sábado, 18 de enero de 2025

La partida

 


Qué grato resulta, siempre, abrir y leer con calma un libro de Miguel Delibes. Es uno de los placeres que me gusta frecuentar cada cierto tiempo y que quisiera que se dilataran durante años y años. En esta ocasión me he acercado hasta las páginas de La partida, un volumen de cuentos en el que pueden encontrarse un buen número de personajes y situaciones dignos de admiración: ese jovencito de Valladolid que, a los 18 años, se enrola en la tripulación del Cantabria para viajar por el mar y conocer de cerca “lo que no tenía”; las suspicacias y acrimonias que se desarrollan entre los pobres seres que se esconden en un refugio durante una alarma aérea; el chico angustiado que llega tarde a una cita y que, necesitando una peseta para subir al tranvía, se ve inmerso en una situación ridícula; el desagradable cuidador de unos jardines; el grisáceo empleado que, tímido y al borde del colapso, comprende que va a tener que pronunciar unas palabras en el discurso de despedida de su trabajo en la empresa; el fumador (sonrío pensando en que pudiera tratarse del propio Delibes) que, tras quince días de abstinencia voluntaria, lía un cigarro y se ensimisma en el placer de saborearlo…

Y, sobre todo, los tres relatos finales, mis favoritos del volumen. El primero es “La contradicción”, donde nos encontramos con el chico que ha sufrido un atropello cuando se dirigía a ver a su hermana (que ejerce la prostitución) y que, de forma dulce y cristianísima, es confortado por una monja; el segundo se titula “En una noche así”, y está protagonizado por tres perdedores, tres seres atribulados por la desgracia (la muerte de un hijo, el atropello de una esposa, una quemadura deformante), que se reúnen en la soledad de una taberna, en plena Nochebuena, para beber vino y recordar sus amarguras; el tercero, “La conferencia”, es una obra maestra del humor amargo, y nos habla de una chica atractiva que asiste a un acto cultural y sueña con el intelectualismo del conferenciante, mientras este se emboba mirando sus caderas y pensando en lo apetecible de su cuerpo.

Adoro los libros de Miguel Delibes. No me canso nunca de acudir a ellos. Y sé que, cuando termine de leerlos todos, procederé a releerlos: su majestad narrativa es inagotable.

viernes, 17 de enero de 2025

Cuando se apagan las luces



Uno de los regalos que Papá Noel deslizó por la inexistente chimenea de nuestra casa fue la novela juvenil Cuando se apagan las luces, de Care Santos. Y vino a caer en el calcetín de mi hijo Álvaro, quien abrió de inmediato sus páginas y no la soltó hasta la noche. Esa lectura de un tirón, con las únicas pausas de la comida y la merienda, se resumió en un veredicto fervoroso: “Tienes que leértela, papi. Me encanta. Es buenísima”. Comprenderán ustedes que a un hijo dominado de tal forma por el entusiasmo hay que prestarle crédito, así que con ella me puse. Y, aunque el recorrido por sus capítulos no me supuso ninguna sorpresa (he leído muchos libros de Care), comparto la fascinación de mi hijo.

Buena manejadora de los resortes novelescos, y con un importante oficio a sus espaldas, la autora barcelonesa nos va llevando de la mano por una historia que, paulatinamente, se va llenando de intriga y de misterios. ¿Quién es el extraño chico al que un autobús escolar en viaje de estudios encuentra de noche en una gasolinera, aparentemente perdido? ¿Por qué contesta con evasivas cuando se le pregunta por la razón de encontrarse de madrugada en un sitio tan inhóspito? ¿Por qué lleva los bolsillos llenos de hojas secas? ¿Por qué olfatea como un animal las pertenencias de una de las alumnas? ¿Por qué, cuando el novio de la chica se dispone a golpearle, se apagan de pronto todas las luces del hostal y se declara un incendio? Dice llamarse Daniel López Sust, pero en el instituto del que afirma proceder (lo certifica por teléfono la jefa de estudios) no hay ningún alumno con ese nombre. Entonces, ¿quién es, en realidad, y qué pretende?

