Su
memoria, alterada o perdida, no le permite recuperar ningún elemento de su
pasado: ni su nombre, ni su profesión, ni su destino. Tan sólo sabe que acaba
de llegar a la frontera de un país desconocido, con documentos de identidad
falsos; y que, pese a descubrir la falacia de dichos papeles, los aduaneros le
permiten pasar. Saben que se trata del Viajero Errante y que, desesperado, anda
en busca de respuestas. “Era su destino
(leemos en el capítulo II) andar hasta
descubrir quién era y qué motivaba su errar constante”. Ese ambiente
onírico explica que encuentre a su paso a las más singulares figuras: un hombre
vestido con ropajes medievales, que le tiende la Copa de la Certeza; una dama
vaporosa que despliega ante él un mazo de naipes, del que le pide extraer uno
(que resulta ser “La Mujer-Niña”); una figura enigmática que le ofrece una
barca, de la que tira sin esfuerzo por encima del césped del bosque… La llegada
a una misteriosa ciudad, donde las antorchas, los espejos, las almenas y sus
silenciosos habitantes le van ofreciendo visiones para las que no encuentra
explicación lógica, servirá para que las nieblas de su cerebro se diluyan poco
a poco y entienda qué está pasando realmente.
Libro
breve y de fantasía juvenil (aunque también puede leerse en clave adulta), La noche del Viajero Errante constituye
una narración menor, quizá demasiado narcisista, en la que Joan Manuel Gisbert (que
apenas se camufla bajo el evidente seudónimo de Joan del Bosch como personaje
del relato) ofrece un menú poco exigente para los paladares adolescentes: quizá
un modesto limado de los aspectos más personales hubiera servido para hacerlo
más digerible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario