viernes, 27 de junio de 2025

Las hojas verdes


 

Entro en Las hojas verdes, de Juan Ramón Jiménez, una obra que está fechada en 1909 y que nos invita a olvidarnos del mundo real para caminar por un espacio de jardines, ríos de cristal, lunas resplandecientes y amores anhelados. Aconsejo vivamente que el libro se lea despacio y en voz alta: yo lo he hecho así y juzgo que se impregna uno mejor de las sonoridades juanrramonianas. Es un volumen muy breve, donde llaman la atención los encabalgamientos léxicos que el autor asperja por la obra, los cuales imprimen a los poemas una saltarina musicalidad (“Luna blanca, pon / le el rosal abierto / de tu compasión!”). Unida a esa condición juguetona se encuentra también la zigzagueante polimetría que el poeta de Moguer maneja, para imprimir a sus versos un ritmo marcadísimo.

En sus páginas nos explica que se encuentra solo, sin un amor que enjoye su vida (véase, por ejemplo, el poema VI, titulado “Pastoral romántica”), pero que sigue buscando a esa persona especial, única, que “me ayude a subir la colina”. Apenas le faltaban cuatro años para conocer a la persona que mejor lo entendió y lo acompañó, Zenobia Camprubí. Y nos sorprende también (es otro de los grandes hallazgos del volumen) con formulaciones sencillísimas para problemas hondos (“Qué pondrá fin a esta melancolía / de un día y otro día y otro día?”).

Un libro delicado, de transición, que se lee todavía con placer.

jueves, 26 de junio de 2025

Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya

 


Resulta imposible escribir sobre uno mismo sin escribir sobre los demás, porque incluso las personas más alejadas del trato con sus semejantes son seres poliédricos, que tienen amigos y enemigos, admiradores y detractores, paisaje humano a su alrededor. Y también resulta imposible escribir sobre uno mismo sin dibujar el alrededor, lo que Ortega y Gasset llama las circunstancias: la política, las costumbres, la sociedad. Ni somos burbujas ni vivimos en el éter. El periodista Patricio Peñalver (Espinardo, 1953), testigo y protagonista de tantos acontecimientos, publica ahora su libro Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya, que incide en esas ideas y que nos muestra el retrato personal y social de quien ha conocido la segunda mitad del siglo XX entre libros, películas, cervezas, luchas sindicales, canciones y viajes. Y la obra se lee, como no podía ser menos, con enorme agrado.

En primer lugar, porque descubrimos bastantes caras del poliedro Patricio que no conocíamos (esa plétora de trabajos juveniles, que lo llevaron a vivir experiencias como pintor, en una fábrica de hilaturas, elaborando ejes para motos, reparando ballestas de camiones, siendo dependiente en unos grandes almacenes, operario en la industria conservera del tomate, vendedor del Círculo de Lectores, falso electricista en las obras de construcción de El Corte Inglés, temporero en la vendimia francesa, empleado en la fábrica de cerveza Estrella de Levante, en una fábrica de globos… y les aseguro que la nómina no termina ahí). En segundo lugar, porque nos va indicando las rutas culturales que fueron horadando su alma: la música, la pintura, el cante de las minas o la literatura (donde los nombres de Miguel Hernández, García Lorca, Peter Handke o Julio Cortázar adquieren una dimensión especialmente significativa).

Pero también porque Patricio nos va dejando en los ojos sus amores, sus viajes por Europa, su afición a escribir en servilletas de los bares, los guateques a los que asistió, las películas que fueron llegando hasta sus retinas en cines de verano o pantallas de ordenadores, su servicio militar en Lorca, sus publicaciones en la prensa o los amigos con quienes va coincidiendo en cafeterías o presentaciones de libros: Diego Sánchez Aguilar, Manuel Moyano, Pedro García Montalvo, Eloy Sánchez Rosillo, Soren Peñalver…

El resultado es una vida que, tras palpitar bajo el sol, palpita ahora en forma de tinta; y, aunque a veces tienda a ser observada con cierta melancolía derrotada (“Siempre había gritado ¡Yo soy Espartaco! y por supuesto siempre había perdido”, p.145), se convierte en un texto luminoso y revelador, al que conviene acercarse.

