Cuando se vive una situación de crisis como la que desde
hace tiempo atraviesa España, casi nadie sale indemne, ni por arriba ni por
abajo. En unos casos, se pierden empresas o negocios que, antaño boyantes, se
hunden ahora en la crueldad de la suspensión de pagos o el despido de
trabajadores; en otros, engrosan la lista del paro un alto número de personas que,
de pronto, pierden sus honorarios, su seguridad y aun su autoestima, para
convertirse en seres desorientados o maltrechos.
Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 1951) obtuvo el
premio Planeta del año 2015 por una narración donde se aproximaba a este
universo alborotado, en el que todos los protagonistas intentan, de una manera
u otra, sobrevivir. El resultado fue Hombres
desnudos, un relato estilísticamente bien resuelto y que se lee con
facilidad, donde el relieve principal recae sobre cuatro figuras, muy densas y
llenas de matices. El primero es Javier, un antiguo profesor que pierde su
trabajo por un reajuste de plantilla en el colegio de monjas donde imparte sus
clases de literatura. Es un hombre tranquilo, que vive con Sandra y que no
tiene más ambición que la de cobrar su pequeño sueldo y disponer de tiempo
libre para invertirlo en lo que más le gusta del mundo: la lectura. El segundo
es Iván, que procede de una familia desestructurada (sus padres han tenido
problemas con las drogas) y que ha encontrado su lugar en el mundo dedicándose
a una actividad más bien marginada: trabajar en un club de estriptís y, como
medida complementaria, ser puto. El tercero es Genoveva, una anciana de alto
poder económico que, después de haber obtenido el divorcio, dedica su tiempo a
las bebidas alcohólicas, las drogas suaves y el alquiler de chicos de compañía,
que le permiten seguir disfrutando de la felicidad y el sexo. Y el cuarto es
Irene, una empresaria de 42 años que ha sido abandonada por su marido justo en
el peor momento: cuando el negocio familiar está viniéndose abajo por los
embates de la crisis.
Con esas cuatro piezas básicas, la escritora manchega
urde una novela donde irá enredando a los personajes en todo tipo de
situaciones (espectáculos de desnudo, cenas de gala, restaurantes, reflexiones
sobre el sentido de la vida, proyectos, amarguras, esperanzas), donde irán
descubriendo qué quieren y qué no quieren, qué les motiva o qué desechan, qué
anhelan y qué descartan. Como Javier verbaliza en la página 127: “Lo importante
es seguir vivo y poder decirse a uno mismo que todo va bien”.
Siendo una novela que reúne muchas virtudes (amena
en su desarrollo; convincente en su estructura; plausible desde el punto de
vista técnico), creo que su punto más débil se encuentra justo en la terminación.
Las acciones que ejecuta Javier en las últimas páginas pecan de inconsistentes,
y eso contamina el tramo final de la obra de una cierta sensación de prisa, de
remate aleatorio, de colofón decepcionante. No me resulta creíble su reacción y
su comportamiento durante las seis páginas que cierran el tomo, lo que
malbarata, en mi opinión, su cierre.
Pese a la objeción, creo que Alicia Giménez
Bartlett logra aquí un texto muy serio y convincente, con más carga psicológica
y social de la que a priori se le podría suponer.