jueves, 27 de agosto de 2020

Los defectos de la anestesia




Se supone (es mucho suponer; pero, en fin, por lo que sea se supone) que los críticos literarios y los reseñistas de libros deben abordar profundos análisis de las obras que caen en sus manos, diseccionar sus fuentes (eso que Joan Oleza llamaba “crítica hidráulica”), colocarles una etiqueta aclaratoria que sirva a los demás lectores como orientación (¿?) y que, incluso, acometan la asombrosa tarea de ponerles una nota (lo estoy viendo en algunos periódicos últimamente).
Pero, tras haber publicado más de dos mil reseñas en prensa escrita y digital durante tres décadas y haberme liberado de ataduras, ñoñerías y caprichos ajenos, resulta que en la República Independiente de mi blog puedo permitirme el lujo de decir las cosas como me apetece. Y lo que me apetece decir sobre libros como Los defectos de la anestesia (que publica Ernesto Ortega en Enkuadres) es que es buenísimo. Así, sin más. Bueno hasta decir basta. Bueno en su escritura y en sus argumentos. Bueno en su gradación. Bueno de arriba abajo. Bueno y punto. Una jodida maravilla.
Me ha encantado descubrir en sus páginas las asombrosas aplicaciones prácticas de un oficio languideciente (“El afilador”); la bella metáfora circular o cuántica de un viaje en tren (“El túnel”); los beneficios que el viento puede producir en la Sanidad Pública (“Hos tal”); la metamorfosis inquietante de un noble animal (“Adaptación”); un examen sorpresa que se convierte en símbolo de rebelión (“Adolescentes kamikazes”); la decepción infantil ante el final de un número circense (“Desilusión”); los sucesivos ruidos nocturnos que impiden el descanso (“Noches de perros”); la maravilla de un microrrelato de ambiente infantil para enmarcar (“Malos tiempos para las hadas”); el estremecimiento oriolano que impregna las dos últimas líneas de “Cucharadas de tierra”; la gloriosa gozada de “Plan para el fomento de la lectura”; la tristeza íntima que borbotea en las líneas de “Hábitos”; un canapé que nos hace tragar saliva (y no de hambre) en “El de la vergüenza”… y muchas más cosas que, oigan, no les pienso destripar.
Busquen esta obra en su librería más cercana (o en la web de la editorial) y se van a enterar de las bellezas que contiene. Oro molido.

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