viernes, 30 de septiembre de 2022

Corazón de perro

 


Poco se puede imaginar un solitario y hambriento perro que deambula por las calles de Moscú en 1924 que el encuentro con Filip Filípovich va a cambiarle la vida de un modo radical. No tanto porque lo trate con cariño, lo alimente con trozos de salchichón y lo acoja en su casa, con el nombre de Shárik, sino porque se trata de un reputado científico que ha decidido utilizarlo para un experimento de gran trascendencia: retirarle la glándula hipófisis y sustituirla por la de un varón humano que acabe de fallecer. En teoría, el objetivo de tan singular permuta es comprobar de qué forma afecta ese cambio al envejecimiento o al rejuvenecimiento de las células… pero la realidad es que, como si se tratase de un paciente del doctor Moreau (aquel inquietante personaje que Wells creó y lanzó al mundo literario en 1896), el perro comienza a transformarse lentamente en un ser humano. Bajito, con instintos animales y bastante peludo; pero humano. De hecho, cuando comienza a dominar con cierta solvencia la facultad del habla, lo primero que hace es solicitar al doctor Filip Filípovich que le consiga papeles que le otorguen estatus de ciudadano soviético; y exigirle que le conceda un sitio en su vivienda (por generosidad comunista); y que lo alimente. Y cuando el científico se muestra reacio a concederle cualquiera de sus exigencias, el “ciudadano Shárikov” (nombre que ha decidido adoptar) no duda en denunciar a su creador por actividades y pensamientos contrarrevolucionarios.

Sátira mordaz y muy ingeniosa del mundo soviético, este Corazón de perro, que traduce del ruso Ricardo San Vicente para Galaxia Gutenberg, es un libro en el que se mezclan sonrisas y escalofríos, y donde se fabula con inteligencia y buen humor sobre los excesos del totalitarismo, sobre la maldad y sobre el espíritu de venganza. Bulgákov, perseguido y machacado durante años por la censura en la URSS, consigue en esta novela no demasiado extensa una narración simpática y que invita a la reflexión. No gustará a los que siguen comulgando con ruedas de molino, pero sí a los espíritus abiertos.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Cuadros con palabras

 


La semilla de la que nace un cuento puede estar en cualquier sitio: en las páginas de un periódico, en la imaginación del autor, en la observación de la realidad que lo rodea, en el comentario de un amigo, en la lectura de otro cuento… En el caso de Cuadros con palabras, de José Ignacio Tamayo Pérez (Entrelíneas, 2022), el detonante de las historias hay que buscarlo en una docena de cuadros, sobre los cuales el escritor de Gernika construye sus sorprendentes y más que hermosas propuestas. Fijándose detenidamente en esos cuadros (célebres o desconocidos), la mirada del autor va perfilando acciones, indagando en la psicología de los personajes que aparecen y esculpiendo tramas tan delicadas como convincentes. Siguiendo esa técnica, nos presentará a un chico tímido que es marginado en su centro de enseñanza (“El idiota de la tienda de sodas”); a un viudo que oculta determinados aspectos de su sexualidad (“El almuerzo de los remeros”); al joven aprendiz de un pintor, que se encuentra extasiado con la belleza de la muchacha que posa para el artista (“La mujer más hermosa de Florencia”); la curiosa historia de un cuadro duplicado, que esconde un misterio sobre la honorabilidad de una dama (“En el Moulin Rouge”); o a la mujer que, atosigada por los celos de su pareja, no tendrá más remedio que vender un carboncillo que pintó para ella un enamorado y jovencísimo Antonio López.

Cuadros con palabras está lleno de ideas, ingenio y laberintos, de hipótesis más que sugerentes sobre el destino y los sentimientos de sus personajes; y, sobre todo, está redactado con una prosa magnífica, elegante y adictiva. Quieran los Hados que el autor prolongue este experimento en una segunda entrega: la leeré con auténtico gusto.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Diarios y cuadernos

 


Conocemos en estas páginas un buen número de anécdotas sobre Patricia, que ella misma nos detalla con rápida y eficaz prosa: que fumaba mucho, que bebía muchísimo, que mantuvo en su juventud una agitada y variopinta vida social (comidas, cenas y copas por todos lados y con todo tipo de compañías), que experimentó relaciones sexuales con varias mujeres, que colaboró desde muy joven en revistas literarias con sus primeros relatos, que mantuvo una tensa relación con su madre, que se deleitaba con la música de Bach y Mozart, que admiraba profundamente a Greta Garbo y la bailarina española Carmen Amaya, que su dentadura le dio problemas desde muy jovencita, que adoraba la técnica de Dostoievski, que suspendió más de una vez el examen de conducir o que se trasladó a vivir a Suiza en sus años finales para evitar la doble tributación de impuestos a la que estaba sometida como norteamericana que vivía en Francia.

Pero este descomunal volumen, que roza las 1300 páginas y que con tanta generosidad como acierto publica Anagrama con la laboriosa traducción de Eduardo Iriarte (me pongo en pie ante su esfuerzo), nos facilita una experiencia mucho más intensa: sentir que viajamos por el interior (físico y temporal) de Patricia Highsmith, que accedemos a recodos no siempre luminosos (tampoco siempre oscuros) de su existencia, que buceamos por la zona abisal de su alma, allí donde las vacilaciones, las certidumbres, las esperanzas y las decepciones se empujan y superponen. Avanzar por las páginas de este mastodóntico tomo implica ir conociendo a la persona que, con trazos nerviosos y urgentes, diarios y llenos de sinceridad, nos va dejando las huellas de su evolución en todos los ámbitos: laboral, sentimental, literario… Intentar una agrupación y explicación de todas las líneas vertebradoras de estos Diarios y cuadernos requeriría una treintena de folios y excedería las dimensiones de una reseña tradicional, así que me limitaré, con todo el dolor de mi corazón, a copiar una pequeña parte de las frases que he subrayado en el volumen, indicando entre paréntesis la página de donde las he extraído. Que cada lector(a) realice, si lo desea, su propio dibujo global con esos elementos, tan variopintos como intensos. En seguida comprenderá que el resultado es fascinante.

