miércoles, 31 de mayo de 2023

Rebelión en la granja

 


Cuando George Orwell publicó Rebelión en la granja (1945), un alto número de personas se habían percatado ya de las mentiras flagrantes (y de los crímenes millonarios) del comunismo estalinista, pero continuaba existiendo un reducto de exaltados fervorosos que, por ingenuidad, idiocia o connivencia, preferían seguir haciéndose los ciegos ante el escándalo del totalitarismo soviético. Pero a Orwell, que ya había publicado páginas aguerridas contra el sistema capitalista y que luchó en la guerra civil de 1936 del lado de la república española, no se le escapó la condición dictatorial, represora y sanguinaria de Stalin. Y buena prueba de ello es esta novela, que alcanzó (y sigue manteniendo) una celebridad mundial, en la que retrata en clave fabulística aquella revolución fracasada que algunos se obstinaban, con una venda en los ojos, en seguir aplaudiendo.

Vemos aquí al Viejo Mayor, un cerdo de avanzada edad, que consigue convencer a los demás animales de la Granja Manor (dirigida por el señor Jones) para que se alcen contra la opresión de los humanos y se hagan con los resortes del poder, para alcanzar los sueños de la libertad y la igualdad. Vemos al astuto cerdo Napoleón, que se rodea de una guardia pretoriana formada por perros salvajes y que manipula el ideario de la revolución a su antojo. Vemos a Snowball, camarada de primera fila que, cuando se convierte en rival del ambicioso Napoleón, es expulsado y demonizado. Vemos a Moses, un cuervo que no deja de pregonar la existencia de un paraíso llamado Monte Azúcar, al que irán las almas de todos los animales cuando abandonen sus cuerpos. Vemos cómo todos los protagonistas adoptan con ilusión el himno “Bestias de Inglaterra”, que se canta con fervor y que galvaniza los corazones… hasta que Napoleón considera que ya no resulta operativo, porque la revolución ha triunfado. Vemos cómo la deriva dictatorial de los cerdos es maquillada de la forma más bochornosa, amparándose en un presunto interés por el pueblo (“Algunas veces podrían ustedes adoptar decisiones equivocadas, camaradas”, se lee en el capítulo V). Y vemos, en fin, cómo los cerdos terminarán por convertirse en opresores incluso más inicuos y despiadados que el fallecido señor Jones.

Orwell lo vio y Orwell lo contó. Le debemos un aplauso por aquel acto valeroso de honestidad; y también por la espléndida forma literaria en que lo hizo.

lunes, 29 de mayo de 2023

2 horas, 15 minutos para el fin del mundo

 


Faltan apenas dos horas y cuarto para que el mundo termine y debes decidir qué vas a hacer con ese tiempo. Puedes llorar, puedes cumplir algún sueño que te quede pendiente, puedes abrazar a la persona amada, puedes emborracharte... Ernesto Ortega nos lanza una propuesta alternativa: ¿por qué no leer un libro? El que tenemos entre las manos, sin ir más lejos, nos ocupará más o menos esos ciento treinta minutos: es una obra ágil, con relatos que se desarrollan en todo tipo de escenarios (desde desiertos hasta dormitorios, desde puticlubs hasta avionetas, desde terrazas de verano hasta habitaciones de hospital, desde apartamentos vacíos hasta islas a punto de ser destruidas) y cuyo lenguaje es fresco y actual. ¿Acaso no es proposición tentadora?

Les adelanto mi respuesta: sí que lo es.

En el libro 2 horas, 15 minutos para el fin del mundo (editado por Talentura), el escritor de Calahorra pone en nuestras manos un admirable conjunto de relatos, llenos de humor e intensidad narrativa, y que nos sorprenden con sus hallazgos, tanto literarios como psicológicos. A veces, jugará con la libido del lector a través de una doble (o múltiple) fantasía erótica, como ocurre en “Ensueños”; a veces, nos pedirá que acompañemos a un preso mientras camina con paso vacilante hacia la silla eléctrica donde habrá de ser ejecutado si no lo impide antes ninguna autoridad (“Los últimos 100 metros”); a veces, dificultará que la saliva baje por nuestra garganta, conociendo la historia de unos mensajes telefónicos terribles, tristes y unilaterales (“Llamadas perdidas”); a veces, en fin, descubriremos por qué una mujer de cincuenta años, que había abandonado el tabaco con éxito mucho tiempo atrás, recae en su adicción a la nicotina (“Pequeños vicios ocultos”).