martes, 24 de junio de 2025

Dos tardes con Franz Kafka


 

“Yo no soy un lector de Franz Kafka, yo soy su enamorado”. Es la primera frase de este libro. Es la frase con la que, también, se abre el texto de contraportada. Eso significa muchas cosas, pero sobre todo una: que no estamos a punto de leer una obra de ensayo, ni una reflexión intelectual, sino una declaración de amor. Parece una bobada y desde luego no lo es, porque establece las normas esenciales del volumen: que no es discutible, que no es razonable. Si un amigo te habla con éxtasis de su amada no cabe señalarle después, ni siquiera con una sonrisa, que sus labios son inferiores a los de Angelina Jolie, que su pecho desmerece frente al de Mónica Bellucci o que sus ojos no admiten comparación con los de Elisabeth Taylor. Sus palabras de enamorado invalidan cualquier discrepancia y suspenden toda tu capacidad crítica. Lo tomas o lo dejas. Fin del asunto.

Manuel Vilas nos propone una confesión idéntica, que se vertebra sobre su amor hiperbólico por el checo Franz Kafka, al que define como “dueño de la literatura universal”, como “singularidad cósmica”, como “droga”, como creador de la única obra literaria que no sufre la oxidación del tiempo y, por supuesto, como el mejor escritor de la historia. Se permite además ciertas miradas condescendientes hacia quienes no compartan su éxtasis (“A mí me deprimen los lectores de Kafka que solo han leído La metamorfosis”) e incluso formula algunas profecías no menos arrebatadas (“La universalidad de Kafka solo acaba de comenzar. Tiene cien años. Será una universalidad más poderosa que la de Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Flaubert o Tolstói”).

No hay que irritarse con estas aseveraciones, derivadas (insisto) del amor. Vilas es muy dueño de esmaltarlas en un libro y, limándoles algunos excesos, tampoco habría demasiados problemas para admitirlas como verdades, porque somos ciertamente muchos quienes hemos leído al atribulado escritor checo con fervor y sentimos “el consuelo de que Franz Kafka estuvo aquí, en la vida, y escribió”. Comparto también con Manuel Vilas la simpatía que experimenta por Max Brod, y coincido en las dimensiones de la gratitud que todos los kafkianos deberíamos tributarle (“Sin él, todos esos expertos no tendrían nada de qué ocuparse, estarían en el paro […]. Los lectores de Kafka somos todos descendientes de Max Brod. Descendientes de una fe, de una perseverancia, de una fuerte convulsión personal, de una admiración que va más allá de la admiración”).

Libro visceral, luminoso, dionisíaco y fértil, donde se nos ofrecen reflexiones de gran calado (“El mundo ofrece anestesia. Hay muchas: el sexo y el amor, por ejemplo. El alcohol. La familia. El café. El deporte. La vida es ir probando la anestesia que más te convenga. Franz Kafka encontró una que le aliviaba: escribir”) y donde, sobre todo, titila una continua invitación para que volvamos a las páginas del checo y busquemos en ellas otro ángulo, otro pliegue, que no advertimos en las lecturas anteriores. Hagámoslo.

lunes, 23 de junio de 2025

Cantos de sirena

 


Todos los relatos que conforman el volumen Cantos de sirena, de Faustino Lara Ibáñez, de quien ya reseñé en 2019 su libro Especies en extinción, ganador del premio Manuel Llano (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/08/especies-en-extincion.html), han recibido reconocimientos en certámenes de cuento de toda España. Ese detalle, que no resulta desde luego menor, nos indica claramente que la prosa del autor es tan eficaz como exitosa. Y, en efecto, las trece narraciones que integran el tomo van consiguiendo que, de forma firme, nos encandilemos con el estilo del toledano.

