viernes, 29 de abril de 2022

Entre amigos

 


Es perfectamente lógico que los mecanismos de la novela Entre amigos, del madrileño Antonio Parra Sanz, funcionen de un modo tan solvente, porque el autor se ha curtido en el ámbito de la novela detectivesca con la lectura de miles de páginas firmadas por los grandes representantes del género. De ese amplio conocimiento (teórico y práctico) se desprende que la detective Sonia Ruiz se convierta en un personaje creíble y sólido de principio a fin de la novela. Da igual que la veamos entrenando en el gimnasio, discutiendo en la comisaría, enzarzada en una conversación telefónica más bien tensa, tomando un café con una amiga, enfrentándose a una yonki o midiendo temperamento con la subinspectora Lidia Goya. La construcción del personaje (de todos los personajes, en realidad) está fundamentada en una labor de miniatura psicológica y de una constante atención al lenguaje, la gestualidad, las indecisiones, los miedos. Y alrededor de esos seres narrativos, una trama en la que no falta ningún detalle canónico: disparos, drogas de diseño, mafias extranjeras, teléfonos limpios, policías de variados pelajes, delincuentes obtusos o inteligentes, ambientación urbana, hackers, sexo, un cuerpo en un maletero y vocabulario que busca reproducir fidelísimamente la espontaneidad. Con esos ingredientes bien dosificados, la coctelera sólo precisa algunos enérgicos movimientos de muñeca… y la acción se pone en marcha.

Antonio Parra Sanz sabe muy bien a qué juega y, por tanto, tiene un perfecto conocimiento de cuáles son los naipes que debe colocar en el tapete y cuáles es mejor esconder en la manga. El resultado es Entre amigos, la novela que acaba de publicarle el sello palentino Menoscuarto en la serie SeisDoble: un éxito seguro entre los enamorados de la novela negra.

jueves, 28 de abril de 2022

La cucaracha

 


Imaginen a una cucaracha que, paseándose con grandes precauciones para no ser aplastada por ningún zapato, ni destrozada por las ruedas de ningún vehículo, logra cruzar calles, aceras y jardines, hasta llegar a una hermosa vivienda, en la cual se introduce. Sube después con mucha dificultad las empinadas escaleras y, por fin, cuando llega al dormitorio del piso superior, sube hasta una cama y se duerme, exhausta. Al despertar, el repugnante animalillo ya no tiene seis patas, ni presenta exoesqueleto, ni su color es oscuro: ahora es un espigado varón humano que se llama Jim Sams y que ocupa el cargo de Primer Ministro en Gran Bretaña. De esa manera comienza La cucaracha, una narración no muy extensa de Ian McEwan que, traducida por Antonio-Prometeo Moya, publicó el sello Anagrama en 2020. Pero lo más interesante de la obra es que lo que comienza siendo un homenaje inverso a Franz Kafka adquiere unas dimensiones paródicas mucho más actuales cuando descubrimos cuál es el objetivo de esa cucaracha reconvertida: lograr que en el Reino Unido impere una nueva doctrina económica llamada Reversionismo, que postula la necesidad de que el flujo del dinero invierta su dirección. Ahora se cobrará por efectuar compras (lo que activará el consumo) y se pagará por trabajar (el dinero no puede quedar en manos de los ciudadanos: lo que se cobra ha de ser devuelto en forma de trabajo de manera inmediata). Tan singular idea tiene como objetivo lograr que Gran Bretaña se quede sola, frente a un mundo arcaico que no entiende las nuevas directrices económicas; y tiene, sobre todo, el propósito general de que se hunda en el caos para que la pobreza, la mendicidad, la basura y los escombros prosperen, ayudando así al fortalecimiento de la especie de las cucarachas.

Quizá más ingeniosa desde el punto de vista teórico que brillante en su forma literaria, esta novela de McEwan constituye una sangrante parodia del espíritu del Brexit y depara algunas horas de distracción a los lectores, que siempre son bienvenidas.

miércoles, 27 de abril de 2022

El experimento


 

Martyn es un chico inteligente, formal y muy bien considerado por todos sus profesores. Sin embargo, esconde una parte bromista y gamberra, que consigue hacerlo realmente popular entre sus compañeros de estudios: planea aventuras de lo más sonadas. La que ahora acaba de orquestar es inaudita: ha convencido a cinco compañeros (chicos y chicas) para que preparen sus mochilas, expliquen a sus familias que se van unas semanas de acampada… y en realidad se metan en un sótano aislado, donde los encerrará durante tres días bajo llave. Así podrán vivir la experiencia de conocerse, compartir charlas, hartarse de alcohol y sentir que viven una situación especial. Entusiasmados, aceptan el experimento; y se introducen en el Agujero sin explicar a nadie, absolutamente a nadie, dónde se encuentran o cuándo van a volver. El problema es que los planes de Martyn no son los que ellos piensan: lo descubren cuando, agotado el plazo, el enigmático compañero no acude a sacarlos de allí. Se dan cuenta entonces de que están bajo tierra, con poca agua, con poca luz, con pocos alimentos… y condenados a una muerte segura, porque Martyn ha revelado ser una mente retorcida y criminal.