Preciso y vigoroso a la hora de trazar ambientes y caracteres, el autor riojano nos embriaga con estas dieciséis historias, donde casi todas las emociones humanas encuentran cabida y dibujo. De tal forma que sí: si descubren que disponen de dos horas y quince minutos por delante (aunque no necesariamente porque el mundo se acabe: puede valer un viaje en tren, o una espera hospitalaria, o una tarde libre con ventanales luminosos y café), sumérjanse en las páginas de este libro. Descubrirán a un autor excelente.

sábado, 27 de mayo de 2023

Tránsito

 


Toda vida está compuesta por una serie de viajes, que ejecutamos animados por sentimientos muy diferentes: curiosidad, entusiasmo, obligación, tristeza, dolor, gozo, hastío… En la novela que acabo de terminar (Tránsito, de Jesús Zomeño, publicada por el elegante sello Contrabando) vuelvo a encontrarme con uno de esos viajes, que se inicia cuando el protagonista toma un tren en Sofía (Bulgaria), el cual lo llevará, deteniéndose en varias estaciones nocturnas, hasta Bucarest. Ignoramos su nombre. Ignoramos el propósito de su viaje (que solamente en las tres páginas finales quedará explicado). Ignoramos cuál es el estado de ánimo con el que inicia su fatigosa aventura ferroviaria.

En el vagón se encontrará con un hombre negro que habla varias veces (y en un tono de voz demasiado elevado) por su teléfono móvil; con una pareja de chicos norteamericanos, llamativamente rubios; con una pareja de ancianos, que comen y terminan bajándose en una estación desconocida, mientras el protagonista se encuentra descabezando un pequeño sueño; con una mujer que lee. Impulsado por la ociosidad, el protagonista elabora teorías sobre todos ellos, adjudicándoles profesiones, deseos, identidades y metas. En ese juego poliédrico hay momentos de humor, instantes de delirio, focos surrealistas, pliegues de sombra; y lo sabe el narrador como lo sabemos los lectores, porque nos sumamos de buena gana a su bazar de interpretaciones. Aceptado que los demás son siempre enigmas (y más cuando resultan ser perfectos desconocidos, con los que solamente el leve azar de unas horas nos vinculará), convirtámonos en marionetas. A nadie haremos daño con esa distracción secreta. Pero luego está también lo otro: las heridas que el protagonista porta en su alma, y que están relacionadas con su padre (del que recuerda algunos tristes episodios de menosprecio) y con su esposa (la cual “solía decir que suspirar le calmaba el odio que me tenía”, “siempre ha dicho que solo valgo para cambiar bombillas” e incluso se permitió la brutalidad de decirle una vez “que prefería un hijo de cualquiera, o uno engendrado in vitro, antes que uno mío”).

Añadan a esa red de emociones la lectura inacabada por parte del narrador del libro La isla del tesoro (que adquiere cualidad de símbolo), un trágico atropello que se produce en las primeras páginas y la prosa cuidada, casi (en el mejor sentido) poemática de Jesús Zomeño, y obtendrán una novela magnífica, de grata y sugerente lectura.

Están tardando en abalanzarse sobre ella.

jueves, 25 de mayo de 2023

Los amores de Nishino

 


Recuerdo haber asistido en la universidad de Murcia a una espléndida charla de Juan Espinosa acerca de su padre, de la que se me grabaron en la memoria varios momentos sin duda memorables. Uno de ellos se produjo cuando Juan recordó la pregunta que, según dijo, se quedó con las ganas de formular a su progenitor, antes de que la muerte los separase: ¿Tú quién eres?”. Esa interrogación perpleja es la que parece burbujear en la mente de todas las mujeres que, una vez fallecido Yukihiko Nishino, se acuerdan de él. ¿Quién fue aquel niño, aquel adolescente, aquel joven, aquel hombre, que resultaba tan fascinante, tan brujo, tan indefinible? Gracias a las diferentes narraciones (sucesivas y complementarias) de todas ellas, los lectores podemos ir reconstruyendo, con paciencia, la efigie de aquel ser acuoso, lleno de encanto y silencios, huidas guadiánicas, fragilidades y fortalezas: la forma en que bebía leche de los pechos de su hermana (que acababa de perder un bebé y que los sentía doloridos), su afición por meterse dentro de cilindros de cemento para estar aislado, sus preguntas de niño grande (o de adulto desvalido), su confesada incapacidad para enamorarse, el triste suicidio de su hermana, la torpeza o gravedad de sus frases, su languidez y sus inexplicadas ausencias, la manera en que sonaban sus palabras, los lugares tan variopintos en que lo conocieron o trataron (parques, restaurantes, cursos de cocina, pisos estudiantiles)… Nishino fue un misterio, porque todos lo somos. Pero, en su caso, la envoltura de neblina fue mucho más notoria y más intensa, como si su vida adquiriese perfiles de acuarela en la memoria de cuantas mujeres lo trataron.