Una historia donde la fantasía, lo posible-imposible, los escalofríos y algunos temas cruciales para el mundo de la adolescencia (la música, la identidad sexual, la pertenencia al grupo) ocupan un importante lugar.

Regálensela a su joven lector o lectora. Se lo agradecerá.

miércoles, 15 de enero de 2025

Lo que me entregaste

 


El lector que tome entre sus manos este libro podría llegar a la conclusión (a mi juicio, errónea) de que Lo que me entregaste, última entrega poética de Pascual García, es solamente una prolongación o una repetición de Siempre domingo, su poemario anterior, porque el “asunto” del que trata es el mismo (el amor recuperado, tras casi medio siglo de separación, de su actual pareja). Pero yo, aunque puedo llegar a entender las líneas principales de ese razonamiento, no comparto la idea, porque juzgo que la continuación del amor constituye un tema diferente al amor mismo: supone que las emociones se aquilatan, se perfilan, se consolidan y se fortalecen conforme va pasando el tiempo, y eso añade a la idea principal una serie muy valiosa de matices. Si Siempre domingo admite la etiqueta de “amor recuperado”, Lo que me entregaste incorpora el fervor alegre de la continuidad, la consolidación del milagro, el tiempo y la esperanza.

Los poemas que, como mármoles, pavimentan este libro nos hablan de una dicha que se concentra en la pureza del ser, en la celebración gozosa de sus dos reunidos oficiantes. Por eso podríamos concluir que el tema nuclear de este volumen es el cántico de la luz diaria, de las siestas, de los dedos enlazados, de los paseos al sol, de los cuerpos desnudos sobre la cama. O, dicho de un modo más breve, el festejo del corazón, la celebración alborozada del hoy.

En ese sentido, como lector suyo y como amigo íntimo desde hace treinta años, la felicidad tendría que invadirme, y desde luego lo hace. Pero no voy a negar que dos detalles de la obra me han provocado una incómoda desazón: el primero proviene de la cita de Joan Margarit que Pascual utiliza como apertura para el tomo, donde nos habla de la forma en que la muerte araña las maderas de la puerta; el segundo anida en el título mismo del poemario, que no alude a “lo que me entregas” (lo que convertiría en un presente dilatado y feliz la recepción de la felicidad), sino a “lo que me entregaste” (donde el pretérito indefinido sugiere que la dación ya se encuentra terminada y el siguiente paso solamente pueda ser la melancolía o el recuento lánguido). Descontados esos dos puntos oscuros, que me gustaría discutir con el autor en presencia de nuestro hermano Luis y de tres cervezas, todo es poesía admirable, endecasílabos hermosos y ritmo de sencilla contundencia.

Si aman la belleza o la vida, háganse con este libro, sin dudarlo.

lunes, 13 de enero de 2025

Tú y yo

 


Gozosamente, una novela puede comenzar siendo (o mostrando, o pareciendo) una cosa y culminar de otra bien distinta. En esas ocasiones, el lector disfruta de un giro, de un punto de inflexión, de un quiebro, que le regala dos historias distintas, consecutivas o complementarias. Yo he tenido la suerte de encontrar en Tú y yo, de Niccolò Ammaniti, uno de esos libros, gracias a la traducción que Juan Manuel Salmerón realiza para el sello Anagrama.

Durante su primera mitad he ido conociendo a Lorenzo, un adolescente de familia adinerada, que vive pegado a las faldas de su madre (Arianna). Durante su etapa infantil ha conseguido “encajar” entre sus compañeros de colegio, fingiendo interés por el fútbol y participando de algunas actividades colectivas; pero cuando ha accedido a la enseñanza secundaria en un centro público se ha sentido en el infierno (con esa palabra lo define), contando los minutos que faltan para que toque el timbre de salida y siendo consciente de “que los amigos enseguida nos olvidan, que las chicas son malas y se ríen de nosotros, que el mundo de fuera no es más que lucha y violencia”. Tras generar una situación embarazosa (sus padres creen que ha sido invitado a pasar unos días en la nieve con sus compañeros de clase), Lorenzo se las ingenia para ocultarse en el sótano de la vivienda, donde se dispone a pasar una semana con los víveres que tiene a su disposición. Hasta aquí, como se puede observar, nos hallamos ante una historia neurótica, en la que se nos retrata a un personaje introvertido, que adora la soledad y el silencio.