Esta es la situación sobre la que Guy Burt construye El experimento, una novela que escribió con apenas 18 años y que, traducida por Madeleine Cases, publicó Alba Editorial en 1994. Lentamente, casi con morbo placentero, vemos cómo el narrador va mostrándonos la degradación de sus protagonistas, asaeteados por el hambre, torturados por la sed y aterrados por la oscuridad, hasta el punto de que en muchos momentos la historia alcanza puntos claustrofóbicos bastante sofocantes.

No apta para personas que sufran taquicardia. Ni por su desarrollo ni por su final.

lunes, 25 de abril de 2022

De buen ayre e de fermosas salidas

 


Después de dos semanas leyendo el libro a pequeñas dosis (no quería que se terminara: es delicioso), concluyo De buen ayre e de fermosas salidas, la bella y bien compensada “Crónica de 777 años de la Universidad de Murcia (1243-2020)” escrita por Pascual Vera, donde me he encontrado con infinidad de detalles que no conocía sobre el lugar donde cursé mis estudios superiores.

Ignoraba, por ejemplo, que su primer rector (ateniéndonos a la nomenclatura de la modernidad) fue Mohámed Ibn Ahmed Ibn Abubéquer, el célebre Al-Ricotí; o que la primera mujer matriculada en sus aulas fue (en el año 1915) Gabriela Fernández Váquer, que venía ni más ni menos que desde Filipinas; o que Caridad Sánchez Ledesma fue la primera mujer que consiguió licenciarse (y con unas calificaciones altísimas), allá por 1927; o que la única librería universitaria que había en Murcia en 1917 era La Covachuela (lugar mítico donde yo mismo compraba revistas culturales, setenta años después).

Tras haber leído hace pocos días la obra La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, me emociona volver a encontrarme en las páginas de este libro con la polaca Marie Curie, que se entrevistó en Murcia con el rector José Loustau (sin que existan, ay, fotografías de aquella visita ni de aquel encuentro). Como también me ha emocionado encontrarme referencias e imágenes de la cartagenera Carmen Conde (que visitó la universidad en mayo de 1936), de la genial lexicógrafa María Moliner (que impartió clase en sus aulas y que no pudo ser conocida por Gabriel García Márquez por motivos de salud, pese al interés extraordinario del novelista) o de la unionense María Cegarra (que cursó en sus aulas la carrera de Química). Y no menor conmoción me han provocado las imágenes (que nunca había visto) de las dependencias universitarias convertidas durante 1937 en hospital de guerra.

Y si nos acercamos a tiempos más modernos, qué voy a decir de las fotografías (para mí entrañables) de Manuel Muñoz Cortés, Francisco Javier Díez de Revenga, Mariano de Paco o Pedro Olivares, a quienes me he ido encontrando en mi vida, y de quienes he aprendido infinidad de cosas. O de la sonrisa que se me ha puesto en la cara al ver de nuevo una imagen del primer ejemplar de la revista universitaria “Campus”, en la que participé, si no me falla la memoria, desde el número 2.

En suma, que Pascual Vera me ha enseñado lo que ignoraba y me ha recordado lo que amaba, todo ello con una selección estupenda de informaciones, imágenes bellísimas y una prosa pulcra y admirable. ¿Se le puede pedir más a un libro? Yo me pongo en pie ante volúmenes como éste.

domingo, 24 de abril de 2022

El violín negro

 


Se puede, con cierta facilidad, escribir poesía imitando a Pablo Neruda, o prosa imitando a Azorín: son estilos engañosamente “alcanzables” (digámoslo así). Lo difícil es lograr que la obra resultante merezca aplauso o coseche razonables cotas de calidad. En la novela El violín negro, de Maxence Fermine (que traduce Javier Albiñana para el sello Anagrama), hay un aroma que recuerda en muchas páginas el estilo de Alessandro Baricco; sobre todo al Baricco de Seda. No se trata (me apresuro con la aclaración) de un pastiche, sino de la asimilación de un “modo” basado en los capítulos breves, las frases cortas, el lirismo y un constante misterio narrativo, lleno de silencios y melancolía. La obra de Fermine es magnífica, y todo en ella funciona con la precisión de un delicado reloj, si exceptuamos la pequeñez de que en la página 11 asegure que Karelsky, su protagonista, tenía 31 años en 1795, mientras que en la página 24 nos indica que en la primavera de 1796 cumplió esos mismos años. Un leve desajuste, quizá debido a un error tipográfico.

Cuatro son los protagonistas de la historia: el primero es Johannes Karelsky, un violinista reclutado forzosamente por las tropas napoleónicas, que después de haber sido herido en combate ha de hospedarse en Venecia; el segundo es un luthier llamado Erasmus, en cuya pobre vivienda veneciana se aloja Karelsky; la tercera es Carla Ferenzi, hija de un conde y poseedora de una voz embriagadora; el cuarto es un enigmático violín confeccionado en madera negra por Erasmus, siguiendo las instrucciones extraídas de un cuaderno de Antonio Stradivarius, en cuyo taller aprendió el noble oficio de luthier. Y con esos cuatro ingredientes (y un trasfondo de amores imposibles y ajedrez) Maxence Fermine construye una delicada narración sobre las vidas que se consagran a un proyecto tan ambicioso como secreto: en el caso de Erasmus, la elaboración de un violín único, cuyo sonido imite la voz inolvidable de la mujer a la que amó en su juventud; en el caso de Karelsky, la escritura de una ópera especial, insuperable, mágica, que contenga toda la belleza del mundo en sus notas. Ambos logran su propósito, pero ambos fracasan (descubra el lector cómo), porque el destino rara vez autoriza a los seres humanos la consecución del éxito absoluto.