Con delicadeza inaudita, las páginas de Hiromi Kawakami nos involucran en un origami de evanescencias, lágrimas, sobrentendidos y sedas, que embriaga de un modo absoluto. En mi caso, me descubrí leyendo lento (no es mi costumbre): era como si las páginas de la novelista tokiota hubieran logrado reducir el número de mis pulsaciones cardíacas. No sé si me estoy explicando demasiado bien. En lugar de esforzarme en convertir en palabras esta emoción, los invito a que la prueben por sí mismos y que luego me digan.

Deliciosa obra, que traduce del japonés Gabriel Álvarez Martínez.

martes, 23 de mayo de 2023

La mirada del orangután

 


Dámaso Alonso lo llamaba “correlación diseminativa recolectiva”; y, aunque este nombre pueda impresionar por lo alambicado o aparentemente pedantesco de su formulación, lo cierto es que retrata muy bien el espíritu de La mirada del orangután, el libro de relatos con el que Chelo Sierra obtuvo el premio Ciudad de Coria (2016) y luego se convirtió en finalista del premio Setenil (2017). Descubra por qué el lector curioso, aunque le sugiero que lo haga después de haber acabado el volumen, para no estropear la gracia del experimento.

En esta docena de narraciones, ciertamente notables, la escritora madrileña explora los territorios del arte moderno (“Sin título”), de la decepción y la venganza (“Flexiones y reflexiones”), del racismo (“Las chicas de Porahí”), de los extraños comportamientos a los que pueden conducirnos la inactividad y el tedio (“El séptimo mandamiento”), de la traición de los ideales cuando aprietan las urgencias económicas (“Sala de despiece”) o de la forma en que el destino juega con nosotros, colocándonos allí donde se nos espera con las uñas fuera (“Un tema universal”). Y lo hace con una equilibrada utilización de elementos literarios y coloquiales, que aroma sus relatos con un perfume agradabilísimo. Entrar en ellos es un auténtico placer, como el que experimenta quien se sumerge en una bañera caliente; o el que invade el corazón de la persona que, sentada y sin hacer el menor ruido, escucha cómo le cuentan muy bien una historia muy buena. Es tan sencillo (tan difícil) como eso: lograr que nos sintamos oyentes privilegiados; querer escuchar y no desear el fin de la narración; suspirar cuando la última de las palabras vibra en nuestros ojos, en nuestros oídos. Chelo Sierra posibilita esa magia, porque es, como diría Muñoz Molina, la dueña del secreto: en este caso, el secreto de la mejor literatura.

domingo, 21 de mayo de 2023

Ética para Amador

 


Debe de hacer unos treinta años que leí esta Ética para Amador (juraría que fue mi primer libro leído de Fernando Savater); y aunque he olvidado las frases que subrayé entonces en mi ejemplar (se quedó en mi antigua casa tras el divorcio: estoy utilizando una edición más moderna), sí que recuerdo que se trató de una lectura grata y enriquecedora, que coincidió con mis primeros tiempos como profesor de literatura. Ahora, cuando estoy viviendo la etapa contraria (mis últimos tiempos como docente), revisito aquellas páginas deliciosas; y vuelvo a sonreír con los ejemplos, vuelvo a cabecear afirmativamente con el desarrollo y con las conclusiones, vuelvo a maravillarme con la forma contundente y sencilla con la que el filósofo de San Sebastián articula y encadena sus ideas, de una gran solidez.

Explica Savater que los seres humanos “por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios” (p.24), y eso implica que debemos hacer uso de nuestra libertad para optar. Nadie puede guiarnos en ese camino, porque cada persona elige su propia posición frente al mundo, su modo de actuar, su modo de ser. Eso implica que la ética, en un sentido amplio, se podría definir como el “arte de vivir” (p.27), porque si bien raramente nos resulta posible elegir lo que nos pasa, sí que podemos decidir casi siempre lo que hacer frente a lo que nos pasa. Esas respuestas han de ser abordadas de forma razonada, lenta y personal (“No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: pregúntatelo a ti mismo”, p.51). De tal forma que cuando obramos mal, porque no hemos calibrado de manera adecuada las repercusiones de nuestros actos, se produce el remordimiento. Lento, convincente y socrático, Fernando Savater ilumina los pasillos, para explicarnos a continuación que siempre seremos nosotros quienes elijamos cuál de ellos atravesar; y que esa tarea implica dificultades, reflexiones, ponderación, evaluación de matices y, por fin, decisión. Nadie puede guiarnos en esa ruta: cada uno de nosotros es el capitán del barco, el marinero, el barco mismo y la brújula. Todo a la vez y atrozmente. Todo a la vez y gozosamente. Que comience la travesía.

