Hay
personas (lo explicaba el extremeño Pascual Duarte) a quienes, desde su
nacimiento, se les ordena “tirar por el camino de los cardos y de las
chumberas”. Y esos seres, que por lo común no suelen tener voz en el mundo de
las letras, están retratados perfectamente en la última novela de Paco Gómez
Escribano. Su título es Yonqui y lo ha publicado el sello donostiarra
Erein con una portada muy efectista de Cristina Fernández. Su protagonista es
El Botas, un chaval de 16 años que se ha criado y vive en el barrio periférico
de Canillejas, anexionado a Madrid. Estamos en 1978, en pleno alborear de la
democracia. El cuadro familiar en el que se mueve El Botas es tremendo: un padre
muerto de cirrosis, una madre borracha, una hermana que se largó para vivir en
una comuna hippie, unos estudios rudimentarios (“Había ido al colegio algún
tiempo, lo suficiente para aprender a leer y a escribir”, p.13) y una novia
que, maltratada por condiciones sociales de idéntico calibre, ejerce la
prostitución callejera. En esas condiciones, no es raro que su vida gire
alrededor de media docena de rituales primitivos: emborracharse, meterse droga,
perpetrar algunos atracos, escuchar música cañera y relacionarse con sus amigos
de siempre, que se parecen a él como se parecen las gotas de agua.
Pero una
situación así no puede ser mantenida durante mucho tiempo, porque genera un
desgaste y unos dolores demasiado agudos: crisis de ansiedad, monos ocasionados
por la droga, muertes de colegas… El Botas, que es duro pero no es imbécil,
sabe que tiene que imprimir un giro radical a su existencia. Sobre todo,
después de conocer a Lola y enamorarse “hasta las trancas” de la muchacha. No
puede ofrecerle un futuro de yonqui condenado a muerte, ni ella está dispuesto
a admitirlo (“Si me quieres, cambiarás. Y si no, es mejor que no nos veamos
más”, p.148); así que tiene que decidirse por una salida, ahora que aún tiene
las manos firmes en el timón.
Paco Gómez
Escribano consigue con esta novela un texto memorable y sólido, en el que logra
un resultado dificilísimo: que tú te creas de verdad que estás escuchando a un
joven yonqui. Son sus palabras. Es su tono. Son sus muletillas verbales. Es su
desgarro. Son sus ideales, ambiciones y miserias. De ahí que ésta sea una de
las novelas más auditivas que he leído últimamente. Pero ojo, porque auditiva
también era Matando
dinosaurios con tirachinas, con la que Pedro Maestre obtuvo el premio Nadal
en 1996. La diferencia estriba en que Yonqui es una buena novela.
Paco Gómez
Escribano no ahorra sordideces, absolutamente necesarias para darle
credibilidad a su historia (robos con intimidación, hostias en el Metro, caras
cortadas a navaja, peleas de bar, atracos con violencia, tiros en las
rodillas), pero sabe mantener siempre el equilibrio justo para quedarse en el
retrato fiel y no incurrir en el esperpento. ¿Lección moral? Ninguna, por
supuesto. Esta novela no es una apología ni una sátira; tampoco una parodia o
una condena. El autor madrileño ha querido colocar nuestra silla dentro de
barrios marginales y mostrarnos cómo viven, cómo sienten y cómo sobreviven o
mueren algunos de sus protagonistas. Era un empeño complicado, que habría
arrollado a otros narradores menos solventes, pero les aseguro que él lo
resuelve con una brillantez inmaculada. Apúntense esta obra porque los dejará
con la boca abierta.