Un libro de algodón, que agrada y emociona leer.

sábado, 23 de abril de 2022

La radiante edad

 


Decía Almudena Grandes, en uno de sus libros, que el tiempo no sabe avanzar en línea recta. Decía Antonio Gala, en otro de sus libros, que escribir es pasarse los folios por el corazón y que luego quede en ellos impresa una huella de nuestra alma, como pasa con el paño de la Verónica. Esas dos citas me vinieron a la memoria mientras me encontraba leyendo La radiante edad, de Antonio Báez Rodríguez (Antequera, 1964), que ha publicado el sello Talentura, porque ambas ideas se conjugan y se dan la mano en sus páginas.

Viajando hacia atrás con la memoria, el narrador nos cuenta su infancia pobre, con varios parientes (incluido su padre) que emigraron a Suiza para mejorar su situación económica, un abuelo que estuvo en la División Azul y que terminó de portero en una finca urbana, una maestra que tenía un hermano discapacitado, un autobús rojo que estuvo a punto de atropellarlo cuando era niño, una madre que cubría la ventana con una manta a la hora de dormir, una pistola de chispazos, la estilográfica que su abuelo le regaló en el lecho de muerte o las vicisitudes de su iniciación erótica, llena de muchachas espiadas y de azares sentimentales. Todo ese universo “estaba allí hace cincuenta años y allí se quedó, en un allí que está dentro de mi cabeza” (nos dice en la página 30), pero el esfuerzo que Antonio Báez realiza ahora (esfuerzo melancólico, esfuerzo triste y gozoso, esfuerzo irónico también) tiene como misión la de poner algún tipo de orden en los cristales de aquel caleidoscopio.

Nos habla el autor, demediada la obra, de un flexo encendido; y de él mismo escribiendo, sentado a la mesa de espaldas mientras sus hijos ven el televisor: esa es la postura con la que se consigue la concentración, el aislamiento que requiere el novelista para cumplir su chequeo emocional, su arqueo minucioso del ayer. Y en esa zona narrativa necesariamente localizamos episodios que aparecen más de una vez (“Mi memoria es endeble y la construyo por medio de las repeticiones”, página 91), y también episodios enigmáticos para cuya traducción rigurosa sería necesario conocer en persona al autor.

Aquel mundo de petancas, viejas fotografías, motos Bultaco y desayunos con achicoria se perdió, como todo se pierde; y la voracidad del tiempo engulló con rigurosa eficacia a muchos de sus protagonistas. Pero mediante un ejercicio enérgico y descarnado de la memoria es posible rescatar anécdotas, pequeños secretos, mezquindades, errores, dichas y apodos, que nos ofrezcan un dibujo (no perfilado, pero sí acuarelístico) de aquellos tiempos.

El valeroso artista que aborda esta tarea se llama Antonio Báez Rodríguez. No olviden ustedes su nombre.

viernes, 22 de abril de 2022

El otro fútbol

 


Me ha provocado una sonrisa, no lo habré de negar, la pequeña broma (que acepto y aplaudo) de titular este libro El otro fútbol, porque la sorpresa de que Miguel Delibes dedicase un volumen entero al deporte no era pequeña. Luego, al ir avanzando por la lectura, se descubre que solamente los tres primeros artículos (de un total de quince) concentran su atención sobre el arte de Messi. En ellos, se decanta por un fútbol más imaginativo, con disparos lejanos, sin tanto toque inútil de balón, con pases al hueco y, por encima de cualquier otra directriz, con la norma general de que se dedique más tiempo a construir juego que a impedir el del contrario. Además, susurra la necesidad de que los jugadores sean tratados como lo que son: jóvenes. No conviene (nos dice) “olvidarse de que el jugador de fútbol tiene veinte años. Y si un muchacho a los veinte años no puede estar un rato con su mujer o tomarse una copa con los amigos dos días antes de un partido decisivo, lo mejor es que se dedique a otra cosa”. Juiciosa apreciación.

En los demás (no menos elegantes y bellamente escritos), el escritor vallisoletano nos habla de la caza, de la necesidad de redactar con más precisión algunos de los artículos constitucionales, de pintores amigos (Vela Zanetti, Eduardo García Benito), del fallecimiento de personas a las que lo unían cariñosos vínculos (don Alejandro F. de Araoz), de su fidelidad inquebrantable al amoroso preparativo que supone liarse un cigarrillo con la picadura habitual o del sentido dolor que le produjo la muerte de su amigo Enrique Gavilán, compañero desde la infancia.

Toda la bonhomía, todo el sentido de la justicia y toda (siempre, toda) la excelsa calidad literaria de Miguel Delibes se reúnen en estas páginas que de ninguna forma pueden ser consideradas menores.

martes, 19 de abril de 2022

La otra tierra

 


Cae en mis manos el libro de poemas titulado La otra tierra, de Diego Martínez Torrón. Y me produce una enorme sorpresa, porque hace apenas dos o tres días que me encontré con la palabra “torrón” en un ensayo y tuve que acudir a un diccionario para entenderla. Casualidades de la vida. Así que decido aprovechar la coyuntura, me instalo en mi sillón favorito y recorro sus páginas.