“Un esfuerzo excesivo en la composición resulta evidente en la obra, y la torna artificial, extraña y, sobre todo, una creación débil e insegura” (45). “Hay que conocer tanto a los autores renombrados como a los menos conocidos: todo el mundo tiene algo” (57). “Me gustaría con desesperación hallar en mi interior el deseo de sentar la cabeza, amar a alguien de manera estable, no ser codiciosa, pero no puedo” (84). “Qué feliz soy cuando estoy sola. Veo toda suerte de cosas y se me ocurren ideas maravillosas” (86). “El hogar está en el corazón del amante, no en ningún lugar de la tierra” (95). “Tengo una arrogancia que nunca perderé, que en realidad no quiero perder del todo” (96). “El sexo, a mi modo de ver, tendría que ser una religión” (97). “La vida es una tragedia para quienes sienten y una comedia para quienes piensan; la mayoría de la gente no hace ni lo uno ni lo otro” (184). “Parezco vivir a base de próximas veces, lo que me desespera y me enfurece” (196). “La Biblia es un libro muy bueno, el más grande, en realidad” (237). “Es prácticamente imposible que dos artistas sean amigos íntimos” (287). “Casi todo el mundo vive porque cree que es más agradable que morir. Veo que la mayoría no tiene ni ambiciones ni objetivos” (332). “Es necesario estar a solas para darse cuenta de lo triste que está uno” (368). “¿Qué pediré a voces, piedad o la luna? No sé qué se consigue más fácil” (418). “La soledad es una emoción más interesante que el amor. Y alguien que es leal a su soledad es más fiel que cualquier amante” (454). “Leo a Kafka y me da miedo, porque soy muy similar a él. ¡Y tengo miedo, porque Kafka, pese a lo maravilloso que era, nunca alcanzó el nivel de un gran artista!” (544). “Me parece que no confío en nadie bajo el sol más allá de donde alcanza mi brazo” (600). “Mi epitafio 1953. Aquí yace alguien que siempre desperdició su oportunidad” (753). “Es mejor estar deprimido que confuso” (799). “Adoro las amistades. Son para mí el don más placentero y precioso que ofrece la existencia” (866). “Me resulta muy, muy difícil saber qué vicios perdonar a la gente (los míos también). Dónde plantarme y decir, por fin, eso está mal, y por lo tanto esta o esa persona ya no merece mi amor ni mi amistad” (877). “No estoy satisfecha conmigo misma en ningún sentido” (901). “Rara vez quedan fuerzas suficientes para gritar cuando se agoniza” (976). “Soy yo quien va adelantada y mi reloj el que me sigue” (1001). “Quizá la ciencia cree algún día libros comestibles, mucho más asequibles para el cerebro que leer nada” (1052). “Es mejor aprender a una edad muy temprana, pongamos los diez años, que el mundo y la gente son falsos en un 80%. Eso puede evitar que se sufra un colapso nervioso más adelante” (1128). “La infelicidad se debe al juicio personal de una situación” (1177). “El hombre rezando a Dios es el hombre hablando consigo mismo. ¿Por qué complica tanto las cosas el hombre, cuando son tan sencillas?” (1177).

domingo, 25 de septiembre de 2022

Teatro

 


Encuentro, editado por Visor, un librito sumamente curioso: una recopilación de seis pequeñas obras teatrales de José Moreno Villa, discreto y poco divulgado autor de la Generación del 27, republicano fervoroso que tuvo que marcharse al exilio después de la guerra civil de 1936 y del que se sirvió Antonio Muñoz Molina como personaje en su novela La noche de los tiempos. El autor de la edición de este Teatro es el misterioso J.G.S.

En “La rica viuda, rica” (1909) descubrimos que, en ocasiones, resulta legítimo mentir a los demás si con eso conseguimos que su orgullo no le impida aceptar los dictados de su corazón. En “La comedia de un tímido” (1922) conocemos a Luis Almadén, un brillante poeta que, aturdido por las gentes de su alrededor, no acierta nunca a desplegar su elocuencia. En “Patricio o Paco El Seguro” (1933) se intenta construir un pequeño sainete sobre el extraño consultorio de “asistencia sexual” que ofrece el protagonista, y al que termina acudiendo una mujer norteamericana. En “Sombras” (inédita), Moreno Villa explora las asechanzas del sueño, que en ocasiones nos revelan deseos antiguos, artificialmente apagados o camuflados. En “Los Gigantes” (s.f.) encontramos a Rita, una muchacha con fama de boba porque cree en los gigantes… pero que terminará descubriendo que su destino está muy relacionado con ellos. Y en “El enanón y el gigantín” (1945), el escritor desliza sus consideraciones sobre la diferencia entre el tamaño corporal y el espiritual, aplicándolo a la escena nacional (“Don Quijote, como Santa Teresa y San Juan de la Cruz, son gigantes espirituales. En España hemos tenido algunos gigantes espirituales, pero pocos gigantes mentales”).

Se trata de pequeñas viñetas dialogadas, muy poco profundas y no demasiado brillantes desde el punto de vista teatral, en las cuales el autor malagueño trata de reproducir pequeñas situaciones cómicas o dramáticas, sin obtener ningún resultado memorable. Creo que Talía y Melpómene no lo auxiliaron, ay, con sus soplos. Qué pena.

He subrayado solamente dos citas en el volumen, que copio aquí para tenerlas más a mano: 1) “El tímido se aparta, se aparta cada vez más de las cosas y de los hombres y llega a la extravagancia sin proponérselo y fácilmente”. 2) “No se trata de cobardía. Si no quiero el triunfo es por comodidad, por la tranquilidad que trae consigo el vivir en la penumbra”.

(Nota bene: ignoro si las faltas ortográficas y gramaticales que presenta este texto hay que atribuirlas al autor o a la edición, pero emborronan innecesariamente el volumen).

sábado, 24 de septiembre de 2022

Pura pasión

 


Probablemente, existen diferentes formas de amor. O, dicho con más exactitud, personas que perciben y viven el amor de modos distintos: con serenidad, con arrebato, con obsesión, con miedo, con sorpresa, con gratitud, con alborozo. Nadie (nadie con sentido común) puede sentirse capacitado para determinar cuál es el modo más “adecuado” o más “normal” (perdón por los adjetivos) para definir una emoción tan embriagadora, tan envolvente. La escritora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) nos ofrece en su libro Pura pasión (que traduce Thomas Kauf para el sello Tusquets) una historia delicada y fogosa a la vez: la intermitente relación erótica que mantuvo con un diplomático casado, que venía de un país del Este. Ella, profesora y divorciada (sus hijos ya estaban estudiando en la universidad), convierte las llamadas y visitas de este hombre de ojos verdes en el acontecimiento sobre el que gravita (o alrededor del cual gira) su existencia. Nada le importa sino pensar en él: camina por las calles y rememora su voz; contempla escaparates de ropa y piensa en cómo aceptaría él esa lencería o esa falda; visita museos y piensa en la relación entre las pinturas y esculturas contempladas y el cuerpo de su amante.