Ética para Amador es un hermoso vaso de agua, tan refrescante como imposible de resumir o explicar. Les invito de corazón a que se sumerjan en sus páginas, si no las conocen: creo que me agradecerán el consejo.

viernes, 19 de mayo de 2023

La hoja roja

 


Creo que cuando leí por primera vez La hoja roja, de Miguel Delibes, no acerté a entender del todo lo que estaba leyendo. Es normal: tenía algo así como quince o dieciséis años; y a esa edad no se comprenden todavía los vértigos de la finitud. Porque de eso trata, esencialmente, esta novela: de la forma en que la saliva se va espesando en la garganta cuando una persona llega al arrabal de la vejez y se da cuenta de que en el librillo de papel de fumar le sale la hoja roja. Es decir, la advertencia de que está a punto de llegarse al término de todo. Le ocurre así a don Eloy, un funcionario municipal de pequeña categoría que cumple los setenta y es invitado a abandonar su puesto de trabajo. Dos de sus amigos de toda la vida (Pepín Vázquez y Poldo Pombo) ya fallecieron; también lo hizo su esposa Lucita; y la misma suerte corrió su hijo Goyito… Y mientras intenta adaptarse a la nueva situación de “clase pasiva”, muere también su amigo Isaías (la escena que Delibes encuadra en el cementerio, durante su inhumación, es memorable). Solamente le quedan dos personas a las que aferrarse: su hijo León, que es notario y mantiene con él una actitud despegada, y su sirvienta Desi, una veinteañera pueblerina y de mente no muy brillante, que anda enamoriscada del Picaza, un mozo no menos basto que ella.

De la mano del narrador vallisoletano, acompañamos a don Eloy de visita a su antiguo trabajo (donde ya se lo ve con distancia e incluso con cierta aspereza), a la óptica de Pacheco (donde se le deja paulatinamente claro que estorba) y a otros lugares, en los que el anciano no encuentra ni felicidad ni sitio. Todo parece estar diluyéndose a su alrededor. ¿Qué le queda? ¿A qué se aferra? ¿Hacia dónde ha de dirigir los ojos, para no sucumbir a la tristeza más desoladora?

Una novela elegante y honda, llena de reflexiones sobre el paso inexorable de los años, que los lectores disfrutamos y aplaudimos, aunque a los no laístas (también hay que decirlo) nos sangren los ojos constantemente con la proliferación de esos chirridos gramaticales. Como se trata de don Miguel Delibes, claro está, se lo disculpamos.

miércoles, 17 de mayo de 2023

Y de repente, un ángel

 


Hay dolores y secretos y traumas que nos acompañan desde hace muchos años y que, de forma indeleble, se han adherido a la piel de nuestro corazón. Quizá no seamos conscientes de su poder erosivo, pero esas improntas se han colado como topos en nuestro espíritu y nos agrían y nos perturban de forma devastadora: nos convierten en un rencor o una herida que, misteriosamente, aún conserva forma de persona. Es lo que le sucede a Julián Beltrán, un escritor no muy afortunado que vive alejado de sus padres, en una casa que no asea y con la única compañía lunática (perdóneseme la broma: se ven los lunes) de Andrea, dependienta de una librería. Muy pronto, los lectores descubrimos que el origen de su desdicha se encuentra en una disputa familiar bastante grave y bastante mezquina: cuando falleció su abuelo, Julián no recibió la herencia que le correspondía, porque su padre manipuló los papeles para quedarse con ella. Ese comportamiento inicuo fracturó la relación entre ambos y los colocó en posiciones irreconciliables… hasta que en la vida de Julián se instala una asistenta doméstica llamada Mercedes, que con su forma de actuar y ver las cosas terminará haciéndole que abra los ojos y se replantee la posibilidad de la reconciliación con su padre. Y más ahora, cuando el anciano se encuentra en sus últimos días, afectado por un cáncer.

Utilizando con inteligencia las secuencias de humor y las dramáticas, los diálogos tensos y los distendidos, el peruano Jaime Bayly perfila en las páginas de Y de repente, un ángel una novela sencilla, en la cual los temas espinosos (el abuso sexual, las diferencias de clases, la corrupción policial, los odios enquistados, la muerte, la fe religiosa, la infidelidad) reciben un tratamiento liviano y de fácil digestión, que convierte la obra en un artefacto nada dificultoso, accesible para todos los públicos.

lunes, 15 de mayo de 2023

César y Cleopatra

 


La historia de César y de Cleopatra, bien a través de William Shakespeare o bien a través del cine, es sobradamente conocida: la intensa relación entre el hombre que dominaba el mundo y la jovencísima y ya atractiva hermana de Tolomeo, con el cual se disputaba el trono de su país. En esta obra, firmada por George Bernard Shaw (y que leo en la traducción de Julio Broutá), se nos invita a revisar aquellos días reales y legendarios a la vez, en los que una muchacha plenamente segura de su estirpe sagrada (“Mi sangre está hecha de aguas del Nilo”, I) se aproxima hasta el emperador romano, que la puede ayudar en sus aspiraciones en el caso de que la juzgue merecedora de tal destino (“Si te cree digna de gobernar, te sentará en el trono a su lado y te hará la verdadera soberana de Egipto”, I). Pero la elevada inteligencia literaria de Shaw le veda la posibilidad de convertir esta historia en un entramado de amores, deseos y deslumbramientos. Por el contrario, jugará con las flaquezas y dudas de Cleopatra, que necesita apoyarse de continuo en su servidora Ftatatita; nos mostrará a un Julio César maduro, sabio y escéptico, reacio a comportarse como un adolescente con las hormonas en ebullición (ante una coquetería de la muchacha, no tendrá reparos en decirle, mirándola a los ojos: “Entre mis soldados, que confían en mí, no hay uno cuya mano no me sea más sagrada que tu cabeza”, III); nos dejará escuchar sentencias que oscilan entre la seriedad y el humor (“Cuando un hombre en este mundo tiene algo que decir, la dificultad no consiste en hacérselo decir, sino en impedirle que lo diga demasiadas veces”, IV); y, en fin, nos mostrará el lado más reposado y reflexivo de un César que, hastiado de brutalidades, no dudará en lamentarse con palabras dignas de ser grabadas en mármol: “La matanza engendrará la matanza, siempre en nombre del derecho, del honor y de la paz, hasta que los dioses estén hartos de sangre y creen una raza que tenga juicio” (IV).

Una pieza dramática notable, donde se nos trasladan interesantes observaciones sobre el espíritu humano y donde descubrimos que la debilidad y el poder pueden burbujear al mismo tiempo en el corazón de cada persona.

sábado, 13 de mayo de 2023

La tercera España

 


Es posible que hasta la persona menos aficionada a la literatura o la política haya escuchado alguna vez reflexiones sobre “las dos Españas”; es decir, sobre esas dos facciones cabestras, cerriles y monolíticas que se han obstinado en percibir la realidad nacional como un cortijo que debe amoldarse a sus propios intereses y no salirse nunca de los cauces establecidos por su peculiar ideología. Por mero reduccionismo, se suele fijar erróneamente ese panorama hablando de derechas e izquierdas, pero se trata de algo más profundo, más atávico, más complejo: se trata de dos perspectivas que impregnan el espíritu y el cerebro de quienes las sustentan. César Vidal, en las páginas 11-12 de este ensayo, dibuja con mucho tino una panorámica del problema: “La primera España vendría caracterizada por el tradicionalismo, por la cerrazón ante las innovaciones y ante las corrientes extranjeras y por el culto a la división patria entre ellos (los verdaderos españoles) y los otros (es decir, los malos españoles, los sin-Dios, los descreídos, los infieles). En cuanto a la segunda, encontraría su definición en la apertura a otras corrientes, en la disposición a considerar la historia pasada como un cúmulo de errores que explicarían el desastroso presente patrio y en la disposición a emprender cambios políticos y sociales que cambiaran totalmente el país”. El gran problema siempre ha radicado en que ambas tendencias contemplaban a “los otros” como un enemigo al que convenía sujetar en corto, aislar, preterir y, en el peor de los casos (recuérdese la guerra civil de 1936), sojuzgar o exterminar.

Pero existe una tercera vía, tan admirable como aún no demasiado fructuosa, “que pensó que esa fratricida división podía, debía, tenía que ser superada” (p.18). Y esa tercera España, entrevista o soñada históricamente por autores que, nacidos en la primera y en la segunda, comprendieron la necesidad de aunar todo lo positivo y lo unificador de ambas, desechando sus odios y exclusiones, es la protagonista absoluta de este libro, lleno de sensatez, buen juicio, análisis ponderados y citas luminosas, por el que desfilan gentes de la talla de Cisneros (“tan olvidado hoy por la primera España, que a veces ha visto con resquemor su espíritu abierto, y por la segunda, que sólo contempla en él a un cardenal y, por tanto, un adversario”, p.28), Miguel de Cervantes, Jovellanos, Mariano José de Larra, Joaquín Costa, Antonio Machado, Manuel Azaña o Pedro Laín Entralgo.