El sugerente abanico de temas y emociones que se nos sirve en estas páginas es enorme: la extraña obsesión de un hombre por las sirenas, en cuya existencia cree de manera firme, tras escuchar las historias del viejo François; las tensiones que se viven en el hogar de una pareja que se encuentra en crisis y que tienen una hija de tres años, convencida de estar acompañada por un amigo invisible; el afán de una mujer de cuarenta años por conseguir quedarse embarazada, pese a las reticencias (y aun la oposición) de su marido; el inquietante juego de indios y vaqueros que debe protagonizar un hombre, para purgar un viejo pecado de su niñez; la mujer maltratada que descubre en una novela de Stephen King el mecanismo de venganza que la liberará de su pesadilla; el pintor que encuentra el amor de la forma más insospechada… Podría seguir y seguir, pero me estaría limitando a darles un telegrama de cada relato, y mi objetivo desde luego es otro: que ustedes se sientan impulsados a buscar el tomo y leérselos.

Se lo plantearé entonces de otra forma: acudan al libro, ábranlo por el cuento “Respirar amor, aunque duela” y recorran sus hojas en silencio, conteniendo (no es fácil) las lágrimas. Después, cuando conozcan esa conmovedora historia de esperanza y literatura (pueden creerme), no vacilarán ni un segundo: querrán leer los demás de un tirón. Háganlo y ya me contarán.

sábado, 21 de junio de 2025

Johnny Cash no es para niños

 


Lo digo mucho, pero jamás temo repetirme cuando expreso una convicción que he madurado durante años: un buen narrador es quien cuenta bien una buena historia. Los experimentos formales, las piruetas coyunturales y las zarandajas de moda pueden distraernos durante unos meses, e incluso durante años, pero terminan por sucumbir a la realidad: sobrevive lo que nos emociona. Y pocas cosas hay en literatura que emocionen tanto como una buena historia bien contada.

Ahora acabo de descubrir a otra persona que cumple el requisito básico: se llama Elena Prieto y es la autora de Johnny Cash no es para niños, una colección de siete relatos que crujen de bien hechos que están. Qué maravilla. Qué forma tan honda y tan convincente de presentarnos a protagonistas rotos, a seres heridos, a víctimas de esa hecatombe a la que llamamos la vida. Algunos llevan galletas en los bolsillos y grietas en el corazón, por culpa de las inmundicias que han tenido que soportar; otros arrastran la culpa de haber destrozado un muñeco que era más que un muñeco, porque representaba la metáfora de un alma lastimada y sola; otros han dejado que la ira los impulse a coger un cenicero de cristal y dar muerte con él a una persona que no ha sabido entender el río de hiel que los estaba ahogando; otros han abandonado su pequeño pueblo y han dirigido sus pasos hacia Madrid, cuyos colores parecían más luminosos desde lejos; otros han optado por acometer varios crímenes, para rodearse de una paz quizá ficticia, pero apaciguadora.

Todos intentan sobrevivir en medio del oleaje, porque nadie dijo que la vida fuera un camino sencillo: deberán enfrentarse a drogas, canciones tristes de Johnny Cash, entornos hostiles, mensajes lascivos, lágrimas reprimidas y toneladas de soledad, que les caen encima cuando llega la noche y cesa la mentira del sol.

Con pulso firme y con un estupendo dominio de los resortes narrativos, Elena Prieto convierte todos esos desgarros y todas esas orfandades cordiales en un magnífico territorio literario. Entren ustedes en él. Sufrirán y disfrutarán.

jueves, 19 de junio de 2025

Cada Lunes de Aguas



La paciencia, en el mundo de la literatura, constituye una virtud no siempre lo bastante aplaudida. Por regla general, la tentación de la prisa suele obnubilar a los creadores, que se dejan embaucar por los brillos de la inmediatez. En el caso de Cada Lunes de Aguas, en cuyas páginas finales se indica que estamos ante el primer libro publicado por el autor (nacido en 1973), el aplauso debe adquirir rango mayúsculo, porque Juan Montiel demuestra que la vanidad o la urgencia no han logrado distraerlo, y que se ha aplicado a la confección de un volumen sólido, reflexivo y maduro, en el que la creación de atmósferas y el primor del vocabulario se aúnan para convertir la lectura en una experiencia única.

Relatos que huelen y saben a tierra y sudor, en una línea casi rulfiana (“Ardides de Caín”); electricidades de inquietante erotismo (“Jarandina”); retratos terribles sobre un mundo donde la mujer queda rebajada a una bochornosa condición casi animal (“El costado blanco de mi amor”); amores imposibles, surgidos en una época aciaga (“Amical”); vidas que se van deslizando pendiente abajo y que nos remiten a unas Alpujarras que esconden crímenes (“Todas las tardes había fiesta”); o Nocheviejas que derivan hacia el horror, por culpa de un juego macabro (“Sintra [343]”). En todos los ámbitos (la descripción paisajística, el trazado de argumentos envolventes, la pintura psicológica, los finales mágicos), el talento de Juan Montiel despliega su musculatura.

Pocas veces el premio Ignacio Aldecoa de cuentos habrá sido concedido con tanta justicia.

miércoles, 18 de junio de 2025

La mala hija

 


Un profesor que siente algo más que cariño por una de sus alumnas; adolescentes que no pueden evitar miradas lascivas hacia el cuerpo desnudo de sus amigos, en las duchas; chicas con TEA que se refugian en un mundo de dibujos manga y hackeos informáticos; estudiantes drogadas y luego sometidas a vejaciones sexuales inmundas; zapatillas manchadas de sangre; hermanas que rivalizan y se aman/odian desde la niñez; hombres poderosos y prepotentes que ven cómo su mundo se resquebraja tras el asesinato de su hija preferida; interrogatorios tensos, que bordean el acantilado de la explosión; enigmáticos motoristas con cascos integrales negros; disputas juveniles muy subidas de tono; vídeos que se difunden de manera bochornosa y que contienen imágenes inesperadas; móviles que desaparecen oportunamente; un buen número de falsedades y obstrucciones a la justicia (“Parece que mentir es el deporte local”, p.388)… La investigación sobre el caso de Belén Villalba no va a resultar, desde luego, sencilla; y mucho menos para la capitán Alma Ortega, que vuelve desde Madrid a su Almansa natal, enviada por sus superiores de la UCO. En esa localidad la espera un mundo que quiso dejar muy lejos de su corazón: una casa familiar que le trae malos recuerdos, una agria relación con su hermana mayor Paula (que también es guardia civil, aunque con graduación de teniente) y, en general, una atmósfera de frío y cotilleo que le resulta desagradable desde el primer minuto. Y el caso que debe investigar, aparte de cenagoso, se complica con sus propios dolores personales: su pareja acaba de morir, víctima de un cáncer.

Habilidoso y firme, como un director de orquesta que manejase la batuta siempre de la forma más adecuada, Pedro Martí mantiene en pie un circo de veinte pistas, que se mezclan sin perder sus perfiles. Y créanme que la envergadura del proyecto no era precisamente pequeña: sus retratos psicológicos o sus puntos de inflexión en la trama son pura orfebrería. En este blog ya he dejado noticia de novelas suyas como Donde lloran los demonios (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/01/donde-lloran-los-demonios.html) o La pieza invisible (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/07/la-pieza-invisible.html). Pero en esta ocasión, y qué alegría me da decirlo, ha superado la brillantez ya incuestionable de esas primeras producciones, y ha logrado una novela contundente y bien desarrollada, llena de momentos inolvidables y de páginas espléndidas (incluso aquellas que, por sus revelaciones, llegan a provocar un estremecimiento, casi vómito, en la persona que está leyendo). Yo les sugeriría que se fijasen especialmente en la exploración que el autor realiza sobre la capitán Alma Ortega y que nos muestra todas las luces y todas las sombras de un personaje complejísimo, embriagador e inolvidable. Y también les sugeriría que disfruten de la técnica de cajas chinas que el autor maneja a la perfección: cuando ya crees haber resuelto el enigma, un elemento inexplicado te hace dudar y surge otro pliegue; y, desvelado este, otro; y así sucesivamente, creando una atmósfera de continuas sorpresas (y también de un asco que crece hasta la asfixia en las últimas páginas y que llega a su clímax en la 612). No hay tregua hasta el final.

Dice la RAE que “impetrador” es quien solicita algo con encarecimiento y ahínco. Bien, pues yo, aprovechando que “impetrador” es un anagrama de “Pedro Martí”, les solicito con encarecimiento y ahínco que se dejen llevar por la propuesta de esta obra y se den un paseo largo y profundo por la Almansa más novelesca: van a pasar unos días muy entretenidos. Palabra.