Salvador Dalí bautizó uno de sus cuadros con el
tautológico título de “La persistencia de la memoria”, aludiendo a la vocación
de perennidad que siempre incorporan nuestros recuerdos más significativos.
Porque, en efecto, los seres humanos somos memoria, colección de instantes
salvados del naufragio, biblioteca emocional donde el ayer nunca muere pero
donde experimenta constantes transformaciones.
Pascual García (Moratalla, 1962) vuelve al ámbito
de la lírica en su última entrega literaria, Trabajan con las manos, y lo hace para continuar hablándonos de su
infancia; del paisaje abrupto en el que creció durante sus primeros años; del
hogar cercado por un frío que a duras penas era mantenido a raya “con un lento
acorde de brasas viejas” en la chimenea; de una vida sencilla y laboriosa en la
que el aceite, el pan, el vino, el agua o los guisos calientes de la madre
constituían tesoros apurados con unción; de un espacio puro donde la corriente
del río, el olor de las aliagas, la lentitud de la nieve o las manos callosas
del padre quedaron adheridos para siempre al alma del poeta.
Los lectores encontrarán en estas páginas, como
siempre ocurre en los libros de Pascual García, adjetivos inesperados (“piedras
ofensivas”, “pinos incrédulos”, “agua delicada”, “la ceniza honda del corazón”),
comparaciones sorprendentes (“pálidos como animales sin tiempo”, “sabios como
un anochecer tranquilo”) y versos que sobrecogen (“la fiera lenta del tiempo
acechando”). Todos estos elementos, y muchos más, se tejen entre sí para formar
un volumen sin fisuras, en el que el poeta gira alrededor de sus temas
predilectos: el paso del tiempo, la
Arcadia perdida, los ritos iniciáticos, la majestad
incontestable y muda de lo sencillo.
Pasan los años y las décadas; llegan las canas, y
los achaques, y las arrugas; y mientras sobrevivimos a las erosiones
inevitables, nos van quedando en las estanterías los versos, los relatos, las
palabras purísimas de Pascual García. Es su legado, su ofrenda y su testimonio,
que siempre viene ilustrado con las imágenes vigorosas, expresivas y exactas de
Francisca Fe Montoya, complemento indispensable del escritor. Decir que nos
encontramos ante su mejor libro de poemas sería inexacto, porque no hay ninguno
en su trayectoria que se desvíe de la perfección. Pascual García se construyó
como poeta a base de lecturas, miradas y vivencias; y cuando finalmente cogió
el papel y el bolígrafo ya era lo que ahora conocemos y disfrutamos: un clásico
vivo.