Ahora, años después de haber vivido aquella tormentosa posesión anímica (casi una abducción), la escritora compone estas páginas, que tienen un inequívoco aroma autobiográfico. En ellas trata de capturar el aroma de aquellos días, el fulgor nervioso de aquellas esperas, el vacío y la plenitud, la aceptada e incluso amada dependencia. Rechaza, eso sí, que estos párrafos deban ser considerados como una forma de exhibicionismo, porque el exhibicionista “solo tiene un deseo: mostrarse y ser visto en el mismo instante” (p.41), mientras que ella expone las emociones, las llagas, los esplendores, los bochornos y los éxtasis que tuvieron lugar en un pasado que comienza a difuminarse.

Obra interesante y breve, hecha de fuego frío (admítaseme el sintagma), que se lee en apenas una tarde.

viernes, 23 de septiembre de 2022

Ni aquí ni en ningún otro lugar

 


La propuesta que nos lanza Patricia Esteban Erlés en su colección de relatos Ni aquí ni en ningún otro lugar (Páginas de Espuma, 2021) es tan curiosa como, sin duda, interesante: de un lado, reinterpretar algunos cuentos tradicionales, que son mirados aquí desde otro ángulo, para extraer de ellos lecciones distintas (lo podemos observar en “El buen dormir”, que es una reinvención de La Bella Durmiente; o en “Primer día”, que reformula la historia de Hansel y Gretel); del otro, aquellas historias en las que la escritora zaragozana nos propone temas más actuales y quizá más personales. Ambos bloques son muy hermosos, porque en ellos atiende con la misma preocupación e idéntico mimo al aspecto verbal de sus narraciones: el vocabulario siempre impecable, la sintaxis poderosa y fluida.

Si tuviera que decantarme, me inclinaría por relatos como “El ogro” (donde se juega con el terrible misterio que encierra a veces el pasado de las personas que más cercanas tenemos), “Los gatos de Angeline” (un estupendo relato donde los felinos y las ratas esconden metáforas de poderosa textura, que el lector tiene que desentrañar), “Neverland” (esa madre inmadura, drogadicta y alocada, que está a punto de arrastrar a sus hijos por un tobogán tenebroso) o “Madre” (sin duda, el cuento más estremecedor que recuerdo haber leído en mi vida sobre la pérdida de un hijo al nacer).

Presentados en un formato de tapa dura, no muy usual en el sello Páginas de Espuma, las dieciséis historias de Ni aquí ni en ningún otro lugar contienen un buen número de perlas literarias, que maravillarán al lector más exigente.

Léanlo.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Soledades. Galerías. Otros poemas

 


Empleo dos tardes en leer en voz alta las composiciones de Soledades, Galerías y otros poemas, de Antonio Machado, en la edición que Geoffrey Ribbans preparó para Cátedra. Y me ha gustado esa experiencia de “oírlos”, con lentitud y casi con paladeo. ¿Por qué he elegido esta forma de abordar la lectura? Pues por una razón muy sencilla: que así nos hacían leerlo en el colegio, y así se me quedaron en la memoria composiciones tan hermosas como “He andado muchos caminos”, “Recuerdo infantil", “Yo voy soñando caminos” o “Anoche cuando dormía”, amén de ese poema que ODIO y que se titula “Las moscas” (a quién se le ocurre dedicar un poema a esos bichejos asquerosos). También me ha servido para experimentar un escalofrío al leer y escuchar “En el entierro de un amigo”, conmovedor y solemne.

En líneas generales, y salvados los ejemplos que he anotado arriba, creo que es un tomo donde hay más tanteos que aciertos. Me da la impresión de que Antonio Machado está todavía buscándose, está intentando encontrar su voz, sus temas, su línea poética; pero en estas composiciones (para mí resulta evidente, dicho sea con todo el respeto del mundo) aún no ha llegado a la madurez: demasiadas fuentes, demasiados jardines, demasiada “melancolía”, demasiadas “pomas”, demasiados paisajes “polvorientos” y demasiadas “tardes” (la palabrita aparece en treinta y cinco de los poemas del volumen). Explora senderos modernistas y parnasianos, en los que obtiene resultados aceptables, pero en modo alguno grandiosos. Si se hubiera detenido en esta línea, hablaríamos de un buen poeta menor. Por suerte, evolucionó hasta llegar a sí mismo y, cinco años después, ya nos estaba hablando de los Campos de Castilla.

Siempre resulta placentero leer al sevillano, aunque en esta ocasión se trataba, más bien, de acudir al nacimiento del río, para observar cómo sus aguas se iban deslizando por las rocas, se iban reuniendo y creando ese Duero apoteósico que ahora admiramos y aplaudimos. Conocer al niño para intuir al hombre. Ha sido un experimento que me ha gustado abordar.

martes, 20 de septiembre de 2022

El que quiso bailar y nunca pudo

 


Dicen que el paso del tiempo otorga a algunas personas un caudal de sabiduría tan notable que actúa a su alrededor como halo y que impregna cuanto hablan o hacen. Ignoro si será verdad, pero leyendo la última producción literaria de José Ángel Castillo (titulada El que quiso bailar y nunca pudo y editada por el sello La Fea Burguesía) tiendo a pensar que, al menos en su caso, esta evidencia resulta incontestable. Página tras página se puede detectar, aromando sus versos, la majestad reposada de una persona que ha alcanzado la plenitud vital e intelectual y que extrae de su experiencia un ritmo íntimo que luego se traslada a sus más que hermosos endecasílabos. Da igual que nos hable de la juventud perdida, de lo poco galano que se ve con sombrero, de los amigos a quienes inevitablemente la muerte elimina de su agenda telefónica, de la envidia que siente por la libertad alígera de los gorriones, de nuestra irreversible condición de ceros a la izquierda, de la rutina y sus tristes imposiciones, de los proyectos que jamás alcanzamos a cumplir o del estupor decepcionado que le produce la actitud iconoclasta e inmadura de los ni-nis. Sereno, pero incapaz de guardar silencio ante las señales amargas del mundo que lo rodea, el escritor esmalta en la página 114 un verso que bien podría servir como resumen de este trabajo: “Solo y desnudo, escribes tus tormentas”.

