viernes, 24 de enero de 2025

La fraternidad de Eihwaz

 


Voy a comenzar este comentario recordando unas palabras de Julio Llamazares, quien afirmó en uno de sus libros que los lectores somos “amigos inseparables y necesarios de los escritores, pues es a ellos a quienes escribimos, aunque pensemos que estamos solos en el planeta mientras lo hacemos”. Esta frase me proporciona la excusa idónea para afirmar que, sin haberlo visto ni una sola vez en persona, ni haber hablado con él, yo me considero amigo de César Mallorquí. Y uso la palabra “amigo” con humildad, con un poco de bochorno y con mucha felicidad, porque lo leo desde hace años, lo admiro desde hace años; y desde hace años ha estado, sin saberlo, contándome historias con su voz de tinta. Solamente un amigo paciente y amable haría eso. Y créanme que para mí es un honor seguir sus obras desde aquí, desde el otro lado, desde el sillón anónimo y agradecido de mi casa.

En esta ocasión, he disfrutado de la historia (densa, intrigante, poliédrica) que se incluye en La fraternidad de Eihwaz, que podría haber sido (y hubiera resultado bastante) una novela sobre nazis nostálgicos, que se instalan en un pequeño pueblecito de la costa gallega para recuperar la asombrosa carga de un submarino hundido al final de la Segunda Guerra Mundial; pero que, lejos de conformarse con esa línea, incorpora otras igual de potentes y de espectaculares, como la existencia de un crómlech a través del cual personas y objetos viajan en el espacio y en el tiempo, permitiendo que varias historias circulen en paralelo, y de vez en cuando se crucen, se mezclen o colidan. Discúlpenme que no aporte más detalles. Sería como robarles a ustedes el placer de descubrir la magia por sí mismos.

Pero, por lo que más quieran, no dejen pasar esta obra: se van a encontrar, nada más abrirla, con el profesor Moisés Abravanel, que está siendo objeto de una implacable cacería humana; y lo verán esconder su bloc de notas; y luego conocerán a los adolescentes Óscar y Abril; y verán cómo llega al pueblo Dante Oberon, que dice ser sobrino de Abravanel; y si alzan la vista descubrirán, entre la niebla, la isla de Xas, donde la superstición de los pueblerinos afirma que habitan presencias fantasmales; y se sorprenderán al descubrir entre la maleza a un extraño salvaje que dispara flechas con puntería diabólica; y se les cortará la respiración cuando vean avanzar por el horizonte a unos soldados romanos; y sentirán su pulso alterado cuando desciendan por unas escaleras excavadas hace medio siglo, que conducen hasta… No, no, por favor. Dejen de tirarme de la lengua. Ya les he dicho más de lo que debía. Olvídenlo todo y háganse con la obra. Les doy mi palabra de que me lo van a agradecer. Están tardando.

jueves, 23 de enero de 2025

Primer nido

 


Después de cinco años sin leer a Diego Reche, ha querido el Destino poner en mis manos su trabajo poético Primer nido, editado por el sello Balduque en su bella colección Sudeste. Y recupero con gran alegría las emociones que me depararon sus anteriores páginas. Me gusta mucho su forma de escribir, la delicadeza con la que mira hacia el pasado, hacia las tardes de otoño, hacia los juegos infantiles, hacia los libros que quedaron sin terminar, hacia la imagen antigua de sus padres.

Gracias a la palabra (y a la forma sensible y eficaz con que el poeta la maneja), se va erigiendo ante nuestros ojos el mundo perdido del ayer. Nos habla de unos muebles que han quedado barnizados por los objetos que sobre ellos reposaron y que los convierten casi en viejos amigos (“El aparador”); ensaya composiciones que incluyen un delicadísimo homenaje a don Antonio Machado (“Infancia”); reflexiona sobre aquellas series televisivas que marcaron su niñez (“La casa de la pradera”); rememora momentos únicos de sus primeros años (“La salida del colegio”); sostiene entre las manos aquella fotografía con la que su padre congeló en el tiempo su imagen mientras jugaba (“Huella de luz”); tributa un homenaje a la docente que les leía versos de Garcilaso en clase, y que despertó en él la brisa poética (“Poema a mi profesora”); descubre en cierto juego ancestral la metáfora perfecta de la vida (“El juego de la oca”); o, en fin, se detiene a contarnos unas horas de lluvia que quedaron grabadas en su memoria.

“Lo que estos versos cuentan / es algo que no existe”, condensa en la página 33. Y con esa fórmula nos descubre la magia melancólica de sus versos: el pasado es la sustancia de la que estamos hechos, y la paradoja (la paradoja terrible) es que resulta imposible olvidarlo… pero también recuperarlo. Es y no está. Podemos volver a su seno si cerramos los ojos, aunque jamás volveremos a encontrarlo con ellos abiertos: los ancianos que conocimos ya no viven, las calles empedradas por las que corríamos ahora están recubiertas de asfalto, la morfología del pueblo ha cambiado, las calles se llaman de otra manera, y quienes jugaban con nosotros a la pelota o a tirar piedras ahora están calvos, gordos, miopes o la artritis los erosiona. Nos queda, como dijo Blas de Otero, la palabra. Y les puedo asegurar que las palabras de Diego Reche sirven (sirven muy bien) para recuperar algunas de aquellas sensaciones que todos (usted y yo) experimentamos en la niñez. Prueben y verán.

miércoles, 22 de enero de 2025

La vida en un hilo

 


Muy pocos dramaturgos podrían haber abordado el tema de esta comedia con la maestría con la que lo hace Edgar Neville, barajando naipes de humor y naipes de seriedad. Por eso, La vida en un hilo (la deliciosa pieza que me regalaron Kepa y Contxu estas Navidades) se lee con tanto agrado y deja tan buen poso en los ojos y en el corazón. La síntesis (injusta y boba, como todas las síntesis) podría hablarnos de una viuda reciente (Mercedes) que, golpeada aún por la vida de aburrimiento y provincianismo pacato que ha vivido junto a Ramón, su marido ingeniero, escucha de labios de una vecina que, si hubiera elegido a Miguel Ángel (al que conoció el mismo día que a su esposo) habría sido mucho más feliz, porque aquel chico (escultor alocado) era su complemento perfecto. Esa revelación sirve a Neville para plantearnos una acción duplicada, donde asistimos a escenas de la vida de Mercedes con Ramón… y a escenas posibles de Mercedes y Miguel Ángel (lo que fue y lo que pudo haber sido). Ese panorama bifronte dibuja dos mundos radicalmente opuestos: el de Ramón le deparó visitas rancias, conversaciones chatas, audiciones musicales insufribles, madrugones absurdos, mal gusto en la decoración y costumbres apolilladas e hipócritas; el de Miguel Ángel, en cambio, se muestra lleno de colores, improvisación, felicidad y diálogos surrealistas (donde Edgar Neville incrusta de continuo esas perlas humorísticas que tanto me gustan: “Ahora anochece en cuanto se hace de noche”. “¿Ha visto usted una cosa más fea que un pie? Parece que se ha muerto antes que nosotros”. “Este es el estudio de un escultor serio. Cuando hago la figura de una señorita, siempre pongo a su lado la figura de su madre”).

¿Se trata de una pieza simpática? Sin duda. ¿Se trata de una pieza frívola? Ni de lejos. Lo que el dramaturgo madrileño plantea, de fondo, es una interrogación profundamente cabal e inquietante: ¿cómo podemos estar seguros de que, a la hora de elegir, lo hicimos bien? ¿Había una dicha más elevada esperándonos y no fuimos capaces de verla? ¿Erramos al torcer por el sendero A, ignorantes de que el B nos hubiera conducido a lugares más esplendorosos? Muchas personas se niegan a formularse esas preguntas, por considerarlas inútiles. Pero la literatura nunca es inútil. Y Neville nos lanza su reto, con una sonrisa.

lunes, 20 de enero de 2025

Un lugar mejor

 


Cuando tengo que “explicar” por qué me gusta tantísimo un escritor (lo que me ocurre alguna vez al cabo del año) los dedos se me quedan congelados sobre las teclas. Y la causa es fácil de resumir: porque soy más lector que crítico. Puedo, evidentemente, condensar mi alborozo en un grupo de palabras, pero siempre que procedo de esa forma experimento un desagrado casi orgánico: mi corazón de lector se rebela y me recuerda que “explicar” es una extraña mezcla donde se funden los verbos “empobrecer” y “mentir”. Y que, además, no se puede explicar el deslumbramiento. Mi antiguo profesor Pepe Perona aseguraba (https://rubencastillo.blogspot.com/2022/09/espejos-de-una-biblioteca.html) que “el esplendor no se somete a votación. Existe”. Pues eso, ya está, no le demos más vueltas.

Ahora acabo de terminarme los cuentos espectaculares de Un lugar mejor, donde vuelvo a sentir una intensa fascinación, rayana con la embriaguez, por dos elementos. El primero, su precisión y su belleza formales (hay escritores cuya prosa es muy bella y otros cuya prosa es sumamente precisa: en el caso de Pedro Ugarte, lo fascinante es la conjunción armoniosa de ambos extremos); el segundo, la conmovedora hondura con la que analiza a sus personajes; es decir, a los seres humanos. Cada uno de estos relatos es una joya inolvidable y, todos juntos, el collar de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes o el de Julia Roberts en Pretty Woman.

Les podría explicar también que, en sus páginas, van a encontrarse con familias erosionadas por la desgracia, con oficinistas mancillados por la grisura, con inquietantes y autoritarios millonarios británicos, con parejas sacrílegas, con gatitos inesperados, con hijos que consuelan a padres al borde del hundimiento, con grupos de amigos que se disuelven agónicamente. Pero, pensándolo mejor, es casi preferible no decirles nada más, porque les estaría facilitando “datos”, y lo que quisiera transmitir es otra cosa: que, volviendo a usar la frase de mi maestro Pepe Perona, los libros de Pedro Ugarte son esplendor. Y que, gracias a Dios, existen.


sábado, 18 de enero de 2025

La partida

 


Qué grato resulta, siempre, abrir y leer con calma un libro de Miguel Delibes. Es uno de los placeres que me gusta frecuentar cada cierto tiempo y que quisiera que se dilataran durante años y años. En esta ocasión me he acercado hasta las páginas de La partida, un volumen de cuentos en el que pueden encontrarse un buen número de personajes y situaciones dignos de admiración: ese jovencito de Valladolid que, a los 18 años, se enrola en la tripulación del Cantabria para viajar por el mar y conocer de cerca “lo que no tenía”; las suspicacias y acrimonias que se desarrollan entre los pobres seres que se esconden en un refugio durante una alarma aérea; el chico angustiado que llega tarde a una cita y que, necesitando una peseta para subir al tranvía, se ve inmerso en una situación ridícula; el desagradable cuidador de unos jardines; el grisáceo empleado que, tímido y al borde del colapso, comprende que va a tener que pronunciar unas palabras en el discurso de despedida de su trabajo en la empresa; el fumador (sonrío pensando en que pudiera tratarse del propio Delibes) que, tras quince días de abstinencia voluntaria, lía un cigarro y se ensimisma en el placer de saborearlo…

Y, sobre todo, los tres relatos finales, mis favoritos del volumen. El primero es “La contradicción”, donde nos encontramos con el chico que ha sufrido un atropello cuando se dirigía a ver a su hermana (que ejerce la prostitución) y que, de forma dulce y cristianísima, es confortado por una monja; el segundo se titula “En una noche así”, y está protagonizado por tres perdedores, tres seres atribulados por la desgracia (la muerte de un hijo, el atropello de una esposa, una quemadura deformante), que se reúnen en la soledad de una taberna, en plena Nochebuena, para beber vino y recordar sus amarguras; el tercero, “La conferencia”, es una obra maestra del humor amargo, y nos habla de una chica atractiva que asiste a un acto cultural y sueña con el intelectualismo del conferenciante, mientras este se emboba mirando sus caderas y pensando en lo apetecible de su cuerpo.