Están encabezadas con un prólogo de Luis Alberto de Cuenca, donde nos explica que conoció a Diego en la cafetería Kon-Tiki, que le llamó la atención que tuviera una moto de gran cilindrada y que una vez se emborracharon juntos. Además, en el volumen pueden encontrarse varias fotografías (preciosas, por cierto) de Ouka Leele.

Mi hijo pequeño, quizá sorprendido por la rapidez con la que paso las hojas, se acerca y mira el libro. Luego, me dice: “¿Por qué pone tan pocas palabras en cada página?”. Lo miro con ternura, le acaricio el pelo y le respondo: “Por bondad”.

lunes, 18 de abril de 2022

Vivir adrede

 


Resulta imposible resumir la magia, la inteligencia, la chispa, el humor, la hondura y la sabiduría que destilan las ciento cincuenta páginas de Vivir adrede, tomo misceláneo (aforismos, diapositivas, quién sabe qué) del uruguayo Mario Benedetti. Y añado un adverbio a la frase anterior: afortunadamente. Porque lo que el lector percibe durante el paseo por sus hojas es que está asistiendo a un festín de colores, de sentimientos, de agudezas, que se van incorporando a su cerebro y a su corazón con literaria eficacia. Benedetti nos habla de exilios, de religión, de patrias que se transportan en el alma, de músicas lánguidas, de los amores que se pierden o se recuerdan, de guerras disfrazadas de paz o liberación, de miserables, de tardes de lluvia, de la alegría como arma vital.

Y en ese recorrido, Mario Benedetti nos va deslizando bellísimas líneas donde nos pide que aprovechemos al máximo “el milímetro de universo que nos tocó en suerte”; que la muerte como elemento igualador podría definirse también como “el socialismo de los esqueletos”; que cuando tratamos de formularnos algunas preguntas mirando hacia lo alto “el universo se nos transforma en univértigo”; que, si nos fijamos, “la realidad es un manojo de poemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor”; que llega un momento en que las tribulaciones nos golpean con tal saña que es necesario gritar (“Basta de navegar en el olvido. Basta de bendecirnos en la lluvia. Basta de no ser nadie. Basta de que el placer nos desconozca. Basta de convivir con la derrota. Basta, carajo”); que al pobre ser humano a veces lo adorna la insignificancia (“Vos te vas sin ser voz”); que el desconsuelo puede sobrecogernos cuando contemplamos el porvenir (“Tal como lo vemos hoy, el futuro es un piélago de deterioros, un borrador de catástrofes”); o que existe un bochornoso y continuo intento para desmantelarnos la esperanza (“Todo es adrede, bien lo sabemos. Desde el maleficio de las drogas hasta el desmantelamiento de la juventud. Todo está destinado a que no creamos en nosotros mismos”).

La sección final, formada por 83 sentencias construidas sobre juegos de palabras, me parece algo más prescindible.

Siempre es una buena idea acercarse hasta un libro de Mario Benedetti.

domingo, 17 de abril de 2022

Rutina del asesino

 


Bajo el sello La Fea Burguesía acaba de lanzarse al mercado el primer libro de ficción de Juan Antonio López Ribera (Molina de Segura, 1983), una colección de relatos y microrrelatos con el sugerente título de Rutina del asesino, en la cual se advierte la voluntad del autor por aproximarse a distintos registros y temáticas: la insania de un criminal desquiciado (“Rutina del asesino”), el descrédito de la lectura seria en el mundo actual (que consigna en el relato “El Efecto Cortázar”), la búsqueda de emociones fuertes en el ámbito sexual (“Allí arriba”), los absurdos en los que puede incurrir una persona que planea dedicarse al mundo de la escritura (“Experiencia”), el metacuento (“Welcome to the machine”) e incluso historias donde la literatura es la gran protagonista y permite al autor mezclar cuatro novelas bien conocidas en una sola trama (“Gregor Samsa se marcha”).

El ingrediente que más ha llamado mi atención en estas páginas es el sentido del humor, que López Ribera utiliza de forma eficaz en varios de los relatos de este volumen: por ejemplo, cuando construye una gamberrada futurista en la que un enamorado de la música decide emprender su particular campaña terrorista contra el reguetón, con pavorosos y aplaudidos resultados (“El último rockero”); por ejemplo, cuando utiliza un conocido programa televisivo para entrevistar al autor de una obra de investigación que convierte a un célebre músico de los 80 en cabeza de puente para una conquista nazi sobre España (“Kaiser).

Un libro muy interesante que, además, se cierra con una autocrítica ingeniosa y simpática.

viernes, 15 de abril de 2022

La ridícula idea de no volver a verte

 


Quizá el dolor de los demás (bello sintagma que nos recuerda de forma inmediata el libro homónimo de Miguel Ángel Hernández Navarro) pueda servir en ocasiones como resumen o imagen de nuestro propio dolor, como objeto de contemplación y exorcismo, como catarsis y sublimación. Hace unos años, la gran escritora madrileña Rosa Montero se encontró con los diarios de Madame Curie y, leyéndolos, descubrió en sus páginas bastantes conexiones con su propio vacío. La extraordinaria investigadora polaca (recordemos: obtuvo dos veces el premio Nobel, ambos en ciencias) había dejado en aquellas hojas su desgarro íntimo tras la muerte accidental de su esposo Pierre, que sucumbió bajo las ruedas de un vehículo en abril de 1906. Y Rosa Montero sintió que aquellas palabras la llevaban hacia el recuerdo de Pablo, su marido, que falleció víctima del cáncer unos años atrás. Desde ese momento, la conexión anímica estaba establecida, y el impulso de esta obra (que no es una novela, que no es un diario, que no es un ensayo; o que quizá sí que es las tres cosas) se había puesto en movimiento.