Porque El que quiso bailar y nunca pudo me ha dejado esa sensación en la mente y en los ojos: la de ser el testimonio de una persona que, llegada a la etapa final del camino, gira la cabeza y observa el presente y el pasado con lucidez, con melancolía, con un punto de amargura lógica. Quizá todos seamos vikingos grises y terminemos recibiendo esos dolores que llegan solos, sin ser convocados. Quizá todos atravesemos el mundo sin más compañía auténtica que nuestra propia sombra. Quizá, en fin, descubramos todos al final que hemos malbaratado buena parte de las horas del camino. Pero leerlo en los versos de José Ángel Castillo nos sirve, al menos, para descubrir que la belleza también puede ser un objetivo y una redención.

domingo, 18 de septiembre de 2022

Las nubes por dentro

 


Me gusta escuchar a Andrés Trapiello en su “Salón de pasos perdidos”. Y digo bien: escuchar. Porque cada vez que abro uno de sus volúmenes (para leer o releer) siento que el leonés ha tenido la gentileza de instalarme en su despacho y que, desde mi butaca, lo escucho decir estos pensamientos, estos recuerdos, esta colección de apuntes autobiográficos. Y las horas fluyen mientras aprendo, mientras me emociono, mientras sonrío. Vuelve a ocurrirme con Las nubes por dentro, el cuarto tomo de la saga. Desde que se inicia la redacción con Trapiello escribiendo la cifra 1990 en los márgenes de un periódico hasta que culmina con la fiebre de M en Nochevieja, las casi quinientas páginas han volado (y sonado) ante mis ojos, sin añadirles ni un gramo de fatiga o de aburrimiento. Porque Andrés Trapiello (al que no conozco personalmente y al que nunca he escuchado hablar) es mi amigo sin saberlo, a fuerza de tantas y tantas horas compartidas en los últimos años. Y cuando observo los subrayados en rojo que hay en el libro me da por pensar que son las frases que más o mejor han sonado en mí y para mí: a veces, son párrafos densos, líricos, largos; a veces, una sola palabra. Pero todas esas teselas conforman la vidriera o el tapiz de mi escucha. No resumen nada. No remarcan nada. Son simples pinceladas subjetivas que, por lo que sea, han calado con más eficacia en mi memoria, y allí han decidido quedarse con el auxilio del rotulador. Os copio algunas (tengo ciento veintisiete subrayadas en el libro: sería un abuso), pero no queráis leer en ellas una sinopsis, sino un florilegio de humor, pensamiento, agudezas y ternuras. Leed de forma individual el libro y solamente así alcanzaréis a entenderlo. O, mejor, pedidle a Andrés que os deje sentaros a su lado y escuchad, como hago yo.

“El remordimiento, la parte necrosada de la conciencia” (p.34). “El ingenioso dice cosas deslumbrantes porque no tiene nada más que decir” (p.48). “Cuando uno no pide más que lo que le den, siempre le dan a uno mucho menos de lo que pide” (p.53). “Maternura” (p.56). “La masa es un tumor que no tiene cura” (p.181). “Dios, el mayor haragán. Siete días de trabajo en toda una eternidad” (p.231). “Suele ser una calamidad quedar cautivo del elogio de un tonto” (p.335).

viernes, 16 de septiembre de 2022

Los pilares de la sociedad

 


¿Quiénes son los auténticos pilares de la sociedad? ¿Los ricos y poderosos, que dominan el dinero, las propiedades y los medios de producción? ¿Los religiosos, que controlan los cauces morales que en teoría mantienen vertebrada y firme esa sociedad? ¿Los trabajadores, que con su aportación multitudinaria y humilde crean las bases de la riqueza? En este drama en cuatro actos que Henrik Ibsen escribió en 1877 se plantean, de fondo, esos interrogantes. De un lado, tenemos al cónsul Bernick (prohombre que goza del respeto unánime de la población costera noruega donde vive y que controla, entre otros negocios, el astillero) y a sus aliados el mayorista Rummel, el comerciante Vigeland y el comerciante Sandstad: entre los cuatro han orquestado la llegada al pueblo del ferrocarril… pero siguiendo una ruta que no fue la inicialmente fijada por los expertos, puesto que prefieren que pase por los terrenos que ha comprado Bernick, maniobra que los volverá a todos millonarios. Del otro lado, tenemos a Johan, el cuñado de Bernick, que tuvo que exiliarse a los Estados Unidos acusado de un delito que no había cometido, pero cuya ignominia asumió con gallardía para liberar al auténtico culpable, que no fue otro que Bernick. Como es natural, cuando Johan vuelve al cabo de quince años al pueblecito noruego y amenaza con contar todo lo que ocurrió (desea que su nombre quede limpio de sospechas, para casarse con Dina), la tensión llega a un grado casi insoportable.

En este drama denso, complejo, lleno de meandros psicológicos y de críticas de índole social, política y moral, observamos cómo el capataz Aune se adelanta a la modernidad, criticando el empleo de máquinas en detrimento del ser humano (“No soporto ver cómo se queda en la calle un buen trabajador tras otro; esas máquinas los están dejando sin modo de ganarse el pan”, acto II); observamos también cómo el cinismo económico no se detiene ante nada (“Lo individual tendrá que sacrificarse por lo colectivo […]. Así es como funciona el mundo”, acto II); y, sobre todo, observamos la forma en que Ibsen reivindica el papel de las mujeres, que no deben ser tratadas como ciudadanos de segunda. Así, ante las frases reaccionarias de alguno de los protagonistas (“En nuestro pequeño círculo, donde gracias a Dios no ha conseguido colarse la depravación, al menos por ahora, las mujeres se conforman con tener una posición decente, aunque sea humilde”, acto II), surge la firmeza de Dina, quien declara abiertamente que odia ese mundo hipócrita y esas ideas anticuadas (“¡Qué miedo me da tanta decencia!”, acto IV) y que prefiere realizarse por sí misma, sin apoyarse en ningún varón, para poder convertirse en un ser libre y soberano (“No quiero ser una cosa que se toma”, acto IV).

Embriagado con esta actitud y aplaudiéndola con entusiasmo, el lector no tiene problemas en aceptar la innegable (y algo melosa) moralina del final como parte del drama.

Magnífica obra teatral, sin duda.

jueves, 15 de septiembre de 2022

La declaración de George Silverman

 


George Silverman es un niño que ha venido al mundo en unas circunstancias realmente difíciles: sus padres, pobres y crueles, lo crían en un sótano; el hambre es la invitada habitual de sus noches; y la soledad absoluta, su compañía más constante. Así que cuando sus progenitores mueren de fiebres y el niño sale al mundo exterior y es acogido por el Hermano Hawkyard parecería que todo lleva camino de mejorar; pero no es así. Mejorará su situación, mas seguirá siendo una persona íntimamente desgraciada, porque no logra encajar en un mundo hostil, en el que se le considera un ser huraño y de trato difícil.

Ya adulto, y cumplidos sus estudios universitarios, George Silverman se ordena sacerdote, logrando al poco un puesto como educador. Pero en ese nuevo estado tampoco encontrará demasiadas felicidades, por encontrarse con estudiantes holgazanes y con madres exigentes y mezquinas.

No contaré más.

Bástele saber al lector posible de esta nota que Silverman terminará realizando el más increíble de los sacrificios, sin ser entendido por casi nadie, y seguirá sufriendo la vileza de la incomprensión, trufada de insultos y de desplantes. Treinta años después, el protagonista nos contará la verdad de lo ocurrido, entre la resignación y la melancolía.

Una novela corta bellamente escrita y muy interesante desde el punto de vista psicológico, en la que volvemos a encontrarnos con la brillantez de Charles Dickens, prosista excepcional donde los haya.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Vertedero

 


Indagar en el alma a través de las experiencias emocionales y sexuales de sus protagonistas: ese es el gran desafío que se plantea Raúl Quirós Molina en su libro de relatos Vertedero (Editorial Dieci6). En las tres propuestas narrativas del volumen, el autor madrileño explora con inteligencia en los innumerables vericuetos, complejidades y contradicciones del corazón humano; y lo hace siempre con una prosa muy eficaz (lírica cuando tiene que serlo, coloquial cuando la situación lo requiere), que nos va envolviendo y nos conduce por trochas no siempre previsibles. En “La Plaça del Sol” asistiremos al monólogo intenso, absorbente y cautivador de Álvaro, un muchacho que nos desgrana su fascinación por Vicky, a la que sigue desde Madrid hasta Barcelona para declararle su amor. Pero al cabo de pocas páginas (y de una forma vertiginosamente creciente) comprendemos lo que de verdad anida en su cerebro. En “Sexos en llamas” (una historia con rótulos pespunteados por títulos de canciones) nos volvemos a encontrar con una difícil relación de pareja, llena de aproximaciones y vacíos, guadiánica, indefinida o indefinible, con un desgarro final que conmueve y atora la garganta. Y en la que cierra el tomo, “Vertedero”, entramos de lleno en los sobreentendidos, en las pulsiones que se intuyen en el otro y que pueden conducirnos por caminos más bien equivocados, rozando la turbiedad o el delito.

A mí me ha parecido una experiencia fascinante recorrer las páginas de este tomo; y sé que terminaré buscando otras obras del autor, que ha sido finalista del Nadal y ganador del Felipe Trigo. Su manejo de los diálogos, de las situaciones, de las emociones íntimas, de los fangos íntimos del corazón humano, incluso de la forma tipográfica del relato, me ha parecido más que convincente.

Anoto dos observaciones, que he subrayado con rojo en el libro: “Somos chimpancés en la selva de la opinión, expulsando ideas para justificar que tenemos capacidad de raciocinio”. “Amor moderno: encontrar razones para no abandonar a alguien”.

Apúntense el nombre del autor. Yo ya lo he hecho.

martes, 13 de septiembre de 2022

Aura

 


Cuando estaba cursando mis estudios de Filología en la universidad de Murcia leí (creo recordar que durante un fin de semana) la novela La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Y desde entonces no había vuelto a sumergirme en otro libro del autor mexicano. Lo hago ahora con Aura, la inquietante novela corta que ha llegado a mis manos en la impresionante edición que Libros del Zorro Rojo efectuó en 2017 con varias ilustraciones (increíbles, turbadoras, bellísimas) de Alejandra Acosta.

Lo que se nos cuenta en esta nouvelle es la forma en que el joven historiador Felipe Montero consigue trabajo en la casa de doña Consuelo, una anciana centenaria que desea ver ordenados y publicados los papeles autobiográficos que dejó hace décadas su difunto marido, el general Llorente. Hasta aquí, todo más o menos “normal” (si descontamos el detalle anómalo de que la casa está siempre envuelta en la oscuridad, y que hay que avanzar por ella a ciegas). Pero la presencia de la joven Aura, una muchacha de hermosos ojos verdes, perturbará la calma de Felipe, quien no termina de comprender la estrecha relación que vincula a la acartonada anciana y a la bella joven. ¿Por qué están siempre juntas? ¿Por qué actúan de modo sincrónico, hablando, apareciendo y retirándose a la vez? ¿Por qué doña Consuelo no deja de acariciar entre sus manos a la conejita Saga? ¿Por qué no siente repulsión por las abundantes ratas que se mueven por los rincones de su dormitorio? Felipe, encandilado por el fuerte magnetismo de la muchacha, comienza unas nocturnas relaciones eróticas con ella; y le propone marcharse juntos del ambiente insano de aquella casa. Pero el descubrimiento de unas viejas fotografías en el baúl de doña Consuelo pondrá su mente y su mundo del revés.

Una propuesta en la que los lectores tenemos que implicarnos para “iluminar” los misterios de la trama y que culmina de un modo inquietante. Conviene leerla con lentitud (es breve y no requiere más de una tarde reposada) y, sobre todo, deteniendo la mirada con admiración en las insuperables ilustraciones de la chilena Alejandra Acosta.

Excelente.

domingo, 11 de septiembre de 2022

Cancionero de la enamorada

 


Por esos azares que siempre gobiernan la vida de todo lector, he aquí que todavía no me había sumergido en ningún volumen poético de la académica Carmen Conde. Así que cuando se ha cruzado con mis ojos el volumen Cancionero de la enamorada no lo he pensado ni dos minutos, me he sentado en mi sillón favorito y, con un café en la mesa, me he propuesto rellenar esa laguna.

Es un poemario sencillo, donde dominan los octosílabos y la rima asonante, de sonoridad agradable, y donde la escritora convoca todo un orbe de elementos naturales (viento, flores, mares, jardines, trigos, nubes, estrellas, lunas, bosques, corales, sauces) que, orquestados, sirven de ambientación para sus sentimientos amorosos. Pero también para abordar el tema de la muerte (el emotivo poema de la página 59 es magnífico) e incluso para recordar a las generaciones futuras que ella existió, respiró y anduvo por los senderos del mundo. No me resisto a copiar dos de sus estrofas:

 

“No todos sabrán que fui

extensa como la tarde,

solitaria como el mar

aunque lo surquen las naves.

 

Yo quisiera que después

alguien pueda descifrarme,

como un mensaje de piedra

que fue encerrado en el aire”

 

Un tomo dulce, sereno y lleno de encanto, que puede ser releído a saltos, de forma anárquica, sin que pierda nada de su perfume.

