domingo, 30 de agosto de 2020

Poemas a Lázaro



Mentiría si dijese que he entendido todos los versos de este poemario. No es así, y lo reconozco con humildad: algunas de sus composiciones las he leído varias veces, en silencio y con esforzada concentración y no he logrado penetrar en su sentido. Pero esa incapacidad mía no me impide comprender que me encuentro ante una obra lírica espléndida, en la que he subrayado con colores muchas de las composiciones, por causas variadas: “Primer poema” (por su condición de pórtico inigualable), “Entrada al sentido” (por su esplendor íntimo, que se puede observar en estos dos versos: “Entre la voluntad y el acto caben /océanos de sueño”), “Hemos partido el pan” (airoso y alígero gracias a sus versos de arte menor, y que me ha recordado a mi amigo Pascual García, autor del poemario Luz para comer el pan), “Rotación de la criatura” (donde convierte en mármol su dominio sobre los endecasílabos), “A don Francisco de Quevedo, en piedra” (honda reflexión sobre la patria y sobre el vitalismo), “Cementerio de Morette-Glières, 1994” (donde se menciona a un combatiente de Mula, que imagino que puede ser la localidad murciana, y que fue junto con otros “sangre sonora de la libertad”) y, sobre todo, ese abrumador poema que cierra el libro y que, dedicado al premio Nobel malagueño Vicente Aleixandre, emociona por su condición metafórica: la vida como viaje en tren, con sus estaciones, sus paisajes rápidos en la ventanilla y su andén de llegada multitudinario.
Me gusta mucho la poesía del orensano José Ángel Valente. Tengo que continuar explorando sus restantes obras.

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