, en otra joya para nuestras bibliotecas, que no deberíamos dejar pasar de largo.