Volveré a ella.

sábado, 10 de septiembre de 2022

La patera

 


Si, como tan melancólicamente entonó Enrique Santos Discépolo, el siglo XX fue problemático y febril, ya se insinúa en el horizonte que el XXI quizá merezca en el futuro unos adjetivos algo más agrios y estruendosos. En su primera década se produjo una contundente crisis económica, ocasionada por bancos, políticos e inmobiliarias, que bombardeó la quebradiza felicidad de la gente; en la segunda estalló una crisis sanitaria que hizo tambalearse los restos de inocencia que pudieran quedarle; y en la tercera vemos resucitar el horror de una hipotética Tercera Guerra Mundial, con las tropas rusas y ucranianas enzarzadas en un conflicto impulsado por demasiados intereses y demasiadas presiones invisibles.

En medio de ese marasmo, Antonio Garrido Hernández publica su libro de relatos La patera, subtitulado oportunamente “Cuentos para tres crisis”. Y en sus atinadas páginas nos encontramos con los temas y personajes que rodean nuestro vivir desde hace años: directores de cajas de ahorro que participan desde el fervor o desde el remordimiento en el gran abuso (“Las entidades financieras pusieron un negocio lucrativo de venta de sogas para ahorcarse”, escribe el autor en la p.107); policías que intervienen con secreta vergüenza en la ejecución de los desahucios, sabiendo que los expulsados suelen ser pobres gentes no han delinquido; trabajadores que, atropellados por la vileza de los de arriba, aceptan empleos precarios para conseguir un poco de dinero con el que mantener a sus familias; negacionistas y apocalípticos, que descreen de la esfericidad de la Tierra, de la eficacia de las vacunas y de todo lo que haga falta; políticos desbordados e ineficaces, que se aferran como garrapatas a la ubre del poder para no renunciar a sus beneficios… Antonio Garrido los utiliza a todos para dibujar un gran fresco social de la España (y el mundo) del siglo XXI donde, por motivos terapéuticos, también introduce algunas muy logradas pinceladas de humor: Putin muriendo atragantado con un hueso de pollo criado en Ucrania; una España que ha elegido convertirse en república, tras la nefasta experiencia con el rey Froilán I; o un Carlos Alcaraz que ya guarda en las vitrinas de su casa treinta trofeos del Grand Slam.

Si me permiten dos consejos, les sugiero que se fijen especialmente en el final asombroso del relato que abre el libro (“La patera”); y que preparen la piel para un escalofrío al observar el color de la libreta de apuntes que aparece en la narración “El programa electoral”.

Un libro estupendo, con el que se recuerda, se reflexiona y se disfruta.

viernes, 9 de septiembre de 2022

El jardín extranjero

 


Leí en enero de 2022 un poemario de Luis García Montero que se titula Poemas de Tristia, y dejé consignada aquí la frialdad y la nada que me sugirió: ni uno sola de sus composiciones logró emocionarme o maravillarme desde el punto de vista literario. Pero como nunca he sido lector que se rinda a la primera o que formule anatemas con una sola cata (me parece tan precipitado como injusto), he decidido perseverar y me adentro en las páginas de El jardín extranjero, siete meses después, para corroborar mi desagrado o, por el contrario, admitir que este poeta granadino puede llegar a interesarme. Y, aunque todavía con tibieza, me decanto por la segunda línea. He encontrado un aliento lírico y también unos versos que me animan a no abandonar la exploración de manera definitiva.

Dice García Montero: “De mi infancia recuerdo la bruma de los barcos / y una luna deshecha, tatuada en el mar”. Y ese último participio me hace elevar la ceja con admiración.

Dice García Montero: “el cemento enfermo de las primeras casas”. Y el adjetivo me provoca aplausos visuales.

Dice García Montero: “Hemos soñado ya todos los sueños”. Y el verso o aforismo me inclina a cabecear con elogio.

Dice García Montero a una mujer que está pendiente de “la hermosa presencia de tu respiración”. Y me parece una bella línea de amor.

Y como el libro se cierra con una sección titulada “A Federico, con unas violetas” y me parece conmovedora, lo tengo claro: sí, continuaré explorando los versos de Luis García Montero. Se ha ganado ese derecho.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Ganarás la luz

 


Pongo fin con admiración y aplauso al volumen Ganarás la luz, buen poemario de León Felipe, en edición de José Paulino (Cátedra, Madrid, 1982). Prefigurando el final de El hacedor, de Jorge Luis Borges, dice el autor: “Reuniré en un manojo apretado mis mejores poemas porque tal vez así, todos juntos, sepan decir mejor lo que quieren, a dónde se dirigen... y acaso al final apunten vagamente mi nombre verdadero (...) Mi nombre auténtico que le ahorre tiempo al psicoanálisis, al confesor, al cronista y al portero del cielo o del infierno. Un rápido expediente para poder decir enseguida ante cualquier sospecha: éste soy yo”. Todo el libro es una brillante acumulación de reflexiones, que hacen meditar al lector. Muy bien. Si sus restantes obras son tan hermosas, plenas y sugerentes como ésta, estoy tardando en abalanzarme sobre ellas.

Me ha dejado pensando su ampliación de la sentencia cartesiana: “Yo digo: lloro, grito, aúllo, blasfemo... luego existo”. Me ha dejado también pensando su forma de entender la labor honda del poeta auténtico: “El poeta no es aquel que juega habilidosamente con las pequeñas metáforas verbales, sino aquel a quien su genio prometeico despierto lo lleva a originar las grandes metáforas sociales, humanas, históricas, siderales... Don Quijote es un poeta de esta clase”. Me ha dejado, en fin, muy gratamente sorprendido este autor, al que conocía por versos sueltos.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Bárbara

 


La pieza teatral Bárbara, de Benito Pérez Galdós, representada por primera vez en 1905, no alcanza en mi opinión, la fuerza expresiva que habitualmente sí tienen las novelas del canario; pero resulta evidente que no está escrita por un cualquiera. En sus páginas, el autor dibuja interesantes caracteres (el anticuario Filemón, la condesa Bárbara) y conforma una trama donde todas las piezas están sabiamente unidas. Sin incurrir en detalles, podemos decir que la obra nos cuenta la historia de una mujer que, casada infelizmente con un hombre virulento (que ni siquiera llega a aparecer en escena), está enamorada de otro mucho más delicado: el capitán español Leonardo de Acuña. Como es natural, esta situación insostenible (ambientada en Siracusa en 1815) tiene que quebrarse de algún modo para que estalle la chispa dramática: y ese punto de inflexión acaece cuando se produce la muerte violenta del nefasto marido. Bárbara asegura haber sido ella quien hundió el puñal en su cuerpo; pero Leonardo se obstina en postularse como el inductor del crimen. ¿Quién ha sido realmente la persona responsable del homicidio? ¿De qué forma aprovechará Horacio, el Intendente de Siracusa, esa situación? ¿Qué destino espera a los protagonistas cuando llegue el final de la obra y se aclaren las culpabilidades e inocencias?