Lo más sorprendente del volumen, sin duda, es la honestidad intelectual que el autor exhibe en sus páginas, aplaudiendo por igual los gestos de tolerancia y de concordia de personas surgidas en el seno de la Iglesia o, si nos centramos en la guerra del 36, de pensadores que apoyaron a bandos distintos, pero que fueron descubriendo de forma inexorable la necesidad de entender al otro, en lugar de anhelar su silencio parcial o total; que fueron advirtiendo la altura moral a la que se asciende cuando la comprensión, el diálogo y la convivencia logran imponerse a la brusquedad, el desprecio o el odio.

Un trabajo para leer con un lápiz en la mano, para subrayar y anotar.

jueves, 11 de mayo de 2023

Bienamada

 


Para Remedios Durán, la llegada de la menopausia coincide con la aparición en la vida de su marido de una nueva (y joven y atractiva) compañera de trabajo, de la que la atribulada esposa tiene la convicción de la que se enamorará. Ninguno de los dos protagonistas (que son miembros de una orquesta) es consciente de esta situación irremediable, pero la esposa (que es una reputada ilustradora) sí. Ve venir esa situación con pasos almohadillados de pantera, y no sabe cómo debe enfrentarse a esa situación. ¿Celos? ¿Despliegue de agresividad posesiva? ¿Tibia indiferencia? ¿Llanto? Lentamente, Óscar (al que Remedios llama “Neptuno” en la intimidad del hogar) va dejando que Cristina se incruste en sus vidas y en su casa: ensaya en el sótano, come o cena con ellos, charla con la hija del matrimonio y termina, en un proceso gradual pero irreversible, quedándose alguna noche a dormir. El proceso de conquista (que Remedios juzga desde el principio inocente, pero también imparable) alcanzará su culminación cuando Óscar se atreva a ir un poco más allá: sin duda, Cristina no opondrá resistencia.

Lentamente, gracias a los recuerdos infantiles y juveniles que Remedios nos va relatando, comprendemos los episodios menos luminosos de su ayer; y también las zozobras que, pese a su condición de mujer aún atractiva (corre por el monte todos los días y sigue utilizando la ropa de cuando tenía treinta años), destrozan su corazón con fiereza de zarpazos. ¿Dónde están los límites entre la conformidad y el miedo? ¿Cuál es el protocolo que debe observar frente a la sonriente y juvenil invasora?

Empar Moliner, con una prosa hipnótica y de gran poder psicológico (su retrato de la mujer que está ingresando en la “madurez” me ha parecido cautivador), nos entrega una novela de espléndida textura, que se va adentrando en la mente de los lectores con sencillez de agua, pero que, una vez dentro, se convierte en fuego, en termita, en túnel oscuro. Por obra y gracia de su talento narrativo, yo he sido una mujer menopáusica; he sentido el desgarro de la sustitución; he notado cómo necesitaba alcohol, o lágrimas, o correr por el monte; he notado el simún dentro de mi cabeza.

Admirable.

martes, 9 de mayo de 2023

El caballero de las espuelas de oro

 


Finalmente, he optado por aproximarme a otro libro de Alejandro Casona, y el tomo que ha acabado en mis manos ha sido El caballero de las espuelas de oro, una revisión muy interesante sobre la vida y el pensar de Francisco de Quevedo, quien se define a sí mismo desde las primeras páginas cuando, decidido a ingresar en la Cofradía de la Risa, declara: “Amigos no tengo ninguno; enemigos los tengo todos. Las mujeres, unas me piden y otras me despiden; y si alguna me quiso fue tan poco, que hasta de olvidarme se olvidó. Nací con los ojos dobles y tartamudo de piernas. No hay cosa que yo piense al derecho que no me salga al revés. Las tejas que van a caer, siempre esperan a que pase yo. Si yo estudiara medicina, nadie se pondría enfermo; si vendiese zapatos, todos andarían descalzos. ¡Y hasta creo que, si un día quisiera ser cornudo, tropezaría con mujer honrada!”. No será necesario insistir en la condición quevedesca (puramente quevedesca y literal) de las mencionadas expresiones, tomadas de diferentes obras del vate madrileño; y no se trata, desde luego, de un demérito del dramaturgo. Alejandro Casona se ha documentado y ha manejado infinidad de versos y líneas en prosa del escritor barroco para intentar que todo sonase a Quevedo. Y lográndolo, vive Dios.

Escuchamos en sus ocho cuadros escénicos a un poeta solitario, obsesionado por el frío, audaz en sus apuestas literarias, firme en sus posturas políticas, compasivo con los débiles y dueño de unas espuelas de oro que, lejos de ser utilizadas como signo de riqueza o de vanagloria, esconden una simbología muy respetable: “Me las hice para ponérmelas dos únicas veces en mi vida. La primera fue en las Descalzas Reales al tomar mi hábito de Santiago. La otra será el día de mi muerte, para entrar pisando con dignidad en el Reino de Dios”. A través de sus ojos, de sus éxitos y de sus penurias, asistimos a un resumen excepcional de la historia de aquella España de nobles venales, miseria popular y supersticiones religiosas. Y, sobre todo, se nos muestra el aspecto humano de un Quevedo que, por su acidez verbal y su aparente altanería, suele ser visto como una figura más hermética, menos accesible.

Me ha convencido la lectura. Insistiré en el autor.

domingo, 7 de mayo de 2023

Mamá

 


Cuanto mayor es el grado de dependencia que asumimos frente a una persona, mayor es el desastre sísmico que nos zarandea cuando esa persona se aleja de nosotros o fallece, porque justo en ese instante todos los asideros se vuelven jabonosos, todas las esperanzas parecen diluirse y todos los pronósticos se tornan aciagos. Es lo que le ocurrió (y en estas páginas nos deja una crónica detallada) a Luis Antonio de Villena cuando su madre nonagenaria decidió que los intensos dolores óseos que sufría ya no resultaban soportables y pidió que le administraran una piadosa sedación. El escritor ya había superado los sesenta años, pero (él mismo lo explica con detalle en esta obra) fue toda su vida un “niño interminable” (p.169), porque su madre se esforzó en apartarlo de cualquier preocupación de tipo económico, familiar o social. Esa burbuja protectora se convirtió también, como ahora le resulta evidente, en burbuja desprotectora, porque lo invalidó para la toma de decisiones o las habilidades prácticas de la vida: compra o venta de vivienda, testamento, papeleos bancarios… Casada con un hombre que pronto se reveló como “un manirroto, un claro mujeriego y un señorito calavera” (p.34), que la engañaba con varias amantes y que despilfarró su dinero en juergas, esta segoviana que nació en 1924 y se trasladó a Madrid cuatro años después, convirtió a su hijo único Luis Antonio en el eje de su existencia, generando en él una doble relación de dependencia y ahogo (“Mi historia contigo, en aparente contradicción, es un buscarte apasionadamente, necesitar tu cobijo y quererme quitar o liberar de ti, porque no era enteramente libre bajo ese control”, pp.232-233). Hubo una altísima dosis de amor (nunca sexual o enfermiza, según declara él), pero también un continuo combate de discusiones, delimitación de fronteras y afirmación de su personalidad. Y en esta relación central, palpitante, poderosa y enérgica, se vieron acompañados por figuras imprescindibles, como la abuela Fermina, el chevalier servant Luis Calzada (que intentó infructuosamente durante treinta años convertirse en el nuevo esposo de su madre), los primeros amantes de Luis Antonio (que ella aceptó con creciente normalidad) o las continuas menciones a aquel padre decepcionante y castrador que terminaría muriendo de un cáncer de laringe, cuidado por su piadosa, pero ya no enamorada, esposa.

Documento estremecedor, donde las luces y las sombras se van alternando, este Mamá de Luis Antonio de Villena, publicado por Cabaret Voltaire, se convierte desde el principio (lo descubre el lector muy pronto) en un documento psicológico y hasta psiquiátrico de primera magnitud, que nos permite adentrarnos por unos pasillos, no siempre cómodos, en los que se habla de dependencia, de cobijo, de recriminaciones, de silencios y de un vínculo poderoso e insondable (el amor entre una madre desengañada y firme y un hijo emergente y firme), que llenan las páginas de luz y de sombras, donde comprendemos que “la verdad siempre es adverbial” (p.150).

Un libro admirable, duro y necesario, que recomiendo leer después de haber contemplado en silencio, concentrándose en los ojos, la fotografía que este tomo nos ofrece del poeta.

viernes, 5 de mayo de 2023

Noches lúgubres

 


Dos personajes (con el añadido de algunos anecdóticos) protagonizan estas tres famosas y aparentemente inconclusas Noches lúgubres, del militar gaditano José Cadalso: el primero se llama Tediato y es un hombre arrebatado y sufriente, que descree de todos los seres humanos (“Tan despreciables son para mí muertos como vivos; en el sepulcro, como en el mando; podridos, como triunfantes; llenos de gusanos, como rodeados de aduladores”) y que se muestra incluso reacio a admitir la existencia de la amistad (“Todos quieren parecer amigos: nadie lo es”). Sabemos de él que su posición social y su posición económica son desahogadas, pero que la desesperación lo ha llevado hasta el nihilismo; el segundo se llama Lorenzo y ejerce tareas como enterrador, además de padecer una infinitud de penurias que incluyen la pobreza, el decaimiento y la defunción de varias personas importantes de su entorno. El vínculo entre ellos se produce cuando Tediato paga a Lorenzo para que, sin formular preguntas ni oponer bobas consideraciones religiosas o morales, saque a la luz los restos putrefactos de una dama, los cuales Tediato desea llevar a su casa para después, tumbándose a su lado, pegarle fuego a la vivienda y que las llamas unan y purifiquen a ambos.