Montero comenta y analiza las informaciones de ese diario, a la vez que rastrea en varias biografías dedicadas a Marie para deducir el vínculo entre sus palabras y sus emociones. Con todo ese material, nos habla de las hijas del matrimonio Curie, de su fervor constante por el trabajo de laboratorio, de las imprudencias que cometieron con el material radiactivo, de la pasión de ambos por los paseos en bicicleta, de las envidias y mezquindades que ella tuvo que soportar por el simple hecho de ser mujer en un espacio (la ciencia) habitualmente ocupado por varones, de la forma en que su salud se fue resintiendo con el paso de los años, de la dureza (¿sólo aparente?) de sus facciones, de la relación con Einstein y otros genios… Pero, al mismo tiempo, Rosa Montero nos está hablando de ella misma y de Pablo, de su amor por la naturaleza y de su inteligente ironía, de los recuerdos suyos que atesora. Descubrimos poco a poco que con esa identificación entre Rosa y Marie (Todos los fuegos el fuego, Todas las mujeres la mujer, Todos los dolores el Dolor) se van construyendo los párrafos de este libro, espléndido, luminoso y conmovedor, donde se reivindica el papel de las mujeres en la Historia y donde también se revisan las propias emociones (aún palpitantes, quizá siempre palpitantes) de la autora.

Tengo que frecuentar más sus libros, está claro.

jueves, 14 de abril de 2022

Los otros

 


No tengo palabras para resumir, en el estrecho margen de una reseña, lo mucho que disfruto con los libros de Mariano Sanz Navarro. Hay siempre en ellos una frescura, una fluidez y una elegancia expresiva que me cautivan desde la primera página y que, al concluir el tomo, me encuentran aplaudiendo. Ha vuelto a suceder con Los otros, la magnífica colección de relatos que acaba de poner en las manos de los lectores.

En estas dieciocho propuestas, Mariano Sanz nos deja historias de todo tipo, en las que pulsa registros temáticos muy diferentes: enigmas y misterios de infancia que se acaban resolviendo con un giro humorístico (“El sitio de mi recreo”); situaciones angustiosas que, de forma inesperada, derivan hacia el surrealismo (“Saúl”); niños que, sometidos al tedio infinito de la confesión con un sacerdote, planean una mentira sangrienta y escalofriante (“La semana que viene”); elegantes fantasías oníricas donde el lujo y la sensualidad enlazan sus dedos (“La mujer del abrigo rojo”); o interesantes reflexiones sobre el mundo de la muerte, desde la perspectiva de dos ancianas que han cruzado la frontera oscura (“Adiós Rigoletto” y “Al otro lado”). Pero, contraviniendo la norma casi general de que los tomos de relatos vayan perdiendo fuelle hacia sus páginas finales (el escritor se preocupa de colocar los relatos más impactantes al inicio, para capturar con más rapidez y eficacia la admiración de los lectores), Mariano reserva para las últimas treinta la artillería pesada, embriagándonos con la historia del camarero de un balneario, que fue testigo involuntario de una preciosa historia de amor (“El espectador”); con el inicio de una vocación literaria (“Premio envenenado”); o con un asombroso ejercicio imaginativo cuyo secreto, discúlpenme, no quiero revelar (“Fatty”).

Quien se decida a abrir las páginas de esta obra se enamorará de la narrativa de Mariano Sanz Navarro, estoy seguro. Y repetirá.

martes, 12 de abril de 2022

Del laberinto al treinta

 


Siento una profunda admiración por los autores que, habiendo alcanzado el aplauso por una determinada línea de escritura, se arriesgan a adentrarse en otras distintas, buscando nuevos registros, exigiéndose cosas diferentes. El extremeño José Cubero Luna, después de haber obtenido hermosos éxitos en la novela corta, el cuento o los volúmenes de memorias (muy recomendables los que llevan por título Memorias de un niño murciano y Vistabella, mon amor, publicados por MurciaLibro), ha tenido el arrojo de explorar ahora el mundo de los aforismos en Del laberinto al treinta, que acaba de ser lanzado al mercado por la editorial ECU.

En la primera parte del tomo encontramos un variado conjunto de pensamientos y paradojas, donde el autor se interroga sobre el ser humano, los avatares del mundo, la religión, el futuro o la poesía. Unas veces, nos traslada su perplejidad sobre el silencio de Dios, difícil de explicar o admitir (“¿Desde qué ventana del cielo mira Dios al planeta Tierra?... ¿O acaso no hay ventana, ni cielo, ni Dios que mire?”); otras, apela a verdades emocionales que producen estremecimiento por su bella formulación sencilla (“Las lágrimas que no lloraste, jamás las olvidarás. Quedaron congeladas en tus ojos, sin saber el porqué”); o coquetea con formas de Ramón Gómez de la Serna (“El número ocho es el más enigmático de toda la numerología. No se sabe dónde empieza ni dónde acaba”); o desnuda las verdades más desagradables de nuestro entorno (“No hay dogmas que valgan; solo hay fuerza bruta y poder absoluto para imponerlos”); o inventa fórmulas magistrales para definir una discapacidad menor (“La tartamudez es el arte de cambiar unas palabras por otras que resultan imposibles de pronunciar”); o esmalta frases de gran lirismo sobre la muerte (“Cuando deje el país de la vida, quién sabe qué país me acogerá en mi exilio”).