Pero, de pronto, se presenta en dicho sótano un segundo personaje: su atractiva hermanastra Olivia. Para su sorpresa, la muchacha muestra un físico devastado, y pronto Lorenzo entenderá que se encuentra enganchada a las drogas y cercana a las llamaradas del síndrome de abstinencia. El chico comprende que no puede seguir dentro de su concha de forma inmisericorde: son hermanos por parte de padre; y ella necesita ayuda.

Con este interesante planteamiento dúplice, Ammaniti construye una historia muy sugestiva, llena de aciertos psicológicos, que nos invade con su prosa sencilla y convincente, donde no faltan escenas inolvidables (el encuentro entre Lorenzo y su abuela moribunda) ni tampoco pinceladas de humor o tristeza.

Me apunto el nombre del autor, para intentar repetir con otro de sus libros.

sábado, 11 de enero de 2025

La llave


 

Ya desde las primeras páginas se descubre que La llave (novela de Junichiro Tanizaki que traducen Keiko Takahashi y Jordi Fibla para el sello Siruela) plantea una situación tan curiosa como perturbadora: un marido de edad avanzada y salud quebradiza lleva un diario donde va anotando las zozobras sexuales con su esposa Ikuko, a la que desea ver completamente desnuda y de quien espera una conducta erótica algo más (mucho más) excitante. Para eso, no duda en ponerla a prueba dejando que el joven Kimura, candidato oficial a la mano de Toshiko, la hija de Ikuko, cene en su casa, mientras deja que la esposa tome más alcohol del habitual. Lo que no estaba previsto, en principio, es que Ikuko también estuviera escribiendo su propio diario, donde registra su paulatina claudicación ante el fogoso y atractivo Kimura. De tal modo que los lectores tenemos acceso a esa situación ambigua, sensual y atípica, contemplándola desde dos puntos de vista. Ese juego, tan indecoroso, alcanza extremos inesperados cuando descubrimos que tanto Ikuko como su marido están leyendo a escondidas el diario ajeno.

Juguetón en el planteamiento, Tanizaki va poco a poco desvelándonos sus cartas para conducirnos por un sendero ciertamente incómodo: el que nos lleva a convertirnos en cómplices indirectos de una trama en la que sentimos la fiebre del adulterio en nuestras propias mejillas. Tan sofocante como habilidoso.

jueves, 9 de enero de 2025

Pedro Salinas, una vida de novela

 


He leído, a veces, biografías prodigiosas (sobre Cervantes o Baroja). Y he leído, también, análisis críticos no menos brillantes (sobre Neruda o Borges). Pero la manera en que la profesora Monserrat Escartín funde aproximación biográfica y estudio literario en Pedro Salinas, una vida de novela (Cátedra, 2019) se me antoja de difícil superación. Qué increíble minucia, qué admirable amenidad, qué anonadante dominio de la materia que está tratando. En sus páginas, la figura (personal y literaria) del madrileño Pedro Salinas, decano de los poetas del 27, se va haciendo ante nuestros ojos, adquiere perfiles, se recorta, se llena de volumen y matices, brilla y se expande, porque, con singular inteligencia, la autora del texto nos sitúa en un panóptico privilegiado, desde el que podemos apreciar una ingente cantidad de informaciones sobre el autor de La voz a ti debida.