Como se puede observar, un arrebato inequívocamente aromado con los perfumes malditos y hediondos del Romanticismo, deudores de la patología.

Como Dios aprieta, pero no ahoga, la obra es muy breve.

miércoles, 3 de mayo de 2023

Cave canem

 


Qué alegría me produce siempre la aparición de un nuevo libro de Mariano Sanz Navarro, porque sé que encontraré en sus páginas un buen número de aciertos literarios, de sonrisas y de reflexiones interesantes. Para mi dicha (y para la de sus demás admiradores), esa situación se vuelve a repetir en el tomo Cave canem, la recopilación de cuentos que acaba de dar a luz hace apenas unas semanas en la plataforma Amazon. En ella descubrimos pasiones cinéfilas tan intensas como la del muchacho que se encandila con el mundo del celuloide y acaba encontrando en ese mundo un destino imperecedero (“El hombre que mató a Liberty Balance”); fervores literarios que terminan dejando su huella en la textura misma del relato que tenemos ante los ojos (el homenaje implícito que Juan Rulfo recibe en las hojas de “No quise matarlos” es notable); atmósferas marinas donde los mimbres del humor y de la tragedia se mezclan de forma indisoluble (“El artículo 739”); historias durísimas de violencia, maltrato y venganza (como la que sirve de inmejorable soporte argumental para “La soga”); y, sobre todo, impregnando la casi totalidad de las narraciones, un inequívoco amor por los animales, ya sean perros, gatos, caballos, pulgas o mancuspias (aquí el homenajeado es un conocido escritor argentino).

Dueño de una prosa tranquila, fluente e inconfundible, Mariano Sanz Navarro vuelve a componer un volumen estupendo, que hará las delicias de quien abra sus páginas y decida sumergirse en el estanque de sus historias, del que siempre se sale fresco y reconfortado. Muy aconsejable.

lunes, 1 de mayo de 2023

Desencuentos

 


A veces (lo he repetido en este Librario más de una vez), el azar desempeña un papel crucial en los descubrimientos de un lector. Es cierto que en ocasiones nos decidimos a conocer la obra de este autor o de aquel otro y que la buscamos con afán, quizá para llenar unos espacios que nos parecen indignos (“Cómo es posible que no haya leído a…”), quizá para corroborar o refutar una opinión colectiva (“A ver si esta novelista es tan buena como dicen”), quizá porque hemos visto su nombre muchas veces en los lomos de ciertos libros que no hemos sacado de la estantería. Pero también ocurre que, de manera inexplicable, se produce de pronto una convergencia casi cortazariana de albures y tus ojos se abren con asombro. Me ocurrió hace unos días cuando Chelo Sierra apareció en una entrada mía en redes sociales y, media hora después, dándome un paseo por la biblioteca que hay junto a mi casa, sin ningún tipo de plan o búsqueda, descubrí su nombre y su rostro en un libro de la editorial Torremozas. Era demasiada casualidad. Así que, huelga decirlo, me llevé la obra a casa.

Son diez relatos espléndidos (ahora lo sé), donde la autora madrileña explora el siempre complejo mundo de las emociones, los pánicos y las zozobras del ser humano: la mujer que se siente perseguida por una enigmática presencia que no deja de cabecear a su espalda; una adolescente que se siente incómoda mientras todos sus amigos de veraneo han dado el salto a la pubertad y ella continúa con sus formas y pensamientos de niña; un hombre que redacta su primera novela y que se va aislando en su burbuja de alcohol y silencio, mientras su esposa se aleja en el horizonte; una viuda que se traslada hasta Buenos Aires para cumplir las laboriosas instrucciones funerales de su marido; una mujer que, pese a la sólida apariencia externa de su matrimonio, no deja de pensar en su amante, con el que alcanza fuegos mucho más apetecibles que los obtenidos en su vida doméstica… Y lo más importante de todo es que Chelo Sierra, con una elegancia admirable y con un pasmoso sentido del ritmo, convierte cada una de estas historias en una joyita narrativa, en la que se entra con agrado y de la que se sale con aplauso.

No me cabe duda de que volveré a bucear en otro libro suyo.