Añádase a ese resumen los aforismos que, redactados en falsa prosa, esconden poemas (por ejemplo, la página 87 completa); y, como regalo final, una serie de viñetas algo más amplias donde nos habla del Cid, Juana la Loca, Alonso Quijano, Rasputín, Knut Hamsun, Rimbaud o la madre Teresa de Calcuta.

Un tomo estupendo para descubrir otras facetas de ese diamante narrativo que se llama José Cubero Luna.

lunes, 11 de abril de 2022

Diez horas con Antonio Muñoz Molina


 

Con un enorme placer y con una enorme gratitud (emocional y literaria), cierro el volumen Diez horas con Antonio Muñoz Molina, en el que he podido disfrutar de las inteligentes preguntas de Jesús Ruiz Mantilla y de las extraordinarias respuestas del genio de Úbeda. Cuando esta obra fue puesta a la venta junto con el diario El País yo me encontraba en una casa rural, disfrutando con la familia de unas jornadas de monte y aire puro; pero mis suegros tuvieron la bendita idea de comprar un ejemplar para mí y guardármelo, sabedores de mi larga y profunda admiración por este escritor andaluz, quizá mi predilecto entre los autores vivos.

He encontrado en las 142 páginas un caudal maravilloso de detalles biográficos (su infancia pobre, la disposición escueta de la casa, los trabajos del mundo rural), de revelaciones interesantes sobre sus libros (desde El Robinson urbano hasta Tus pasos en la escalera), de juicios nítidos y ponderados sobre la guerra civil española, sobre el estado actual del mundo, sobre quienes fueron agresivos o desdeñosos con él de forma sañuda (Camilo José Cela, Paco Umbral) y sobre quienes desplegaron sobre él una enorme generosidad (Pere Gimferrer, Juan Cruz), sobre la crisis económica, sobre el futuro, sobre la religión…

Además de explicar con detalle cómo surgieron las ideas y los desarrollos de sus diferentes libros (información valiosísima para quienes los hemos leído y los admiramos), Antonio Muñoz Molina vuelve a insistir sobre algunos de los temas que siempre saca a colación en sus reflexiones; sobre todo, la necesidad de convertir la vida, personal y social, en un continuo ejercicio de mejora (“Nos hemos ido educando; hasta hace muy poco éramos muy brutos en muchos aspectos. Hemos aprendido, por ejemplo, a no hablar de manera agresiva, no usar términos ofensivos contra otras personas, no utilizar un lenguaje abiertamente sexista. Nosotros crecimos en un mundo muy basto en muchas cosas y nos hemos educado porque la vida nos ha educado. Las mujeres, por ejemplo, nos han educado. Nada es natural, nada es espontáneo, todo tiene que perfeccionarse y pulirse. Nadie nace sabiendo”, p.53).

Confieso también que la sección XV, la última del volumen, me ha emocionado de forma especial: cuando nos habla de la abuelidad; de la necesidad de seguir trabajando para el futuro de quienes vengan después de nosotros; y de cómo afrontar la finitud personal (“Soy completamente inmanente. Sé que la vida humana, el ser humano, se termina cuando se apaga el cerebro. No hay nada más. Pero bueno, está muy bien así, no hace falta más. No creo que haya que pedir más”).

Insisto: maravillosas respuestas para unas trabajadas, elegantes, sólidas y bien documentadas preguntas de Jesús­ Ruiz Mantilla, que encauza la conversación y después deja que el jienense responda, divague y se extienda a sus anchas.

Memorable.

domingo, 10 de abril de 2022

Napoleón en Chamartín (Episodios nacionales, 5)

 


Sigue el impagable Gabriel de Araceli contándonos cómo se encuentra Madrid en el año 1809: el conde de Rumblar distrae su ocio acudiendo a una logia masónica, frecuenta la compañía de la Zaina, la Zancuda, la Pelumbres, Rosa la Naranjera y otras féminas de parecido jaez, se endeuda cada vez más con el juego y llega a la enojosa situación de verse escarnecido de forma pública. Entretanto, la capital sigue sin tener claro si Napoleón (“ese monstruo, ese troglodita, ese antropófago […] que no se sacia nunca de devorar carne humana”, cap.IV) atacará finalmente.

En ese fragor de emociones, Benito Pérez Galdós encuentra un estanque de sosiego para, igual que ocurría en El Quijote (“la matriz de todas las novelas del mundo y el más entretenido libro que ha escrito humana pluma”, cap.VII), darnos cuenta de un donoso escrutinio realizado sobre las delirantes publicaciones que apestan España durante aquellos días. Y en ese fragor de emociones, el enamorado Gabriel continúa aspirando a Inés, aunque el vínculo sanguíneo que une a la chica con la noble Amaranta la coloca fuera de su alcance.

Observador minucioso y cronista insustituible de aquellos días cruciales en la Historia de España, el novelista canario nos traslada un fresco lleno de detalles indumentarios, gastronómicos, verbales y sociales, donde nos encontramos con religiosos indignados por la previsible merma de su poder, nobles que no saben a quién adular y ante quién humillarse para no perder sus privilegios, ancianos que se erigen en defensores a ultranza de las esencias patrias (la figura del Gran Capitán, incluso con su punto de risible patetismo, resulta sobrecogedora) o personajes que se pliegan a cualquier indignidad con tal de seguir en lo más alto (la figura de Santorcaz)… Todo lo mira y todo lo anota Galdós, como si dispusiera de un panóptico en su mesa de despacho. Así que cuando en las páginas finales de este quinto tomo nos encontramos con un Gabriel que ha sido amarrado junto al poeta Cienfuegos, el actor Isidoro Máiquez y otras ilustres personalidades, y se les envía hacia Francia, lo tenemos claro: hay que adentrarse en el sexto volumen y seguir conociendo su historia. La magia no se puede detener aquí.

viernes, 8 de abril de 2022

Una novelita lumpen

 


El mundo en que viven Bianca y su hermano se tambalea y entra en una nueva fase cuando sus padres pierden la vida en un accidente automovilístico, que los convierte en huérfanos, en dueños de la casa y en beneficiarios de una reducida pensión. Esa conmoción brutal e inesperada los trastoca de tal modo que acaban por abandonar sus estudios y comienzan una deriva preocupante, en la que su hermano termina por alojar en la casa a dos compañeros del gimnasio, un boloñés y un libio. Bianca, recién llegada a la adolescencia, comienza a recibir las visitas nocturnas de ambos, alternativamente, y se deja enredar en un proyecto delirante y disparatado: convertirse en amante del exculturista Maciste (actualmente ciego y muy abandonado), para descubrir donde oculta en su vivienda la caja fuerte y, entre todos, atracarlo.

Utilizando esa línea argumental, el chileno Roberto Bolaño consigue esculpir una deliciosa novela corta, donde explora los meandros de la insatisfacción humana, los miedos más ocultos, las ambiciones absurdas y las relaciones que, utilizando un adjetivo moderno, podríamos calificar de tóxicas. El hermano cree que los dos intrusos son sus amigos, porque necesita aferrarse a alguna figura estable; Bianca se ilusiona en ocasiones con la idea de convertirse en pareja estable de Maciste, porque también necesita un referente que estabilice y serene su vida. Ambos, como es natural, yerran. Ambos construyen sueños absurdos. Y ambos tendrán que enfrentarse, muy pronto, al aspecto más desolador y amargo de la realidad. Una novelita lumpen es un amargo tratado sobre la zozobra, la inseguridad y los trampantojos de la vida.

jueves, 7 de abril de 2022

XL

 


Decía don Francisco que somos presentes sucesiones de difunto, lo que equivale a afirmar que todos los cadáveres que hemos sido, superpuestos, nos conforman. Y que mirar hacia atrás y realizar un balance de todos esos yoes se convierte en el mejor (y en el único posible) de los autorretratos. Natxo Vidal, llegado al punto simbólico de los cuarenta, se propuso elaborar un balance al que puso por título XL y que fue publicado por La Fea Burguesía con prólogo de Alberto Chessa. Mi impresión como lector externo (no conozco personalmente al autor) es que sus líneas destilan una gran carga de verdad confesional susurrada, que me ha hecho pensar de inmediato en el portugués Fernando Pessoa. Quizá conozcan ustedes la anécdota: decía el poeta portugués que escribió El guardador de rebaños en una sola sesión, de pie, casi en estado hipnótico. Quizá me equivoque, pero he sentido que algo parecido exuda XL: la imagen de una larga y honda revisión personal, que parece haber nacido de un trance.

Natxo Vidal nos habla de una infancia donde se queman panales, se da de fumar a los murciélagos, se matan gorriones con escopetas de balines, se vive rodeado de lutos perpetuos, se buscan lombrices bajo tierra y se escuchan refranes del campo. Pero en su crónica (pudorosa y conmovedora) también hay voces de otros poetas, como Galeano, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma o el propio Chessa, de quienes Vidal asegura haber “robado” o “copiado” algunas líneas de su obra. Son verbos de distracción, a los que no debemos otorgar crédito. Lo que ha querido decirnos es que otras personas admiradas concibieron “antes” las palabras que, inequívocamente, él siente como propias. Y eso le concede todo el derecho (aquí tiene la palabra Pierre Menard) para considerarlas de alguna manera suyas.

Abro al azar por una página del poemario: “Desde la otra orilla / la otra orilla es la orilla en la que estamos”. Abro al azar por otra: “A veces / he pensado en mi cuerpo / como en un árbol / reflejado en un río: / lo ves, / pero no existe. /Si tratas de tocarlo se deshace, / se quiebra / en un millón de piezas transparentes”. Seguro que ahora les apetece a ustedes ir abriendo al azar otras páginas de este volumen. Háganme caso: empiecen por la primera y no querrán que acabe.

miércoles, 6 de abril de 2022

Rocas de Itzurun

 


