sábado, 15 de agosto de 2020

La noche del Viajero Errante




Su memoria, alterada o perdida, no le permite recuperar ningún elemento de su pasado: ni su nombre, ni su profesión, ni su destino. Tan sólo sabe que acaba de llegar a la frontera de un país desconocido, con documentos de identidad falsos; y que, pese a descubrir la falacia de dichos papeles, los aduaneros le permiten pasar. Saben que se trata del Viajero Errante y que, desesperado, anda en busca de respuestas. “Era su destino (leemos en el capítulo II) andar hasta descubrir quién era y qué motivaba su errar constante”. Ese ambiente onírico explica que encuentre a su paso a las más singulares figuras: un hombre vestido con ropajes medievales, que le tiende la Copa de la Certeza; una dama vaporosa que despliega ante él un mazo de naipes, del que le pide extraer uno (que resulta ser “La Mujer-Niña”); una figura enigmática que le ofrece una barca, de la que tira sin esfuerzo por encima del césped del bosque… La llegada a una misteriosa ciudad, donde las antorchas, los espejos, las almenas y sus silenciosos habitantes le van ofreciendo visiones para las que no encuentra explicación lógica, servirá para que las nieblas de su cerebro se diluyan poco a poco y entienda qué está pasando realmente.
Libro breve y de fantasía juvenil (aunque también puede leerse en clave adulta), La noche del Viajero Errante constituye una narración menor, quizá demasiado narcisista, en la que Joan Manuel Gisbert (que apenas se camufla bajo el evidente seudónimo de Joan del Bosch como personaje del relato) ofrece un menú poco exigente para los paladares adolescentes: quizá un modesto limado de los aspectos más personales hubiera servido para hacerlo más digerible.

No hay comentarios: