No sé quién tuvo la feliz idea de crear las pandillas
infantiles como protagonistas en la literatura. Tampoco sé, aunque lo intuyo,
dónde radica la clave del éxito de estos conglomerados: posiblemente, en la
evidencia de que cada lectora o lector empatiza con uno de sus integrantes. Pero
lo que sí tengo clarísimo es que yo (y supongo que miles de personas más) me
inicié en la aventura de los libros con los relatos de Los Cinco y de Los Siete
Secretos, aquellas propuestas fantásticas en las que niños, niñas y perros
formaban equipos de investigación y de aventura que me enganchaban a las
páginas con eficaz rapidez.
Ahora, el extremeño Juan Ramón Santos, narrador al que he
traído varias veces (y siempre con aplauso) a mi blog, acaba de obtener el XXIX
premio Edebé con El Club de las Cuatro
Emes, una historia sólida y fluida a la vez (paradojas de la cuántica literaria)
en la que cuatro protagonistas infantiles deciden organizarse para resolver los
problemas de Madán Golosín (la propietaria de un comercio de chucherías), cuyo
marido ha dejado que el juego invada y destroce la vida doméstica. En esta
novela diáfana y amena, todo resulta acertado: el ritmo que se imprime a la
narración, la estructura argumental sobre la que se construye, los dibujos
personalizados de sus protagonistas, las gotas de humor que perfuman aquí y
allá el texto o el manejo impoluto del registro léxico (que jamás excede las
fronteras de lo verosímil).
Y conviene advertir que no resultaba fácil animarse a componer
esta narración, porque los dos puntos de partida que laten en su origen no
pertenecen sensu stricto al ámbito de
lo infantil: la melancolía y la frustración que acongojan a Madán Golosín por
no haber cumplido sus sueños (de un lado) y la creciente ludopatía que aqueja a
su esposo y que amenaza con erosionar los cimientos de su hogar (del otro). No
son temas que encontremos habitualmente en las historias destinadas a niños,
aunque se trate de realidades innegables de la vida adulta. Pero ahí es donde
interviene la brillantez de Juan Ramón Santos, que consigue adaptar esos
impulsos traumáticos para que el público lector más joven acceda a ellos de una
forma natural; y logre, incluso, entenderlos.
Una novela altamente recomendable, que gustará a mayores y pequeños, sin la menor duda.