Historias de la pequeña ciudad es un
libro que podría haber firmado, con orgullo y sin vacilaciones, el monovero
José Martínez Ruiz. Y no lo digo solamente por el hecho de que su autor (el
abulense Antonio Pascual Pareja) le rinda homenajes explícitos en varias
secciones del volumen (en la página 106 lo llama “maestro”, en la 169 lo define
como “querido escritor”, etc), sino porque su espíritu mismo es azoriniano. Tiene
de Azorín las nubes, las viejas casas de la infancia, los trenes, la lentitud
de acciones y gestos, la observación de los atardeceres, la languidez, las
frases concisas; pero, sobre todo, la mirada grande hacia lo pequeño, la mirada
honda hacia lo superficial, la mirada eterna hacia lo caduco.
Paseando
con calma por sus hojas descubrimos a la musa que envejeció en el secreto del
anonimato, las flores que embellecen una casa llena de recuerdos, un amor
adolescente aromado por unas páginas de Cervantes, el tedio de una niña que
asiste a clase en verano, la lírica contemplación de una amada dormida y
desnuda, el discurso de jubilación que prepara un viejo maestro, el recuerdo
otoñal de un beso adolescente o la amnesia de una anciana… Secuencias
narrativas que los ojos y el corazón perciben como acuarelas que se contemplan
en silencio. Porque ésa es otra de las virtudes incuestionables de este hermoso
libro: su infinito poder para conseguir que los lectores se sientan instalados
en una burbuja y que nada importe el ruido exterior, porque la verdad eterna de sus reflexiones y
palabras consigue subyugarlos.
Esta
colección de relatos o de diapositivas tiene mucho, para mí, de libro-vidriera:
es decir, una delicada combinación de cristalitos bellísimos, al que la
elegancia del artista inserta en el ámbito de una pequeña urbe, que sirve como
marco. Sería muy complicado encontrar en los últimos años un volumen que lo
superase en hermosura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario