Cada día se repite el proceso: adviertes que la
fatiga te invade, que el sueño se aproxima y, poco a poco, te vas rindiendo al
sopor. Una vez que la desconexión se ha cumplido, tu mente se involucra (y te
involucra) en un juego distinto, con reglas anómalas o invisibles. A esa
operación la llamamos sueño, y constituye uno de los grandes enigmas del ser
humano: nos convertimos en guionistas, directores o actores de una película
cuyo origen, desarrollo y final ignoramos. Por sorprendente que parezca, así
es. A veces, esa película nos depara tórridas escenas de sexo con personas
próximas o desconocidas; a veces, aterradoras secuencias de niebla o
persecución; a veces, melancólicos instantes con seres queridos que ya no
están. En el mundo de la literatura, la fértil vinculación entre los sueños y
la realidad ha producido todo tipo de maravillas, desde la profecía (Crónica de una muerte anunciada) hasta
el preámbulo (La metamorfosis),
pasando por la reflexión filosófica (La
vida es sueño).
Ahora, agitando en la coctelera varios licores
asombrosos (donde no faltan ni siquiera unas gotitas de Matrix), Juan Jacinto Muñoz Rengel nos presenta en su último libro
una propuesta tan arriesgada como convincente. De un lado tenemos en ella a
Xavier Arteaga, un profesor de Historia de vida muy discreta; del otro tenemos
a André Bodoc, un periodista televisivo de fama. No viven en la misma ciudad.
No frecuentan los mismos círculos. De hecho, sería difícil detectar nexos que
los vinculen, ni afectiva, ni intelectual, ni siquiera profesionalmente. Pero
un laberinto onírico de incontestable y creciente vigor los acerca: cada uno
sueña de noche con el otro. O por decirlo de forma más exacta: cada uno es, en
sueños, el otro; y al despertar recuerdan lo que han vivido en el lado opuesto
con una nitidez angustiosa. Como es natural, Xavier y André se irán
obsesionando paulatinamente con esta situación, que irá ramificándose sin
tregua. Un día, ambos advierten que el carácter estanco de sus vidas resulta
engañoso y que pudieran estar generándose fisuras que las hace convergir y
fundirse («Era como si de repente la membrana entre los dos mundos se hubiera
vuelto permeable», p.255). Se entra así en la zona más complicada de la novela,
que Muñoz Rengel resuelve con brillantez y dejando en el ánimo de los lectores
no pocos interrogantes. ¿Cuál de los dos protagonistas es una ensoñación del
otro? ¿Lo son ambos? ¿No lo es ninguno? Sabiendo que juega en un terreno peligroso
(adentrarse en el cenagoso espacio de los sueños y de las fronteras entre estos
y la realidad supone aceptar una apuesta que bastantes narradores han perdido
de forma estrepitosa), el creador malagueño utiliza su preparación filosófica
para construir un relato donde la complejidad no procede del léxico empleado,
ni de la arquitectura misma del texto, sino de los vaivenes especulares o
concéntricos que la obra sugiere y comporta. Como la mano que se dibuja a sí
misma dibujando (Escher), los capítulos de El
sueño del otro nos sumergen en un maremoto irremediable, en un carrusel
vertiginoso del que se puede salir mareado, porque nos llegan a proponer
reflexiones de gran fuerza sugestiva, que terminan por obligarte a pensar («Piensa
en esto, ¿cómo sabemos que no existe un número limitado de mentes? Pongamos
cien mil. Y que ese número limitado de mentes se encuentra distribuido entre
los siete mil millones de personas de la población mundial. ¿Cómo podemos saber
que no es así?», p.231).
Juan Jacinto Muñoz Rengel, ingenioso, denso,
paradójico, provocador, nos lanza su reto narrativo y emerge triunfante del
atolladero. Una vez más, el novelista andaluz se sale con la suya.