Pese a algunos fragmentos un poco grandilocuentes, donde los personajes hablan como figuras de cartón piedra y no hay calor humano en ellos (sobre todo en el primer acto, algo irregular); y pese a la morosidad insufrible del diálogo que mantienen Bárbara y Leonardo en la escena X del acto segundo, la obra sigue manteniendo un ritmo y una elegancia escénica envidiables. Nos habla del amor, de la pasión, del descubrimiento tardío de una persona que nos completa, de la infelicidad, de la desesperación… y también de las grandes mentiras sociales, de los personajes que, fingiendo estar a nuestro lado, buscan solamente su propio y mezquino beneficio.

Hay, obviamente (recordemos que la obra se ambienta en un mundo en el que Napoleón estaba a punto de ser derrotado en Waterloo), que realizar el esfuerzo de entender la idiosincrasia ya algo mohosa de Demetrio, Filemón y los demás participantes dramáticos, pero don Benito nos recompensa ese esfuerzo con la entrega de una acción teatral aún sólida, aún conmovedora, aún plausible.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Espejos de una biblioteca

 


Recuerdo muy bien a Pepe Perona. Recuerdo cómo me desconcertó cuando, en mi etapa como alumno universitario, rompía moldes con su erudición y también (por qué no decirlo) con su brusquedad. Recuerdo el escándalo que se organizó cuando publicó en el periódico Campus su provocadora “Carta a un/a alumno/a de primero de Filología Española”, donde pregonaba que quien no devorase vastas lecturas, manejase ediciones trilingües y dominase el saber enciclopédico (desde la Grecia Clásica hasta nuestros días) estaba condenado a fracasar. Recuerdo su gesto a veces agrio, su manera de sostener los cigarrillos, su mirada irónica. Pero también recuerdo el asombro que experimenté cuando me di cuenta de su generosidad, de su sentido del humor, de su trato amable en las distancias cortas; y, sobre todo, de que sus sabidurías múltiples, poliédricas, inabarcables, no era un mero trampantojo, ni un maquillaje, ni una impostura, sino una verdad que lo acompañaba y empapaba su espíritu y su cerebro.

En el año 2000 me compré Espejos de una biblioteca y se me ocurrió acercarme a su despacho para que me lo dedicara. Ahora que he releído la obra dos décadas después he vuelto a encontrarme con aquella dedicatoria tan generosa, tan laudatoria y tan equivocada que me puso en el libro. Y, sobre todo, he vuelto a escuchar la voz conquense y murciana de Pepe, plagada de saberes, lecturas, juicios y aventuras intelectuales. Desde las casi trescientas páginas de este denso y fértil volumen me han salpicado las ideas de Hegel, Musil, Dioscórides, Rábano Mauro, Michel Foucault, Nebrija, Tucídides, Cisneros, Poe o Newton; pero también en ellas he encontrado botellas de whisky, Bruce Springsteen, helados Frigo, botellas de Sanex, capítulos de Falcon Crest, películas de Berlanga, la CEOE, los bolígrafos Bic, el Monopoly o las impresoras Hewlett Packard. Todo le vale para pensar y para encadenar razonamientos; todo le sirve como metáfora o como símbolo; todo lo conoce, lo absorbe y lo relaciona.

Un libro así es, por definición, imposible de resumir. Ni me voy a molestar en tratar de hacerlo. A él tampoco le gustaría. Léalo quien quiera aprender y esté dispuesto a dejar que le muestren verdades, le desenmascaren mentiras y le ridiculicen dogmas. Como simple orientación, reproduzco algunos de los muchos (muchísimos) subrayados en rojo que tengo en el volumen: “Hoy, la sabiduría está sojuzgada por ser una minoría en las estadísticas”. “Aquel que sabe se arriesga a ser interpretado en cada momento como un sabio o como un impío”. “El siglo XXI será el siglo de la diversidad o no será”. “Una postura apocalíptica apropiada para estos tiempos que producen el máximo de ignorancia a través del máximo de propaganda es la de resistir. Resistir quiere decir elevar todo lo que se pueda el discurso de la cultura”. “Una Europa sin latín y sin griego es la negación de la esfera”. “Sólo se debe escribir sobre aquello que se ama”. “Es necesario que, en todo artista, exista una región silenciosa donde la lucha se establezca sólo consigo mismo, donde no penetren las brisas del éxito o del fracaso”. “Hay lugares que se callan”. “Aun a tu pesar, llegará ese día en que formes parte del silencio”. “Los viejos se repiten y los jóvenes no tienen nada que decir”. “Sitiados de teóricos, nadie anda”. “¿Hubo nunca tantos independientes como en las épocas de crisis? ¿Hubo nunca tantos Movimientos No Gubernamentales que viven de sacar dinero a los Gobiernos? ¿Hubo nunca tantos individualistas con cargo a los presupuestos? ¿Quién vio nunca tanto liberal con nómina?”. “El esplendor no se somete a votación. Existe”. “Por doquier, y bajo la envolvente música de El Fary, se degluten millares de gambas, se pantagruelizan paellas, se devoran langostinos, se ingieren toneladas de cervezas, coca-colas y aguas de manantial, se vampirizan helados, se camilojosécelan marmitakos, se gargantúan cafés; y entre risas, vivas, chapuzones y cremas Factor-15 la gente vive, la gente eructa, la gente pee y la felicidad existe”.

sábado, 3 de septiembre de 2022

Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita

 


Rosita, con sus floridos y cantarines dieciséis años, está deseando casarse con el pobretón Cocoliche, pero su padre tiene otros planes, mucho menos luminosos, para salir de la ruina: concederle su mano al gordo y rico don Cristóbal, que entrega cien duros por la virginidad de la muchacha. Al ser informado de la noticia, Cocoliche se queda deshecho; y del mismo modo se queda Currito el del Puerto, que se fijó en ella cinco años antes y que ahora está decidido a verla antes de que se celebre la boda. La muchacha, descompuesta, suspira: “Voy al suplicio como fue Marianita Pineda. Ella tuvo una gargantilla de hierro en sus bodas con la muerte, y yo tendré un collar… un collar de don Cristobita” (Cuadro sexto).