Nos habla de un hombre corpulento y amicísimo de los juguetes, durante toda su vida; buen aficionado a la comida, la bebida y los puros (de ahí su gran tendencia a engordar); de su fervoroso amor por el arte y los museos; de su condición de republicano convencido y antimonárquico absoluto; de su terrible miedo a la enfermedad y la muerte, de su enrevesada caligrafía (que convierte sus cartas y sus inéditos en un laberinto que exige titánicos esfuerzos de intelección); de su profunda admiración temprana por la tecnología, que luego fue perdiendo de un modo triste “porque la guerra ha envilecido la mecánica, usándola para la carnicería” (p.280); de la influencia que sobre él ejercieron Garcilaso de la Vega o El Quijote, cuyos rastros la profesora Monserrat Escartín analiza exhaustiva y convincentemente; de la complicada relación que siempre mantuvo con su hijo Jaime; de su esposa, Margarita Bonmatí, auténtico puntal en su vida, que siempre estuvo dispuesta a apoyarlo en su trayectoria literaria y a perdonar sus flaquezas eróticas; y, por supuesto, del célebre episodio sentimental que el poeta vivió desde 1932 con su joven discípula Katherine Prue Reding (Katherine Whitmore), en la cual el poeta se obstinaba en descubrir perfecciones físicas y espirituales que anidaban tal vez más en su mente que en la realidad. El desesperado intento de suicidio de Margarita el 27 de febrero de 1935 (se arrojó al río Tajo, aunque por suerte fue rescatada por un miembro de la Marina que se encontraba cerca) aceleró el proceso de ruptura con dicha amante, porque el poeta se veía incapaz de abandonar a su esposa e hijos para emprender una nueva vida. La autora del trabajo disecciona con gran finura el “amor doble” que sintió por su mujer y su amante en un párrafo tan breve como atinado: “No hay duda de que, hacia su esposa, don Pedro sintió un amor fraternal o confidente y, por Katherine, lo que el poeta llamó amor fue en gran parte enamoramiento, pasión y dependencia” (p.172).

Conviene también destacar la maravillosa sección del libro donde la profesora Escartín analiza los recursos retóricos y los juegos verbales de Salinas (pp.283-300), así como la forma en que nos resume los métodos de enseñanza del poeta, que intentaba dar a través de los textos las herramientas necesarias para que sus estudiantes se adentrasen en las obras y gustasen de ellas.

Y cómo no subrayar con entusiasmo el impagable enriquecimiento filológico que suponen los 143 inéditos que la profesora Monserrat Escartín ha descubierto del poeta madrileño (uno de los cuales permanecía inédito hasta la aparición de este volumen, y puede ser consultado entre sus páginas 399 y 400). O el completo y conmovedor aparato iconográfico que el tomo incorpora, con imágenes de Pedro Salinas, de sus hijos, esposa, amante, amigos, obras, manuscritos y lugares emblemáticos (españoles y norteamericanos), que nos ayudan a conocer los alrededores (las circunstancias orteguianas) de sus procesos vital y creativo.

Estamos ante un libro que persigue, en palabras de su autora, “acercarse a la interioridad del hombre para entender mejor su producción literaria” (p.17), pero que sin duda va más allá, erigiéndose en monumento de inexcusable consulta para todos aquellos que quieran conocer la literatura del 27.

miércoles, 8 de enero de 2025

En las nubes del alba

 


Ángel Paniagua (Plasencia, 1965) comenzó su andadura por el mundo editorial con su trabajo En las nubes del alba, un poemario lleno de intuiciones juveniles donde nos mostraba como un escritor que “devuelve mundo al mundo” (p.15) y que ha descubierto, temprana pero luminosamente, que “ser poeta / es buscarse, no buscar una poesía” (p.33). No hay en estas líneas (o yo, al menos, no soy capaz de detectarlas) vacilaciones, sino espléndidas muestras de equilibrio léxico y conceptual. El catálogo de homenajes que tributa (Juan Ramón Jiménez, Pedro García Montalvo, Luis Cernuda, Claudio Rodríguez) nos ofrece también la imagen de un poeta que se ha nutrido en múltiples veneros, y que ha sabido extraer de sus aguas la frescura más útil. A pesar de su juventud, ya mostraba la suficiente madurez como para interrogarse, no por la atinada elección de sus vocablos o por la música de sus estrofas, sino por su capacidad para ver de forma lírica (“¿He aprendido a mirar?”, p.23). Por detalles así se conoce a un poeta auténtico.