Siento
una fuerte inclinación por este tipo de libros, y reconozco que resulta muy
peculiar. ¿Qué me lleva a leer una serie de textos donde se habla de Paul
Claudel, Richard Friedenthal, Albert Ehrenstein, Friedrich Gundolf o Rudolf
Kassner (autores a quienes no he leído y a quienes, presumiblemente, tampoco
leeré en el futuro)? Y la respuesta es cristalina: el hecho de que sean páginas
compuestas por Stefan Zweig. Más claro, el agua. Siempre me han gustado los
libros de este genio vienés, que procuro frecuentar periódicamente para no
alejarme demasiado tiempo del aroma de su prosa.
Así que
cuando mi suegro, a principios del mes de julio, me regaló Encuentros con libros (traducido por Roberto Bravo de la Varga) y
me puse con él, resulta fácil comprender que de inmediato quedé seducido por
sus análisis. Entendí y valoré mucho más, obviamente, aquellos que dedicaba a
Rainer Maria Rilke, Walt Whitman, Thomas Mann, Flaubert o Balzac; pero en cada
una de sus doscientas cincuenta páginas disfruté de algún giro, de alguna
metáfora, de algún aforismo, de alguna adjetivación. Acercarse a Zweig es
acercarse a una sensibilidad con la que, en ocasiones, entras en desacuerdo,
pero frente a la que siempre mantienes una posición de respeto y de admiración,
pues la intuyes sincera. Igual que aplaudes frases como la que desliza en la
página 8: “Desde que existe el libro nadie está ya completamente solo”.
En su
abordaje a la obra de Goethe o de Rilke, el vienés insiste en que convendría
leer la obra completa de ambos, para hacerse una idea orgánica de su aportación
al mundo de la literatura. No sería disparatado afirmar lo mismo del propio
Zweig, cuyos trabajos dibujan un firmamento de atractivos cuerpos celestes.
Admirable.
1 comentario:
efectivamente, ese tipo de lecturas sobre libros ayudan mucho más a comprender y apreciar los textos. Un buen ejemplo que estuve leyendo yo en su día fue La verdad de las mentiras, de Vargas Llosa, que realiza ese mismo ejercicio sobre novelas para él fundamentales del siglo XX.
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