Adoro los libros de Miguel Delibes. No me canso nunca de acudir a ellos. Y sé que, cuando termine de leerlos todos, procederé a releerlos: su majestad narrativa es inagotable.

viernes, 17 de enero de 2025

Cuando se apagan las luces



Uno de los regalos que Papá Noel deslizó por la inexistente chimenea de nuestra casa fue la novela juvenil Cuando se apagan las luces, de Care Santos. Y vino a caer en el calcetín de mi hijo Álvaro, quien abrió de inmediato sus páginas y no la soltó hasta la noche. Esa lectura de un tirón, con las únicas pausas de la comida y la merienda, se resumió en un veredicto fervoroso: “Tienes que leértela, papi. Me encanta. Es buenísima”. Comprenderán ustedes que a un hijo dominado de tal forma por el entusiasmo hay que prestarle crédito, así que con ella me puse. Y, aunque el recorrido por sus capítulos no me supuso ninguna sorpresa (he leído muchos libros de Care), comparto la fascinación de mi hijo.

Buena manejadora de los resortes novelescos, y con un importante oficio a sus espaldas, la autora barcelonesa nos va llevando de la mano por una historia que, paulatinamente, se va llenando de intriga y de misterios. ¿Quién es el extraño chico al que un autobús escolar en viaje de estudios encuentra de noche en una gasolinera, aparentemente perdido? ¿Por qué contesta con evasivas cuando se le pregunta por la razón de encontrarse de madrugada en un sitio tan inhóspito? ¿Por qué lleva los bolsillos llenos de hojas secas? ¿Por qué olfatea como un animal las pertenencias de una de las alumnas? ¿Por qué, cuando el novio de la chica se dispone a golpearle, se apagan de pronto todas las luces del hostal y se declara un incendio? Dice llamarse Daniel López Sust, pero en el instituto del que afirma proceder (lo certifica por teléfono la jefa de estudios) no hay ningún alumno con ese nombre. Entonces, ¿quién es, en realidad, y qué pretende?

Una historia donde la fantasía, lo posible-imposible, los escalofríos y algunos temas cruciales para el mundo de la adolescencia (la música, la identidad sexual, la pertenencia al grupo) ocupan un importante lugar.

Regálensela a su joven lector o lectora. Se lo agradecerá.

miércoles, 15 de enero de 2025

Lo que me entregaste

 


El lector que tome entre sus manos este libro podría llegar a la conclusión (a mi juicio, errónea) de que Lo que me entregaste, última entrega poética de Pascual García, es solamente una prolongación o una repetición de Siempre domingo, su poemario anterior, porque el “asunto” del que trata es el mismo (el amor recuperado, tras casi medio siglo de separación, de su actual pareja). Pero yo, aunque puedo llegar a entender las líneas principales de ese razonamiento, no comparto la idea, porque juzgo que la continuación del amor constituye un tema diferente al amor mismo: supone que las emociones se aquilatan, se perfilan, se consolidan y se fortalecen conforme va pasando el tiempo, y eso añade a la idea principal una serie muy valiosa de matices. Si Siempre domingo admite la etiqueta de “amor recuperado”, Lo que me entregaste incorpora el fervor alegre de la continuidad, la consolidación del milagro, el tiempo y la esperanza.

Los poemas que, como mármoles, pavimentan este libro nos hablan de una dicha que se concentra en la pureza del ser, en la celebración gozosa de sus dos reunidos oficiantes. Por eso podríamos concluir que el tema nuclear de este volumen es el cántico de la luz diaria, de las siestas, de los dedos enlazados, de los paseos al sol, de los cuerpos desnudos sobre la cama. O, dicho de un modo más breve, el festejo del corazón, la celebración alborozada del hoy.

En ese sentido, como lector suyo y como amigo íntimo desde hace treinta años, la felicidad tendría que invadirme, y desde luego lo hace. Pero no voy a negar que dos detalles de la obra me han provocado una incómoda desazón: el primero proviene de la cita de Joan Margarit que Pascual utiliza como apertura para el tomo, donde nos habla de la forma en que la muerte araña las maderas de la puerta; el segundo anida en el título mismo del poemario, que no alude a “lo que me entregas” (lo que convertiría en un presente dilatado y feliz la recepción de la felicidad), sino a “lo que me entregaste” (donde el pretérito indefinido sugiere que la dación ya se encuentra terminada y el siguiente paso solamente pueda ser la melancolía o el recuento lánguido). Descontados esos dos puntos oscuros, que me gustaría discutir con el autor en presencia de nuestro hermano Luis y de tres cervezas, todo es poesía admirable, endecasílabos hermosos y ritmo de sencilla contundencia.

Si aman la belleza o la vida, háganse con este libro, sin dudarlo.