Descubro el poemario Rocas de Itzurun, con el que Imanol Ulacia Aramendi se alzó con el premio José Luis Hidalgo en el año 2020 y que ahora publica Libros del Aire (Cantabria, 2021). Son poemas breves, de lectura sencilla y ritmo vivo, en los que el poeta de Zumaia nos traslada escenas de hermosura sorprendida y tenue (como en “Madre”, donde vemos a un hijo ayudando a su anciana madre a quitarse algo de ropa para poder tomar el sol); nos invita a reflexionar sobre las personas anónimas y bondadosas que nos rodean y que, sin salir jamás en la televisión o en los periódicos, iluminan el mundo con sus actos (p.23); dialoga con el agua que cae del cielo, en un tono a mitad de camino entre lo sonriente y lo filosófico (“A la lluvia”); dibuja un texto con colores de acuarela, que lo acercan al espíritu de un relato (“En vida, / no pudo. / Pero después / de varios milenios muerto, / el fósil / encontró / al paleontólogo”); llega a la solemne conclusión de que los versos que se arrojan arrugados a la papelera contienen mucho más del poeta que aquellos que finalmente publica (p.61); y se acoge a la esperanza de que, cuando pase el tiempo, sean otros quienes confíen y crean en las palabras que, después de redactadas, el poeta deja sobre el papel.

Impregnadas de una engañosa facilidad, estas breves composiciones admiten varios niveles de profundización: desde el agrado puramente sensorial hasta el silencio reflexivo que bastantes de ellas generan en el lector. Un volumen muy elegante, de cierto aire oriental, que se saborea con agrado.

lunes, 4 de abril de 2022

Todo en orden

 


Contundente. Agrio. Duro. Son los primeros adjetivos que anoté en el cuaderno donde iban tomando notas sobre mi lectura de Todo en orden, el último libro (en esta ocasión, de relatos) del cartagenero Luis Sánchez Martín. Y es que las once narraciones que componen el tomo están impregnadas de asfixia económica, hartazgo laboral, traumas de infancia, rebeldías adolescentes, amistades difíciles y relaciones amorosas complejas, que el autor convierte en motores de una prosa cortante, eficaz y directa. Sus protagonistas son contables indignamente explotados por jefes abusivos, que exigen el cumplimiento de horarios criminales bajo la amenaza continua del despido (“De nueve a dos (y de cuatro a siete y media)”); mujeres que sufren maltrato (primero emocional, luego verbal y por fin físico) por parte de su todopoderoso marido (“Siempre a tu lado”); jóvenes desnortados y pendencieros que experimentan una situación digna de Nietzsche o Borges (“Doscientas cincuenta pesetas”); un retraso a la hora de salir del trabajo, que se termina convirtiendo en una pesadilla con aromas de Poe (“El graznido”); una reencarnación tan accidentada como humorística (“El del gato”); la historia, espléndidamente contada, de una amistad radical y absoluta (“En doble fila”); la obsesión de un hombre por su biblioteca (“Páginas en blanco”); la historia de una anonadante venganza, para cuya lectura (se lo advierto) hace falta estómago (“Todo en orden”); o el cuento más sorprendente que yo he leído de Luis, del que prefiero no destripar la intriga (“Nada en el buzón”).

Muchas y muy amargas son las pulsiones que aletean en estas historias, en las que el autor no se molesta en resultar complaciente o exhibir una actitud serena: su prosa se proyecta aquí como ira de sus personajes, como venganza por agravios que no han sido capaces de perdonar, como reflejo de los abusos que sufren sus criaturas en el mundo del trabajo, esa selva inmisericorde. Sólo situándonos en ese punto de vista seremos capaces de comprender el espíritu de Todo en orden, y de aceptar que su crudeza y su agresividad son mecanismos de defensa. Perfectamente legítimos, dicho sea de paso.

domingo, 3 de abril de 2022

Un novelista en el Museo del Prado

 


Explican las revistas de cine (y algunas páginas de internet) que la película Noche en el museo, del año 2006, está basada o inspirada en un libro infantil del croata Milan Trenc; y propone una sugerente idea: que las figuras de un museo cobran vida durante la noche, cuando los visitantes ya no pueden verlas. Seguro que les viene a la memoria algún fotograma de la película, protagonizada por Ben Stiller y Robin Williams. Pero no he localizado ningún comentario que, centrándose en la idea germinal de ese argumento, invoque el nombre de Manuel Mujica Lainez. Y quizá no sería un disparate acordarse de él, teniendo en cuenta su llamativo volumen Un novelista en el Museo del Prado, donde ahondaba bastantes años antes (en 1984) sobre esa idea.

En las páginas deliciosas de este trabajo vemos ponerse en movimiento un carro pintado por El Bosco; sonreímos con los contoneos de las Tres Gracias, pintadas por Rubens; nos conmovemos con las lágrimas vertidas por la Mona Lisa tras escuchar los comentarios de unos visitantes, que la juzgan mera copia del retrato existente en el Louvre; asistimos asombrados a un desfile de personajes que compiten por recibir el galardón a la mejor figura (no desvelaré el resultado del insólito concurso); somos espectadores de un milagro secreto que Dios ejecuta sobre dos hormigas que se pasean por uno de los cuadros; contemplamos con risa contenida la manera en que trata de representarse una versión de la Bella Durmiente del Bosque, utilizando la ambientación del cuadro Las hilanderas, de Velázquez; o advertimos con estupor cómo todos los animales de los cuadros han decidido intercambiar posiciones, sin que los turistas de ojos estragados sean capaces de percatarse.

Con una prosa barroca (pero diáfana) y con un fino sentido del humor, Manuel Mujica Lainez compone un mosaico de historias de agradable lectura, que nos permite además ampliar nuestros conocimientos sobre Historia y Pintura.