Con esa disposición de personajes y con ese cuadro de emociones, el granadino Federico García Lorca, siempre habilidoso, construye un divertido y lírico juguete con títeres de cachiporra en el que amor, celos, venganza, situaciones ambiguas, persecuciones, peleas, infamias y muerte se combinan a la perfección.

Y la clave para entender (y disfrutar) la pieza la encontramos en la tercera línea de la Advertencia inicial: “El Mosquito es un personaje misterioso, mitad duende, mitad martinico, mitad insecto”. Y con esas doce palabras García Lorca nos deja muy clara su postura creativa. Fijaos (nos dice): acabo de crear un protagonista que tiene tres mitades. O lo que viene a ser lo mismo: entregaos al juego. Sed niños conmigo. Dejad que la fantasía os zarandee. Esconded la lógica en un baúl y preparaos para disfrutar: reíd con los porrazos que don Cristóbal le sacude en las costillas al tabernero Espantanublos; compungíos con las lágrimas desengañadas de Cocoliche; sonreíd con los grititos histéricos de Rosita; temblad junto al osado Currito, cuando debe esconderse a toda prisa en un armario; notad el corazón acelerado al final de la obra… En suma, sentid las risas, los miedos, los aplausos, los temblores, los vítores y los bailes. Si no os hacéis niños, no entraréis en el reino de los títeres.

viernes, 2 de septiembre de 2022

Al brillar un relámpago escribimos

 


Termino un seductor compendio de microrrelatos de Manuel Fernández Labrada, que publica el sello Trea con el título de Al brillar un relámpago escribimos y que está gobernado por la inteligencia y, sobre todo, por el sentido del humor. Para cohesionar la presentación del tomo, el autor distribuye sus historias en cinco bloques temáticos: el primero está formado por simpáticas, irónicas (y a veces cáusticas) aproximaciones al mundillo literario, donde aborda todo tipo de asuntos y personajes (los rechazos editoriales, los críticos que reseñan fijándose tan sólo en la contraportada, la fatuidad de algunos escribidores, las añagazas mercantiles de las librerías, etc). Ese bloque, titulado “Tipos de cuento” quizá sea el mejor del libro. El segundo nos informa sobre diversos personajes del mundo del circo y sus conexiones con el sexismo: hombres-bala, payasos, apuntadores, trapecistas, etc. Lleva como oportuno título el de “La feria de los machistas”. Después, nos invitará a adentrarnos en el mundo de la música (“Colgados del pentagrama”), en la docencia (“Heridos de tiza”) y en el mundo de los perros y sus relaciones con humanos… y con extraterrestres (“El peor amigo del perro”). Como puede observarse, un arco temático de lo más variopinto.

Creo que las dos virtudes principales del tomo son el elevado sentido del humor que el autor despliega en sus páginas (por un lado) y el tono estupendo, sin altibajos, que presenta el volumen (por el otro). Puede ser abierto por cualquier página y disfrutado con sonrisas y con agrado. Hagan ustedes la prueba. Seguro que me dan la razón.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Un largo sábado

 


No pude resistir la tentación. Fue ver en la estantería estas conversaciones de Laure Adler con George Steiner, con el título de Un largo sábado (traduce Julio Baquero Cruz y publica Siruela), y abalanzarme sobre ellas. Los impulsos no están para refrenarlos, sino para sucumbir a ellos: algo así escribió una vez Oscar Wilde. Y me alegra mucho haber tomado la decisión, porque el volumen me ha ofrecido excelentes ratos de lectura, tanto por parte de Steiner (lo cual es innecesario subrayar) como por parte de la periodista y editora normanda Adler (que conoce la obra, la vida y el pensamiento del entrevistado, y que formula inteligentísimas preguntas).

Para comenzar, un tema que podría haber resultado impertinente, pero que los dos abordan con naturalidad: el brazo derecho que Steiner tiene inutilizado, casi pegado al cuerpo. Su madre (explica) lo obligó desde muy niño para que fuese capaz de manejarse con la “mano mala” y hacerle ver que el esfuerzo podía con todo. “No debemos olvidar que Beethoven era sordo, Nietzsche tenía migrañas terribles y Sócrates era feísimo. Es muy interesante tratar de descubrir en los demás lo que han podido superar. Cuando estoy cara a cara con alguien siempre me pregunto: ¿qué vivencias ha tenido esta persona? ¿Cuál ha sido su victoria, o su gran derrota?” (páginas 12-13). Y a partir de ahí, una fascinante explosión de reflexiones sobre la música, el nazismo, el futuro de Europa, el horizonte que les espera a las Humanidades, la enseñanza o el judaísmo. Le ilusiona (dice) seguir impartiendo clases en todas las partes del mundo (“Qué alegría, este oficio en el que cada otoño tengo una familia nueva”, página 30). Le inquieta (dice) lo que parece depararnos el futuro (“Vivimos en una sociedad en la que lo kitsch, la vulgaridad y la brutalidad no dejan de aumentar”, página 48). Le sorprende (dice) que la enseñanza actual desprecie la lectura y comentario de la Biblia, uno de los textos que hay que conocer, porque conforman la base de nuestra cultura (“Una de mis mayores desazones sobre la educación actual, que defino como una amnesia planificada, es que cada vez se conoce y se lee menos la Biblia, o bien se enseña como catecismo, lo que es todavía peor, claro”, página 82). Y, sobre todo, se pronuncia sobre todo tipo de escritores o filósofos, a quienes valora por sus contribuciones, y no por su ideología (Heidegger, Céline o Sartre le parecen unas personas monstruosas, por su ciego fanatismo fascista o comunista, pero insiste en la necesidad de no soslayar sus obras, que han iluminado muchos aspectos de la cultura mundial). Sigmund Freud y su teoría psicoanalítica, en cambio, le parecen una solemne bobada, sobre la que ironiza (y de la que se burla) de un modo constante.

¿Le gusta el cine? Sí, pero no ha profundizado mucho en él. ¿Le gusta la música actual? No demasiado. George Steiner, sereno pero contundente, lo resume en una frase estupenda: “Lo lamento, pero no es posible comprenderlo todo” (página 107).

En cuanto a sus consideraciones (largas, interesantísimas) sobre el Estado de Israel o la justificación del título de la obra (“Un largo sábado”), creo que es mejor que las descubran ustedes mismos leyendo la obra. Les aseguro que me van a agradecer el consejo.